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Soy el Ser Humano

Autor:  Leugim Sarertnoc 
             Dajabon – R. Dominicana

 

SOY EL SER HUMANO

Yo soy el ser humano
piedra olvidada en el desierto
donde el dolor es un teatro alegre
y el tiempo, Perro enfermo.
Yo soy el ser humano: soledad
donde convergen todas las ideas
y atracan todas las tempestades.

Y eso nadie lo cambia.
Ni sentarse con una estrella
a ver una pieza teatral
donde el actor es otro ser humano
que se busca a sí mismo en el espectador
que se busca a sí mismo en el actor.

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 17   Mayo 2017
                                   Página 26

Círculo

Autor:  Leugim Sarertnoc 
             Dajabon – R. Dominicana

 

CÍRCULO

No sabe el cabalista de su suerte
ni del río que fluye por la herida
que los años causaron a la vida
para llenarla de silencio y muerte.

Cual navío que boga al mar profundo,
impredecible y triste como un muerto
sin esperanza de volver al puerto,
así vagan los hombres por el mundo.

El ave montaraz y el hombre humano
volverán, sin saberlo, a su pasado
de soliloquio eterno donde el hado
ya no podrá tocarlo con su mano.

Todo vuelve al lugar de donde vino,
sin extraviar el místico camino.

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 17   Mayo 2017
                                   Página 2

El Incrédulo y el Muerto

Autor:  Leugim Sarertnoc 
             Dajabon – R. Dominicana

 

EL INCRÉDULO Y EL MUERTO

 

“Uno menos en el mundo, y uno más en el cementerio”. Estas fueron las primeras palabras de Luis al llegar a mi casa, el viernes trece del mes pasado. Luis es mi amigo desde que yo llegué a Dajabón a los treces años de edad. Crecimos juntos. Todos los días nos reuníamos para jugar canicas y otros juegos de adolescencia.
–Pobre muerto –continuó hablando, mientras se acomodada sobre el tronco de pera, derribado por la tormenta del mes pasado, en el patio ulterior de la casa, donde casi todas las noches nos reuníamos a hablar de cuanto se nos ocurría.
Yo estaba sentado frente a él, escuchando con gesto filosófico.
– ¿Y tú crees, Luis, que Ramón realmente está muerto? –Pues, claro que está muerto, ni modo que esté vivo.
Respondió sin pensarlo dos veces, mientras dejaba escapar una burlesca sonrisa.
—No, Luis, todo depende de lo que se entienda por muerte y por vida. Creemos que vida es existencia y que muerte es inexistencia. Empero yo no lo veo así. La palabra griega para muerte es tánatos cuyo significado es separación. Si muerte es separación, entonces vida es cercanía, unión, estar. Lo existente está muerto por cuanto está separado de la eternidad, con la cual solo nos unimos al morir, que es en realidad vivir.
Yo creo, Luis, que la vida es un profundo sueño del que solo despertamos al morir. Como dijo Calderón de la Barca: “la vida es sueño”. Creo que cuando morimos es que realmente nacemos al más allá, lo eterno; y empezamos a vivir a plenitud.
–Tú con tus alegorías, Miguel. Yo pienso en qué será de Ramón ahora que está muerto, ¿recuerdas que fue él quien envenenó a todos los perros del sector.
–Claro que, Luis, nunca lo olvidaré; recuerdas que mi querido Terry también fue víctima de aquel funesto perricidio; albergo la esperanza en que mi travieso Terry habrá congregado a todos los perros envenenados para darle la bienvenida a Ramón en el más allá.
–No creo que Terry pueda hacer eso, pero me gustaría le dieran esa bienvenida a Ramón.
–Sí, Luis, muy buena bienvenida –le dije sonriendo.
–Sabes algo Miguel, tú dices que los muertos salen; yo creo en el más allá, pero no en esas famosas apariciones; eso en cuentos suena muy bien. Pero solo es cuento y nada más.
–No te preocupes Luis, lo comprobarás tú mismo cuando esta noche Ramón te haya salido.
– ¡Bah!, no se te cumplirán tus deseos; eso no es posible. Y no le conviene a muerto aparecérseme, porque lo mato, Miguel, te juro que lo mato.
Mientras dijo esto rió a carcajadas hasta que mis palabras atravesaron su risa así como un relámpago atraviesa el oscuro tendal del cielo:
–No, Luis; eso que acabas de decir si es realmente imposible. Creo que los muertos mueren, pero, ¿que tú mates uno? No, no lo creo posible.
Luis quedó en silencio, al parecer convencido de que estaba equivocado.
Muchas veces habíamos hablado de este tema. Pero esta noche era distinta a todas las anteriores. Cuando dejábamos de hablar, un silencio sepulcral invadía nuestra tranquilidad; los grillos que siempre cantaban ya no lo hacían; sabíamos que había aire porque podíamos respirar, pero este no era perceptible; la copa de los árboles no se movían; la luz mortecina de los faroles cada segundo palidecía más.
Todo presagiaba infortunio. Esa noche algo malo acontecería; podía sentirlo. Ramón era malo, malo, muy malo, y ya lo teníamos por experiencia: siempre que alguien malo moría, algo malo pasaba. Algo ocurriría esa noche, yo estaba seguro.
Esa noche fue cuando más hablamos sobre la muerte, y de cosas que habían pasado con personajes misteriosos. Hasta llegué a contar “El corazón delator” y “El gato negro” Edgar Allan Poe.
La tensión había aumentado infinitamente, y por un momento me sentí héroe al ver que pude influir en Luis, quien haciendo gran esfuerzo en demostrar que no sentía miedo, reveló todo lo contrario, como casi siempre sucede con todas las personas.
Y Luis seguía frente a mí. Sus ojos negros estaban fijos mí; se ponía la mano en la cabeza y escuchaba en silencio. El diálogo iniciado por él ahora parecía un monólogo donde solo yo hablaba. Bajó la cabeza como tratando de soslayar mis palabras, y no dijo nada. ¿Qué le sucedía? Sencillo: para llegar a su casa tendría que pasar por el cementerio.

