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El Bueno y el Malo

Autora:   Julieta Yael Gutman
                Buenos Aires – Argentina

 

El Bueno y el Malo

Esta es la gran historia de mi vida. Es donde empieza todo, mi dolor mi fortaleza, mis miedos y hasta mi rencor. Mis primeras páginas eran sangrientas, contaba números manchados de sangre. Contaba personas que aún seguían andantes. Estaban todos ahí gritando, podía sentir como mi cabeza retumbaba, podía entender que de muerte se trataba. Mamá lloraba y pedía a Dios que oremos por las almas de aquellos inciertos.
No faltaba el curioso ni dramático que no asome su cabeza por la ventana para ver lo que estaba por pasar. La gente gritaba por todos lados. Los gritos eran tan fuertes, eran cientos de persona diciendo no, ¡no lo hagas! Me fui al pasillo, no entendía por qué nos alejamos de la ventana, pero estábamos en el medio de nuestra casa, donde las balas no podían llegar, ni piedras. Era el lugar más seguro. Me arrodillo y pido a Dios nos ilumine. Realmente no entiendo toda la desesperación afuera y por qué mamá llora sin cesar. ¿Qué pasa? ¿Quién está ahí?
Han pasado 20 años y aunque sea buena mi memoria, mis recuerdos se nublan. No puedo recordar con claridad lo que de mi mente ha tratado de borrar por todo ese tiempo. ¿Qué pasó esa noche? ¿Fue esa noche o fue después? ¿Fue tan dramático como lo recuerdo?
De repente alguien grita debajo del edificio llamando a mi madre. Vení.
Mamá empezó a llorar. Él estaba mal. Pero había un destino y ya se sabía su final. Una iglesia y un ángel sobre un cajón, llanto por todos lados. Mamá no deja de llorar, pasan los días, meses y mamá ni puede escuchar su nombre. Aún lo recuerdo con su voz cantando. Él era el bueno. Solía venir a casa con su hermano a tomar la leche. Solía adorarnos, era uno más del clan familiar. Era una luz en medio de la oscuridad.
Pasaron los años y tomó tiempo recuperarse de la perdida, aún se veía su sonrisa por todas partes. Solía agarrar un micrófono y sacar mi parlante por fuera de la ventana. Saludar a la gente al pasar. Creo que fue la inocencia de ser pequeña. Saludaba a los andantes, les deseaba un buen día. Me gustaba decirles que estaba ahí con ellos y

que podía verlos al correr las horas del día. La vida nos fue arrebatando tesoros lentamente, pero aún lo recuerdo con su picardía y su jean blanco. Él era el malo, aquel que se sentaba por fuera del local de mamá.
Nunca le faltaban los suspiros de las chicas. Siempre alguien lo rodeaba y era razón de envidia, ese moreno de ojos marrones. Se había alejado y no solía venir tanto a tomar la leche, pues no le permitían que venga tanto con nosotros. Las calumnias y farsas eran un rol importante en nuestra relación. La maldad y codicia alejaban a un ser de luz de nosotros. Tampoco lo recuerdo con claridad, y otra vez se repite la historia porque ya se sabía que aquellos que nacen juntos, juntos se van. Su hora estaba ahí y aunque hicimos todo para impedirlo, otra vez estaba escrito su final. Su muerte aún me es incierta. Hay quienes dicen que saltó, otros cubren lo que el diablo causó. Un joven moreno de ojos marrones reposa sobre un árbol. Bajo la ventana del dormitorio de su abuela está.
Mamá aún no sabe nada, siempre es la última de enterarse de lo malo. Otra vez gritan debajo del edificio. Mamá se vuelve a ir, esta vez no es una iglesia, y no es porque este sea el malo. Descansa su cuerpo en casa de su padre. Una mujer sale de en medio de aquellos edificios en gritos y llantos gritando no. Rápidamente la van a socorrer. Yo no puedo entrar a aquel lugar donde él ha de descansar. No quieren que me haga mal. ¿Qué habrá adentro que tanto puede lastimar?
Y así el también llego a su final. Porque los que juntos llegan, juntos se van… Aún escucho sus voces, del bueno y el malo. Esos morenos de ojos marrones, y aún puedo ver sus sonrisas picaras. Los escucho cantar, entrar a mi hogar, y de repente miles de imágenes me visitan. Me tienen en sus brazos. Me dan besos. Me sonríen y me abrazan. Ese jean blanco le pone luz a tantos momentos oscuros. Así se fueron, ellos mis tesoros. Ángeles que vinieron a darnos buenos y malos momentos. Entra mi hogar, vieja canción que solían cantar, mis tesoros, mis primos, dedicado a ellos.

