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Segundo Despertar

 

SEGUNDO DESPERTAR
 
 

Abrió los ojos, o al menos eso le pareció. Su alrededor le resultaba tan extraño y familiar al mismo tiempo. Habían colores, volutas rojas y amplias planuras de un brillo celeste y amarillo que se entremezclaban con éstas. Por un momento le pareció que las alturas se ennegrecieron, como si hubiese acaecido una inmensa sombra; gigantesca, terrible.
Tenía la fuerte impresión de que no era así como él percibía el mundo, antes… No sabía quién era, y no era eso lo único que ignoraba con la impresión de haberlo sabido en otro tiempo. Era así con casi todo. Recordaba haber estado en medio de un tumulto, en medio de emociones muy atizadas. Estaba asimismo convencido que su alrededor no era precisamente aquello que percibía. Caminó, o al menos eso creía estar haciendo.
Sintió de pronto que su corazón se hinchó, le invadió el recuerdo de algunas emociones, pero no podía dar con la causa de éstas. Aparecieron vapores violáceos arriba, se le elevó de pronto por encima de ellos y empezó a andar sobre ellos.
Se sentó, procuraba recordar, cualquier cosa. Sí, parecía que ya antes había vivido algo así, por un breve tiempo. El tiempo en que fue semejante a un exiliado. ¿Exiliado? ¿Por qué? Sintió una gran frustración, pues tenía todas sus memorias cerca de él, pero no podía asir ninguna. Entonces brotó algo de su mano; vio entonces su cuerpo. Estaba él todo cubierto de una lumbre muy extraña. Supo que eso no había sido antes así. Vio su propia imagen por un instante. Era impresionante… nada le cubría excepto un líquido transparente que se deslizaba por su piel. Vio el lugar por un instante, paredes blancas y brillantes, la cima de un lugar muy alto y colosal. El lugar se borró rápidamente y solo quedo él, cubierto de… eso. No entendía nada. Solo vio su cuerpo, nunca su cabeza, como tampoco podía verla ahora. Volvió a contemplar su mano y ésta sostenía algo irreconocible para él, que lo sentía tan ajeno como parte suya a la vez.
Gulnaj… Gulnaj… comenzó a retumbar el nombre en su mente. Vino una rápida sucesión de imágenes, que apenas tuvo tiempo de distinguir. Al parecer el objeto era un arma, al parecer le había dado uso intenso en otro tiempo. Gulnaj; recordó. Así se llamaba el objeto, y así lo llamaron a él en cierta época… ¿Qué sentido tenía todo eso? ¿Y si no era un arma? Se aturdió.
Tanto buscar en su alma le agotó. Se sentó en esas suspensiones sobre las que anduvo. Estaba perdiendo toda conciencia, asentándose el pensamiento hasta irse diluyendo, desapareciendo. Hubiera quedado para él todo oscuro de nuevo, de no haber oído una voz, ora fuera de su mente. La voz llamaba, pero no enunciaba Gulnaj. Era otra palabra, otro nombre, tan extraño, sumamente extraño. Entonces supo que de algún modo, inexplicable para él, Gulnaj le comunicó algo. Su sorpresa no pudo ser menor que la causada por el mensaje. El nombre que oía, era el nombre suyo. De aquel quien había sido antes de este extraño despertar. Mas a su vez, tenía el recuerdo de haber sido lo que era ahora por algún tiempo en el pasado… ¿qué tan distante? Estaba del todo confundido.
Entonces decidió contestar, y oyó que su propia voz, retumbaba en todo el lugar como el trueno, como un derrumbe. Ahora recordaba qué era un trueno y qué un derrumbe.
– ¿Quien llama a Gulnaj?
Oyó una risa tosca, pero amigable. Luego una voz elegante, y  a su vez bestial.
– A menudo lo olvido… ¡ja! Gulnaj… Otra vez estás libre por la tierra. Esa libertad que extrañé tanto y que luego de siglos pude volver a alcanzar. La tuve por un muy breve lapso, breve pero glorioso, hermoso…
– ¿Quién me habla?
Hubo un breve silencio, de pronto todo lo que vio fue una llama de un azul pálido, ardiendo, una llama inmensa. Supo que a pesar de ser una llama lo que veía, no era una llama lo que tenía al frente. Volvió a hablar:
– Aun así no me reconoces… Entiendo. Mi forma ya no es la misma y quizá no esperabas volver a saber de mí. Te lo dije en aquel día, te dije que nos volveríamos a ver.
De pronto hubo un grito dentro de él, que por poco se le escapa. “¡Atagón!”. Quedose confundido ante el súbito rugido. En seguida  tuvo una fugaz imagen de destrucción, destrucción repentina que no alcanzaba a contemplar en su plenitud. La voz repitió:
– Dilthak…
Y lo dijo con un soplido, dejando salir su hálito. Él pudo percibir esto no solo con su oído, sino con Gulnaj, sin entender cómo. Pronto sintió un raro estremecimiento en su ser. De sus lomos brotó algo, y Gulnaj… fue como si hubiese sido absorbida por su mano. De una manera instintiva, dirigió su mano hacia el nuevo objeto y lo tomó. Era también algo amorfo, pero muy distinto a Gulnaj. Era de un azul débil, como aquello que le hablaba. Le vinieron unas memorias que no comprendía. Sus brazos tomaron una posición que le evocaban unas emociones entremezcladas. El objeto azulino estaba entre sus distanciadas manos. Luego tuvo un movimiento brusco; algo sucedió…
