Autora: Julieta Yael Gutman
Buenos Aires – Argentina
El Bueno y el Malo
Esta es la gran historia de mi vida. Es donde empieza todo, mi dolor mi fortaleza, mis miedos y hasta mi rencor. Mis primeras páginas eran sangrientas, contaba números manchados de sangre. Contaba personas que aún seguían andantes. Estaban todos ahí gritando, podía sentir como mi cabeza retumbaba, podía entender que de muerte se trataba. Mamá lloraba y pedía a Dios que oremos por las almas de aquellos inciertos.
No faltaba el curioso ni dramático que no asome su cabeza por la ventana para ver lo que estaba por pasar. La gente gritaba por todos lados. Los gritos eran tan fuertes, eran cientos de persona diciendo no, ¡no lo hagas! Me fui al pasillo, no entendía por qué nos alejamos de la ventana, pero estábamos en el medio de nuestra casa, donde las balas no podían llegar, ni piedras. Era el lugar más seguro. Me arrodillo y pido a Dios nos ilumine. Realmente no entiendo toda la desesperación afuera y por qué mamá llora sin cesar. ¿Qué pasa? ¿Quién está ahí?
Han pasado 20 años y aunque sea buena mi memoria, mis recuerdos se nublan. No puedo recordar con claridad lo que de mi mente ha tratado de borrar por todo ese tiempo. ¿Qué pasó esa noche? ¿Fue esa noche o fue después? ¿Fue tan dramático como lo recuerdo?
De repente alguien grita debajo del edificio llamando a mi madre. Vení.
Mamá empezó a llorar. Él estaba mal. Pero había un destino y ya se sabía su final. Una iglesia y un ángel sobre un cajón, llanto por todos lados. Mamá no deja de llorar, pasan los días, meses y mamá ni puede escuchar su nombre. Aún lo recuerdo con su voz cantando. Él era el bueno. Solía venir a casa con su hermano a tomar la leche. Solía adorarnos, era uno más del clan familiar. Era una luz en medio de la oscuridad.
Pasaron los años y tomó tiempo recuperarse de la perdida, aún se veía su sonrisa por todas partes. Solía agarrar un micrófono y sacar mi parlante por fuera de la ventana. Saludar a la gente al pasar. Creo que fue la inocencia de ser pequeña. Saludaba a los andantes, les deseaba un buen día. Me gustaba decirles que estaba ahí con ellos y
que podía verlos al correr las horas del día. La vida nos fue arrebatando tesoros lentamente, pero aún lo recuerdo con su picardía y su jean blanco. Él era el malo, aquel que se sentaba por fuera del local de mamá.
Nunca le faltaban los suspiros de las chicas. Siempre alguien lo rodeaba y era razón de envidia, ese moreno de ojos marrones. Se había alejado y no solía venir tanto a tomar la leche, pues no le permitían que venga tanto con nosotros. Las calumnias y farsas eran un rol importante en nuestra relación. La maldad y codicia alejaban a un ser de luz de nosotros. Tampoco lo recuerdo con claridad, y otra vez se repite la historia porque ya se sabía que aquellos que nacen juntos, juntos se van. Su hora estaba ahí y aunque hicimos todo para impedirlo, otra vez estaba escrito su final. Su muerte aún me es incierta. Hay quienes dicen que saltó, otros cubren lo que el diablo causó. Un joven moreno de ojos marrones reposa sobre un árbol. Bajo la ventana del dormitorio de su abuela está.
Mamá aún no sabe nada, siempre es la última de enterarse de lo malo. Otra vez gritan debajo del edificio. Mamá se vuelve a ir, esta vez no es una iglesia, y no es porque este sea el malo. Descansa su cuerpo en casa de su padre. Una mujer sale de en medio de aquellos edificios en gritos y llantos gritando no. Rápidamente la van a socorrer. Yo no puedo entrar a aquel lugar donde él ha de descansar. No quieren que me haga mal. ¿Qué habrá adentro que tanto puede lastimar?
Y así el también llego a su final. Porque los que juntos llegan, juntos se van… Aún escucho sus voces, del bueno y el malo. Esos morenos de ojos marrones, y aún puedo ver sus sonrisas picaras. Los escucho cantar, entrar a mi hogar, y de repente miles de imágenes me visitan. Me tienen en sus brazos. Me dan besos. Me sonríen y me abrazan. Ese jean blanco le pone luz a tantos momentos oscuros. Así se fueron, ellos mis tesoros. Ángeles que vinieron a darnos buenos y malos momentos. Entra mi hogar, vieja canción que solían cantar, mis tesoros, mis primos, dedicado a ellos.
Claudio y Víctor gracias por haberme querido los amaré por siempre.
Y a mi tía Elsa. 16/3/2016 Ahora se vuelve a reunir con ellos.
Revista Dúnamis Año 10 Número 15 Noviembre 2016
Páginas 15-16