Claudio y Víctor gracias por haberme querido los amaré por siempre.
Y a mi tía Elsa. 16/3/2016 Ahora se vuelve a reunir con ellos.

Revista Dúnamis   Año 10   Número 15   Noviembre 2016
 Páginas 15-16

El Caso de David Cohen

 

 

El Caso de David Cohen

(IV Parte)

La sala quedó en un completo silencio. Las miradas de todos chocaban. David sostenía mi mano aun más fuerte. Sus lágrimas mojaban sus mejillas, su madre estaba colorada y a su vez desconcertada. La parte demandante quedó boquiabierta, nadie entendía si era real lo que pasaba en esa sala…
Sentía cierto dolor en mi interior, no podía ver a ese hombre derrumbarse frente a mí. Verle frágil me lastimaba. Ted no duda en alzar su voz a gritos: ¡Mentiras! Eres un farsante. Tu conciencia está sucia por abandonar a tu hijo, ¿ahora para remendar el error te culpas? El juez pide silencio en la sala. Un gran alboroto se arma.
El juez me cede la palabra y asimismo yo se la cedo a Jacob: que argumente su historia, que cuente cómo, cuándo y porqué permitió que el tiempo pase. Jacob empezó a contar que David jugaba con Jessy más a menudo, y la nena tenía cada vez más confianza al llegar a la casa. El día que ocurrió todo David invitó a Jessy a tomar la leche, pero él estaba sucio, así que le dijo que debía bañarse para poder sentarse a la mesa. David con toda inocencia, obedeció.
David se fue y este no dudó en caerle a la niña sobre ella. David volvió a la cocina al escuchar gritos, y al ver lo que estaba ocurriendo empezó a gritar. Jacob le dijo que debía guardar silencio. A todo eso la nena había quedado inconsciente por un golpe en la cabeza que le dio Jacob porque esta gritaba. David salió corriendo y Jacob pensó que había ido a pedir ayuda, a denunciar su acto. Se enfadó tanto Jacob que se encegueció al no saber salir de esa maldita situación.
La apuñaló hasta que esta no respiró más. Jacob no sabía cómo sacar su cuerpo de la casa ya que en la cochera tenían cámaras, las mismas que captaron a David corriendo asustado y a Jacob tras él. Cuando David volvió a la casa no habló del tema, hicieron como si nada. Como que David quiso borrar ese episodio de por vida.
“Jamás me deshice del cuerpo, y la excusa perfecta era David. David tenía quince años, solo lo juzgarían como menor, estaría en tratamiento y al cumplir su mayoría de edad sería liberado. Yo, si confesaba ponía en riesgo toda mi vida… Jamás imaginé que la pena que le darían sería tan grande y menos que sería juzgado como un adulto.”
Nadie realmente cree las palabras de Jacob en el juzgado. Pero hay algo que jamás pidieron. Afirmaron que David era culpable por su actitud, por su miedo, por su comportamiento. Y tal vez en cierta forma lo ha sido…
“Tengo el video de cuando todo ocurrió. Se ve a David salir corriendo y se me ve salir a mí detrás de él, ensangrentado.”
El juez pide ver el video. Y es ahí donde ven que David había salido de la casa, se podía ver a David corriendo espantado y a Jacob con un cuchillo en la mano intentando evitar que este se aleje. En la sala cada vez todo se ponía más tenso. David estaba esperanzado. El juez pidió un receso de 10 minutos.
Muero por fumar un cigarro, los nervios me están comiendo por dentro. Tengo un buen presentimiento pero hasta no saber que es real, no me puedo relajar. David me suplicó que me quede en la sala, que no quería que lo deje. El receso ya se terminó entre la duda de fumar el cigarro y dejar a David o quedarme ahí. Finalmente me quedé. El juez acaba de regresar; tiene la sentencia en mano. Ya está el veredicto, solo falta pronunciarlo. En mi corta experiencia, pero enriquecida, ya sé su final: por fin David obtiene su libertad y se reabre el caso, así fue.
David está súper emocionado, no volverá a pisar su maldita celda nunca más. Es un hombre libre, y aquí es donde comienza nuestra historia, mi historia con él. Viajaremos hasta Hallander, Florida, subiremos al piso 21, le serviré una copa de vino tinto mientras las luces de los edificios iluminan el resto del salón, pasaremos al cuarto después de algún que otro juego de coqueteo y uniremos nuestros cuerpos en una sola pasión. Puedo sentir como me toma del pelo, como me aprieta junto a él. Puedo sentirlo detrás de mí y puedo sentirme unida a él. Estamos amándonos, tenemos miedos e inseguridades. El divorcio de sus padres, hemos vivido cosas que nos han marcado… miedos que nos abundan, tristezas que nos traicionan. Solo sé que si va a ser, será…