No lo sintió muy bien, pese a la sensación de haber logrado lo que no podía hacer en lo cotidiano. Algo se había liberado al exterior como una ráfaga, en medio de una conmoción semejante a la que percibió al oír su propia voz. Al tiempo que en sus pensamientos había habido alboroto, al punto de producirle una jaqueca.
– ¿Qué es lo que sucede Gulnaj? Estás fuera de ti. Actúas…
– ¡Cómo se supone que debiera actuar! Si al menos pudiera comprender eso…
Soltó una carcajada, que se prolongó largo rato. Era noble, pero en los oídos de Gulnaj se hizo pronto macabra.
– ¡Cállate!
Algo cambió. Sintió que su interlocutor se había tornado distinto. Tuvo la sensación de ser observado fijamente, y ello le hizo sentir cercano a un recuerdo, el recuerdo de alguien… No pudo más.
– Ya nada es igual, Gulnaj. Si tuviera ahora mis ojos, sabría ya con exactitud qué ocurre contigo.         Supongo que es algo natural. Tus lazos con Gulnaj son ahora mucho más intensos… Es algo de celebrarse; estamos muy cerca de la meta. Empero, parece que eso mismo te ha llevado a estar del todo desorientado. Ello pone en peligro todo… todo.
– ¿Qué ha pasado? ¿Qué es lo que me ha pasado?
– Procuro saber yo lo mismo.
– ¡Quién eres tú!
– Un amigo…
– ¡Qué es… un amigo!
Tras el chirriante estruendo, un silencio. Otra vez, la sensación de ser escrutado con una mirada…
– ¿Acaso has…? Sí, solo eso explica todo… Mmm. ¿Cómo pudo suceder?
– ¿Quién… eres…?
Pareció esta vez un bramido.
– Yo fui quien te obsequió Dilthak.
Eso no lo aproximaba a nada. Mientras se esforzaba, percibió que se le inflingía… no podía entender qué. Solo era conciente que no lo hacía Gulnaj, sino aquel “amigo”. Era como si en su interior se produjese un desgarramiento. Le eran impartidas imágenes desde fuera y desde Gulnaj. Dilthak se alzó sobre su cabeza, o tal vez él mismo lo alzó. En una pérdida total de control, se limitó a ver como Dilthak lanzaba con potencia… – ¡qué era lo que lanzaba? – sin detenerse…
Tras un alarido de dolor, cayó, cayó… Se halló en medio de vapores marrones hasta que la precipitada caída se hizo suave, y todo volvió a ser negro y vacío. Entonces soñó, soñó…
Un sueño. Varios sueños en realidad. Sabía ahora lo que era un sueño y reconocía muchas otras cosas. En sus sueños vio el mundo como lo había visto antes, ahora recordaba como lo había visto. Había recuperado la memoria de mucho, pero había aun más que permanecía ignorando, en esa ignorancia tan irritante que reconocía ahora bajo el nombre de “olvido”. El olvido se había apoderado de todo lo concerniente a su persona. Abrió los ojos. Supo que la última vez que hizo lo mismo, había despertado. Volvió a esa visión del mundo que le parecía tan rara. Esta vez, conoció que la tal visión del mundo, a pesar de aparentar ser muy limitada, iba mucho más allá de aquella a la que estaba acostumbrado. Algunas memorias se removieron en su cabeza. Lo sintió muy duro. Tras tranquilizarse, vio descender aquella llama azul, semejante a una antorcha, podía pensar ahora. Y esa palabra le trajo breves partes de sus sueños, mas no se pudo quedar con ninguna.
– Gracias, Atagón. No esperaba este encuentro.
– Al menos ya tienes memoria de mí.
– Un tanto, supongo. Mas nada comprendo aún.
– No tienes tiempo, para sentarte a entender o recordar. Bástate lo que tienes.
– ¿Bastar? ¿Para qué?
– Están a punto de poner en libertad a mi hermano. ¿Tienes idea de lo que eso implica?
Hermano… De inmediato supo que tal palabra había estado en su boca incontables veces y que la había usado de muy distintas maneras y alrededor de diferentes emociones. Al tiempo, brotó el significado.
– ¿Hermano? ¿Tenías tú un hermano?
– Mmm. No te lo dije nunca, mas eso no asegura que no lo hayas sabido por otra parte…
– ¿Como cuál?
– ¡No hay tiempo, Gulnaj! ¡Debes ir presto a su lugar y confrontarle!
– ¿Confrontarle?
Hubo un silencio muy corto, tan corto como lo largo que pareció.
– Debes conseguir que deje a un lado sus odios y rencores, ¡toda esa furia que fluye por su ser!             Cuando le veas sabrás cuán nefasto es. Si no lo logras… habrán grandes calamidades en la tierra… y mucho más, de lo que no se puede predecir nada. Yo lo detendría ahora, pero eso ya no es más posible…
– Al menos mi corazón me oprime, me hace sentir la inminencia del asunto. Ir, fallar, no ir, todo ello está rodeado de fatalidad.  Al menos así lo siento.
– Sin duda. Estás recobrando lo que eres.
– ¿Hacia dónde y cómo he de ir?
Atagón rió con mucha felicidad.
– Tú conoces el camino, y nada más veloz que tu corazón…
Al oír esto cesaron sus pensamientos, su ser se conmocionó de arriba a abajo… Partió.
Es así como Gulnaj reapareció en la tierra, luego de años de ausencia inescrutable.


