El vecindario “pintoresco” de la postmodernidad
Como ciudadano inmerso en las señales, ocurrencias de un mundo postmoderno de inicios del siglo XXI, estoy en pleno derecho de quejarme, enojarme o alabar los nuevos vecindarios conformados. Acá la pregunta no es la misma que planteó Shakespeare en una de sus obras, ¿ser o no ser?, acá el dilema es ser uno mismo o no ser nadie, o quizás ambos, según la conveniencia.
Quizás la norma ética imperante de este tiempo pese a estar solapada es: Disfrutar al máximo, irreverentemente, sosamente y trivialmente. Dejar que la vida lleve al ser humano por donde esta quiere. Pero sea un código de reconocimiento que vivimos en la era de Narciso es la extensión con un efecto big-bang magnánimo de la palabra placer… Si el modernismo y su baluarte Prometeo predicaban que la salvación la otorgaba el conocimiento y sólo a éste debía aspirar el ser humano, pues en él vería su realización plena. Tal parece que el reino de Narciso priva el placer y el comodismo ante cualquier otra premisa, hasta el mismo conocimiento está en función de extender el placer a límites exacerbados. Es así como han proliferado los centros de spa, las salas de masaje terapéutico, la llamada medicina cosmética (cirujanos plásticos, ortodoncistas, cosmetólogos, endodoncistas, y otros profesionales; al servicio de un mundo plástico) A diferencia de otros tiempos donde privaba la salud a la apariencia estética, muchas personas hoy prefieren enfermarse hasta morirse de bulimia, o, vivir en una cápsula que impida ponerse feo, como en su momento lo intentó el finado cantante posmoderno Michael Jackson. La pregunta no será ¿si me habré curar de un mal determinado?; sino, ¿cómo me veré después de tal tratamiento? El placer sin restricción ha enajenado al ser humano convirtiéndolo en un zombi de sus propios principios… Se ha cambiado la filosofía y el acto natural de cuestionar, de llevar al pensamiento a su orgasmo más profundo, por un espiritualismo fatuo y amorfo, relajado y a conveniencia. No en vano, están proliferando los cursos de yoga, de taichí, feng-shui y otras espiritualidades que al igual que las religiones tradicionales tienen métodos y alcances establecidos, simplemente donde el enfoque ético no le interesa reconocer a un ser superior, si no que este aspire a un supuesto estado superior de conciencia, que se alcanza simplemente por medio del placer. Al igual que estas espiritualidades; a nivel de textos literarios, no importan ya la calidad ética, el construir un lenguaje, un mundo; si no, entretenerse en el presente, dado que deben privar: “Paz y Amor” como los hippies.
La ética a nivel filosófico pareciera ser un tema incómodo, una parte de la filosofía que todos quisieran diluir, desaparecer o evitar. En la postmodernidad se deben impulsar otras corrientes de la filosofía, y una ética flexible, pero que paradójicamente existe en estos espacios perdidos en el limbo.
Ahora los inventos están en función del placer, por ejemplo: como reproducirse, de qué color serán los ojos de mis hijos, como lograr seres humanos “más bellos” bajo conceptos muy subjetivos y antojadizos de belleza, cómo clonar órganos que prolonguen la vida; cómo tener relaciones sexuales sin que se tengan enfermedades o sin que resulte un producto determinado. Evidentemente el concepto de familia está evolucionando hacia un tipo de asociación más abierta y diferente que las primeras familias de las cavernas. Los avances científicos no se detienen, pero a diferencia de la modernidad donde estos eran más democráticos y tenían un sentido de humanismo, atañían en su momento a todos los campos del saber. Hoy en día están condicionados por lo que produzca placer y aquello que no entre en esa línea es sujeto de marginación, de una inquisición sutil de indiferencia por medio de las élites dominantes, cuyo grupo dogmático suele ser en cada país las llamadas jet-set o avioneta-set o este tipo de farándula que dispone del mundo de acuerdo a su juicio.