             

                  Julieta Yael Gutman
             Buenos Aires – Argentina

                                    

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11    Enero 2016
                                  Páginas 3-4

El Caso de David Cohen

 

 

El Caso de David Cohen

(III Parte)

 

Manejo a casa después que Jacob Cohen me invitó a salir.
Al llegar, fui corriendo a tomarme una ducha, a sacarme el estrés del cuerpo, pero fue ahí, mientras caían las gotas de agua y tocaban mi cuerpo, que la excitación se apoderó de mí. No podía olvidar ese chico de ojos azules y traje de presidiario gris. Había algo tan excitante en las celdas de la cárcel, en todo eso anormal que pasaba entre él y yo.
Las esposas, las rejas, me resultaba una imagen erótica entre los dos que aceleraba mi corazón. Esto se había vuelto personal, ¡él tenía que estar en libertad! Yo debo demostrar mi capacidad como abogada defensora.

Ya faltan solo cinco horas, la sesión empieza a las diez. Jacob Cohen está citado a declarar. La sesión durará alrededor de tres horas o más.
Es hoy que presento toda la patología de David. Es hoy que se demostrará que él merece su libertad; y será de mi mano que saldrá de ese oscuro lugar que lo separa de su madre. Es hoy que todos me querrán entrevistar, contratar, que todos querrán saber de mí y él… él sentirá una gran deuda por mí… y me adorará.
Me preparo frente al espejo. Me pondré mis tacones color beige, una pollera amarrilla y una blusa roja. Hay que tener colores bien llamativos hoy. Me pinto los labios otra vez de un rojo rubí. Me preparo un café y fumo un cigarro.
Ya estoy por salir, mientras la adrenalina me excita y me hace poner aun más ansiosa por llegar a ver a David antes de empezar. Ya estoy aquí, y él también. Estamos solos, nosotros una mesa y dos sillas… Unos ojos grandes de color azul me miran de arriba abajo. Me muerdo los labios mientras estrecho su mano y trato de tranquilizarlo. De repente me da un abrazo de aquellos que asfixian y me susurra al oído: sé que sabes la verdad, que puedes liberarme. ¡Y sé que hoy mi padre declarará!

Ese abrazo no tiene final me pongo aun más roja que mis labios, me está abrazando. Mi corazón está volando. Lo alejo por un momento, lo tomo del cuello, lo miro bien mientras le digo que todo estará bien. Se cruzan nuestras miradas y aunque muero por besarlo me da pena. Aunque lo único que imagino es a los dos sobre la mesa fusionándonos, volviéndonos uno.
Lo abracé otra vez y me despedí. Le dije que solo faltaban unas horas y nos volveríamos a ver. Y es ahí, cuando le doy la espalda, que este me toma y me empieza a besar el cuello. Estoy alucinando entre su abrazo y sus besos. La excitación lleva nuestros corazones a latir a un mismo ritmo La mesa pasa a ser ese escenario que tanto esperaba. Él pone mis manos sobre esta y me abraza por detrás. Me llena de besos la espalda y aunque mi pollera es lo primero que quiere quitar, se contiene y me aprieta junto a él. Sus besos son los mejores. Sus labios saben mejor que la miel. Nuestras caras están manchadas con un rojo rubí. Me tengo que ir, y aunque David no quiere soltarme, es momento que lo haga. Me despido con un abrazo.

