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Cosas que pasan y la posición del “Me da lo mismo”

Autor:  Alexander Anchía Vindas
             San José – Costa Rica

Cosas que pasan y la posición del “ Me da lo Mismo”

Nada más sincero que expresar que el título de este ensayo, es producto de la mercadotecnia, para hacer este pequeño compendio de reflexiones atractivo para el lector crítico.

Este libro no fue deliberadamente planeado, surgió de camino, como una manifestación a la vida postmoderna de inicios de la segunda década del siglo XXI, de esta época postmodernista en que me encuentro inmerso junto a tantos millones de personas, que pasan por la vida color rosa.

Hoy más que nunca le va el calificativo rosa a la postmodernidad, donde pasan tantas cosas y no parece pasar nada. Donde los individuos pasan de ser uno a ser nadie en un momento. Esta primera reflexión de la presente compilación es sin duda la más reflectiva de la realidad actual, es un verdadero flash, chispazo o retrato de la realidad de la época que les he indicado.

Sin embargo al comenzar a encerrarme en estas mismas líneas, las paradojas del destino, me hacen pensar que fue bueno el título de esta obra, donde se vive en la época en que pasan cosas y no pasa ninguna. Es decir que el ser humano, ha llegado a perder la sensibilidad a tal grado en que su capacidad de asombro se ha visto maniatada, por la misma civilización que en siglos ha construido.

Evidentemente en el Africa la gente sigue muriendo de hambre, la desigualdad en el mundo, cada vez se ensancha como el big-bang. La violencia se consolida de una forma u otra, proliferan los guettos y los campos de concentración para el pensamiento crítico.

Si Nietzsche, afirmó en su momento la muerte de Dios, pareciera que es la razón la que ha muerto, o al menos desaparecido quizás por varios siglos. Todo ese cúmulo de cosas, parecieran ser más relativas, menos importantes o que un “halo de iluminación”, hace que cada vez más pasen desapercibidas.

Cuando el delirio modernista desembocó en el teatro del absurdo, o en los escritores filósofos, y otras reacciones plasmadas en el arte por Maurice Ravel, Camus, Ionescu, Sartre, etc. Se reconocía que el  modernismo se había salido de un cause de sus principios éticos correctos y buenos que dieron origen al mismo.

Al asentarse el postmodernismo, pareciera que esa reflexión no es para nada importante, pues como lo afirmó un popular cantante latinoamericano de estos tiempos se vale:  “Living la vida loca”

Si hay una especie en la tierra de las que componen lo que se puede llamar la franja de la vida que ha fracasado en lo social, puede decirse sin duda que es el ser humano, puede tener mejor calificación una araña, un cangrejo o  un topo que se meten dentro de la tierra y ahí están a gusto, al menos estas especies no causarán un triste desenlace sobre otras.

El hombre como proyecto de un dios desunido, desoído y marginado ha involucionado como especie y ha resultado ser un completo fracaso en lo social, pues lejos de ir hacia la cooperación y la integración, sigue construyendo fronteras, guetos, espacios donde sobrevive a sí mismo, donde puede sobrevivir “sin otros seres humanos”, pero no se da cuenta que al colocar una nueva cerca, un nuevo ladrillo, lo que hace es construir su propia tumba, pues aparentemente ese dios distante colocó en el ADN del ser humano, la sociabilidad. Al menos los primeros humanos demostraron serlo, mírense las cuevas de Altamira y otros espacios rupestres donde se intentan primitivas guías para otros seres similares,  ese arte primitivo tenía una conciencia social básica, era un arte  funcional y no apreciativo, no existía el ego de por medio, existía la responsabilidad de advertir a otros; no importaba tanto el pintor si no el mensaje como tal.

En cada una de las eras de la humanidad hubo un pendiente, algo que no se llegó a realizar y esa factura ha ido creciendo al grado que hoy en día el proyecto humanidad es insostenible  y si el ser humano no es capaz de auto-exportarse a otros espacios geográficos extra planetarios probablemente se extinguirá en pocas eras, cuántas es la verdadera pregunta. Las cosas o eventos sociales pasan ante nuestros ojos sin darnos cuenta, cada nueva generación lastimosamente viene con más defecto de fábrica, viene con valores distorsionados que para efectos de la ética clásica no son valores, o viene con menos valores éticos. Nuevas generaciones asumen el rol de la sociedad con menos sociabilidad.

En la edad Antigua el ser humano se dio cuenta de su naturaleza para lo bueno y para lo malo, lo   que predominaba era la conquista, la expansión y el ser humano desarrolló un sentido innato hacia la exploración, hacia el descubrimiento, pero se diferenció poco de los animales en cuanto al respeto a sus semejantes, respeto a la diferencia, respeto hacia la cultura del otro, mantuvo instintos mucho peor que los animales, legalizando la crueldad, la masacre, el circo y haciendo un culto de la guerra. Sus dioses de ese entonces sirvieron para legalizar y ratificar sus errores. Sin duda alguna el pendiente de esa edad antigua fue la solidaridad y la convivencia. “Sálvese quien pueda”.

En la Edad Media, la metafísica y la parte espiritual acapararon la visión universal, al grado de que llegó a empachar la meticulosa religiosidad,  diferenciar el grano de la paja y se dio cuenta que con la Fe se puede llegar a hacer daño, por medio de la fe se pueden efectuar sangrientas guerras o con criterios subjetivos enviar a la gente a la hoguera. Evidentemente fue una época subjetivista donde depende de la posición en que se encuentre se la pasa muy bien o muy mal. Al haber tanto subjetivismo, el progreso fue muy lento, fue una época de mucho tiempo. Más de diez generaciones vivieron en esta época, donde quizás la primera deuda del ser humano es que no fue capaz de diseñar una fe que lo hiciera inmune de las pestes, las hambres, las muertes. ¡Bienvenido ser humano a tu naturaleza!

En el renacimiento el hombre tomó conciencia de la dimensión de su propia fuerza por primera vez, se destetó de Dios, en el sentido de que se dio cuenta de que las mayores cosas que le suceden no dependen de Dios, que Dios no está para evitar y sacar al ser humano de las complicaciones y vericuetos en que este se mete. El auge en el arte, en la literatura y un incipiente auge científico se comenzaron a  establecer. Los mensajes encriptados, los primeros vituperios y se insinuaron las primeras logias, para justificar el acceso al “conocimiento a unos pocos”. La religión como tal comenzó a perder fuerza y creo que nunca más en la historia de la humanidad, mientras exista el hombre se volverá a ver la fuerza que esta tuvo con esa denominación y las características del Medioevo.  En el renacimiento el ser humano se percató que podía usar la naturaleza a su favor y que sus posibilidades podían ser infinitas, aprendió a romper sus límites, a romper con el pensamiento cerrado del medioevo, pero en el descubrimiento de América, el hombre vio que por sí mismo tenía la capacidad de llegar más lejos, el cuestionamiento sería hasta donde o cuál sería su límite, si es que ¿habrán límites para la acción?

La edad moderna fue sin duda la mayor oportunidad que tuvo el hombre de construir, estabilizar el rumbo de su existencia, creo nostálgicamente por ser un admirador de muchos elementos modernistas, que una oportunidad como esta nunca más volverá a aparecer en el camino del hombre. En esta edad florecieron las estructuras económicas que hoy nos gobiernan, la ciencia tuvo el máximo auge, las ciencias sociales tomaron sus preceptos, el concepto de sociedad se visualizó, la idea del hombre libre y emancipado que comenzó en la Revolución Francesa y tantos, pero tantos progresos; fue hasta en esta edad que el hombre se constituyó en lobo de la existencia en un depredador y lo pendiente fue que nunca supo donde parar, lo pendiente es que el conocimiento y el progreso no trajeron la felicidad; ya que, al finalizar esta época se dieron las dos guerras mundiales y no sirvieron de nada ni los postulados económicos, ni las teorías sociales, ni cualquier “disque antídoto“ en esta época para detener su propia barbarie, ni la filosofía racionalista o ateísta, nada fue un paliativo para toda la desgracia.

Al llegar a nuestros días no debemos omitir la mediocridad posmodernista nacida en los sesentas con los hippies y la teoría del individualismo institucionalizada por la figura paladín del posmodernismo “narciso”, y es justamente ello, lo que nos lleva al Me da lo Mismo, vivir en una sociedad de confort, de competitividad, completamente hedonista e individualista, donde lo que pareciera primar es el placer en su máxima expresión, no hay tiempo para pulimentos, ni para rigor y eso lo vemos en todos los ámbitos del quehacer humano. Juventud disconforme pero alejada de la realidad sociopolítica y cultural que le da lo mismo que quede de presidente Donald Trump, o que elijan a Bob Dylan el premio Nobel de la Literatura, que quizás en el futuro elijan a Don Burro diputado, hasta donde el ser humano se revolcará en su propia mediocridad, para dar paso a algo más. Tal parece que esta época ha favorecido una involución hacia un ser humano más inocente pero no porque no tuviese mayor capacidad; no es así, simplemente es cuestión de enajenación, de privarse de no utilizar ciertas facultades del pensamiento.

El Me da lo mismo del posmodernismo compromete el futuro, la evolución y  hace transitar al ser humano en un letargo que lo convierte en vulnerable al arribo de posibles civilizaciones extraterrestres como bien lo dijo Steven Hawking. Nunca el ser humano ha estado tan vulnerable al posible arribo de civilizaciones extraterrestres, pues ha perdido facultades sociales, se ha hecho más prescindible a sí mismo del universo.

Tantos y tantos tratados e intelectuales han hablado en tan pocos años que aún llevamos de posmodernidad donde apenas hemos pasado el medio siglo de transcurrir en esta época amorfa, que libros como la Civilización del Espectáculo ya han dictado cátedra, o bien decir que las redes sociales han proliferado que la masa irreverente como lo dijo Umberto Eco tome posesión sobre las opiniones, volviendo aún más mediocre el pensamiento.