***

Finalmente, Luis habló, y puesto de pies dijo:
–Bueno, Miguel, ya son casi la 12:00 y tengo que irme. Que duermas bien. Nos vemos mañana.
–De acuerdo Luis, mañana nos vemos. Y ten cuidado con Ramón –dije adrede, mientras le veía partir.
Me quedé mirándole hasta que desapareció de mi vista.
En esa calle, en el fondo, se veía el cementerio, y al verlo, el terror aumentaba más en Luis. Por segundos sus piernas temblaron, mas con un pequeño esfuerzo mental pudo estabilizarse y seguir adelante. Después de esto no había caminado mucho, cuando fijando la vista hacia el final de la calle, visualizó un personaje vestido de blanco caminando hacia él. En esa calle, como en muchas otras, las lámparas eléctricas no funcionaban, estaban averiadas; en el cielo no había luna, ni estrellas.
El personaje avanzaba hacia Luis. El corazón de Luis palpitaba cada vez más rápido, los pelos se le erizaron, las piernas se le debilitaron, su mente no coordinaba. Y el personaje se acercaba más y más. Luis deseaba correr, pero por el momento era incapaz.
“Me quedaré aquí, parado —se dijo— hasta que ese maldito muerto pase”.
Y se paró a un lado de la calle, sin quitarle la vista de encima al muerto.
Cada segundo Luis se ponía más nervioso. Cuando el personaje estaba lejos, Luis albergaba la lejana esperanza de que no se tratara de Ramón, sino de un pariente suyo, que, como era costumbre en el pueblo, se había vestido de blanco para dar los últimos adioses al difunto. Pero ahora que el muerto estaba frente él, Luis estaba claro de que no era ningún pariente, se trataba del mismísimo Ramón. El mismo rostro, con única diferencia, que ahora en lugar de ojos, tenía dos huecos profundos, en el fondo de los cuales se veía el mismo infierno.