Emanuel Silva Bringas
 
 
 
 

Revista Dúnamis   Año 2   Número 3    Mayo 2008
.                                 Páginas 21-25

 

El Círculo

 

El Círculo

 

Para Azaria Girma

 

Allí estaba aquella sala, amplia, aparentaba no tener confines. Poseía un ambiente raro, húmedo, silencioso… como un desierto azulado de ensueño. Era la imagen de la eternidad, así se había pretendido. Por cierto había paredes aunque pareciesen horizontes. Dos relojes tan solo revelaban el artificio. Lado a lado habían sido colocados, el uno tenía el brillo del cobre marcando las 9:15; en tanto el otro, el del estaño marcando 3:30. Lo que en ello está oculto, nadie lo ha de saber. Era un hermoso vacío, cubierto por el color ceniza del piso, a pesar de los sujetos en mantos de grana, sentados al medio. Eso me recordaba el olor de la pólvora, los padecimientos de multitudes que iban forjando mi más anhelado sueño. Una meditación placentera…

Cuando los encapuchados habían llegado, discutían. Les presté atención, encontrando interesante el asunto. Ahora en cambio hablaban de cosas más acordes con la ocasión. Se preguntaban sobre el rumbo que tomarían ahora sus vidas. También se inquietaban por los que aún no llegaban. Su gran expectativa era verse al fin juntos, conocerse en persona, lo que habían de hacer; y desde luego, lo que más comezón provocaba en sus almas: si verían o no el rostro de Nimrod.

Pasaron las horas y ya casi todos estaban allí. Una masa roja, parecíase un tapiz. No se cansaban las lenguas de hablar, ni los oídos de oír. Casi ninguno notaba la falta de tres tan solo, tres tan solo… y aquel momento cúspide estaría completo. La llegada de “Horacio”, “Wasabi” y “Cuatéhmoc” anunciaría el éxito definitivo de la operación más ambiciosa y arriesgada que hubiésemos ejecutado en toda nuestra trayectoria.

Apareció luego el mentado trío, acercándose anonadado al gentío. Al ser advertida su presencia, se hizo silencio. Dos hombres se acercaron a ellos. Eran los de aquella conversación. Se presentaron a los recién llegados, “Asama” del cuerno de África y “Wukung”, un cantonés venido de la misma región. “Horacio” hizo la introducción, para dar en seguida las excusas por la demasiada demora, relatando los contratiempos que sufrieron.

Todo el que lo oyó quedó atónito. Según decía, la caravana en que eran transportados fue atacada por el Primer Mundo. No tuvieron oportunidad de escapar y habrían sido aniquilados de no haberse presentado un fenómeno inexplicable. Se tornaron en este punto muy engorrosas sus palabras. Se daba razón de una luminosidad muy extraña que se desplazaba en tierra. No pudo culminar su relato, ya que diversas opiniones empezaron a brotar alrededor. La mayoría cuestionaba lo dicho. Sobreabundaron los argumentos desde los más ociosos hasta los más sapientes. Cuando el escarnio empezó a asomar, “Asama” hizo callar a todos.