La intención con esta breve reflexión no ha sido la de alarmar, ni juzgar lo que sucede ante nuestros ojos, ni mucho menos generar una moraleja o proclamar un manifiesto que lleve hacia un lugar eterno de maravillas.  Que cada uno saque sus conclusiones y asuma el rol que así desee, ojalá con miras a ser mejor ser humano y mejor humanidad. La sociedad se transforma y sigue haciéndolo queramos o no queramos.  Deseo estimado lector que usted adquiera las cualidades tecnológicas, sociales, morales, analíticas y de supervivencia para adaptarse a la nueva sociedad que se avecina. ¿Cuánto más durará este posmodernismo soso? Es  la pregunta del millón. ¿Con qué nos saldrá la sociedad del futuro?….

Yo seguiré en mi propio gueto de anticuado, dando la opinión sólo cuando me la pidan. Por lo tanto lo invito a usted a ampliar mis pobres palabras, a refutarme o apoyarme racionalmente en este pequeño planteamiento de que nuestra civilización no irá a ninguna parte, entre tanto no hayan valores férreos en las sociedades que sustenten un posible desarrollo, normalmente los valores están cimentados en la moralidad y esta reposa en algún concepto, así fuese vacío, de Dios.

Me da lo mismo no es un camino  válido,  es acelerar el hueco de una tumba, es decidir morir por omisión, lo que le suceda a otros tarde o temprano terminará sucediéndole a nosotros mismos.

Espero haber sembrado alguna inquietud que haga florecer en su interior algún deseo que nos haga mejor a todos como sociedad.

Revista Dúnamis   Año 11   Número 16   Marzo 2017
                                   Página 9-14

El Lado Cóncavo-Convexo de la Creación Literaria

 

El Lado Cóncavo-Convexo de la Creación Literaria

Como todo adoctrinamiento  el fustigar a un discípulo literario o influir sobre ciertas personas y dirigirlas hacia un lado de una dimensión plana es funesto y lamentable.

Todo arte, no sólo la literatura debe de estar libre de prejuicios; si un creador escribe hacia la derecha o la izquierda eso no será relevante, lo que dejará un legado será la profundidad y coherencia de su pensamiento. La historia no ha estado exenta de prejuicios ideológicos y se han cometido grandes injusticias la más sabida de ellas el no otorgamiento del Nobel a Borges por ser de derechas.

Todo ser humano en algún momento de su vida está más cerca de la derecha o de la izquierda, pues no somos seres lineales, sino cíclicos.  Depende de los influenciadores, del entorno, de con quién se relacione, de qué material se ha nutrido. Cuando estaba en el colegio me hicieron leerme el capital, obra magnánima de Marx, sin embargo no fue hasta años después que valoré ese estudio. Realizar un análisis filosófico de ese texto es una cosa y solicitar un ensayo acerca de Adam Smith y de su influencia al día de hoy lo es. Pero pretender encasillar o dirigir a un artista que escriba perennemente sobre estos temas es coartar, limitar el arte como belleza.

En su momento Gabriel García Márquez dijo que su inclinación a la política constituyó una parte muy importante de su vida como escritor, pero que no resultó ser la única, en la última parte de su existencia  busco viajar a otras dimensiones de las cuales ahora hablaré, demostrando que más que tratarse de un cuadrado pegado en el suelo donde te mueves a la derecha o a la izquierda, la literatura se trata de un mundo multidimensional, donde no se le puede llamar traidor a alguien que pase de la derecha o a la izquierda; o viceversa, el arte no da para estos castigos.  Esta situación debe tomarse como parte de un proceso deconstructivista, de un proceso natural que todo artista necesita realizar y no sólo mudarse hacia  la derecha o hacia la izquierda.

Pese a que en lo personal me considero más cerca de la izquierda que la derecha no soy un fanático político. Si mi pensamiento dirigiera mi cosmovisión ciudadana, debería pensar que la felicidad del ser humano dependa de la economía, ¡qué triste sería mí mundo!. Así lo intentó plasmar en los inicios de la ciencias de la administración Frederick Taylor, quién se atrevió a encasillar al ser humano en una dimensión animal, comparándolo con un burro que necesita un determinado motivante económico; por ejemplo calmar su existencia a punto de bonos y regalías .   Creo que este tipo de pensamiento ha creado los llamados call center donde muchos habitan intentando no convertirse en autómatas. Estas estructuras que han florecido en la posmodernidad han llegado a crear muchos seres enajenados listos para consumirse hasta su propio féretro; o cuantos caprichos imponga el mercado de consumo, de ese modo, los ciudadanos demandan una literatura más light, un estilo de vida light, donde ir a sentarse a ver una película al cine con verdadero sentido es un reto y una secta para pocos.

Se habla de la diferencia entre la alta y la baja cultura, ciertamente muchos creadores han aspirado muy alto, y se han salido de esa concepción facilista e ideologizante entre derecha o izquierda, si estoy medio punto más cerca de la derecha o de viceversa.  Pero el consumo y los empresarios también tienen su cuota de responsabilidad al crear a un individuo light que se conforma con muy poco y que en la posmodernidad agradece un tipo de literatura facilista donde pueda saciar su curiosidad escasa o presumir de una supuesta intelectualidad que no busca reflexionar las preguntas más fundamentales de la vida, sino que es un instrumento para presumir frente a otros. Ya Vargas Llosa mencionaba esta mentalidad facilona y mediocre en su ensayo La Civilización del Espectáculo, distintos autores coinciden en señalar que estas características de practicidad, facilidad, hedonismo,  son las que marcan el norte de esta época posmodernista.

Pero para continuar con el proceso de gestación literaria, antes de reconocer que la creación literaria es tan sólo un reloj de péndulo, condenada como Sísifo si no a cargar y a tirar la piedra a vagar perennemente entre la izquierda y la derecha, donde quizás se estaría mejor estándose quedito en un supuesto centro utópico. Prefiero creer más en que el ser humano se parece más al que ideó Abraham Maslow en su famosa pirámide que se enseña en todos los cursos básicos de psicología, de administración que concibe al ser humano dentro de un estadio el cual puede variarlo según su autoconciencia y el grado de progreso que sea capaz de alcanzar.

Algo similar sucede en la Creación Literaria, pero no lo concibo desde un punto de vista piramidal encerrado en estadios, pues en el fondo esa visión de Maslow promueve el clasismo aunque sea temporal y un clasismo psicológico, condicionado. La literatura y el arte son los únicos espacios donde no debe haber prejuicios de clases sociales, de religión, raza, tendencias deportivas y también de la política. La política como lo indicó García Márquez es apenas una de las dimensiones que tiene la literatura, quizás por ser el arte de la palabra es más fácil que la literatura asuma un rol político más que las artes visuales, la danza, u otras manifestaciones, pero reducir y que un poeta por ejemplo viva en función de la política es de algún otro modo prostituir su talento.

concavo y convexo 2

Creo que sugerir una multi-dimensión circular para la creación literaria sería lo más aconsejable. A partir de aceptar esa premisa me permitiré detallar cuáles son esas secciones-

La substancial: Así como Maslow coloca en la base de la pirámide, lo que él llama Necesidades Fisiológicas, el escritor no se puede privar de tener que conseguir su sustento, de tener que ingeniárselas, son pocos los escritores que pueden presumir que viven de la literatura, los más afortunados dirán eso, no necesariamente los que viven de la literatura son los mejores. Pero el escritor no puede privarse de esta dimensión, es aquí cuando se da cuenta que es un ser normal, como bien lo dijo Rafael Cadenas cuando le preguntaron si se consideraba un gran poeta, a lo que el célebre poeta respondió: “Tú eres el que me pone ese calificativo de poeta”. Acaso el ser poeta representa tener algún tipo de privilegio, será que el poeta no tiene que hacer fila en el servicio médico o en el banco. Será que al poeta lo eximen de pagar tiquetes de buses o de pagar impuesto de ventas. Ser un escritor y sobre todo hoy en día se es un paria en este mundo loco inmediato, que vive inmerso en la civilización del espectáculo. Pero un escritor no puede privarse de sobrevivir, entonces un escritor lo primero que tiene que hacer es saber ser un sobreviviente si quiere escalar y mostrar algo bueno que salga de él.  En la medida que se las agencie para sobrevivir, para conseguir su sustento, para mantener a los seres afines alrededor de él. Podrá mostrar una dimensión más humana y generar más empatía. ¿Será que el escritor debe vivir como un monje? O sea privarse de tener relaciones, de amistades, de visitar espacios prohibidos o imaginarios, no eso nunca lo debe hacer, es la parte substancial la que ayuda a construir una ética, esta vivencia es parte del ADN de todo escritor  y poder escalar hacia otras secciones. La subsistencia es tan fuerte que puede hacer que un escritor se olvide de su arte en algún momento.

La Social: Esta es posiblemente en la que podamos incluir la ideología, cuando un escritor decide prestar su voz a la causa de la humanidad, entonces será acá donde a veces el viento deberá moverlo a la derecha o a la izquierda, de acuerdo a una coyuntura social, hechos determinados, visiones, amistades y afinidades. Lo que muchos intentan absolutizar es apenas una parte de lo que un escritor puede hacer y ciertamente cuando el escritor de forma ética, no mercenaria, de forma auténtica y con pureza decide prestar una causa, si esta se levanta con una parte substancial auténtica, meritoria, posiblemente su voz llegue muy lejos. En mi país hubo un escritor llamado Carlos Luis Fallas que construyó este modelo, logró influir desde su propio ejemplo, logró subsistir y evolucionar a una parte social y construirse un círculo con un determinado número de seguidores, de modo que su prosa venía desde los mitos, anhelos vividos, imaginarios y compartidos, me abstendré decir su inclinación. En el caso de Fallas mostró una coherencia de pensamiento y nadie podría decirle mercenario. Entre la derecha y la izquierda podría hallarse el verdadero sujeto, aquél que es o no es altruista, aquél que se proyecta simplemente al participar en una lectura o recital, o el que se presta a otras actividades de la sociedad. Tampoco esta dimensión se circunscribe a la derecha o a la izquierda, cuando un escritor construye un movimiento literario o un círculo aporta de igual modo a la sociedad. Esta faceta es después de la propia obra del escritor la más visible de todas, pues acá éste define y construye las relaciones con todos los  grupos sociales posibles.

