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Luna Sangrante

Autor:  Emanuel Silva Bringas
             Lima – Perú

 

LUNA SANGRANTE

 

    Azorado y confundido, viendo todas sus esperanzas de repentino aplastadas, supo que su fin le había llegado. Jactanciosa su Reina, encumbrada en medio del corro, decretaba su sentencia. No, jamás se le acusó de crimen alguno, jamás se le encontró culpable de nada. Tan solo, y sin anticipo alguno de nada, lo arrastraron hasta allí, para que la Reina le pronuncie el decreto mediante el cual quedaba del todo desterrado. Echarlo al bosque aquel, era igual que lanzarlo al olvido. Ese lugar tan tétrico del cual, si algún prodigio lograba traer a alguno de vuelta, jamás lo hacía en sus cabales. Nadie volvió a saber de él, en pocas semanas se esfumó del todo la memoria de su nombre, muchas lunas trascurrieron, y jamás el corazón de aquella reina sintió el más mínimo remordimiento por lo acontecido en aquel día.

    Pero no fue lo perpetrado por la Reina lo más inusitado que llegó a ver aquella próspera comarca. Una noche, de aquellas con máximo esplendor lunar, todo en el horizonte se llenó de una marcha solemne. No eran trompetas como se hacía cuando ella salía por las calles, eran ululatos para muchos desconocidos. Un sonido que causó una confusa histeria entre la mayoría. La realeza, no obstante, bien sabía de dónde procedían tales sonidos, y no se sabría decir cual desconcierto era mayor: si el de aquellos cuya zozobra residía en lo ignoto, o el de aquellos que jamás habían oído llevando compás y solemne ritmo, algo tan salvaje como los tales alaridos.

    La plaza principal atestiguó, siendo que por curiosos o medrosos todos estaban fuera de sus aposentos, la llegada de un galante caballero, gracia y garbo desbordando. Un traje de sastre, magistral corte y confección, tela tan fina como nadie conocía, de un negro azabache acariciado por la luz de la luna. En su siniestra portaba un gran anillo, cuyo lujo se confundía con la majestuosa cabeza de su bastón, la cual conferíale apariencia de cetro. Su sombrero de copa era algo alto e impedía mirarle de lejos a los ojos, fue para todos perplejidad. Difícil decir qué cautivaba más su vista, si la finura del traje, o del aun más delicado pelaje que cubríale por debajo.

    Con tremenda soltura, aquel personaje se trepó a lo alto de la suntuosa pileta sin mojarse, y desde allí quitándose el sombrero, hizo a todos una venia. Vieron entonces por unos instantes la plenitud de su rostro: ojos, puntiagudas orejas y hocico, con el cual también empezó a enunciar, con una voz tan grácil que el más elocuente orador envidiaría, y dejando entrever el brillo del marfil en sus fauces:

    – Palma pesada es la gloria regia.
     ¡Ay de aquel!
     que sus caprichos no quiera ovacionar.
     Allá afuera el olvido es eterno.
     Rige todo el frío y la hostilidad.
     Nada importan la probidad de tus hechos
     ni la más acérrima integridad
     acumulada en el alma.
     En esta comarca nada rige
     sino tan solo el antojo,
     veleidad de corazón.

    Y así, en tanto estaban todos atónitos, todas sus bestias se habían desplegado por el lugar, escrudiñando muy de cerca a todos los villanos, mas sin llegar hasta al cortejo. Ella oteaba de lejos, aún sin dar crédito a sus ojos y oídos, preguntándose si acaso esa insólita y extravagante criatura sería el infeliz aquel del cual se cansó, como de tantos otros, mostrándose a la postre indómito ante sus designios. Después de haber sido contemplado largo rato en tensión incierta, proclamó:

    – ¡Vedme aquí!
     Al cual lanzaron cual bazofia
     ¡A mí! que hicieron morar en las sombras
     Mirad lo que el Bosque me ha hecho
     ¡Vedme aquí!
     El olvido no me ha vencido
     De su inclemencia y abuso
     he conseguido retornar.
     Demando ahora justicia
     Traed ante mí su corona
     Atadla de pies y manos
     Dejad indefensa su vida ante mis zarpas
     Ponedme a la inconmovible por pedestal.

    En estupor petrificados continuaron. La Reina no obstante, reaccionó de súbito, ordenando su presta huída. Entonces él se mostró ante todos boqui… con el hocico abierto, como si no esperase lo sucedido. Acto seguido olvidó a los mirones en derredor y danzando presumido por todo el borde de la pileta, empezó a cantar melodías primaverales. Conforme su canto se desplegaba, detrás, apenas perceptible, se desataban las estrepitosas estridencias del juicio. Feraces criaturas, alaridos de terror, colmillos que no se ablandaban ni ante el gimoteo más suplicante y lastimero. A mayor desborde de sangre, más coqueto su contorneo, y con mayor elegancia y rapidez bamboleaba su cola. En medio del crescendo alzó su nariz, captó un vaho a la distancia. Sí, el humor de hombres contra hombres. Unos cuantos villanos escaparon y echándose furiosos sobre el cortejo, intentaban derribar las andas. Sabiendo que ella podía ver ya su hora llegar sobre sí, extasiado, no pudo contener su nota más salvaje, una vez más todo se detuvo por completo, bestias y hombres; se alzó rayente hasta el cielo, irrumpiendo hasta el último rincón de cada casa, retumbando en la médula de cada corazón, hombres y bestias, su más gutural y luengo aullido.