Aunque la ética postmoderna pareciera tener como único principio fundamental de predicar el placer al máximo y extenderlo por el universo con el único mandamiento de: Alimentarás tu ego sobre todas las cosas y lo amarás con todas tus fuerzas…, pareciera que existen tres principios fundamentales en esta ética postmoderna que a la postre son prohibiciones intrínsecas que se requieren para extender el placer máximo
Prohibido:
- Sorprenderse: Todo aquello que genere a la persona algún: sobresalto, dilema, que requiera pensamiento. Escoger, o descartar son un problema, debido a no permite la comunicación fluida. Tan marginal y genocida era justificar la eliminación de seres humanos por que científicamente se discutía si eran inferiores, como lo es la segregación solapada de algunas etnias o personas que no aportan a la belleza que al fin al cabo es el placer. Y dentro de estas nuevas segregaciones, los intelectuales son marginados, debido a su capacidad de cuestionar, que tratan de que el pensamiento no muera, porque las preguntas mal llamadas “extremas” son extrañas hoy en día. Supuestamente los postmodernos afirman que esas preguntas han llevado al ser humano a matarse unos a otros y lejos de traer beneficios han traído perjuicios, entonces como la sorpresa puede venir de esas élites intelectuales clásicas, mejor ignorarlas, obviarlas o no tomarlas en cuenta.
- Disentir: Al que se subleva o esboza un punto de vista diferente, se le mira como un inadaptado social, como alguien que “rompe un equilibrio perfecto”. Para que haya paz y amor se debe bien expresar una opinión diversa acerca de un tema trivial, pero nunca cuestionar o profundizar algo que ponga en peligro al sistema, alguna situación que ponga en evidencia el deterioro, la descomposición de la sociedad. Si bien es cierto, millones de personas continúan muriendo de hambre en el África, muchos se atreven a vaticinar el éxito del nuevo turismo espacial, el cual dará para múltiples temas de conversación en extensas tertulias, de las altas sociedades de New York, Londres, etc.
- Molestarse: Pareciera que el romper la paz que prometen todas estas espiritualidades que están de moda, es algo malo, hoy en día la argumentación detallada, la exposición de puntos de vista, pareciera ser perseguida, ha privado un facilismo a todo, donde por el supuesto de bien de la mayoría, se trata de acallar toda voz discordante; esto también cabe dentro de la barbarie. La paz perpetua que soñó Kant es imposible en un mundo postmoderno, donde cada uno interpreta su realidad de una forma sin analizarla, probablemente el célebre pensador no se hubiera atrevido a proponer su tratado en medio de concepciones tan cambiantes, superficiales y tan individuales… Hoy en día el pensamiento no aspira a la universalidad; si no a la individualidad…
El hombre postmoderno es entonces un zombi, víctima de su propia evasión, donde cualquier asomo de existencialismo muere en el atrio del placer. La cultura de adoración al cuerpo, al individualismo es un placebo para enfrentar la realidad, la imposibilidad de salir de la finitud.
La superficialidad es una consecuencia de esta cultura posmoderna, que aunque nunca como antes la humanidad ha derivado en una serie de temas y aspectos de la vida, nunca como antes han estado divorciados. El individualismo imperante hacen que los tecnócratas vivan en una burbuja donde es imposible intercambiar conocimientos y el sistema humano se ve truncado e imposibilitado de llevarse a cabo.
Si en la edad media el oscurantismo evitaba la capacidad de inventar, por miedo a estructuras religiosas arraigadas. Hoy el ser humano se ha convertido en un autómata cuya capacidad de revelarse o de cambiar el rumbo es minada por su propio freno. En este caso lo que lo minan son esos principios espirituales amorfos, sin una estructura clara. Por ello como autómata, sólo le resta consumir sin juzgar acerca de lo que adquiere.
El “macho posmoderno”, no es el macho prehistórico que extendía su dominio por medio de la fuerza física, tampoco es el macho moderno que ejercía su liderazgo a través de sus capacidades intelectuales. El macho que predomina hoy en día es el que impresiona por sus adquisiciones, por el auto de moda, por el celular de última generación, por la ropa de marca, etc. El machismo hoy en día es reciclado, en la medida que tenga más, tengo más derecho a minar la voluntad de mi nueva posesión, al menos eso se da en los países donde esa costumbre se sigue transmitiendo.
Pero, en este panorama ¿dónde quedan los vecindarios de hoy día?… Me refiero a los vecindarios donde los niños convivían en las calles poco transitadas, parques, o plazas, donde una niña admiraba el perfume de una flor, donde se formaban historias colectivas, incentivadas cuando a un niño se le leía por la noche un cuento en la cama.
Si la evolución dio origen a la colectividad y a la sociedad, parece ser que el producto de las nuevas sociedades es una clara involución.