La intimista: Esta es una faceta espiritual y como no deseo ponerle algún epíteto que huela a religión, prefiero decir que en esta parte el escritor construye sus pilares espirituales que darán sustento a su obre. Un escritor aunque se llame Ateo es espiritual, el ser humano es un ser espiritual, cree en el sistema, en la ética, en la familia en su cónyuge, que se yo. Es en esta dimensión cuando el escritor echará a mano elementos de que algunos elementos que para  nadie más o  muy pocos serán intrascendentes, pero para el creador serán fundamentales. Sólo cuando esta dimensión se torna mística y ese misticismo de querer enseñar, mostrar a otros alcanza una versión más alta y más sublime que la simple intimidad. Cuando se habla de misticismo entiéndase no es un evento religioso, si bien la parte metafísica o mística es más fácil apreciarla cuando se tiene fe en algún Poder Superior como dice Al Anón o en el caso de la concepción occidental se nombra  a Dios. Esta dimensión suele estar muy lejos de los prejuicios con los que comencé esta discusión de izquierda o de derecha y es que si se acepta la acción de alguna o más deidades, el creador caerá en conciencia de qué esa o esas deidades están libres de esos prejuicios y que Dios o los Dioses lo son para todos los seres y no para unos pocos. Esta dimensión suele alcanzarse cuando se tiene algún tipo de madurez y por lo general llegan a ella también muchos creadores que se elevan desde la parte social al darse cuenta de que las ideologías no cambian al mundo, o su acción dentro de ellas.

Todo escritor que pretenda trascender debe extraer lo mejor de las dimensiones substancial e intimista, ya que le conceden una visión diferente, la substancial lo  humanizará al ver lo difícil de la vida que se mueve en más de una dirección entre derechas o izquierdas, se hace más finito. Mientras que en la intimista se hace trascendente o busca allende de su limitación. Particularmente creo que existe una dimensión metafísica indiferentemente de la fe o visión que se profese.

Estas secciones en un escritor son sutiles y cíclicas convirtiéndose en un verdadero lado Concavo-Convexo, se regresa o se va hacia lo social, se alcanza o se modifica lo íntimo y se puede caer en la subsistencia en algún momento, subir y regresar. En estas dimensiones se llega al vacío y se sale de él. La relación con el vacío la  hacen tornarse interesante y fascinante, plasmándola en una   creación literaria más profunda y desgarradora. Esa situación inevitable y cíclica que hacen que un creador  que transite y regrese a esas dimensiones logre trascender, pero con cada relación el individuo o creador no regresará ni producirá igual. Al ser experiencias que atañen a un creador, cada una de  ellas desembocará en una nueva persona y en un creador distinto, de modo que a lo largo de su vida un creador tendrá diferentes yos o versiones de sí mismo.

 

           Alexander Anchía Vindas
Barrios del Sur, San José – Costa Rica 

 

 

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11    Enero 2016
                                    Páginas 17-22

Algunos monstruos de la Literatura Bíblica

 

 

Algunos monstruos de la Literatura Bíblica

La Biblia es, sin duda, el libro más leído en el mundo entero. No se trata solamente del libro que transmite la Palabra de Dios y que sirve como manual de vida para los creyentes, sino que es también un muy valioso tesoro histórico y a la vez mítico que ha perdurado a través de innumerables generaciones. Independientemente de cuán cierto sea lo que en la Biblia se dice, no podemos negar que su literatura es exquisita y asombrosamente relevante. La Biblia ha inspirado así mismo grandes obras del cine como La pasión de Cristo (2004), series o docudramas como The Bible (2013) y obras de arte como La última cena de Leonardo da Vinci (1495-1497). Las historias bíblicas van desde guerras sangrientas entre poderosos ejércitos hasta romances prohibidos. Se ha hablado mucho de la vida, pasión y muerte de Jesús, así como también se discute una y otra vez el tema de las profecías apocalípticas. Precisamente en el Apocalipsis o libro de las Revelaciones, se plantea un escenario que es comúnmente visualizado como una ‘batalla cósmica’ donde una serie de personajes, entre ellos, monstruos o bestias, tendrán una participación muy relevante. Primeramente, conviene aclarar que el Apocalipsis está lleno de símbolos y existen múltiples interpretaciones de su mensaje. Este trabajo no pretende entablar una discusión teológica o escatológica. Más bien, el propósito es mirar de cerca a todas estas criaturas, pero en esta ocasión se les prestará especial atención a unas que aparecen en el Antiguo Testamento, como veremos más adelante. Estas bestias legendarias puede que estén ligera –o estrechamente– relacionadas con los monstruos más conocidos de la literatura mítica de todos los tiempos.
Observaremos en la primera parte a las bestias mencionadas en el Antiguo Testamento que son quizás las menos conocidas en este tiempo. El antiguo libro de Job menciona a una bestia llamada “Behemot”, la cual ha planteado una controversial interrogante: ¿Era “Behemot” un dinosaurio? De hecho, el behemot es descrito detalladamente y se entiende en el texto que el mismo fue creado por Dios: 15 He aquí ahora behemot, el cual hice como a ti; Hierba come como buey. 16 He aquí ahora que su fuerza está en sus lomos, Y su vigor en los músculos de su vientre. 17 Su cola mueve como un cedro, Y los nervios de sus muslos están entretejidos. 18 Sus huesos son fuertes como bronce, Y sus miembros como barras de hierro (Job 40: 15-18, Reina Valera Revisada, 1960). En base a los versos citados, se puede concluir que el behemot es un animal vegetariano porque como hierba (v.15) y se trata de una criatura fuerte y robusta (v. 16-18), por lo que se podría pensar que el behemot no es más que un hipopótamo, aunque algunos dicen que se podría tratar de un elefante. Pero se habla en el verso 17 de su cola, siendo comparada con un cedro, es decir, un árbol de tronco grueso y recto. La imagen ubicada en la parte inferior ilustra por qué, de acuerdo a la descripción de la cola, resulta un poco ilógico asociar al behemot con algunos de los animales antes mencionados. Más bien, la figura del behemot se asemejaría más a la de un brontosaurios. Sin embargo, la mayoría de las traducciones de la Biblia (EMN, LT, NBE, NM, RH, BJ y otras) usan la palabra “hipopótamo” en el texto principal o en las notas al pie de la página para identificar a esta criatura de la que habla Dios. No hay manera de llegar a una conclusión total y absoluta de qué era realmete esta bestia descrita en el libro de Job. Lo que resulta interesante es que el behemot ha inspirado incluso las imágenes de algunos monstruos para el mundialmente conocido juego de cartas “Yu-Gi-Oh!”. Por ejemplo, “Behemoth de dos cabezas” o “Behemoth el Rey de todos los animales”.

En esta escena del libro de Job aparece otra bestia llamada “Leviatán” (Job 41:1), quizás más conocida que el behemot, pues es comúnmente visualizada como un monstruo acuático, lo que resulta muy popular en la cultura y especialmente en la literatura mítica. Además, el leviatán es mencionado en varias ocasiones en el Antiguo Testamento: Isaías 27:1, Salmo 74:14 y Salmo 104:26. Según una antigua leyenda, el behemot y el leviatán se enfrentaron en el principio de los tiempos y Dios acabó con ellos antes de que éstos terminaran destruyendo su creación. Otros sugieren que el enfrentamiento será en el Día Final. Gustave Doré realizó un grabado llamado La destrucción de Leviatán, claramente inspirado en la narración de Isaías 27:1: “En ese día, el Señor castigará con su espada, su espada feroz, grande y de gran alcance, Leviatán la serpiente que se desliza, Leviatán la serpiente enrollada; Él destruirá al monstruo del mar”. Esta es precisamente la imagen que se tiene del leviatán. Es decir, este monstruo ha sido calificado como una especie de serpiente marina y forma parte de las innumerables especies marinas mitológicas de todos los tiempos. Tanto el leviatán como el behemot, sirvieron como simbolismos para las conocidas obras de Thomas Hobbes Leviathan (1651) y Behemoth (1960), respectivamente. Estos escritos no tienen nada que ver con monstruos mitólogicos, sino que tratan temas estrictamente políticos y causaron mucha polémica al momento de ser publicados.
En fin, el leviatán y el behemot son solamente algunas de las bestias o monstruos que aparecen en la Biblia. Sería imposible dejar de mencionar a las bestias que aparecen en el libro de Daniel, las cuales representan para los estudiosos de la palabra a distintos imperios y son asociadas a las profecías del Apocalipsis. También econtramos al pez gigante que tragó a Jonás, las langostas de Abbadon, unicornios, ángeles caídos y las bestias de la batalla final. Se recomienda el libro Dictionarie of Deities and Demons in the Bible. Con este trabajo queda claro que la Biblia y sus historias forman parte de aquello que llamamos monstruos de la literatura.