   Llegado lo más oscuro de la noche, él no estaba más en la pileta. La trajeron ante su presencia, sujetándola por los brazos. O habían olvidado sus especificaciones, o nadie consiguió amarras. Su cabeza gacha empero, daba cuenta de que su peso reposaba sobre su cerviz cual cepo. Y así, como si de cierto hubiese un yugo macizo sobre ella, con abrumador esfuerzo alzó su rostro, apenas lo suficiente para mirarle con un solo ojo. Se bajó del trono sobre el cual estaba parado, se agachó acercando su húmeda nariz a la suya, para escuchar de inmediato la pregunta, débil como un suspiro:

     – ¿Eres tú, Rico?
   Soltó una risilla condescendiente, puso a volar su sombrero, despojose de sus finas telas, dejándolas caer dobladas sobre sus edecanes. Con una reverencia ofreciole, su bastón.
     – Contempla pues el fruto de tu infame tropelía. Yo, lealtad eterna para ti, hasta que sin razón me entregaste al olvido.

    Con un grácil brinco volvió a treparse al regio asiento, y con brazos extendidos y blanca lumbre en derredor, triunfante proclamó:

       – Luna Sangrante
        para siempre memorada
        me arrojaron a los lobos, cual maleante
        y hoy por ti volví, liderando la manada.

   Múltiples aullidos prorrumpieron, ovación saturando la sala, bestial jolgorio. Acercó a ella ávido sus nacaradas fauces; devoró sus carnes por completo.

              

Revista Dúnamis   Año 11   Número 17   Mayo 2017
                                   Páginas 28-31

Ex-halo

Autor:  Emanuel Silva Bringas
             Lima – Perú

EX-HALO

¿Y si tan solo abrimos los puños?
exponiendo palmas vetustas y exhaustas
¿Si dejamos ya el aire infatuo del guerrero?
Si laxamos el encono, el férreo ímpetu del sobreviviente
¿Si olvidamos el mañana y sus vagas promesas?

Si aflojamos el hálito,
y abrazamos la ventisca del presente
¿Si nos dejamos caer sobre la arena, impávidos?
Si dejamos ir el esfuerzo
¡Que nos abrase la solana!
Que se fundan nuestros nombres con este desierto
¿Será que así hallará final,
por fin,
el hastío?

              

Revista Dúnamis   Año 11   Número 16   Marzo 2017
                                   Página 31

Enajenado

Autor:  Emanuel Silva Bringas
             Lima – Perú

ENAJENADO

A quién observa suspicaz y asqueado,
figura cubierto de pelambre y aire espectral
Hondura en ambos ojos, delata
Cuenco que no puedes soportar
¿Es mucho para ti punción tal?

¡Dicen que soy el Lobo
que en sangre tiznados
los colmillos descuello!
Dicen que soy bestia impredecible,
dispuesto siempre a atacar
Dicen que mis modales, son traídos del bosque
que yo no sé con los seres humanos tratar

Que soy animal retraído, acusan
Que de quien mora en soledad semejante,
nadie se puede fiar
De frente me miran, pasan de cerca,
de miedo constante infectos,
¡Tan convencidos que los he de matar!

Terror de mi silencio sobre sí llevan
¡Tan marcada la sospecha!
que en las sombras mi morada se asienta
Me figuran taimado al asecho,
agazapado en lo ignoto
tramposo y artero
¡Persuadidos que soy tan animal!

Me ven cubierto de pelo y hambre
con ganas ávidas de sangre yugular
Sienten su piel abrirse de antemano,
¡tremendos surcos mis garras al zarpar!
En terror sobrecogidos
Jamás mi cercanía soportarán

Fiera salvaje; indómita violencia
De afecto desposeído,
¡implacable voracidad!
Que solo sé de crueldad
¡Que mi pellejo es grueso e insensible!
Que bajo mi agreste aspecto:
un soplo deleznable,
¡presencia insoportable!
continuo afán de infligir males
inquieto reposa…

Dicen que soy el Lobo,
que a mí me parió el bosque,
y carne humana devoro
¡Que soy bestia, porfían!
De improviso arrebatable
repentino y sin motivo,
¡enconado agresor!
Un arisco confinado
sumido y atestado en dolor

Que del monte lo más recóndito
engendró mis maneras
a rajatabla aseveran
Que nadie como yo tan salvaje,
resollando agitado de continuo,
gruñendo irascible y sin cesar
Que insaciable y desesperado
¡malicioso depredador!
mi talante revela
Que vivo blasfemias aullando
desdeñando el humano gesticular

¡He allí el Lobo!
Vez tras vez aseguran
¡Jamás me han conocido!
Solo de mí han oído hablar
o a la distancia y de soslayo
han pretendido mis andanzas otear

Si de repente mi voz elevo
sus mentes ululato perciben
Encríspanse azorados
¡nota tan estridente!
de mórbidas entonaciones
¡colérica impostación!
resonando en el horizonte oprímeles
Tiene sabor a alarido
Cual diana en el cuerno
¡Es el Lobo Aullador!
su invocación imprecando
para arrojar sobre quien se acerque
¡un siglo de calamidad!