No entendí bien que paso ahí. Cómo de la nada llegamos a esos besos tan intensos, pero no me preocupa, es lo que deseé en un principio, cuando lo vi ahí con su traje de presidiario gris, con sus gafas y sus ojos de color azul… y aunque hablamos de un asesino, no puedo evitar sentir esto.
Ya solo faltan cuarenta y cinco minutos. Elisa está aquí, pero Jacob aún no llega. Tengo la certeza que llegará. Ya estamos en la sala. Ted también está aquí pero no me interesa realmente. Me mira como siempre de reojo, pero estoy más ocupada en sostener la mano de David. Empezó el juicio, David está declarando. Ted no deja de ponernos nerviosos, él y su arrogancia. David se ve calmo.
Mi ronda de preguntas ya fue y salí bien parada. Jacob aun no llega, pero sé que llegará. No pensé que David lloraría, lo está haciendo. Pide perdón y dice ser inocente. Esto me es nuevo y aunque siempre dudé de su culpabilidad… se supone que a esta altura yo ya lo sabía, pero aún me faltaban unas piezas para terminar el rompecabezas.

Jacob llegó tarde, lo hemos esperado por un largo rato, pero ya está aquí. Para declarar, para atestiguar, para ayudar a que su hijo obtenga la libertad. Jacob se ve nervioso, tenso, y hasta suda. Ted empezó con sus preguntas.
¿Por qué no estuvo? ¿Acaso fue cómplice? ¿Fue la culpa la que no lo dejaba venir a visitar a su hijo a la cárcel? ¿Cómo es que después de quince años se digna a venir a declarar? ¿Por qué le tomó tanto tiempo? ¿Habrá sido el cargo de conciencia su impedimento? Jacob contestó todas las preguntas de Ted. Pero fue la última la que creó un silencio absoluto en la sala. Jacob dijo que su cargo de conciencia le impedía ir a visitar a su hijo. El saber que él era culpable de todo lo que había pasado.

                  Julieta Yael Gutman
             Buenos Aires – Argentina

                                    

Revista Dúnamis   Año 10   Número 10    Noviembre 2015
                                  Páginas 32-34

El Caso de David Cohen

 

El Caso de David Cohen

(II Parte)

 

En cinco minutos comienza la primera sesión. He elegido para este día ponerme un traje negro y una blusa blanca. Fumo mi cigarrillo rápido mientras observo como su filtro queda marcado de un rojo rubí. Estoy ansiosa, nerviosa tal vez, pero sé que tengo todo a mi favor. Nuestro juez es famoso por haberle otorgado la libertad condicional a John Smith, un reconocido asesino. Mucha gente está en su contra por ese hecho, pero si bien a pesar de su decisión, jamás se supo otra vez de John Smith, hay quienes dicen que se escapó a Argentina y que vive en una cabaña en el sur de Tierra del Fuego. Esto juega a nuestro favor, es un juez justo por llamarle de alguna forma.

David está calmo, sentado a mi lado. Elisa esta detrás mío y veo como se la pasa con sus manos cruzadas, rezando; pareciera que confunde el tribunal con una iglesia. El jurado ya llegó y el juez se está demorando. Converso con David y le cuento los puntos que tocaré, como lo que él tiene que decir. Del otro lado están los abogados de la madre de Jessy, Sara Parker, su abogado es Ted Phillips. No es la primera que me lo cruzo, hemos sido colegas en un pasado cuando trabajamos en el bufete de Dylan Trevor en New York. Lo admito, es un muy buen abogado, pero no es competencia para mí. Y bueno, otro detalle el cual no quiero recordar, es aquel de cual me enamoré en las competencias de Harvard contra Oxford era el mejor de su clase al igual que yo de la mía. Se la pasaba haciendo suspirar a las chicas, pero era mía la atención que quería. En el tiempo juntos en el bufete logró conquistarme con su gran carisma. Salimos tres años pero un día decidí que buscaba algo más y que me bastaba con mi propio título de abogacía. Amenazó con demandarme por daños y perjuicios, pero sabía que era parte de sus delirios por estar resentido por la decisión que había tomado. De a ratos me mira con cierto rencor, pero no le pongo atención. El juez por fin llegó y ahora comienza la sesión.

La sesión duro soló veinte minutos. El juez ha pedido que Jacob Cohen se presente a declarar, la presentación del comportamiento de David cohen en el tiempo que lleva como presidario y también la citación de las maestras de la escuela y su pedagoga…. La sesión fue suspendida por dos días más.