 

  Kenny L. Díaz Ortiz
Carolina – Puerto Rico

               


Revista Dúnamis   Año 10   Número 10    Noviembre 2015
                                  Páginas 16 – 18

Crónicas del Bosque

 

 

Aproximaciones argumentales para dar cuenta de la “Atlantis Latinoamericana”

 

El presente ensayo, es un correlato que apunta a buscar cierta verosimilitud, en el texto planteado en el número anterior, intitulado “Crónicas del bosque”, donde se vislumbra la posibilidad teórico-fáctica de la existencia de una cultura precolombina, nunca antes examinada o siquiera indagada como posible.

Sí bien el hallazgo de este diálogo platónico es una gran novedad para el mundo de las ciencias espirituales, lamentablemente, nosotros avocados a la investigación de esta cultura nos quedamos con el deseo de continuar leyendo lo que el filósofo supo acerca de la misma, un tesoro preciado que debe estar en algún papiro oculto en el Mar Muerto o en el Egeo. De todas maneras no es óbice para que continuemos con lo que tenemos hasta el momento, que no es poco. Ni mucho menos nos permita trazar la existencia de estos prohombres que son parte constitutiva de nuestros antepasados.

Podríamos inferir que este sistema organizacional que desarrollaron los gentereí o los del bosque, fueron las bases mismas que desarrolló el feudalismo durante siglos en casi todas las extensiones del globo. De acuerdo a los patrones culturales y políticos reinantes, no se reconocían como un sistema de casta o clanes, sin embargo, estaban bien determinados tres estratos, que extrañamente no se distinguían por hábitos de consumo, por actividades a desarrollar, por privaciones o limitaciones, sino por el lugar, ni siquiera de hábitat general, sino de pernocte. Es decir, los Ahiteba, eran tales, porque dormían dentro de esas construcciones símiles a castillos, y esa es la única característica que abiertamente los hacía tales y los separaba tanto de los chimbos, que eran tales precisamente porque pasaban horas del día dentro de las construcciones o de los castillos y de los gentereí que eran quiénes habitaban y dormían en el bosque, en el descampado, en la intemperie.

Esta diferenciación social por pertenencia de hogar ante la nocturnidad, es toda una novedad en sí misma en relación a todas las culturas hasta ahora estudiadas, pues no hablamos de que ningún habitante tuvieran vedada la participación política, de hecho es hasta llamativamente avanzado el sistema democrático o electoral que desarrollaron; tampoco la participación en festividades, la práctica de cultos, tampoco un conjunto punitivo o sancionatorio especial para quiénes no estuvieran en el manejo del poder. Técnicamente podríamos hablar que el sistema político/social/organizacional, les permitía a todos y cada uno de los habitantes el desarrollo por igual de sus deseos, expectativas o proyectos, dando por sentado por tanto que construyeron una sociedad democrática digna de nuestros tiempos. Sin embargo, la estratificación, que perduró en la nominalidad de las tres clases de habitantes, nos brinda el hiato que hace posible que al recorrer por dentro este sendero, veamos que en verdad, esa clase gobernante (Los Ahiteba, que de acuerdo a ciertos filólogos especializados en lenguas amerindias, podría significar “los puros, los de verdad, los auténticos”) sometió con un poder hipnótico, enmadejo a más no poder, encorsetó al extremo de solo permitir un resquicio de aire, maniato pérfida y perversamente al resto de los habitantes, que sometidos a estos, vivieron durante años y por generaciones, como narcotizados, en un sistema de cosas que explícitamente no prohibía nada, pero que implícitamente sólo dejaba subsistir con la única razón de servir, en una suerte de lacayismo oculto, a quiénes idearon – con la malicia real de las almas más egoístas y con la astucia y genialidad de lo demoníaco – esta cultura que tenemos bajo estudio.

Recurrimos al Psicólogo Social de la Universidad del Zulia (Maracaibo), Orlando B., quién posee un compendio acerca del comportamiento psicológico de culturas precolombinas, tanto en su nivel consciente como del inconsciente colectivo, destacando que así como reprodujimos a eruditos de universidades europeas, también lo hacemos de eméritos formados en casas de altos estudios de Latinoamérica, a los efectos de no caer, en lo que algunos autodenominados “progresistas” dan en llamar el imperialismo cultural de entender o analizar las perspectivas de nuestros antepasados bajo miradas o paradigmas europeizantes o extranjerizantes que desvirtuarían el objetivo del presente estudio.

Expresa el profesor bolivariano: “A lo largo de sesudos años de investigación, pudimos demostrar que en ciertas culturas, muy pocas por cierto, se dio un fenómeno que dimos en llamar Parasitismo, al igual que lo que define la ciencia biológica; proceso por el cual una especie amplía su capacidad de supervivencia utilizando a otras especies para que cubran sus necesidades básicas y vitales, que no tienen por qué referirse necesariamente a cuestiones nutricionales, y pueden cubrir funciones como la dispersión de propágulos o ventajas para la reproducción de la especie parásita; el parasitismo social o que nos convoca, se aviene a las mismas características que el parasitismo general. Medularmente la diferencia consiste en que un subgrupo o clan, ejerce un parasitismo no orgánico, sino más bien cultural o espiritual. Una suerte de enajenación de expectativas, de deseo, de humanidad, un sometimiento subrepticio, camuflado, un colonialismo progresivo y soterrado, que ejercieron en ciertas culturas, un grupo por sobre el resto, generando períodos temporales de aparente calma, pero que finalmente implosionaron llevándose a todos y cada uno de los integrantes de la comunidad, como las marcas que pudieron haber dejado en el paso por el mundo. El caso más paradigmático es el de los llamados “gentereí” en los humedales del confín sur del continente americano. A tal punto llegó la desintegración de esta civilización que durante siglos ni siquiera supimos de la existencia de la misma, recién en los últimos lustros, mediante descubrimientos casi azarosos, tenemos ciertos elementos para reconstruir esta experiencia de la humanidad que, como dijimos, tuvo como una de sus peculiaridades el ejercicio del parasitismo por parte de una clase por sobre el resto de las integrantes de la comunidad. La clase parasitaria denominada “Ahiteba”, colonizó en mente y alma a quiénes no pertenecían al grupo que se identificaba por habitar un determinado lugar en la aldea misma (el lugar geográficamente del centro, más guarecido mediante construcciones de avanzada) y decididamente por ocupar los espacios de poder de la comunidad.

Las víctimas del ejercicio parasitario, unos denominados chimbos y otros gentereí (De acuerdo a los filólogos la acepción podría significar gente baja, gente ordinaria, gente común o gentuza) eran la máscara o la pantalla que sus victimarios necesitaban para ejercer los mandos de la comunidad sin ningún tipo de empacho o de excusa ante lo que claramente era no ya una posición dominante sino un lazo vejatorio e inhumano. El grado de deterioro en la autoestima de estos sujetos que se referenciaban de acuerdo al lugar donde dormían (los chimbos trabajaban en los hogares de los pudientes, pernoctando fuera de los dominios), lo podemos suponer en grado superlativo.  Por tanto no sería antojadizo arriesgar como hipótesis que este sistema devino de una base de sustentación social esclavista. El origen tuvo que haber sido naturalmente el de una cultura, como las de la época en cuestión, que mediante la sujeción por la fuerza, establecieron un sistema férreo y clásico de esclavitud. Lo peculiar es que en el transcurso del tiempo, desarrollaron un cambio de coerción desde los esclavistas hacia los esclavos. Podríamos inferir, que hasta los liberaron físicamente y los anoticiaron de que serían libres, condicionándolos en espíritu, alma y cultura. Será un misterio el develar como pudieron arribar a este grado de abstracción planificado y maniqueo, pero es indudable que surgieron del origen esclavista y en cierto período los dominantes cambiaron los grilletes o el lazo con los que manejaban a sus esclavos por la palabra y la sugestión. El desarrollo de la inteligencia política alcanzada por los Ahiteba debería ser materia de estudio aparte, pues, a diferencia de lo que se acostumbraba, al haber generado una identidad de grupo y tener la noción de los  “otros” no los atacaron, separaron o señalaron como si fuesen sus enemigos, al contrario, los contuvieron y los hicieron útiles a sus intereses sectoriales. Creyéndose superiores, no dudaron en asimilarlos, en hacerlos parte, en incluso orquestarles todo un sistema de vida que supuestamente los trataba en posibilidades a todos con las mismas chances. Los podríamos definir como unos grandes impostores o los mejores en el desarrollo de una cultura en donde el valor primordial ejecutado fue el de la hipocresía. En estos dos extremos, de los dominantes y los dominados, de sus auto-consideraciones o de la puesta en valor de su autoestima como grupos, se puede entender la mancomunión de intereses que los hizo viables como sociedad por un buen tramo del curso de la historia.

De acuerdo a manifestaciones que fueron recogidas y asimiladas por la cultura guaraní (la que absorbió indudablemente elementos sustanciales de estos sucesores suyos y que ameritaría otra investigación) hubo de existir una clara muestra de lo que acabamos de señalar mediante la relación que generaron con los denominados intelectuales u hombres de la cultura. Los gentereí poseían una alta estima, daban un valor superlativo a la suma de años, al alcance de la ancianidad. Sí bien esto es una particularidad de las culturas antiguas (siempre el perdurar con el paso del tiempo, ha sido como una referencia ante la condición sempiterna del hombre, ante lo ineluctable de su finitud el logro de permanecer en ese transcurrir en el tiempo), en este caso quienes eran representantes de una tercera generación, es decir alcanzaban el abuelazgo, decididamente eran consultados recurrentemente y por lo general, más allá de que tuviesen o no capacidad o trayectoria en el mundo de la cultura (como generadores de expresión mediante un instrumento o la palabra) los depositaban en esta suerte de gueto que les daba un lugar en la sociedad, en ese intersticio, patrimonio de los chimbos, a mitad de camino, o de lugar en verdad, entre los dominantes y dominados. Como vimos, los chimbos eran los siervos, que prestaban toda clase de servicios y a cambio de ello, recibían como premio, el permanecer unas horas en los lugares magnificentes de los Ahiteba, en sus castillos, en sus círculos de actividades tan distinguidas y limitadas para el resto, de quiénes gobernaban a esos otros con el hipnótico poder de la sugestión. La funcionalidad de los hombres de la cultura, fue decisiva y determinante para el desarrollo de ese poder hipnótico. El ropaje que le brindaban a esos ancianos que no tenían, en la mayoría de los casos, nada más interesante que ofrecer que su proximidad con la muerte, no era producto de la casuística (más adelante incluso utilizada por los jesuitas para dominar a los guaraníes) sino más bien la acción premeditada para la dominación.