No lo podía creer, en su estado, cualquier cosa podría estar pasando. Se tocó la cara con las manos, como tratando de comprobar que no estaba durmiendo. Su mente gritaba tan fuerte, que por un momento creyó despertaría el vecindario: verdaderamente es Ramón, –gritaba su mente desesperada– ¡me ha salido Ramón! Sus pies que antes habían permanecido como estatuas de plomo, ahora se sentían ágiles como plumas. ¡Y para qué dejar que se acercara más, si ya sabía que era Ramón¡. Emprendió la huida, rápido como un relámpago. Ramón también se precipitó detrás de él. Luis no sentía sus pasos, no se sentía, no supo más de él. El muerto y Luis corrían tan veloces, que pasáronle por el lado a un grupo de personas que iban para no sé dónde, y no les pudieron ver. Tres vueltas le dieron al cementerio sin que el muerto pudiera alcanzar al vivo. Luis no encontraba el camino a casa y al encontrarlo se sintió reconfortado. Siguió veloz hacia su casa y el muerto tras él.

Luis llegó a su casa. Por suerte halló la puerta abierta, y pasó como un rayo hacia la habitación, cayendo de golpe sobre su cama, pues a la velocidad que iba, a cualquiera le hubiese sido difícil parar. Sudaba a cantaros.

La madre de Luis, entró de prisa a la habitación:
–Pero, muchacho ¿qué te ha pasado? –dijo sorprendida al ver la condición en que estaba su hijo.
Luis se puso de pie e intentó explicarle, pero no le salieron palabras. Acto seguido se desmayó.

Esa fue, quizás, la peor noche de Luis.

Al otro día, temprano. Quería que Luis me contara como le había ido con Ramón. Porque yo sabía que esa noche algo sucedería, lo podía sentir, todo lo presagiaba. Al llegar me pidieron que pasara de inmediato. Ya Luis estaba mucho mejor, pero no había querido hablar con nadie de su experiencia. Al verme marchó hacia mí, y señalándome un instante con su índice me dijo:
–Si en verdad eres mi amigo, jamás me hable de muerte ni de muertos. – y procedió a contármelo todo:
–Ya lo creo Miguel, ya lo creo: los muertos salen, sí, y con mucha vida que salen.
Los vecinos y familiares que se habían reunido, lo escuchaban sorprendidos. Luis no paraba de hablar, por lo que me vi obligado a interrumpirle y decirle amarrándole fijamente:
–Luis, realmente, los muertos no salen, cuando alguien muere su cuerpo va al sepulcro, el espíritu va a Dios que lo dio y el alma va al lugar que eligió mientras estuvo en este mundo, ya sea el paraíso o el lugar de tormento; esos supuestos muertos que le salen a los vivos son espíritus demoníacos que, tomando la imagen de personas que han muerto, salen a hacer maldades.

Diciendo esto me paré del mueble en que estaba sentado y me despedí. Y mientras iba a casa pensaba en el raro episodio de un muerto corriendo detrás de un vivo, dándole vuelta al cementerio, a la 12 de la noche.

Lectura en la voz de Giann-poe: https://www.spreaker.com/user/8360404/el-incredulo-y-el-muerto

Revista Dúnamis   Año 10   Número 14   Octubre 2016
                                   Páginas 9-13

Mi Venus

Autor:  Leugim Sarertnoc 
             Dajabon – R. Dominicana

MI VENUS

Como cantos de dulces ruiseñores
cuando lloran las nubes de alegría,
veo “dioses” rendirte pleitesía,
y suplicar de hinojos tus amores.

Luz personificada, tenue diosa,
mujer que no es mujer por ser tan bella,
la luz que emana Apolo, y cada estrella
reflejo es de tu gracia primorosa.

Me da en el corazón tu nitidez,
me da para matarme mas no puede,
no puede por la vida que concede,
más vida que la vida, sí, tal vez.

Me muero y me revivo, dulce diosa,
por comer de las mieles de tu fuente
y apagar este cuerpo refulgente,
y anegarme en tu boca voluptuosa.

Oh, Venus, dueña mía, te venero,
mujer que no es mujer por ser tan bella,
te venero por ser mi fiel doncella,
y ser Vulcano es lo único que quiero.

                                

Revista Dúnamis   Año 10   Número 12   Febrero 2016
                                   Páginas 35

Soneto de Metal

 

SONETO DE METAL

Quiero hacer un soneto de metal,
una daga tal vez, una saeta,
un soneto que sea más letal
que la falta de musa en el poeta.