– Yo también – dijo – he visto cosa semejante a lo que estos hombres mencionan. Fue en circunstancias muy distintas. No peligraba mi vida, no había peligro alguno. No había lugar para el miedo. Ocurrió en un punto distante del que ellos presentan. También descarta mi experiencia la alucinación colectiva, iban muchos conmigo y fui el único en ver tal cosa. Mi propio compañero aquí presente discutía sobre esto conmigo, antes que todos ustedes llegaran. Él ha callado, como yo, mientras se multiplicaban las palabras en torno a este relato; al cual yo no llamaría fascinante, sino enigmático. La razón de nuestro silencio ha sido esa… El mundo ha cambiado mucho. Recuerden, ilustres, que tras la masacre nuclear hecha en el Asia Meridional, en el primer año de la Guerra Kamikaze, comenzaron a esparcirse por las costas de todo el Índico diversas historias, cada cual más inverosímil que la otra, mas todas ellas con algo en común… Año y medio más tarde el mundo comprobaba con horror que las profundidades del océano habían ocultado por siglos a esas bestias casi indestructibles… Debo pues, suponer que estamos en el deber de…
Entonces hubo silencio, un silencio muy distinto. Observaban todos de una manera… inefable al hombre en vestimenta de gris claro y algo brillante. Un rostro severo mas algo joven. Se habían llenado de respeto ante tal presencia, aunque se hablaba en distintas lenguas de la percepción de una gran maldad reprimida en él. También se preguntaban si éste sería Nimrod…

Quien estaba ante ellos era yo. Sonreí por un momento, barrí con una mirada todo el lugar y me llené de una satisfacción añorada. Con tono solemne y evocador di rienda suelta a mis memorias:
– Veinte años han pasado desde el terrorífico bombardeo en las Antillas. Hace veinte años desde nuestra célebre respuesta que destruyó la Florida. Desde aquella gloria no vimos más otra… hasta estos días. Lo que comenzó como una guerra se tornó pronto en la más cobarde de las persecuciones. Militarmente, no volvimos a ser amenaza para el Primer Mundo. Entonces empezó el éxodo, nos ocultamos donde no pudiera alcanzar su vista, ni aun con sus más sofisticados aparatos. Entonces prosiguieron los planes ya conocidos de todos nosotros, y hemos llegado al fin a la etapa culminante. El triunfo está más que cerca. Ante ustedes Nueva Alejandría, cual arca de Noé, la cuna de una nueva humanidad. No… mejor todavía, cual Diluvio que acabará con la sociedad como la conocemos… Quizás es esto muy diferente de lo que muchos esperaban. Habrán juzgado tal vez, que esto era una sala de espera. Equívoco… es éste el centro, ¡desde el cual llevaremos la última etapa, y la victoria definitiva, de nuestra Guerra Kamikaze!

Estalló el lugar en rugidos. Fue un deleite que extrañaba. Tardaron mucho en callar. Después, uno de ellos preguntó, asustadizo:
– ¿Es usted…?
– No, – interrumpí – yo soy el Vicario, su Vicario. Solo dejará ver su rostro el día en que todas las naciones unidas se rindan a él. Por ahora, tenemos mucho trabajo. Al fin el Primer Mundo está sintiendo los efectos de nuestro desquiciado método de lucha. Están pidiendo la paz… lo cual no hace más que revelar lo degradada que está la cultura de los que se autoproclaman “civilización”. Ni siquiera son capaces de ver lo absurdo de sus palabras. No les daremos la paz. No somos nosotros quienes la retenemos. Ellos nos entregarán la paz que nos quitaron hace ya siglos, la arrebataremos de sus manos. Es éste el momento cumbre para las funciones de ustedes los intelectuales, los letrados que están haciendo reflotar lo que el Primer Mundo estuvo cerca de destruir: el alma de la humanidad. Ya no trabajarán más por regiones, ni mucho menos como individuos. Los alias desaparecerán de toda producción. En los próximos días serán organizados para que trabajen como una sola mente y no se oiga más en las naciones los discursos de “Asama”, “Qetzal” o “Wasabi”. Habrá una sola voz, un solo autor, el Consejo de Nueva Alejandría. El ente que moldeará la nueva cultura, o mejor dicho, culminará su proceso de resurrección, el cual se inició aun antes de esta Guerra.

Dicho esto di media vuelta y me retiré…

C. Emanuel Silva Bringas
 
 
 
 

Revista Dúnamis   Año 1   Número 2    Julio 2007
Páginas 17-19