Los vecindarios postmodernos son guetos tecnológicos, donde múltiples impersonalidades convergen y ninguna puede tomar una forma clara. Tales estructuras no construyen una sociedad. Cada persona representa un papel a veces cercano y a veces muy distante de su propia realidad, transitorio y efímero. Se han sustituido los medios personalizados de socialización tales como el parque, la plaza, la cancha de futbol del pueblo, el libro; por el PlayStation, por las redes sociales, el messanger, el correo electrónico, etc. Evidentemente esta cultura tiene sus cimientos a partir de los 70s cuando la educación pasó a ser una sierva de la globalización, es así cuando surge en primer término la tecnocracia como manifestación de esta. Al hombre tecnócrata se puede decir no dista mucho de ser llamado “ mercenario del conocimiento”, pues se limita a estudiar para producir, en el fondo Marx tenía razón cuando fundamentaba su manifiesto basado en la motivación económica. Vivimos en un mundo tristemente economicista, que favorece los plásticos antes que los celajes en los cielos. El tecnócrata poco se maravillaba al ver un amanecer o nacimiento de una flor. Y por ya dos o tres generaciones de tecnócratas, existen turistas de los llamados “BOBOS” o “DINS” que se maravillan, se impactan al ver algo tan sencillo como la piña a la par de la planta que le dio origen, o de la planta de la papaya, o el tomate que crecen al natural. De la tecnocracia y tal especialización que llevaron a Ortega y Gasset llamar “La Barbarie del Especialismo”, surgieron esos espacios marginados para los amantes de la tecnología.
La humanidad posmoderna parece privilegiar la temporalidad a la permanencia, donde lo efímero, lo pasajero es valorado en función del placer que provea, pero un pensamiento más arriesgado, más a futuro, no es bien visto.
Los vecindarios antiguos le concedían al ser humano defensas naturales contra el universo, agudizaban su sentido frente a las fuerzas naturales, le protegían más contra el mundo y su propia barbarie. Además, eran un principio elemental de la civilización, cuyo origen del hombre señala la convivencia pacífica y armónica con la gente agradable y la gente poco desagradable. El primer vecindario de un hombre de Cromañón o de Neandertal fue posiblemente una caverna, en ella el grupo resolvía los problemas que un hombre del pasado pudiera tener frente al otro. De esa forma se fueron dando problemas de socialización, que se fueron sofisticando sin perder su esencia hasta finales de la década de los 80s.
La socialización le permitió al hombre reinventar su propio mundo aunque fuera con aciertos y desaciertos. Por medio de este viejo y antiguo esquema llamado convivencia. El hombre pasó de una manada a ser constructores de una humanidad como hasta los grandes destructores como: Nerón, Napoleón o Hitler.
¿Qué resultado tendrán los nuevos paradigmas de relaciones basadas en portillos, dispositivos, y conocimiento tecnológico?, ¿cuán aislada podrá estar una persona que no tiene acceso a estos elementos?
La civilización humana ha avanzado en temas de tecnología, de confort, pero indudablemente en la evolución de las relaciones ha retrocedido, se ha desacelerado o se ha vuelto torpe en construir habilidades sociales que se esperarían de una persona criada y encerrada en las computadoras.
¿Necesita de otro, un niño enraizado a su computadora? ¿ Qué sentirá?, quien al salir a la calle tras 15 años de no hacerlo, un ser supuesto a quien manda a pedir las cosas de un supermercado exprés, que paga sus obligaciones vía internet y que simplemente hereda una fortuna y vive aislado del mundo, pero esto no se trata de la ficción. Si algún intelectual de esos de una bohemia profunda, un día en una playa se le ocurriera inventar la postmodernidad, por que había que frenar todos los errores cometidos en el pasado de genocidios, egoísmos, etc…
Lejos de evolucionar, el vecindario de la postmodernidad ha hecho a las personas más cohibidas, desconfiadas, introvertidas, interesadas y se ha perdido la fantasía, la creatividad. Por tanto no es de extrañar que el arte actualmente prive lo inmediato, el facilismo, lo necesario.
Estos guetos tecnológicos fusionan la ética con la estética. Las personas con destrezas suficientemente avanzadas en el campo de la tecnología sueñan con un perfil perfecto, la palabra perfecto no es un calificativo relacionado con la bondad, si no con la conveniencia, pero es aquí donde viene un vacío de no uniformidad: ¿Conveniencia de qué?… y se levanta otro gueto moral, donde lejos de estructurar un valor lógico, como en el pasado más bien deja abierto un abismo o una pared diferente entre cada ser humano. La noción de pasado queda distorsionada, queda muy mediatizada, la memoria da hasta donde lleguen las actualidades en la red.
Muchos profesionales dejan un perfil en sitios de “dating”, donde aparentan verse perfectamente diestros y capaces para el trabajo, muestran una foto donde se ven atractivos, empoderados de su espacio y realizando gestos faciales “neutros” o convenientes, colocan una información precisa. Si nos vamos a los sitios de citas para encontrar pareja en sitios de encuentros, es posible igual ver personas deseables en sus fotos con discursos los suficientemente encendidos, relajados, apasionados, para motivar a otros.