Por eso me tienes aquí
las palabras obviando
Tan solo mis dos ojos sobre ti clavados
si acaso los puedes soportar
Preguntándome si acaso
en ellos disciernes la verdad

Pues no es esto un hechizo de luna
tampoco elusiva saciedad
Aquí no hay un lobo encerrado
Solo podredumbre de sociedad.

                               

Revista Dúnamis   Año 10   Número 15   Noviembre 2016
                                   Páginas 28-31

Acabose

Autor:  Emanuel Silva Bringas
             Lima – Perú

ACABOSE

                                                                           A Julio Hernández Martínez

Arma forjada
por épicas presunciones
con odios eternos,
remilgadas estimaciones
desconocidos afectos;
¡Ea!
mortales efectos…

Retírase el dardo de la aljaba,
silencio mayor a la nada abruma
Tiémplase con saña
la cuerda del engaño.
Sagaz precisión,
¡vigoroso enervamiento!
Atiza el fuego la frívola maza
¡ponzoña pura!
sublime desprecio…
Nada traspasa tan alto,
ningún insulto más febril.

Arma forjada
meliflua apariencia
palabras cordiales
¡Sonrisa apareja!

Con anticipo calculador
¡al detalle fraguada!
Tallada a encajar exacta;
trayecto trazado en las sombras
Corazón horadar, la basa
Razón trastocar, el deleite
Blasón mofar, ¡la meta!

Arma forjada
en ciénagas de alevosía
gestada.
Reposa confiado,
¡no se sabe presa!
Nadie de un protector tan seguro
como él
Incapaz imaginario
red tramada
tendida con esmero,
¡no puede entender!

Es agenda precisa
urdida con ahínco
ubérrimo esmero
pormenores orquestados
consumar buscando
categórica y perfecta
maquinación

¡Arma forjada!
¡Rusiente jugada!
¡Supremacía estratégica!

Pulcras puntadas los aprestos,
tirantez al límite
Torva la mira sobre el despistado;
la luz que lo circunda,
impenetrable y perpetua,
¡eso cree!
¡Ingenuo convicto!
aunque su sangre desborde
no se sabrá herido…

Arma forjada
¡Lance magistral!
Asestado ha la farsa
en el punto más cardinal

Es el rostro más amable
Es la voluntad más cruel
¡A horadar con vigor!
sin atisbo alguno de conmiseración
En el silencio trastocar el juicio
¡Mofa conspicua!
a todo un linaje…

Despliégase la agenda;
detállanse las fases
acometen férreas una a una
Ingenio macabro
aguzado cronometrado,
a completitud total.
Común,
imperceptible,
sobrenaturalidad.

¡Arma forjada!
zócalo derruído
fortaleza que se ha hundido
¡hasta el fondo de una prisión!
Cobijo ya no existe.

Arma forjada
¡de cósmicas dimensiones!
¡Impensado camuflaje!
Inverosímil suplantación
¡Arma genial!
Suma de maldad

Vive confiado ignorante
de quién le ha de engañar
Adiéstrase el usurpador,
¡a impostar comienza!
Nadie sabrá diferenciar
Defensor jamás hallará
ante tan grosera
artimaña…

¡Arma forjada!
De un chusco cancerbero
prepotente infatuación,
mórbida y mortecina mirada,
Nube apestada de terror
Afrenta impensada

Exitoso el ardid a tal punto
¡con tan rotunda valía!
Si impostando el impostor se ha impuesto
¡Es imposible!
evitar concluir:
es el usurpador ¡el verdadero maestro!
¡Arma forjada!
Empínase ora suspicacia
¿De quién suplanta quién,
la identidad?

 

* Septiembre 2015

                               

Revista Dúnamis   Año 10   Número 14   Octubre 2016
                                   Páginas 28-32

Asiento

 

ASIENTO

¡Helo aquí!
lugar donde disipase la brisa
donde el insondable peregrinaje cesa
tras cíclicas persecuciones.
¡Y aquí es donde!, está dicho.
Puesto que así y así,
en bríos desesperados
prodigaremos risas en su creciente.
¡Creceremos aquí replantigados!
Si derrotando aun hemos perdido,
hasta aquí será, la muerte.

 

                                    Emanuel Silva Bringas
                                              Lima – Perú

                                

Revista Dúnamis   Año 9   Número 8    Setiembre 2015
                                   Página 32

El Sexto Día

 

El Sexto Día

 

            Extrañan mis poros aquella garúa veraniega. Sobre mis labios atesta un álgido aire. Es en Febrero la sexta noche. Me empapa la incertidumbre por doquier. Suena el tukutín acusador, una y otra vez… ¡yo no sé qué contestar! Repica incansable, en esta desolación sin confines. Deambulo con pasos sepulcrales, con el andar de un vencido, al través de su yerma resonancia. Ensordecido, me posee, mi lamento. Es una noche interminable aquí en el Templo del Fuego, donde la llama no tiene lumbre.