Ya no quiero escribir tan natural,
quiero ser más profundo, cual profeta
que conoce el designio celestial,
quiero hacer un soneto de planeta.

Así quiero un soneto, subversivo
cual cicuta que mata lentamente
como quema el amor con fuego vivo.

¡Si me hiciera poeta de repente
para hacer realidad lo subjetivo
lo que siente mi vida, lo que siente!

 

 

             Leugim Sarertnoc
Dajabon, República Dominicana

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11    Enero 2016
                                    Página 26

El Gran Robo y su Castigo

 

EL GRAN ROBO Y SU CASTIGO

— ¡Alto ahí. ¡No se mueva!, manos arriba, está detenido.
La miré de frente y todo mi cuerpo tembló, no por la pistola con que apuntaba, sino por lo hermosa que era, por su inigualable belleza, y su mirada de infinito. Era indeciblemente bella y esbelta, deleitosa más que Venus, tal vez.
Se trataba de Anna Briones, de veinticinco años de edad. Briones, la joven que llegó a mi pueblo siendo adolescente y a los veinte años se fue a ciudad capital y regresó como teniente. Desconozco las razones por la que entró a la milicia. Sufrí mucho cuando se fue, aunque ella nunca supo que yo moría de amor por ella, pues nunca se lo dije a nadie, y mucho menos al silencio que todo lo vocifera. Solo lo sabía mi triste corazón.
—¿Usted, señorita Briones? ¿qué sucede? Me conoce, sabe que no ando en cosas delictivas en la calle, solo iba pasando, vengo de casa de mi amigo y voy a la mía.
—Cállese —díjome como un disparo— éstas no son horas para que una persona que se dice seria ande vagando.
No perdió tiempo, se acercó para esposarme, con una mano sostenía la pistola, pistola que pensé quitarle, dado que estaba muy cerca de mí y no tenía el dedo puesto en gatillo; pero si eso hacía, luego podría decir que la asalté y le creerían, entonces sería peor para mi. Así que preferí dejarme llevar. Me esposó las manos y me indicó que caminara hacia su casa.
—Es muy tarde, mañana lo entrego al cuartel de la policía.
—¡Pardiéz! —dije algo irritado—. Teniente, ¿me puede decir la verdadera causa por la que me arresta?
—La razón es que se llevó a cabo un gran robo. Un robo que me tiene consternada y casi muerta.
—¿¡Que!? —interrumpí— ¿me está diciendo que soy sospechoso de robo?

—No, no eres sospechoso, tengo la certeza de que usted es el único responsable.
Esas palabras me irritaron en gran manera.
—¿Cree usted que ignoro la ley? para hacer esto le es necesario una orden de arresto, ¿do está?
—No puede haber orden, nadie sabe de ese robo, solo yo.
—Nadie sabe de ese robo, teniente, porque no existe el robo, el robo no existe, —le dije irritado.
—Anna, te juro que si salgo vivo de aquí, haré que te cancelen y que vayas a la cárcel.
—Si sale vivo —me dijo con una pícara sonrisa.
—Nunca te creí capaz de esto, con razón era tan silenciosa.