Como se ha observado en otras investigaciones acerca de esta cultura que nos ocupa, una de sus festividades más importantes era un baile de disfraces y máscaras, con cantos y bailes incluidos, que reproducían o imitaban a animales o fenómenos de la naturaleza. La otra, que se daba incluso en lapsos próximos de tiempo, era una suerte de concurso de una cantata o estilo musical que los identificaba. Bajo este ritmo, que lo generaban con instrumentos de viento y con expresiones de sus intérpretes que podían incluir gritos o voceos amatorios o desafiantes, aglutinaban a muchos integrantes de la cultura e incluso de visitantes de otros lugares. Estos dos hitos o festividades, como todas, manejadas, organizadas y controladas por los Ahiteba, fueron consagradas como los hechos culturales en sí mismos. Cualquier otra actividad que refiriera a expresiones del alma, mediante la palabra o instrumentos que no tengan que ver con lo señalado, no eran consideradas acciones culturales e incluso quiénes hubiesen tenido la infeliz idea de desarrollarlas, seguramente hubieron de ser censurados y perseguidos. Los ancianos designados como hombres de la cultura, tenían como tarea el sacralizar estos hitos, incrementar las proezas que se podían alcanzar mediante el participar en las mismas, narrar en todo momento y lugar, las bondades de las mismas y señorear en tal sitial de la expresión del alma, que de acuerdo a los dominantes, eran solo patrimonio de estos ancianos que hablaban, escribían y pintaban lo que el poder les exigía que hicieran pues le debían lo que eran a quiénes manejaban no sólo los elementos concretos del poder público sino también las cuestiones abstractas de un pueblo enajenado en sus perspectivas, posibilidades y deseos culturales y espirituales. Estos perros del Hortelano o Cancerberos, fueron los precursores de los intelectuales del feudalismo, que no se distinguían de los siervos comunes o de las criadas que limpiaban las heces, más que por el servicio de divertimento que prestaban, pues la reafirmación de la colonización que ejercían no eran percibidos por estos seres, en la mayoría de los casos, carentes de talento, inteligencia, creatividad y gracia. Cumplimentaban su rol, porque así les habían asignado, sin posibilidad, ni deseo de realizar qué con sus vidas de acuerdo a los dictados de una libertad auténtica proveniente de la esencia del alma. Se estima que de los gentereí que fidedignamente hubiesen querido desarrollar una actividad cultural, entendida en su sentido lato, además de enfrentarse a la indiferencia y a la persecución por parte de estos mediocres enraizados por los dominantes, tuvieron que desarrollar una suerte de camuflaje o de acción que pasase inadvertida para el presente en el que les toco nacer y desarrollarse. No se descarta que en años venideros las investigaciones para conocer algo más de esta cultura sorprendente, pueda deparar novedades ingentes en relación a uno de los grupos, sin dudas más afectados, por el desarrollo de esta forma de vida social y política sumamente clasista, elitista y limitante para quiénes no fuesen funcionales a los amos y señores del poder.

Como toda historia no oficial, no comprobable, o que venturosamente puede pertenecer al reinado de la imaginación, de acuerdo a quiénes relatan la existencia de esta peculiar cultura, la misma hubo de terminar, de implosionar, en virtud a una terrible guerra intestina que se desató en un momento dado, por circunstancias desconocidas, pero que podemos suponer arraigadas en las profundas divisorias en la sociedad misma, la versión más fuerte (increíblemente de los pocos relatos existentes que dan cuenta de esta cultura difieren en cómo terminó sus días) señala que el desarrollo cultural del sector más acomodado, encontró una forma de adivinación del futuro, una suerte de oraculismo infalible, el descubrimiento exacto de los hechos que inevitablemente sucederían. Se vieron tras siglos imposibilitados de borrar sus huellas en la humanidad, observaron incluso, nuestro tiempo actual, en donde mediante la tecnología uno puede comunicarse sin tener nada que decir, seguir existiendo en la red, pese a estar físicamente muerto, destruir un texto interponiéndole sonidos, ruido, o vinculaciones con la excusa de crear un neologismo, una subclase de literaturidad, recrear sensaciones, mediante interfaces y considerar que son más auténticas que las verdaderas, pero lo más triste para ellos es que en tal episodio se vieron esclavos de sus propias acciones y omisiones, cayeron en cuenta que todo lo que realizaban sería analizado, una y otra vez, por motores de búsqueda, por expertos en generalidades abyectas, se sintieron banalizados y enajenados en sus convicciones más profundas. Decidieron proyectar este futuro nefasto para sus consideraciones. Todo el pueblo o la comunidad estuvo ese día, que fue el último para ellos, que cumplieron con ese objetivo de no ser presa de la repetición o reiteración estupidizante de las cosas. Su legado fue el dudar de que hayan existido, nos dejaron como testimonio una lección invalorable, ir en la búsqueda de estos antepasados, no mediante nuestros medios tecnológicos, o de nuestras excusas inventadas para no preguntarnos lo trascendente de la vida, sino que develemos las palpitaciones de nuestro corazón, que desguacemos los temores de nuestras pesadillas más funestas, que nos desprendamos de las ficciones mentales a las que nos aferramos para salir del presidio de la incertidumbre, haciendo esto, los encontramos, nos encontramos. Porque al vivir estas sensaciones tan intensas, somos lo único que jamás podremos modificar ni nosotros, ni lo que creemos, que es un vanidoso conjunto de vocablos que se articulan en frases, oraciones, párrafos e historias, y las mejores, o las más cercanas a nuestra esencia, no están frente a una pantalla, sino en la boca de un corazón exultante, o en la mano de un prodigio que relate con ferocidad mental lo sucedido, haya ocurrido o no, pues como vimos, o sentimos, eso hace tiempo ha dejado de tener importancia.

Francisco Tomás González Cabañas
             Corrientes – Argentina

                                    

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 9    Octubre 2015
                                  Páginas 25-31

El vecindario “pintoresco” de la postmodernidad

 

El vecindario “pintoresco” de la postmodernidad

 

Como ciudadano inmerso en las señales, ocurrencias de un mundo postmoderno de inicios del siglo XXI, estoy en pleno derecho de quejarme, enojarme o alabar los nuevos vecindarios conformados. Acá la pregunta no es la misma que planteó Shakespeare en una de sus obras,  ¿ser o no ser?, acá el dilema es ser uno mismo o no ser nadie, o quizás ambos, según la conveniencia.

Quizás la norma ética imperante de este tiempo pese a estar solapada es: Disfrutar al máximo, irreverentemente, sosamente y trivialmente. Dejar que la vida lleve al ser humano por donde esta quiere. Pero sea un código de reconocimiento que vivimos en la era de Narciso es la extensión con un efecto big-bang magnánimo de la palabra placer… Si el modernismo y su baluarte Prometeo predicaban que la salvación la otorgaba el conocimiento y sólo a éste debía aspirar el ser humano, pues en él vería su realización plena. Tal parece que el reino de Narciso priva el placer y el comodismo ante cualquier otra premisa, hasta el mismo conocimiento está en función de extender el placer a límites exacerbados. Es así como han proliferado los centros de spa, las salas de masaje terapéutico, la llamada medicina cosmética (cirujanos plásticos, ortodoncistas, cosmetólogos, endodoncistas, y otros profesionales;  al servicio de un mundo plástico) A diferencia de otros tiempos donde privaba la salud a la apariencia estética, muchas personas hoy prefieren enfermarse  hasta morirse de bulimia, o, vivir en una cápsula que impida ponerse feo, como en su momento lo intentó el finado cantante posmoderno Michael Jackson. La pregunta no será ¿si me habré curar de un mal determinado?; sino, ¿cómo me veré después de tal tratamiento? El placer sin restricción ha enajenado al ser humano convirtiéndolo en un zombi de sus propios principios… Se ha cambiado la filosofía y el acto natural de cuestionar, de llevar al pensamiento a su orgasmo más profundo, por un espiritualismo fatuo y amorfo, relajado y a conveniencia. No en vano, están proliferando los cursos de yoga, de taichí, feng-shui y otras espiritualidades que al igual que las religiones tradicionales tienen métodos y alcances establecidos, simplemente donde el enfoque ético no le interesa reconocer a un ser superior, si no que este aspire a un supuesto estado superior de conciencia, que se alcanza simplemente por medio del placer. Al igual que estas espiritualidades; a nivel de textos literarios, no importan ya la calidad ética, el construir un lenguaje, un mundo; si no,  entretenerse en el presente, dado que deben privar: “Paz y Amor” como los hippies.

 La ética a nivel filosófico pareciera ser un tema incómodo, una parte de la filosofía que todos quisieran diluir, desaparecer o evitar. En la postmodernidad se deben impulsar otras corrientes de la filosofía, y una ética flexible, pero que paradójicamente existe en estos espacios perdidos en el limbo.