           A pesar del ímpetu de mis anhelos, el Sábado jamás llegó. No se ha asomado el Día, nunca. Ha sido proscrito, el amanecer. Una sola realidad impera: estoy aquí atrapado y no sé cómo. ¡Jamás lo advertí! Por algún tiempo creí: nada era tan grave, nada podía ser tan grave… Hasta que abierto el oído me vi… sin cesar vagando en redundante frustración.

         Es en Febrero la sexta noche, como lo ha sido siempre desde hace ya cuatro… siete… once insondables años. Mi andar es el de un león enjaulado, el de un alma penitente transitando, sin descanso, este interminable atardecer, aquí en el Templo del Fuego… donde no hay más luz sino lánguidas centellas rojas, diminutas y fugaces. En el fondo de mi recuerdo retumba, imparable, inmisericorde, una y otra vez, el tukutín acosador… ¡yo no sé qué contestar!

        Es hoy, ahora, la misma noche gélida y desolada desde hace siete años. El día próximo nunca llega, no he visto la luz atisbar jamás… ¡ni en fugaz espejismo tan siquiera! Hasta en sueños, esquiva, me ha eludido. ¡Una y otra vez! Así ha sido a lo largo de los reiterantes años de este sepulcral humor. ¡Así ha sido esta noche en mis huesos infiltrada! Oigo los ecos de mi gemir, llegando, volviendo, ¡persiguiendo como yo!, algo fuera de este confin. Hondo, luengo… como este mismo Viernes. Vivo e inagotable retumba, omnipresente, el tukutín acosador… ¡yo no sé qué contestar!

            Repica una y otra vez, en la eternidad de este vacío marchito… Mi andar es por completo el de un difunto, excepto por algo ¡que me arde! muy dentro. Mis ojos apagados no entienden, vagan hacia el lugar del alba, aguardándola expectantes. Siguen anunciándome el Día por venir en muy vivos colores. Mas todo es gris y fatal, aquí en el Templo del Fuego, donde la llama no tiene lumbre.

            Preterido el Sábado, la luz del Día tornose fábula. El corazón no me late, tan solo me atiza eso ¡tan en lo profundo! Miro al través de esa ventana, yerta, sorbente… y me envuelve esa brisa, frígida y devastadora, constriñéndolo todo en mí ¡desde dentro! Tan solo puedo gritar, desaforado, una y otra vez… por si tal vez exista algún hoyo en los muros de esta noche interminable; y nadie puede oír mi voz. Nadie… Va de nuevo el tukutín azorador… yo… ¡yo no sé qué contestar!

           Ya no hay nada en mí… reducido, y no sé a qué. Me aplasta, insaciable, tu maldito tukutín. Mientras escruto, aún aturdido, recoveco por donde escurrirme, comprendo, espantado, que nada escapa a esta noche. Suben hasta mí rugidos e improperios. ¿Son eternos estos linderos? Ofuscado me encojo. ¡No hay por donde salir! Es implacable redundancia. Entrampado en un sin mañana, busco eludir el sonido de este oprobio que aniega todo aquí en el Templo del Fuego, donde la lumbre jamás existió. Se incrustan mis dedos en el suelo. Desde otro mundo muy abajo, distante y ajeno, alarido perfora mi vientre. Las rojas centellas ya no pueden discurrir. En polvo, derrúmbome. Cual nube que se disipa procuro extinguir mi presencia. ¡Futil! Todo lo devora esta noche de verano; y es tan vasto el tiempo aquí que no puedo saber, por donde llegará, el alba. Y ahí está, acosador, acusador, peregne, el aciago tukutín. ¡Yo no tengo con qué contestar!

          Nada se detiene aquí excepto esta misma noche, ominosa noche de verano. Todo prosigue aquí, tal cual la vez primera. Nada puede alterarse; sellado bajo este hedor todo es inmutable. Mis huesos no hallan calor. ¡Es helada esta noche en Febrero, helada! Fricciono sus confines, como tantas otras veces, por si quizás aparezca al fin, el escondite del alba. Solo soy un gélido humor, pestilente, en la vaguedad de esta noche. Sacudido sin descanso por la ondas de este tu sonido. Me bate, me abate, ¡hace conmigo cuanto quieres! Es curiosidad voraz; es injoneo sin descanso; es vorágine inflexible. ¡Es tu despiadado tukutín reventándome el oído!

           En el Templo del Fuego toda incandescencia ha sido extinta. Ni por la razón, ni por compasión se logró disuadir. Todo hálito fue condenado al olvido. Todo pereció a la sexta noche. Cual ávido sabueso, insaciable interpelación; ya no está. Los vestigios de su irrupción siguen aquí impregnados. Se encrispan las llamas, siempre sin lumbre. Se pierden los gritos en la profundidad de este vacío. Solo los rayos de un nuevo día pueden cesar esta devastación. No hay más cacería, la curiosidad no existe más, hace diez años el final acaeció. Mas en este santuario, silente el lamento prosigue, oyendo el tan frívolo tukutín que nunca llega… Es el primer viernes de Febrero, y es de noche. Álzase invicto el tukutín desolador… tú… ¡tú no quieres más mi contestar!