Estábamos sentados en la sala de la casa, al escuchar mis palabras sonrió y me dijo que era hora de dormir. Y abriendo una puerta me encerró en un cuarto. En el cuarto, luces blancas, una muy buena cama y entre otros adornos, un perfume suave de jazmín, parecía que fue preparado para pasar una romántica noche con alguien especial. Pero de algo estaba seguro; ese alguien -si existía-, no era yo.
Una hora más tarde entró y me esposó al espaldar de la cama. Al parecer sabía que estaba pensando escaparme. Abandonó el cuarto de inmediato. Allí quedé recostado, meditabundo. De repente vi abrirse la puerta, pero nadie entró. Pensé que se preparaba para entrar a cortarme pedazo a pedazos como hacen en las películas, serré los ojos para ver si me dormía y calmar así la furia. Me quedé dormido, y mientras soñaba que me sacaban las uñas con una aguda navaja, algo me libró de la tortura al despertarme. Era ella, la teniente. Estaba vestida como vino al mundo, así era siete veces más bella. Ardiente, se acercó, me besó, me arrancó la ropa. Besó mi boca, mi pecho, mi abdomen, mi todo, quería devorarme. Tenía hambre y sed.
—Suéltame de esto, por favor —le imploré, le grité— y al instante me soltó.
—Yo estaba catorce veces más hambriento y sediento que ella.
—¡Al fin te tengo!, —exclamó, ardiente y voluptuosa.
Nos besamos ardientemente. Dulce su boca más que la miel, y dulce su pecho más que su boca. Realmente, toda ella era dulce.
—Eres mi primer amor… —me dijo— y el ultimo.
—Tu también eres mi primer y mi último amor— le respondí.
Y estremecida me volvió a besar apasionadamente, como una fiera hambrienta.
Después de consumado el acto, me pidió que la excusara por haberme de
llevado de esa forma a su casa, me dijo que había hecho distinto planes y que ese fue el que consideró más eficaz.
—Es que desde adolescente —me dijo— he estado muriendo de amor por ti y tu nunca lo supiste, nunca se lo dije a nadie, nunca me atreví a decírtelo, sufrí mucho por ti cuando me fui a la academia militar. Nunca he puesto los ojos en alguien más que tú.
—Amor —le dije— yo también desde adolescente he estado muriendo de amor por ti y tu nunca lo supiste, nunca se lo dije a nadie, nunca me atreví a decírtelo, sufrí mucho por ti cuando te fuiste a la academia militar, y nunca puse los ojos en nadie más que tú.
—¿Sabes cuál es el gran robo?, —me dijo con una oscura sonrisa en los ojos—. Mi vida, tú robaste mi corazón, mi alma, mi ser, mi todo. Mi corazón tembló al escuchar esas palabras y ver la sinceridad con que la dijo, escuché su alma en su voz. Vi el universo en su mirada.
—De ti a mí no se sabe quién es más ladrón, —le dije sonriendo, mientras que al mismo tiempo la besaba, y lo que no hacía mucho tiempo había terminado, volvía a comenzar de nuevo, pero con más pasión. Era mi turno.
La noche pasó fugaz y no nos dimos cuenta. En momentos así uno pierde la noción del tiempo.

 

             Leugim Sarertnoc
Dajabon, República Dominicana


Revista Dúnamis   Año 10   Número 10    Noviembre 2015
                                    Páginas 11-13

Frente al Río

 

FRENTE AL RÍO 

“Amicus Plato sed magis amica veritas”                                                                                                                        Aristóteles

Hoy como Heráclito
me encuentro frente al río, filosofando.
¡Tantos días perdido y hoy me encuentro!
Filosofando me encuentro y a veces filosofando me pierdo
pero hoy me encuentro…
Han pasado dos décadas
y es ahora que vengo a darme cuenta
que he vivido siempre frente al río.

Se sumerge un terrícola, y otro
primero en el limo, luego en el río, después en el tamo
y después en la nada
y después…, y después de después…
Quieren repetir el acto
empero “nadie se baña dos veces en el mismo río”.

La vida es un día frente al río
una tarde
un crepúsculo
una noche.
Vamos de la nada al río.
A la nada vamos del río,
o tal vez del todo vamos al río
o vamos al todo del río.
¡Siempre hay un “tal vez”!

Hoy
al encontrarme cómo Heráclito frente al río, filosofando
me atrevo a decir como Zenón
que el muy veloz guerrero Aquiles
no le gana la carrera a una tortuga.

Y, si no pueden los semidioses,
¿cómo podrán simples mortales?
van de prisa al futuro
quieren llegar al futuro
y cuando lleguen al futuro
se percatan que al llegar al futuro
han llegado al pasado.

Velozmente
pasan los mortales en el tiempo
y dicen que es el tiempo quien pasa.
A ellos los mata la filosofía,
ella al que no da vida mata.

El tiempo es inalterable
nunca pasa
existirá por siempre,
pasamos nosotros.
El viaje es infinito
cómo infinito el tiempo.
No es posible un viaje infinito en un tiempo finito.