Ahora los inventos están en función del placer, por ejemplo: como reproducirse, de qué color serán los ojos de mis hijos, como lograr seres humanos “más bellos” bajo conceptos muy subjetivos y antojadizos de belleza, cómo clonar órganos que prolonguen la vida; cómo tener relaciones sexuales sin que se tengan enfermedades o sin que resulte un producto determinado. Evidentemente el concepto de familia está evolucionando hacia un tipo de asociación más abierta y diferente que las primeras familias de las cavernas. Los avances científicos no se detienen, pero a diferencia de la modernidad donde estos eran más democráticos y tenían un sentido de humanismo,  atañían en su momento a todos los campos del saber. Hoy en día están condicionados por lo que produzca placer y aquello que no entre en esa línea es sujeto de marginación, de una inquisición sutil de indiferencia por medio de las élites dominantes, cuyo grupo dogmático suele ser en cada país las llamadas jet-set o avioneta-set o este tipo de farándula que dispone del mundo de acuerdo a su juicio.

Aunque la ética postmoderna pareciera tener como único principio fundamental de predicar el placer al máximo y extenderlo por el universo con el único mandamiento de: Alimentarás tu ego sobre todas las cosas y lo amarás con todas tus fuerzas…, pareciera que existen tres principios fundamentales en esta ética postmoderna que a la postre son prohibiciones intrínsecas que se requieren para extender el placer máximo

Prohibido:

  1. Sorprenderse: Todo aquello que genere a la persona algún: sobresalto, dilema, que requiera pensamiento. Escoger, o descartar son un problema, debido a no permite la comunicación fluida. Tan marginal y genocida era justificar la eliminación de seres humanos por que científicamente se discutía si eran inferiores, como lo es la segregación solapada de algunas etnias o personas que no aportan a la belleza que al fin al cabo es el placer. Y dentro de estas nuevas segregaciones, los intelectuales son marginados, debido a su capacidad de cuestionar, que tratan de que el pensamiento no muera, porque las preguntas mal llamadas “extremas” son extrañas hoy en día. Supuestamente los postmodernos afirman que esas preguntas han llevado al ser humano a matarse unos a otros y lejos de traer beneficios han traído perjuicios, entonces como la sorpresa puede venir de esas élites intelectuales clásicas, mejor ignorarlas, obviarlas o no tomarlas en cuenta.
  2. Disentir: Al que se subleva o esboza un punto de vista diferente, se le mira como un inadaptado social, como alguien que “rompe un equilibrio perfecto”. Para que haya paz y amor se debe bien expresar una opinión diversa acerca de un tema trivial, pero nunca cuestionar o profundizar algo que ponga en peligro al sistema, alguna situación que ponga en evidencia el deterioro, la descomposición de la sociedad. Si bien es cierto, millones de personas continúan muriendo de hambre en el África, muchos se atreven a vaticinar el éxito del  nuevo turismo espacial, el cual dará para múltiples temas de conversación en extensas tertulias, de las altas sociedades de New York, Londres, etc.
  3. Molestarse: Pareciera que el romper la paz que prometen todas estas espiritualidades que están de moda, es algo malo, hoy en día la argumentación detallada, la exposición de puntos de vista, pareciera ser perseguida, ha privado un facilismo a todo, donde por el supuesto de bien de la mayoría, se trata de acallar toda voz discordante; esto también cabe dentro de la barbarie. La paz perpetua que soñó Kant es imposible en un mundo postmoderno, donde cada uno interpreta su realidad de una forma sin analizarla, probablemente el célebre pensador no se hubiera atrevido a proponer su tratado en medio de concepciones tan cambiantes, superficiales y tan individuales… Hoy en día el pensamiento no aspira a la universalidad; si no a la individualidad…

El hombre postmoderno es entonces un zombi, víctima de su propia evasión, donde cualquier asomo de existencialismo muere en el atrio del placer. La cultura de adoración al cuerpo, al individualismo es un placebo para enfrentar la realidad, la imposibilidad de salir de la finitud.

La superficialidad es una consecuencia de esta cultura posmoderna, que aunque nunca como antes la humanidad ha derivado en una serie de temas y aspectos de la vida, nunca como antes han estado divorciados. El individualismo imperante hacen que los tecnócratas vivan en una burbuja donde es imposible intercambiar conocimientos y el sistema humano se ve truncado e imposibilitado de llevarse a cabo.

Si en la edad media el oscurantismo evitaba la capacidad de inventar, por miedo a estructuras religiosas arraigadas. Hoy el ser humano se ha convertido en un autómata cuya capacidad de revelarse o de cambiar el rumbo es minada por su propio freno. En este caso lo que lo minan son esos principios espirituales amorfos, sin una estructura clara. Por ello como autómata, sólo le resta consumir sin juzgar acerca de lo que adquiere.

El “macho posmoderno”, no es el macho prehistórico que extendía su dominio por medio de la fuerza física, tampoco es el macho moderno que ejercía su liderazgo a través de sus capacidades intelectuales. El macho que predomina hoy en día es el que impresiona por sus adquisiciones, por el auto de moda, por el celular de última generación, por la ropa de marca, etc. El machismo hoy en día es reciclado, en la medida que tenga más, tengo más derecho a minar la voluntad de mi nueva posesión, al menos eso se da en los países donde esa costumbre se sigue transmitiendo.

Pero, en este panorama ¿dónde quedan los vecindarios de hoy día?… Me refiero a los vecindarios donde los niños convivían en las calles poco transitadas, parques, o plazas, donde una niña admiraba el perfume de una flor, donde se formaban historias colectivas, incentivadas cuando a un niño se le leía por la noche un cuento en la cama.

 Si la evolución dio origen a la colectividad y a la sociedad, parece ser que el producto de las nuevas sociedades es una clara involución.

Los vecindarios postmodernos son guetos tecnológicos, donde múltiples impersonalidades convergen y ninguna puede tomar una forma clara. Tales estructuras no construyen una sociedad. Cada persona representa un papel a veces cercano y a veces muy distante de su propia realidad, transitorio y efímero. Se han sustituido los medios personalizados de socialización tales como el parque, la plaza, la cancha de futbol del pueblo, el libro; por el PlayStation, por las redes sociales, el messanger, el correo electrónico, etc. Evidentemente esta cultura tiene sus cimientos a partir de los 70s cuando la educación pasó a ser una sierva de la globalización, es así cuando surge en primer término la tecnocracia como manifestación de esta. Al hombre tecnócrata se puede decir no dista mucho de ser llamado “ mercenario del conocimiento”, pues se limita a estudiar para producir, en el fondo Marx tenía razón cuando fundamentaba su manifiesto basado en la motivación económica. Vivimos en un mundo tristemente economicista, que favorece los plásticos antes que los celajes en los cielos.  El tecnócrata poco se maravillaba al ver un amanecer o nacimiento de una flor. Y por ya dos o tres generaciones de tecnócratas,  existen turistas de los llamados “BOBOS” o “DINS” que se maravillan, se impactan al ver algo tan sencillo como la piña a la par de la planta que le dio origen, o de la planta de la papaya, o el tomate que crecen al natural. De la tecnocracia y tal especialización que llevaron a Ortega y Gasset llamar “La Barbarie del Especialismo”, surgieron esos espacios marginados para los amantes de la tecnología.

La humanidad posmoderna parece privilegiar la temporalidad a la permanencia, donde lo efímero, lo pasajero es valorado en función del placer que provea, pero un pensamiento más arriesgado, más a futuro, no es bien visto.

Ensayo

Los vecindarios antiguos le concedían al ser humano defensas naturales contra el universo, agudizaban su sentido  frente a las fuerzas naturales, le protegían más contra el mundo y su propia barbarie. Además, eran un principio elemental de la civilización, cuyo origen del hombre señala la convivencia pacífica y armónica con la gente agradable y la gente poco desagradable. El primer vecindario de un hombre de Cromañón o de Neandertal fue posiblemente una caverna, en ella el grupo resolvía los problemas que un hombre del pasado pudiera tener frente al otro. De esa forma se fueron dando problemas de socialización, que se fueron sofisticando sin perder su esencia hasta finales de la década de los 80s.

La socialización le permitió al hombre reinventar su propio mundo aunque fuera con aciertos y desaciertos. Por medio de este viejo y antiguo  esquema llamado convivencia. El hombre pasó de una manada a ser constructores de una humanidad como hasta los grandes destructores como: Nerón, Napoleón o Hitler.

¿Qué resultado tendrán los nuevos paradigmas de relaciones basadas en portillos, dispositivos, y conocimiento tecnológico?, ¿cuán aislada podrá estar una persona que  no tiene acceso a estos elementos?

La civilización humana ha avanzado en temas de tecnología, de confort, pero indudablemente en la evolución de las relaciones ha retrocedido, se ha desacelerado o se ha vuelto torpe en construir habilidades sociales que se esperarían de una persona criada  y encerrada en las computadoras.

¿Necesita de otro, un niño enraizado a su computadora? ¿ Qué sentirá?, quien  al salir a la calle tras 15 años de no hacerlo, un ser supuesto a quien manda a pedir las cosas de un supermercado exprés, que paga sus obligaciones vía internet y que simplemente hereda una fortuna y vive aislado del mundo, pero esto no se trata de la ficción. Si algún intelectual de esos de una bohemia profunda, un día en una playa se le ocurriera inventar la postmodernidad, por que había que frenar todos los errores cometidos en el pasado de genocidios, egoísmos, etc…

Lejos de evolucionar, el vecindario de la postmodernidad ha hecho a las personas más cohibidas, desconfiadas, introvertidas, interesadas y se ha perdido la fantasía, la creatividad. Por tanto no es de extrañar que el arte actualmente prive lo inmediato, el facilismo, lo necesario.