 

                                    Emanuel Silva Bringas
                                              Lima – Perú

 

Declamado por Giann-Poe: https://www.spreaker.com/user/8360404/el-sexto-dia

                                

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Páginas 31-32

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ANUNCIO

El ave que a Noé volvió nunca me ha visitado esta noche
Recién a mañana plena he recibido su mensaje
Ave que no se place en restauración de los hombres
Siniestra y socarrona portando sorna siempre
impávida y solemne se ha posado sobre mi celosía
graznando con ritmo alegrón pícara noticia

Demoledor su sonido y las paredes ni tiemblan
Hedoroso su aliento y hay aroma en mis fosas
Son plumas de mal agüero cayendo cual sábana
y yo veo tan solo por escribir el triunfo

Qué es entonces lo que este pérjuro pájaro anuncia
o a dónde han ido a parar mis pasos
Estoy acaso sumido en aquel negro bosque
que a tantos hombres como yo ha devorado
O voy caminando hacia la luz aunque del mar a la orilla
¿Qué es esto que de día en día me impulsa
hacia afable y distante destino que divisar no logran mi ojos?

Los tétricos ojos del aún emplumado aseveran
que he caído bajo macabro encantamiento
De los que a sangre fría el corazón ahogan
De los que sin piedad destruyen la razón
¡De los que al árbol de pies robustos corrompen!

En sopor embrumados mis miembros descansan
¡De en espiral interminable trayectoria sofocante!
Revolotea las alas, ¡penumbra se cierne!
Incandescente resplandecerá la lumbrera, eso me digo
¡Será el burlador escarnecido!, y no yo.
¡Y no yo! ¡Y no yo! ¡Y no yo! al ritmo de sus alas, canturreo

En el espejo mis ojos contemplo
y es absurdo el reflejo que en ellos recibo
Todo en mi cámara son nubes
En pedazos se están desprendiendo los cielos,
de seguro en este día
Y la misma estúpida sonrisa en mi nombre pintada sigue,
del siempre porfiado la misma calma serena

En mi oído ad portas la ruina resopla
Graznidos regodéandose el espacio comprimen
Apacible sacudiendo el olvidado manto al ceñírmelo
Contento estirando por el sueño las barbas entumidas
Profriendo en lengua extraña un canto a voz viva,
¡con pasos satisfechos coqueta marcha encendiendo!

Y voy así siendo llevado hacia repentino el colapso
Siendo certero tan solamente el que todo está resuelto
Sea al decir del uno o del otro, ¡el fin ya está dispuesto!
Con ojos cansados procuro la verdad prender
Es bien el delirio o el alba quien todo aquí repleta
Pues solo más tortuosa que el hambre, ¡la sed!

 

                           

                                    Emanuel Silva Bringas
                                              Lima – Perú

 

Declamado por Giann-Poe: https://www.spreaker.com/user/8360404/anuncio

Revista Dúnamis   Año 9   Número 6    Julio 2015
                                   Páginas 31-32

El Llamado

 

 

                              EL LLAMADO

 A los prisioneros de Letras

 

Detén ya ese vomictivo girar en círculos viciosos.
Te conjuro que dejes de orbitar el vacío,
encamínate lejos de aquel vórtice del sinsentido
en el que te has entrampado.
¿Qué mórbido placer
te mantiene en este universo
de sueños siempre pospuestos?

Eres tú quien guarda sellada
esa pútrida mazmorrra.
Cesa de estar hendido a oscuras
forjando tus propios grillos.
¡Sal de este hechizo depravado!
y ve por ti mismo que eres tú
quien tira de tus cadenas.

Pasas la vida anhelando que llegue
tu gran día,
¡el colmo!
constante deshaces lo hecho
¿eres acaso mujer de Odiseo?
Pues ante el atavío siempre incompleto
en amarga insatisfacción protestas.

Préstame oído borracho,
exorciza el agua ardiente de la zozobra
¡deja ya de tanto amarrar el macho!
¡Enferma ver coexistir tu deseo
con el empeño de arrugar!
¿A qué le temes tanto?
¿es que hay algo qué temer?
No es fuente de fluir una pluma asustadiza,
es más bien sentencia de cautividad.
¿Tiene miedo tu corazón de sus propios latidos?

¡Quién sabe si acaso
estarás constriñendo más potencial
del que vives admirando!
y envidiando…

Encuentra de una vez la respuesta.
Pregona el decreto
ábrase la celda
Ponte en libertad.

En el desierto de tu silencio
anhelas oportunidades
siendo tú mismo quien ha osado
ningunear tu habilidad.
¡Jamás estás satisfecho!
¡OLVIDA A LOS GRANDES!