Jacob siempre se negó a declarar, dijo que le avergonzaba lo que su hijo había hecho y que le daba vergüenza el hecho que compartieran el apellido. Razón que me fue dudosa de un padre, me hizo preguntarme acerca de la infancia de David. Entiendo lo difícil Que es aceptar un acto tal. Pero han pasado más de 15 años y no ha sido capaz de ir siquiera una vez a ver su hijo. Tenía muchas incógnitas, preguntas qué hacerme, pero sobre todo qué hacerle.

Por otro lado está Ted que ha vuelto con sus miradas a llevarme a miles de recuerdos. Si bien todo ha quedado en un pasado, su mirada con rencor me mortifica, tal vez he sido muy ruda. Y a decir verdad, lo deje por ambición y egoísmo más que desamor. Toda esta situación me está alterando. Se supone que es el caso que me consagrará, que definirá mi carrera. Pero todos estos personajes no hacen más que quitarme el sueño. Me carcomían la paciencia. Necesitaba saber qué había detrás de esta historia. No era un simple caso más de los muchos que tenido; era el caso que me iba a consagrar. Agarré mi cartera y emprendí mi camino. Viajé dos horas hasta llegar a una casa en el medio de la nada. Golpeé la puerta, y sin preguntar me invitaron a pasar.

Era una hermosa casa; un salón con muebles de color marrón. Toda la casa estaba alfombrada de un hermoso color camel. Había un gran olor a cigarro por todos lados. Jacob Cohen me invitó a tomar un café, pero le agradecí y le di una respuesta negativa. Había polvo y latas de cervezas por todos los rincones. En vez de parecer la casa de un importante empresario, parecía la casa de un forajido el cual había usurpado esa casa para vivir.

Rápidamente comencé con mi rueda de prensa, en donde interrogo toda la vida del padre de mi cliente; de los padres de los padres, y claro, la infancia de David.
Jacob era un hombre amable. Me contó que David era muy sociable de pequeño, que sus maestras le apreciaban, que en la clase era el payaso. Sus amigos lo querían mucho, tenía buenas notas y se destacaba en los deportes. Integrarse a los grupos era la materia más fácil para David.

Le pregunté sobre su relación con sus abuelos, y me contó que David era querido por ellos pero que le era difícil interactuar. Eran dos ancianos, los cuales habían sido parte de la Segunda Guerra Mundial y habían quedado traumados. Solo sabían vigilar lo que hacía David y mezquinarle las cosas. Ante esto, David se frustraba y cada vez se alejaba más y más.

Me habló un rato, conversamos 45 minutos pero de todas aquellas preguntas que le hecho había una que no constataba y era por qué no iba a ver a su hijo. Parecía que lo quería, y que le dolía lo que pasaba. Pero no hizo más que aprovechar la oportunidad e invitarme a salir.

 

                  Julieta Yael Gutman
             Buenos Aires – Argentina

                                    

Revista Dúnamis   Año 9   Número 8    Setiembre 2015
                                  Páginas 29-31

El Caso de David Cohen

 

El caso de David Cohen

 

He decidido tomar el caso. Al principio dudé mucho de tomar este caso, ya que de este juicio depende mi carrera y mi valiosa reputación. No me gradué en Harvard después de haber estudiado abogacía 5 años para tirarlo todo por la borda en un día. Tengo que reconocer que el ser abogada defensora de David Cohen es un gran reto para mí. Pero mi ambición es más grande que cualquier reto y sé que puedo lograrlo. Mañana es mi primera cita con el acusado. Elisa, su madre, no deja de llamar; y aunque sea molesto, no me importa cuando la veo abrir su chequera y agregar otro cero al cheque que me da como pago por representar a su hijo. Son las 10:00 a.m. recién pasé la revisión física y ahora espero por la autorización para poder encontrarme con mi cliente.