Y si es en espacios de conexión simultánea como los llamados mesanger o las redes sociales, que son el ejemplo más plausible de vecindario posmoderno. Las calles de este barrio están siempre vacías, nunca hay nadie de carne y hueso, nunca hay una persona capaz de ayudar a otra. Habrán sistemas informáticos, dispositivos, pero eso no es compañía, ni aminora la necesidad de compañía. Las personas ciertamente tienen la potestad de poner la ética en función de la estética, y el disfrute; donde en el fondo sigue primando el principio postmodernista de que todo es válido en función del placer que proporcione.
Si otrora, las relaciones “ normales” se generaban en el andén de una estación, en cualquier viaje, en un bar, estadio o teatro, en un parque de juegos o natural, etc. El esquema era el siguiente: Un yo debía de transformarse hacia el tú, para conformar un nosotros. De esa forma para que una relación de cualquier índole surgiera, las dos personas que aceptaban formar parte de esa relación necesitaban, dejar la semilla del yo, para conformar una planta llamada nosotros.
La otredad era natural, era algo inherente al ser humano, la misma figura que conformó y originó el progreso de la raza humana.
Hoy en día en los encierros cibernéticos, ese esquema no necesariamente lo respetan; debido a que perfectamente para construir una relación el yo no necesariamente debe desaparecer para ir hacia un tú. El esquema cibernético permite a las personas estudiarse más y cada persona decide el tipo de relación más “conveniente” con esa posible persona, incluso dichas redes sociales han diseñado una categoría que no se trata ni de un amigo o enemigo se denomina: “amigos que me caen mal”. Es así que un abusador le asigna un rol a su víctima, o un interlocutor le pone al otro el signo de euros o de dólares. Las visiones no necesariamente coinciden en esta asignación que un rol le asigna al otro, la pantalla de la computadora permite eso.
La computadora ofrece una tentadora posibilidad, la de seguir teniendo el control de la situación, el cibernauta sigue manejando su mundo al igual que Narciso y decido que rol asignarle, cuando hablarle, cuando esconderse de esa nueva persona y cuando darle “delete”, bloquearla o sencillamente dejar de tenerla como amiga, porque esa persona no me dio o no respondió de la forma correcta a la imagen original en que un “Yo” decodificó. Causó decepción, no era “Mr. o Mrs. Right” y entonces pasa a ser material de desecho. La persona comienza a ser incómoda, cuando traspasa una barrera que ella no sabe que existe.
Pareciera que los vecindarios postmodernos le ajustan bien o que hubiesen sido propiciados por los tecnócratas llamados mercadólogos, ahora la impersonalidad se viste de una encuesta, de un sitio al que se le da “like”, y ese ente que controla el mercado cuenta con varias opiniones para hacer factibles sus productos de un solo tiro.
La otredad se limita a ser una subasta del mercado, una utopía, una constante promesa, un capricho que puede modificarse bajo el vaivén frívolo de la publicidad.
Los que esperan el famoso “ Nuevo Orden Mundial” deberá venir en tiempos de la posmodernidad, de espejos de mercadeo y tecnología que se confabulan para dibujar la fantasía del eterno control, un sistema globalizado maneja las transacciones, indica a las personas por donde deben manejarse e incluso qué, cómo y cuándo comprar.
Algo positivo que tienen estos vecindarios es que ciertamente permiten sacar el verdadero yo de las personas. Es posible…. Particularmente yo lo creo, que sea más fácil con una máquina como máscara que impide ver mis gestos, ojos, u otros ademanes que me delatarían mostrarme tal cuál soy, eso es algo positivo de este proceso ciertamente, es así que la gente introvertida se vuelve muy extrovertida, etc
Hoy más que en otros tiempos se producen vituperios, linchamientos, difamaciones, sin que pase nada, finalmente al dilapidado no se le asesina y el que tira la piedra tiene la posibilidad de evadir su responsabilidad entre el anonimato de la masa tecnológica, entre los hilos o el comentario que una persona más cercana a la comunicación dicta.
Pero volviendo a los perfiles, es también una oportunidad para mostrarme lo más lejano posible a mi propia personalidad. Por ejemplo a manera de historia rápida, si fuese un pordiosero ignorante, digno de lástima, pero se manejar una computadora, me busco la foto de un modelo, me busco frases célebres, sin necesidad de reconocer los derechos del autor, escribo unas cuantas cosas más y puedo constituirme en una persona atractiva para socializar en este vecindario, en el fondo es una situación buena, porque al menos me permite socializar en un espacio donde no me juzgarán, pero en otras instancias, se puede también engañar y utilizar esto para algún crimen.