Estos guetos tecnológicos fusionan la ética con la estética. Las personas con destrezas suficientemente avanzadas en el campo de la tecnología sueñan con un perfil perfecto, la palabra perfecto no es un calificativo relacionado con la bondad, si no con la conveniencia, pero es aquí donde viene un vacío de no uniformidad: ¿Conveniencia de qué?… y se levanta otro gueto moral, donde lejos de estructurar un valor lógico, como en el pasado más bien deja abierto un abismo o una pared diferente entre cada ser humano. La noción de pasado queda distorsionada, queda muy mediatizada, la memoria da hasta donde lleguen las actualidades en la red.

Muchos profesionales dejan un perfil en sitios de “dating”, donde aparentan verse perfectamente diestros y capaces para el trabajo, muestran una foto donde se ven atractivos, empoderados de su espacio y realizando gestos faciales “neutros” o convenientes, colocan una información precisa. Si nos vamos a los sitios de citas para encontrar pareja en sitios de encuentros, es posible igual ver personas deseables en sus fotos con discursos los suficientemente encendidos, relajados, apasionados, para motivar a otros.

Y si es en espacios de conexión simultánea como los llamados mesanger o las redes sociales, que son el ejemplo más plausible de vecindario posmoderno. Las calles de este barrio están siempre vacías, nunca hay nadie de carne y hueso, nunca hay una persona capaz de ayudar a otra. Habrán sistemas informáticos, dispositivos, pero eso no es compañía, ni aminora la necesidad de compañía. Las personas ciertamente tienen la potestad de poner la ética en función de la estética, y el disfrute; donde en el fondo sigue primando el principio postmodernista de que todo es válido en función del placer que proporcione.

Si otrora, las relaciones “ normales” se generaban en el andén de una estación, en cualquier viaje, en un bar, estadio o teatro, en un parque de juegos o natural, etc. El esquema era el siguiente: Un yo debía de transformarse hacia el tú, para conformar un nosotros. De esa forma para que una relación de cualquier índole surgiera, las dos personas que aceptaban formar parte de esa relación necesitaban, dejar la semilla del yo, para conformar una planta llamada nosotros.

La otredad era natural, era algo inherente al ser humano, la misma figura que conformó y originó el progreso de la raza humana.

Hoy en día en los encierros cibernéticos, ese esquema no necesariamente lo respetan; debido a que perfectamente para construir una relación el yo no necesariamente debe desaparecer para ir hacia un tú. El esquema cibernético permite a las personas estudiarse más y cada persona decide el tipo de relación más “conveniente” con esa posible persona, incluso dichas redes sociales han diseñado una categoría que no se trata ni de un amigo o enemigo se denomina: “amigos que me caen mal”. Es así que un abusador le asigna un rol a su víctima, o un interlocutor le pone al otro el signo de euros o de dólares. Las visiones no necesariamente coinciden en esta asignación que un rol le asigna al otro, la pantalla de la computadora permite eso.

 La computadora ofrece una tentadora posibilidad, la de seguir teniendo el control de la situación, el cibernauta sigue manejando su mundo al igual que Narciso y decido que rol asignarle, cuando hablarle, cuando esconderse de  esa nueva persona y cuando darle “delete”, bloquearla o sencillamente dejar de tenerla como amiga, porque esa persona no me dio o no respondió de la forma correcta a la imagen original en que un “Yo” decodificó. Causó decepción, no era “Mr. o Mrs. Right” y entonces pasa a ser material de desecho. La persona comienza a ser incómoda, cuando traspasa una barrera que ella no sabe que existe.

Pareciera que los vecindarios postmodernos le ajustan bien o que hubiesen sido propiciados por los tecnócratas llamados mercadólogos, ahora la impersonalidad se viste de una encuesta, de un sitio al que se le da “like”, y ese ente que controla el mercado cuenta con varias opiniones para hacer factibles sus productos de un solo tiro.

La otredad se limita a ser una subasta del mercado, una utopía, una constante promesa, un capricho que puede modificarse bajo el vaivén frívolo de la publicidad.

Los que esperan el famoso “ Nuevo Orden Mundial” deberá venir en tiempos de la posmodernidad, de espejos de mercadeo y tecnología que se confabulan para dibujar la fantasía del eterno control, un sistema globalizado maneja las transacciones, indica a las personas por donde deben manejarse e incluso qué, cómo y cuándo comprar.

Algo positivo que tienen estos vecindarios es que ciertamente permiten sacar el verdadero yo de las personas. Es posible…. Particularmente yo lo creo, que sea más fácil con una máquina como máscara que impide ver mis gestos, ojos, u otros ademanes que me delatarían mostrarme tal cuál soy, eso es algo positivo de este proceso ciertamente, es así que la gente introvertida se vuelve muy extrovertida, etc

Hoy más que en otros tiempos se producen vituperios, linchamientos, difamaciones, sin que pase nada, finalmente al dilapidado no se le asesina y el que tira la piedra tiene la posibilidad de evadir su responsabilidad entre el anonimato de la masa tecnológica, entre los hilos o el comentario que una persona más cercana a la comunicación dicta.

Pero volviendo a los perfiles, es también una oportunidad para mostrarme lo más lejano posible a mi propia personalidad. Por ejemplo a manera de historia rápida, si fuese un pordiosero ignorante, digno de lástima, pero se manejar una computadora, me busco la foto de un modelo, me busco frases célebres, sin necesidad de reconocer los derechos del autor, escribo unas cuantas cosas más y puedo constituirme en una persona atractiva para socializar en este vecindario, en el fondo es una situación buena, porque al menos me permite socializar en un espacio donde no me juzgarán, pero en otras instancias, se puede también engañar y utilizar esto para algún crimen.

De homo sapiens, se pasó al homo economicus, y luego al homo tecnológicus, quien en una reunión familiar aprovecha, para revisar el móvil con todas sus aplicaciones, entonces esa es su pequeña comunidad antes que su propia familia, su pequeño mundo. El homo tecnológicus ha reducido el mundo a chips, a un ciberespacio pequeño de unos cuantos centímetros de largo por otros tantos de ancho. En ese pequeño espacio pretende colocar el universo entero.

El homo tecnológicus está en contra de las leyes naturales  en las que se apuesta por la teoría del big-bang; es decir, la creencia en que un universo que se expande y tiende hacerse cada vez más grande. En contra parte este bicho tecnologizado en la posmodernidad, pretende tener el universo en un chip, ahora los sueños y las utopías tienen que ver con Tecnología, ¿me pregunto será la tecnología en este caso otro tipo de barbarie?…

Este homo tecnológicus, es un autómata, espera que la tecnología solucione sus existencialismos, sus preguntas que por sí mismo se rehúsa a desmenuzar. Entonces los pensadores en la posmodernidad, los intelectuales y los humanistas, ¿serán en este mundo tecnificado razas en peligro de extinción?

Después de haber vivido tantos atropellos y situaciones incómodas, limitadoras del pensamiento y del sentimiento, después de haber sido rebasado por la realidad; creo que me atreveré a esbozar algunas conclusiones a esta pequeña reflexión:

Las relaciones en la posmodernidad son muy desechables tanto por la duración de los vecindarios como por tener principios fácilmente mutantes. Si cada vez el concepto viejo de matrimonio heredado de la tradición judeo-cristiana es cada día más efímero, donde los más exitosos alcanzan entre diez y quince años de convivencia, la tecnología en la posmodernidad ha denominado la amistad como “conveniente, temporal y desechable”, conceptos que se ajustan ya deporsí a sus principios filosóficos fundamentales: mientras nos sintamos bien, mientras no me incomodes, bienvenido a mi vecindario.

Cada vez esos vecindarios son más laberínticos y sofisticados, ahora están adecuados a que las personas los porten ya no en sus ordenadores, si no en sus móviles, por ello están diseñados para alcanzar más rapidez e inmediatez, de modo que, la persona se convierte en un portavoz de rumores y de chismes inmediatos. Esa posibilidad es enajenadora de la capacidad de discriminar mensajes.  Se convierte en un “clickeador” y su decisión más importante se limita a diseñar, agregarle colores y un ambiente particular donde moverse en un plano muy esencial.

En el vecindario de la posmodernidad, el ser humano está perdiendo a pasos agigantados su convocatoria social, su capacidad de asociarse con otros seres humanos, en definitiva pierde su capacidad de ser social, tanto defendida en el plano psicológico.

El vecindario posmoderno no posee capacidad de asombro, nada es lo suficientemente grave, un hecho no es lo suficientemente importante o impactante, un hecho no es lo suficientemente prescindible..

En el espacio posmoderno virtual  aparentemente existe una democracia todos son aceptados: el ratón de biblioteca, el criminal, el linchador, el psicópata, el reprimido, el inocente, el dulce, él sociable y todos son éticamente aceptables; pero igual priva el más bonito, el más popular, el más adulador, el más interesante, el más hablador y los principios superficiales y ambiguos a los que evoca la posmodernidad

El vecindario posmoderno de una red social, tiende a unificar. Si bien es cierto se puede expresar, linchar y desbocar las opiniones, si existe una tendencia pronunciada de repetir una conducta que disguste al resto de los cibernautas, o se termina abandonando el vecindario o los vecinos te abandonan. Por ello aparentemente es democrático, pero en el fondo tiene una tolerancia muy baja, cada vecindario tendrá su propio nivel de tolerancia.

Finalmente se debe decir que es casi imposible en la segunda década del siglo XXI no contar con un vecindario posmodernista, pero creo que la importancia que constituye este para la vida de cada persona, está en función de la importancia que esta persona le dé a ese vecindario. En mi caso prefiero apuntar en la vieja agenda o libreta los teléfonos de las personas que son importantes para mi vida, mandar postales por correo, asistir a un bar y entablar conversaciones con la persona de al lado de la barra.