Olvídalos…

Existe tú tan solo,
tu pluma no entiende de ellos;
a ti solo te conoce
y vive para ti.
Sal de bajo la sombra de los que antes de ti fueron.
No fue para esto que ellos resplandecieron.
Tampoco fue con tu actitud
amilanándose así,
que se consiguieron el lugar que contemplas
con incrédulo estupor,
siendo que lo codicias tam-bién
para ti.

Basta de dudas y tanta cautela,
son los miramientos el credo del timorato.
¡Más reflexión de la debida
se torna sinsentido!
Escribe tan solo, ¡produce!

Basta de tanto aplaudir noche y día.
Ese es oficio del que no puede.
¡A ti te hierve el talento en la sangre!
y eso es todo al fin.
Esa es la prueba de que vives.

¡Suéltate así!
trepa fuera del calabozo del absurdo.
Suprime la censura
que es fuera del papel.
¡Da a luz primero!
Produce tan solo, ¡escribe!
Más de esto no hay.

Abandona los miedos.
Vuelvan al vórtice vano al que pertenecen.
Tú eres propio en cambio de ese influjo
que te satura el pecho a estallar
con un abrasador y trepidante deseo:
Uno solo,
discurrir.

No entiendas razones para reprimirte.
¡No las hay!
Escribe tan solo, ¡crea!

Existan por tu pluma
las maravillas de este siglo.
El presente no se irá sin consagrar sus propios grandes.

¡Discurre!
¡No te retengas!
Es esa la verdadera insolencia.
¡Discurre!
No detengas la pluma
la Gran Tradición a la que rindes culto
no se dará abasto con el ayer.

No hay obra maestra que haya desconocido,
el tránsito por la imperfección más honda
y los senderos accidentados de la tosquedad.
Asume con entereza las falencias,
lejos esté de ti semejante inmadurez.
La perfección es esquiva.
No actúes como si lo hubieses olvidado
¡sabe que solo los incansables se llegan a ella!

Cuando logras una pieza al fin,
te censuras sobremanera,
te es poca cosa lo mejor de ti.
Basta ya de mediciones impertinentes:
¡Eres tú!
tu propia medida
¡Eres tú!
a quien has de superar

Produce tan solo, ¡escribe!

Si rindes a mi voz tu hesitar
transcurrirá el tiempo y sin notarlo,
te encontrarás armonizando
con el resto de aquel legado
que tanto te ha sobrecogido.
Un paso a la vez, hermano mío
se cubre y recorre así toda distancia.
Entiende de una vez
que para poder sobresalir
¡es menester primero haber salido!

No es la luz un lujo, muchacho,
es más bien la penumbra del encierro
la habitación para ti más inapropiada.

 

Emanuel Silva Bringas
 
 
 
Revista Dúnamis   Año 5   Número 5    Octubre 2011
                                         Página 29-32

Exequias

 

EXEQUIAS

(4-7-11)
El hijo de mi madre ha muerto.
No se escucha un solo gemir.
El hijo de mi madre ha muerto.
No hay nadie que sea infeliz.
El hijo de mi madre ha muerto.
Nadie lo ha visto partir.
 
Es algo nunca antes visto el frenesí del danzante. Cántico que sus labios rocían, no se ha oído jamás. Es un júbilo que traspasa la imaginación y los mundos. Perplejidad y estupor del luto; la ira del lamento y la aflicción. ¿Quién es este demente, capaz de desafíar todo entendimiento en este páramo? ¿Qué es este poder, ese ímpetu, que lo mueve en pasos desaforados que nadie puede interpretar?
 
El hijo de mi madre ha muerto.
Se ha ido tan repentino.
Quitado fue de entre su casa.
¡Nadie lo vio al partir!
 
Bate así los brazos alzados, rascando los cielos todos. Sus pies repican sobre tierra sellada. Liberta su voz un grito desaforado, un nombre no conocido. Ha tornádose un espectáculo. ¡Celebración! Se ha levantado un ambiente de fiesta. Se ha derramado un torrente de risa. No encuentra lugar la inhibición. ¡El carcajeo gobierna el aire!
 
El hijo de mi madre ha muerto
alguien más ha bajado
a llenar sobre la cárcava
la más extrema ovación.
 
Fuerte luz sobremanera. Irrumpe el compás de los tambores. ¡Gloria ignota es! Surca el parecido entrambos; ¡iguales en desenfreno y locura! Es aun más asombrosa la presencia de este otro. Arden sus ojos con la llenura de la satisfacción, largo fue su anhelo ¡e implacable su persecución! Tanto se parecen el uno al otro, ¡es idéntico su danzar! Paso a paso fluyen en un mismo festejo. Tanto se han sumido en luz y estridencia; son como uno solo. No se sabe más quién es quién. Debe ser uno del otro el reflejo, como si hubiese aquí, ¡un espejo sobrenatural!
 
El hijo de mi madre ha muerto
su funeral no es sino
regocijo celestial.
 