Había leído algo de él en el pasado y he visto algún que otro documental acerca de él. Yo también tenía esa pregunta, ¿por qué? ¿Por qué David hizo lo que hizo? ¿Por qué a los 15 años matar a una niña de 7 años? ¿Qué nos puede llevar a matar a esa edad? Estoy entrando al cuarto donde está él, él está vestido con su traje de presidario gris, gafas pelo corto y unos grandes ojos de color azul. Me mira y baja su mirada mientras estrecha mi mano y se presenta. Hablamos horas y horas gracias a que el director de la cárcel comprendió que me era necesario hablar con el acusado continuamente para poder planear una buena apelación. Tengo en frente mío a un hombre de 31 años que solo se limita a contestar mis preguntas, ningún acto de simpatía o que me haga sentir que es posible ganar este caso. Es su última apelación ya que en el Estado de California solo se puede apelar 3 veces. Estoy aquí con mi pollera gris y mi blusa amarilla mientras sostengo con una mano mi taza de café y en otra tengo mi pluma y tomo nota de todo lo que este cuenta. El último abogado defensor alegó situación emocional límite. Elegí apelar bajo la misma alegación solo que la estrategia sería otra. Sin duda fue un acto emocional límite y sin duda David actuó por pánico, no era relevante si era inocente o no, solo me interesaba saber más, para armar bien mi estrategia y facilitar las cosas para los dos.

Le pregunté cómo se hizo amigo de Jessy, cómo es que jugó con ella en el patio y después apareció en su cuarto sin ropa, porqué la ocultó en su placard por 15 días, y porqué ayudó en la búsqueda de su cuerpo fingiendo querer ayudar. Primero me contó que Jessy era su vecina, cosa que hizo que exista una relación de “amistad” entre los dos. David estaba jugando con Jessy en el patio después de un rato subieron al cuarto de él y él intentó tocar a la niña; en esto esta se pone a gritar, él del susto y del pánico la golpeó hasta matarla. David tenía miedo de ser descubierto como un degenerado, tenía 15 años y había tocado en partes íntimas a su vecina. Estaba en riesgo de ser tachado de por vida como un abusador, entre tanto pánico no supo a quién recurrir y solo la golpeó hasta estar seguro que esta ya no vivía. David tenía tanto miedo y arrepentimiento, que fingía en cada una de las búsquedas por Jessy. Pasaron 3 días y mañana será la primera sesión de este juicio. Elisa aun llama todo el tiempo y llora mientras me da las gracias por haber tomado el caso. Estoy juntando todo el material y aún sigo pensando en la estrategia perfecta que me ayude a ganar este caso. Es de noche y solo planeo dormir, he tenido mucho hoy con Elisa y David. Falta una hora para la sesión tengo una hora para reunirme con mi cliente y cuadrar que diré, pero sobre todo que dirá. Otra vez ahí está él con sus gafas y sus ojos de color azul mirándome. Hoy no tiene su uniforme de presidario, hoy está vestido de traje y corbata gris. Me es imposible no distraerme, y si bien todo se basa en ser profesional, este hombre no deja de hacerme suspirar. En un momento me agarra de la mano y me pide con lágrimas que lo libere, que su madre ya era una mujer adulta y que no deseaba que muera sola.

Continuará…

                  Julieta Yael Gutman
             Buenos Aires – Argentina

                                    

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Páginas 10-11

Entre la Vida y la Muerte

 

Entre la Vida y la Muerte

Otra vez estoy en mi balcón, las hojas se mueven con el soplar del viento. Por un momento me recorre un escalofrío; siento unos ojos observándome. Tengo miedo, me pregunto quién estará ahí.
De repente se escucha una risa.
Y me dice soy yo, Ted he venido por ti.
Me pregunto quién es Ted por dentro mientras me muero de miedo.
Él dice con una voz gruesa y de forma sarcástica: soy yo, Ted.
Empiezo a buscar en mi mente de qué Ted me habla. He tenido un día agitado, sólo intento fumar un cigarro en silencio, pero quién es este hombre que dice venir por mí y que su nombre es Ted.
De repente recuerdo a Ted Bundy, uno de los asesinos seriales de mujeres más grande de Estados Unidos reconocido por su gran inteligencia, y por haber sido su propio abogado en su juicio, y por su buen parecer.
Le digo: ¿Ted? ¿Ted Bundy? Y me dice: bingo.
He venido por ti, es hora que venguemos juntos tu muerte.
¿Mi muerte? ¿De qué hablas? ¡Si estoy viva!
Y se vuelve contra mí dejándome cercada contra la pared y me dice: ¿Esto es estar viva? ¿Acaso sientes algo? ¿Acaso no mueres de miedo? ¿Acaso no me temes a mí y a todo esto que nos rodea?
Esto es vivir, ¡vaya!
En cierto punto, Ted tenía razón. Decía venganza, tenía dolor y vivía con mi alma en pena.
Lo agarré contra la pared en medio de un forcejeo y simplemente lo besé. Sabía de su trauma, y aunque estaba segura que no era más que un fantasma, o un simple producto de un sueño, quería saber cómo sabían sus besos.