 

 

           Alexander Anchía Vindas
Barrios del Sur, San José – Costa Rica

 

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 8    Setiembre 2015
                                    Páginas 3-13

Pequeña Oda a la Literatura

 

Pequeña “Oda” a la Literatura y
Ensalce de la nostalgia como razón verdadera del Arte

 
 
 

Hagamos, pues, un brevísimo ditirambo al arte que pululó en la humanidad fruto de…

Frecuentemente, el revisar un simple libro o algún pequeño fragmento lingüístico que contenga sencillas letras constituye para muchos más que el ejercicio monótono y mecanizado de la lectura frívola, desganada y trivial que, lamentablemente, suele realizarse. En tal sentido, se lleva a cabo una infame befa a uno de las más bellas, plácidas y sublimes artes existentes. No se trata solamente de percibir o captar determinada cantidad de términos (conceptos e ideas) y de, mediante el sentido común y la sintaxis, relacionarlos entre sí para darles una forma inteligible en lo profundo de nuestra mente. Las maleables, hermosas e ilimitadas letras son definitivamente más que aquello. ¿Ilimitadas? Definitivamente sí; no hay en el mundo una sola persona que pueda expresar la proposición “la gama espacial y semántica de las letras tiene un límite, y solo hasta ahí dependerá la creación de los escritores”: Podemos sentir el significado del término “nada” sabiendo aun que dicha palabra denota lo inexistente y, por tanto, lo jamás conocido por nosotros; eso es transgredir los límites. Lo que observamos aquí es claramente un problema ontológico y también metafísico; pero… ¿Existe acaso un símbolo que implique y exprese la esencia de la nada en el campo de los números? En la simbología y en las ciencias no; mas en las letras sí: la palabra.

Escindamos la razón del sentimiento.

Comprendamos que para sentir el fidedigno y verdadero sabor exquisito de la literatura en todas sus formas no debemos sino atenuar el sentido lógico y racional para poder, así, abrir el campo de la imaginación y empezar a materializar, (no totalmente sino) parcialmente, los entes, las figuras, los símbolos, las imágenes y demás situaciones que el escritor recaba del topos uranos y nos regala embadurnados de aquella pericia que solo él posee. ¡No tan rápido! No debemos ser tan rigurosos y cerrados en este último aspecto, puesto que de ser así podemos incurrir en el error de no considerar los aspectos formales, racionales y de fondo del texto, tomándolo frívolamente y abocándonos a la forma solamente. Cuándo leo una historia, por ejemplo, debo estar preparado para encontrar cualquier clase de situación fantástica o verosímil (debo ampliar mi imaginación); no obstante, es necesario que deje de prescindir de aquella racionalidad que coadyuvará a que pueda conectar todos los aspectos de la obra para aunarlos en una gran estructura estética, organizada y formal dentro de mi mente.

Muchas son las fuentes de la inspiración y elucubración del creador de letras. Desde tiempos muy primigenios los hombres han necesitado, por ejemplo, los poemas épicos para poder difundir aspectos filosóficos y religiosos de una determinada zona, región, reino o ciudad. Más tarde, la inminente necesidad de registrar los hechos más relevantes así como las más insulsas verdades, permitió a la literatura entrar al ámbito de las crónicas, ensayos y otros géneros similares. Básicamente, el autor puede encontrar consuelo y desfogue en sus amadas letras, pues, le han permitido, sin reparo alguno, transcribir y dar vida a su más profundo sentir, despertado muchas veces por desdichas, felonía, angustia, amor, valor, desamor, nacionalismo, hipocresía, percepciones diversas, descontento social, entre otros…

Alejémonos, sin embargo, del hecho de conceptualizar al arte literario, y aboquémonos ahora a la verdadera base del goce estético: la nostalgia.

El dulce placer de lo sublime, el sublime placer de lo nostálgico.

Nosotros, los seres conscientes, somos elegiacos y por ello totalmente contradictorios. Adjudiquémonos y aceptemos esa característica. Buscamos sin cesar el clímax de todos nuestros sentidos; aun cuando ello implique encontrar elementos y experiencias que, si bien perfectos y hermosos traen la añorada felicidad, nos llevan, tarde o temprano, al hades ¿tremebundo? de la depresión, la desdicha y el dolor. ¿De dónde proviene este estado? Situaciones hay muchas; personas, demasiadas; parajes, infinitos y hasta diversos; verdades, inicuas; sentimientos, amalgamados como tierra con agua en el claustro de nuestro “yo” interior. Son, pues, muchas las fuentes…

Tratemos de encontrar dicha fuente. Existe un gran problema: no podemos delimitar las “cosas” que provocan la aparición de nuestra gran deidad, nuestra musa, la desolación. El hombre es relativo, es invariable, es altamente subjetivo. No podemos, por tanto, converger en una causa universal para que se produzca esa enfermiza congoja, esa inminente congoja; pero, claro, muy hermosa en todos sus momentos y espacios, desde el país de los hiperbóreos hasta el punto diametralmente opuesto de la dirección de la aguja de una brújula.

Pareciera enfermizo y obsesivo considerar que el arte se nutre, en muchos casos, de dolencia pura y absoluta. En nuestra sociedad, la colectividad suele pensar usualmente que la belleza se remite solo a la dulzura, a la felicidad, a la alegría sin sentido. Es lamentable. En algunas oportunidades considero que nos encontramos enquistados en una especie de esfera donde un tácito dogmatismo ronda en nuestras relaciones sociales sin que podamos hacer la más mínima reflexión de ello. Pero no descartaré la posibilidad de que muchas veces me halle también en dicho contingente humano cual vocal indispensable en el interior de una bella palabra. Y es que la situación puede representarse como un fuerte siroco (viento propio de las zonas donde habita el común y trivial hombre moderno) que arrastra todo a su alrededor y uno no puede escapar de él. Es la sociedad la culpable, es ella quien nos introduce implícitamente ciertos conceptos e ideas que se resumen en determinadas inclinaciones o gustos estéticos que, en este caso, se reflejan en el fervoroso y nauseabundo apego que tienen las personas por aquellas ejecuciones y expresiones artísticas que connotan bizarría, honor, alegría y demás sentimientos y valores que, según nuestro código moral y la cultura vigente, encajan en los extremos positivos de la ética y las definiciones estéticas de nuestro “claustro social”. Es el snobismo abrazante quien acecha.

Dejando de lado a la entidad monótona y arrastrante (sí, me refiero a la agrupación que nos acoge y que nosotros mismos alimentamos con nuestro deseo de colectividad y necesaria convivencia con los demás: La sociedad), volvamos a la pureza de lo nostálgico. Un aspecto muy importante a resaltar del oscurantismo de estos sentimientos, es la gran capacidad de mesura, de sosiego que posee el artista, o el individuo que expecta, cuando se encuentra emocional y psicológicamente destruido por alguna de las tantas razones que muy paupérrimamente he mencionado en líneas anteriores. Aquel estado nos da, de una manera tan natural, tan fluida, una tranquilidad inequívoca, inocua y lúcida que nos permite observar con deslinde, e indispensable grado de reflexión, los distintos sucesos del devenir de nuestro entorno. Por el contrario, el sujeto que denota una felicidad demasiado grandilocuente suele, a causa de su misma naturaleza exaltada y enaltecida, no reconocer los acontecimientos y vicisitudes de las zonas foráneas a su ser. Siendo consciente de lo que ocurre en el entorno de uno mismo se puede, evidentemente, identificar, también, los problemas y características propios de nuestra individualidad, de nuestro ser.

Regresando a la pureza de la nostalgia, es realmente hermoso cómo el individuo se reencuentra a sí mismo, reencuentra a su ser, lo desoculta (como lo concibió Hegel) desde alguna zona totalmente desconocida e ininteligible para, de esta manera, poder contemplarlo. No dejaré de mencionar la contraposición que existe entre nuestra idea de la “nostalgia” como fuente para reencontrarse con la realidad y, por ende, con la individualidad; y, por otro lado, la “angustia” que funciona como aquel puente para llegar a la “nada”, siendo esta última fue una de las tesis del filósofo M. Heidegger.

Tomando como base fundamental mi sentir, he ¿osado? afirmar que la nostalgia es una de las vías principales y fulgorosas para percatarse del entorno y reencontrarse con el propio ser, con sus vivencias, con sus dilemas, con sus contradicciones, con sus límites, etc. El estado silente es lo añorado por varios seres de nuestra especie, y no solo de la nuestra, sino de cualquier forma de vida en tanto tenga el más mínimo grado de conciencia. Por ello, concluyo en que la nostalgia es sublime y por ende causa placer. Se la representa en distintas artes. Puede estar situada en forma de elegía en una composición poética, puede formar parte de una desdichada historia en el género narrativo, puede evidenciar una imagen triste en una vieja pintura, puede estar armada como una tonalidad menor en una composición musical, puede estar magnánimamente materializada en cualquier arte, en cualquier clase de arte existente: no olvidemos la pluralidad de los campos de la expresión artística.

Finalmente, y redundando algunas de las ideas tratadas, digo que me era estrictamente necesario poder expresar lo que significa aquella situación de hermosa y extrema tranquilidad que implica la nostalgia. Estoy absolutamente seguro de que toda persona pragmática y supuestamente “positiva” que lea estas líneas podrá decir que es totalmente inadmisible y absurdo considerar que cualquier sentimiento doloroso pueda, a corto o largo plazo, provocar cualquier especie de goce, ya sea estético o no. Es comprensible. Solo que hay que tener en cuenta que las ideas expresadas son enteramente producto de la sensibilidad y la subjetividad; de lo que significa para mí y para los demás seres, sean del entorno o no, la luminosidad que puede florecer desde lo más recóndito de aquel extremo polo que engloba todo lo negativo y que, en la mayoría de las oportunidades, es desdeñado por el ser humano, es desdeñado por el letárgico ser humano.

 

Zandor Emerson Zarria Ibarra
 
 
  

Revista Dúnamis   Año 1   Número 1    Noviembre 2006
Páginas 2-6