Han desatado una fragancia impertérrita. En vueltas y saltos han proclamado una pasión. El alboroto de su baile ha establecido un dominio. El aroma de su corazones uno mismo es. Empiezan a reconocer y someterse los espectadores. Ya nada resulta irracional. El amor que los estrecha hasta fundirlos, manifiesto se ha hecho ya, como una enseña en el crepúsculo. No existe modo en que este pueda, dejar de ser reverenciado. Tangible se ha hecho su realidad, ¡pesa sobre esta tierra que los ve amarse! Va avanzando, va cubriendo, ¡todo en derredor!
 
El hijo de mi madre ha muerto.
Sobre mi tumba un reino ha nacido,
no existe paz mayor
que la de mi descanso.
 

 

Emanuel Silva Bringas

 

 

Revista Dúnamis   Año 5   Número 5    Octubre 2011
                                Página 22-23

La Tumba de los Inmortales

 

La Tumba de los Inmortales
 
  La cámara era fría y ancestral. Las más sagradas memorias de su gente allí residían. Cada una de aquellas imágenes infundía en su pecho una fuerza sobrenatural. Fuera del recinto se oían las estridencias de la destrucción, los gritos mórbidos de gente excitada, y el ruido sordo de la muerte. Él continuaba en su acto contemplativo, casi ceremonial. La diversidad de sonidos agresivos se acercaba más, más… Pensó, con sorpresa de sí mismo, que después de todo, aquel bullicio parecía tener una cadencia, que podía aun tenérsele por melódico. Luego, en la profundidad de su corazón, procuró asir un concepto que su gente creyó siempre no lo necesitarían. Procuró saber cómo operaría un sibádohqe en sus circunstancias, y cuál sería éste. En pocos segundos entendió: ya era tarde para eso. Fue tal vez un error no prever un día tal, o simplemente aquella expresión – inaudita – de su padre lo explicaba todo: la maldición de la excelencia. Recordó entonces las palabras últimas de su progenitor:
Cuando estas puertas empiecen a ser violentadas, sábete el último de nuestros reyes. No te detengas a pensar en el porvenir, sábelo inexistente. Enfrenta el momento; asume tu investidura. Llénanos de orgullo. Defiende este recinto como uno de nosotros, los que fuimos antes de ti. Sé aun más que nosotros, el día así te lo exige. Ha recaído sobre ti el cerrar el círculo de nuestras proezas. Ten presente, al ser rotas esas puertas, el solo momento te habrá hecho más grande que tus predecesores. Fuiste elegido tú para asumirlo. Sábete el indicado. Ten pues la entereza que nos hizo renombre… y trajo sobre nosotros este día – de lo que no hay que arrepentirse, hijo mío. – No te conformes con el ensalce del solo momento, maximízalo. Graba en la historia lo que hasta antes de ti se creyó inimaginable. Te amo…
Miró a los jóvenes que con él habían crecido, aquel centenar consagrado a estar siempre a su lado, destinado ahora a compartir con él la última llamarada de lo que se creyó un fuego inapagable. Aún no comprendía. ¿Cómo llegó a ser este día? ¿Tanto podía dar de sí la maldad sobre la tierra? Escrutó sus semblantes, no vio muchachos confusos. Eran dignos del peso de la hora; su resolución, incólume. Se sabían dueños de la última línea en la historia de los suyos, y no tan solo de sus vidas. Cuando el fragor llegase a las puertas ellos serían más que la guardia élite del Rey, serían toda su fuerza, el último ejército de su pueblo. Palpó sus almas y conoció que no había hombres más dignos que ellos para estar con él en tal situación. Regocijose.
  Le pareció sentir que el viento soplaba en su cara, tierno, acogedor. Era una sensación, nada más. Siguió acariciando las paredes frías con su mirada. Pronto se teñirían de sangre, pensó. ¿Quedarían al cesar, paredes ensuciadas, o una pintura magistral sería grabada en ellas? Expiró con violencia, e inconformidad. Volvió sus oídos hacia afuera, la cadencia era muy veloz. Acercábase el crescendo. ¡Cuán distinto se había hecho todo!
No había nada que lamentar. Anhelaba, sí, un mañana diferente, pero no resentía nada. Su corazón se fue por un instante con la tierna muchacha a quien debía desposar el siguiente día. El día que jamás vería… Se preguntó si ella tendría la misma claridad, de entender la situación como él lo hacía. Como ella, todas las mujeres que habían enviado lejos, optarían por morir sin hijos. Se conformó con que no viesen, ni gustasen, el ocaso…
¡Las puertas retumbaron! Los alaridos se esparcieron tras ellas. Los jóvenes se formaron y el deslizar de las armas produjo una nota alegre a sus oídos. ¡Bendito sea siempre nuestro Rey!, proclamaron. ¡Benditos seáis vosotros siempre!, contestó… La perplejidad se apoderó de ellos. Ninguno antes de él había dado semejante respuesta. Los miró exacerbado, alzó los brazos e inició el discurso ceremonial…