De homo sapiens, se pasó al homo economicus, y luego al homo tecnológicus, quien en una reunión familiar aprovecha, para revisar el móvil con todas sus aplicaciones, entonces esa es su pequeña comunidad antes que su propia familia, su pequeño mundo. El homo tecnológicus ha reducido el mundo a chips, a un ciberespacio pequeño de unos cuantos centímetros de largo por otros tantos de ancho. En ese pequeño espacio pretende colocar el universo entero.
El homo tecnológicus está en contra de las leyes naturales en las que se apuesta por la teoría del big-bang; es decir, la creencia en que un universo que se expande y tiende hacerse cada vez más grande. En contra parte este bicho tecnologizado en la posmodernidad, pretende tener el universo en un chip, ahora los sueños y las utopías tienen que ver con Tecnología, ¿me pregunto será la tecnología en este caso otro tipo de barbarie?…
Este homo tecnológicus, es un autómata, espera que la tecnología solucione sus existencialismos, sus preguntas que por sí mismo se rehúsa a desmenuzar. Entonces los pensadores en la posmodernidad, los intelectuales y los humanistas, ¿serán en este mundo tecnificado razas en peligro de extinción?
Después de haber vivido tantos atropellos y situaciones incómodas, limitadoras del pensamiento y del sentimiento, después de haber sido rebasado por la realidad; creo que me atreveré a esbozar algunas conclusiones a esta pequeña reflexión:
Las relaciones en la posmodernidad son muy desechables tanto por la duración de los vecindarios como por tener principios fácilmente mutantes. Si cada vez el concepto viejo de matrimonio heredado de la tradición judeo-cristiana es cada día más efímero, donde los más exitosos alcanzan entre diez y quince años de convivencia, la tecnología en la posmodernidad ha denominado la amistad como “conveniente, temporal y desechable”, conceptos que se ajustan ya deporsí a sus principios filosóficos fundamentales: mientras nos sintamos bien, mientras no me incomodes, bienvenido a mi vecindario.
Cada vez esos vecindarios son más laberínticos y sofisticados, ahora están adecuados a que las personas los porten ya no en sus ordenadores, si no en sus móviles, por ello están diseñados para alcanzar más rapidez e inmediatez, de modo que, la persona se convierte en un portavoz de rumores y de chismes inmediatos. Esa posibilidad es enajenadora de la capacidad de discriminar mensajes. Se convierte en un “clickeador” y su decisión más importante se limita a diseñar, agregarle colores y un ambiente particular donde moverse en un plano muy esencial.
En el vecindario de la posmodernidad, el ser humano está perdiendo a pasos agigantados su convocatoria social, su capacidad de asociarse con otros seres humanos, en definitiva pierde su capacidad de ser social, tanto defendida en el plano psicológico.
El vecindario posmoderno no posee capacidad de asombro, nada es lo suficientemente grave, un hecho no es lo suficientemente importante o impactante, un hecho no es lo suficientemente prescindible..
En el espacio posmoderno virtual aparentemente existe una democracia todos son aceptados: el ratón de biblioteca, el criminal, el linchador, el psicópata, el reprimido, el inocente, el dulce, él sociable y todos son éticamente aceptables; pero igual priva el más bonito, el más popular, el más adulador, el más interesante, el más hablador y los principios superficiales y ambiguos a los que evoca la posmodernidad
El vecindario posmoderno de una red social, tiende a unificar. Si bien es cierto se puede expresar, linchar y desbocar las opiniones, si existe una tendencia pronunciada de repetir una conducta que disguste al resto de los cibernautas, o se termina abandonando el vecindario o los vecinos te abandonan. Por ello aparentemente es democrático, pero en el fondo tiene una tolerancia muy baja, cada vecindario tendrá su propio nivel de tolerancia.
Finalmente se debe decir que es casi imposible en la segunda década del siglo XXI no contar con un vecindario posmodernista, pero creo que la importancia que constituye este para la vida de cada persona, está en función de la importancia que esta persona le dé a ese vecindario. En mi caso prefiero apuntar en la vieja agenda o libreta los teléfonos de las personas que son importantes para mi vida, mandar postales por correo, asistir a un bar y entablar conversaciones con la persona de al lado de la barra.
Alexander Anchía Vindas
Barrios del Sur, San José – Costa Rica
Revista Dúnamis Año 9 Número 8 Setiembre 2015
Páginas 3-13