Él se negó rotundamente y me dijo que no era eso a lo que venía, pero en mi mente enferma me volví una más del jurado de su juicio, me volví una más de esas mujeres que de a ratos se olvidaban de que tenían en frente a un asesino y violador en serie, por su hermosa apariencia.
No lo niego hay algo excitante en él… “Tal vez” yo logre cambiarlo.
Y aunque él se niega, no dejo de provocarlo… pues si estoy muerta que me mate una y otra vez en sus brazos.
De repente aparece otra persona y me dice: ¿Niña de que hablas?
Tenía una piel oscura y ojos verdes. Su aroma me era familiar pero no lograba recordar con seguridad quien era. No hubo necesidad de preguntarlo.
Él sólo me dijo: niña soy Mariano, aquel que tú ayudaste de niña en las escaleras de tu edificio. Soy aquel que estuvo en coma por más de 2 años en un hospital para luego partir.
Niña me has ayudado a caminar hacia el cielo. Me has visto y hablado cuando muchos lo han dejado de hacer. Me has hablado y defendido a pesar que la gente pensaba que solo era un amigo imaginario. Ahora niña, ha llegado el momento que te ayude a ti; que te abrace el alma como tú a mí. ¿Viste a Ted? Él representa de ti lo malo, lo obsceno, tus miedos, tu rencor y tu violencia. Él es infierno.
Es un discípulo del diablo, por eso es que es tan bello, inteligente y capaz de haber hecho lo que hizo. En cambio tú y yo, niña, somos mansos, vulnerables inocentes, buenos, susceptibles, por eso es que todo nos duele el doble.
Ahora es tu momento de elegir: si te vas con él o simplemente vienes conmigo.
No entiendo, estas dos personas aparecen de la nada y no comprendo si es un sueño, pesadilla o simplemente es mi camino a la muerte.
Oigo voces, una ambulancia, mamá llora y pide que respire. Me siento aliviada, Mariano está aquí y parece que puedo elegir a donde ir. En el infierno me espera Ted Bundy y mi codicia por cambiarlo, y qué importa, ahí todo se vale.

Y por otro lado está Mariano. Aquel amor que esperé por años era real, estaba ahí y me ofrecía un cielo lleno de amor.
Aún mamá sigue llorando y la puedo escuchar. Me gustaría abrazarla, calmar su llanto, pero de repente escucho un llanto que me estremece el alma… y es él, diciendo que estoy bien, y besando mi frente.
Mi cuerpo empieza a convulsionar mientras sigue él sujetando mi mano y gritando mamá. Es él, mi bebé, que me está gritando a llantos que no deje de respirar. Mi cuerpo no para de moverse y puedo sentir cómo mi cabeza duele. Me abraza fuerte a pesar de los gritos de los médicos que me suelten, no saben cómo hacer para que mi niño lo haga. Estoy viajando a mi muerte y es Romeo, mi gran Romeo, producto de mi amor más grande quien me pide que no lo deje. Él tan solo tiene 2 años y no entiende nada de lo que pasa. Me lo imagino correr con su piel morena y su motitas; es hermoso y sin duda el amor más grande de toda mi vida. He anhelado este niño por 27 años y ahora lo tengo conmigo. Los médicos le piden que me dejen y de a ratos las imágenes de Ted y Mariano están ahí. Veo de repente un árbol y una mujer de piel aceituna me llama por mi nombre pero luego utiliza la palabra madre y me dice que me quede tranquila, que todo estaría bien, que así muera en carne y hueso seguiré viva en el corazón de aquellos que me amaron. La abrazo fuerte y le digo que la amo, gritando abuela mientras me voy cayendo.
De repente entre tanto ruido despierto en medio de un abrazo de Romeo.

                                    

                                    Julieta Yael Gutman
                               Buenos Aires – Argentina

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 6    Julio 2015
                                    Páginas 28-30