Hoy como si fuera poetafilósofo
me encuentro filosofando frente al río.
¡Sì, me encuentro!

Hoy, cómo si no fuera yo
me dejo dominar por una musa
extraña y misteriosa
cómo yo.

Hoy, que ni soy yo ni filósofo ni mucho menos poeta
me pregunto, ¿quién soy?
y respondo: “quién no soy”
y pregunto, ¿quién no soy?
y la respuesta parece no existir.

La vida es una pregunta
cuya única respuesta es otra pregunta sin respuesta.
¡Cuantos no soy yo, y cuantos no son yo!

Hoy,
al encontrarme cómo el griegoefesio
frente al río, filosofando,
me siento Alquímedes
grito ¡euréka! sietes veces
y salgo corriendo en mis adentros..

El mayor descubrimiento es descubrir
que no hemos descubierto nada.
Ni siquiera esto.

¿Así que la vida es un día frente al río?

y llagará la tarde
y llegará el crepúsculo.
y llegará la noche
y llegará la nada.
Y tal vez con la nada llegue el todo
siempre hay un “tal vez”
¡pardiez!, ya lo dije.

 

                                   

             Leugim Sarertnoc
Dajabon, República Dominicana

             

Revista Dúnamis   Año 9   Número 8    Setiembre 2015
                                    Páginas 14-16

Dualidad: Miedos y Recuerdos

 

 

DUALIDAD: MIEDOS Y RECUERDOS

Estaba silenciosa la noche, y el cielo carecía de brillo. No había luna, y las gélidas estrellas se habían arropado con gruesas nubes negras. El reloj marcó las onces y estoy sentado en la casa de campo pensando en las viejas historias que me hacía mi abuelo, hace diez años. Historias terroríficas con las cuales impedían que saliera de noche. Hacía mucho tiempo que no visitaba el campo. Los muchachos, quienes fueron mis amigos de infancia, me invitaron a una fiesta en la que se amanecería. Les dije que me quedaría en casa con mis padres hasta la media noche y luego iría para estar con ellos. No conozco el miedo. Es la doce, y con una linterna alumbro el sendero que tránsito. Los grillos entonan un nostálgico canto, y el viento emite un silbido de mal auguro. Inmediatamente crucé el río comencé a escuchar unos pasos algo distante, pero cada minuto más cercanos, pensé que la mente me engañaba, pero no; entonces traté de engañarla a ella pero fue inútil. Llegaron a mi cabeza las viejas historias. Y de repente comencé a sentir que alguien me pisaba los talones. Miré hacia atrás y no vi nada. Mi corazón tembló, y mis pies se pusieron livianos cómo el viento. Emprendí la huida, y al hacerlo dejé de sentir el invisible ser que me perseguía, y me sentí aliviado, aunque no por mucho tiempo, ya que bruscamente me estrellé contra un horrísono ser (el mismo que me perseguía). Era más horrible de lo que me habían narrado, no cabía en la imaginación de nadie. Mis piernas se debilitaron, al oír la mefistofélica y espectral voz que dijo: “a mí nadie se me escapa” Al ver el ademan de sus horribles manos, me desmayé. Al otro día aparecí en la iglesia, sin saber quién me llevó. No tenía un rasguño, pero mi mente aún no coordinaba, y por dos días de mi boca no salieron palabras.

                                   

             Leugim Sarertnoc
            (Miguel Contreras)
Dajabon, República Dominicana

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Página 23

Behetría

 

BEHETRIA

 

Y de repente me hallo sumergido
en la vida transparente y oscura
do el cerebro de todos, confundido
se sumerge en el mar de la locura.

Han pasado veitiunas primaveras
floreciendo pero no dando fruto;
es la mayor de las penas severas
que me subyugan… ¡y aún así disfruto!

Transmite un llanto la tierna sonrisa
y en cada canto hay un dolor oculto
que viene al mundo en legendaria brisa…
¡vive mejor el indocto que el culto…!

No entiendo nada y por eso declaro
¡lo único claro es que nada está claro!

           

            Leugim Sarertnoc
           (Miguel Contreras)
Dajabon, República Dominicana

 

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 6    Julio 2015
                                    Página 5