Es un día negro. Presente y porvenir tenebrosos son. Este es el reino que mi padre me ha heredado: Vosotros y esta cámara sagrada. Esto recibo y por esto me doy. Tras esas puertas resoplan los ilusos. Se creen capaces de vencer lo que, según ellos, son los restos de un reino ya derrotado. Nosotros no conocemos la derrota, tan execrable concepto jamás ha cabido en nuestra mente. Tal es el secreto de nuestra grandeza, lo sabéis bien. No somos lo que resta, somos el renuevo. Lo escogido para dar la lucha definitiva. No habrá mañana, es cierto. Habrá eternidad. Una vez más seremos el asombro del mundo.
Gritó. Gritaron. La sala fue llenándose de fiereza, hasta cubrir sus cabezas. El cerrojo se resquebrajó. Él dio medio vuelta, aguardando la irrupción. Tras de sí, aguardaban también los suyos, con esa misma vehemencia. El siguiente golpe abrió su campo visual por un brevísimo instante. Su primera visión del exterior fue semejante a una fulminación. Sus enemigos habían congregado un ejército cual nunca se ha había visto en la tierra. Jamás tantos grandes se habían unido en un mismo propósito. De tan vasta y férrea muchedumbre, que cuando vista por vez primera se dijo “he allí hombres como la arena del mar”¿era solo eso lo que quedaba? ¿Se atrevían a desafiar su recinto, cinco millares tan solo, tal vez un poco más? ¿Era eso todo lo que había sobrevivido a su padre y los suyos? Dudó por unos instantes de su pericia en tales cálculos. Culminó aquel golpe y de hacerse la abertura. Pudo verlo todo. Las puertas volaron muy cerca de él. Contempló. Admiró. Sonrió.
Su cálculo había sido acertado. La tarea se presentaba difícil en extremo, mas no imposible. No en vano su pueblo se había ganado el renombre por el cual juraron destruirlo. La marea lo cubrió. Por unos instantes se detuvieron todos sus pensamientos. Solo habían sonidos. Solo había movimiento. Muerte. Silenciamientos. Una caída tras otra. Su reinado sería el más corto, entendió. El más memorable, empero. Penetró en los semblantes de sus contendores. Encontró agotamiento y horror. Comprendió que aunque estaban allí presentes, batiéndose con él, no habían sobrevivido del todo a sus antecesores. Meditó en la gloria de su pueblo, en su fama y maestría. Recordó los días de su entrenamiento. La recordó a ella, y el día desde el cual la amó. A su alrededor la sangre se esparcía. Sus movimientos fluían con naturalidad inconciente. Cuando lo notó supo que había alcanzado el zoværik, lo que los demás mortales entienden como el estado de invincibilidad. Sus brazos eran ágiles y mortales, su mente ignoraba a sus enemigos. Miró alrededor, se apercibió de la magnitud de la ruina y resonó en su interior lo tantas veces dicho por su padre: la maldición de la excelencia.
¿Era en verdad su supremacía lo que había decretado su fin? ¿Fue el escalar hasta lo más alto lo que determinó la caída de su gente? ¿O fue tan solo la voluntad enemiga que afrontó con inclemente astucia la amenaza que le eran? ¿Había respuesta para tales preguntas? Tal vez sin aquella excelencia nunca Habrían visto los días pasados. Habrían perecido mucho antes, sin tanto ruido. Ante esta palabra cobró conciencia del mundo real. Las notas estridentes habían cesado. Ahora estaba solo. Todo su pueblo había pasado ya. Lo único que llenaba la sala, la fortaleza toda, eran las voces de un puñado de uniformados, que jadeando procuraban terminar con el último hombre en pie. Se convenció de que todo había acabado. Aquel largo sendero de cadáveres desparramados sería semejante a una escritura prolija. Esos muros no contendrían más poderío, sino memorias. ¿Era un justo destino para un lugar tan majestuoso? No podía permitirse.
Oyó un cuerpo caer  sobre otro. La melodía había cesado. Con piernas endebles, aún permanecía semiparado. Desde el suelo se elevó una voz tenue, pero igual de detestable e inconfundible. Era el gestor de esa inefable alianza. Trató de recordar, y no podía identificar el momento en que este fue derribado. Discutió con él hasta que el caído hubo de reconocer su derrota y expirar. Mostró una sonrisa torva, impropia de él, y dejó de mirarle. En su corazón observó el trono que estaba a sus espaldas, sobre el cual nunca se había sentado. Deseó depositarse en él. No estuvo seguro de poder llegar hasta allí. Era más digno quedar en la posición que había mantenido, y en la que había prevalecido. La sala era suya… Era un mural, y la calidad de su arte, escapaba a este mundo… Depositó una rodilla sobre sus adversarios. Alzó sus ojos al cielo; elevó una plegaria. Observó alrededor contemplativo, satisfecho, disfrutando sus últimos respiros. Nunca se había sentido tan dichoso. Era una dulce expectación. Cuando en su vientre sintió llegar la última conmoción, alzó el grito: ¡Dær Tunaf! 
Ha muerto. Un movimiento telúrico se ha apoderado de su entorno. La tierra se prepara a envolver el escenario. Montañas se están irguiendo alrededor. Declina ya la luz. Karat-takus permanecerá oculta, hasta que se hayan desvanecido las pruebas de su ocaso.

 

Emanuel Silva Bringas

Revista Dúnamis   Año 5   Número 4    Septiembre 2011
                                       Página 29-32