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Musa Torturada

Autor:  David Pérez Núñez
             Sto. Domingo – R. Dominicana

 

Musa torturada

 

Tengo una musa muy hermosa, tierna, amigable, seductora, que la torturo cada día con malos versos, la obligo a corregir largas cartas de amor que nunca envío, a veces se detiene en medio de un párrafo largo, amargo, desafiante, y me pregunta, muy suavemente…. ¿y porqué de esos arrebatos? Hablamos en las madrugadas cuando todos se han ido a dormir, es entonces en qué tenemos los momentos más amenos, los diálogos más interesantes. Me pregunta por mi inclinación a lo trágico, al desamor, a la soledad. Ella es consciente de que hay otros tipos de escritores menos cargados de pesimismo, con los cuales a ella se le hace más fácil su oficio. Yo le explico, que para nada me interesa la moda, usar el mismo lenguaje fósil de la época, citar los mismos autores, repetir las mismas frases y palabras de estos tiempos. Odio con toda las fuerzas de mi pecho la palabra Post modernidad, si pudiera colocarla frente a un paredón con mucho gusto la eliminaría, es una palabra pestilente,  produce vómitos de solo oírla repetir. Mi musa no me entiende, se hace la sorda, por lo visto mi manera de ser no me va a permitir entrar en unas de esas capillas, donde se encienden incienso en los altares de respetables escritores del patio. Me tengo que acostumbrar cada vez más a mi soledad, y les juro amigos lectores que no la cambio por esa paz gregaria y perruna.

                                

Revista Dúnamis   Año 11   Número 18   Julio 2017
                                   Página 26

La Casa del Poeta

Autor:  David Pérez Núñez
             Sto. Domingo – R. Dominicana

La Casa del Poeta

 

Las astillas volaron por los aires, fuimos todos a ver que paso en casa del poeta. Tocamos la puerta, una mujer nos condujo entre libros de pergaminos carcomido por las ratas, destruidos por el mojo. Tomé del estante que daba hacia un pasillo las obras completa de Schopenhauer. Una página suelta, ilegible prefiguraba un poema de Eliot.

La mujer de cuerpo flácido, quien en otro escenario debió ser una tigresa, narró lo sucedido. Lo dijo entre lágrimas, con sentimiento de culpa, intenté consolarla, arrebatarle la rabia contenida, pero no pude, entonces se entregó en llanto a contar los hechos.

Mi marido a quienes todos le confiaban sus más recónditos anhelos, fue un intelectual de fuste, eso le oí decir a muchos poetas y artistas plásticos. Venían hasta nuestra casa a corregir un verso, una línea del cuadro que no los convencía, quedaban por semana, le preparábamos su habitación, una buhardilla como le gustaba decir algunos de ellos.

La tragedia llegó con un joven poeta, alto, fuerte, de modales un poco toscos. Le dijo a mi esposo que venía para hacerle una serie de entrevistas, luego ellas serían publicadas en un suplemento dominical. Le preparamos como a los otros su buhardilla.

Su comportamiento siempre fue comedido, conversaban hasta alta hora de la noche, los griegos era su tema recurrente, en especial Homero, su trato con mi esposo fue siempre paternal.  Antonio era un hombre dado a la bebida, realmente era su única pasión fuera de la literatura. El joven poeta, se hacía llamar Adrián, en homenaje a un escritor griego. El joven inquiría con los ojos, mi gran debilidad. Cuando caminaba hacia la cocina sentía sus ojos no separarse ni por un segundo de esa parte de mi cuerpo que tanto le atraía

Una noche Adrián, se quedó a conversar con Antonio, esta vez mi marido había perdido el control en la bebida, también Adrián flaqueó en el control de sí mismo. Adrián habló esa noche como nunca, pontificó, alabó a Antonio de una manera, que me pareció exagerada. Cuando el calor de los tragos fueron menguando, el no dejó de mirarme de una manera insolente, podría decir que de un modo casi perverso.

Llevamos entre los dos a Antonio hasta su habitación, en el camino, por los pasillos, nuestros cuerpos se tocaban involuntariamente, el rose me dejaba una sensación afrodisíaca en mi cuerpo, que no sabía cómo ocultar. No lo acordamos, era una necedad ponerse de acuerdo, además de una pérdida de tiempo.

Sentí sus manos negras bajar por mi espalda, tocar sin prisa mis glúteos, le pregunte si él entendía que Antonio estaba lo suficientemente dormido. Me respondió balbuceando entre la desesperación y el placer, que lo conocía tan profundamente, que sabía en ese momento lo que el soñaba. Hizo una descripción vehemente del conocimiento sobre mi esposo, en un ataque de rabia, dijo: el sueña a esta hora que nos hemos perdido en medio de su biblioteca y que hacemos el amor entre sus libros, sobre nosotros caen tomos completos de obras de filósofos. En otro pasillo de su biblioteca narradores de cuentos mágicos se abalanzan sobre nosotros, ve entre sueños como los mejores poetas nos miran desde sus estantes.

El sueño al final es trágico dijo, Antonio se levanta esa noche a buscar el libro de poema con que ganó un premio en España. Un verso no lo dejaba dormir, le inquietaba lo muy rimada de sus líneas en el poema. Pero en el instante que va a tomar el libro en sus manos, se percata de nuestros cuerpos enredados entre sus libros.

Antonio guardaba cercano a la puerta un galón de Kerosen, junto a una caja de fósforo por si el alumbrado fallaba, por lo que huyó hacia la puerta regresando con el galón en mano, luego tomó la terrible decisión de rociar toda su biblioteca y encenderla junto a Adrián y a mí. Pude escapar porque conocía las puertas que daban hacia fuera de ese laberinto. El cuerpo del joven poeta lo encontraron abrazado a un breve libro de poemas cuyo autor desconozco. El libro se titula El oscuro rito de la luz.

                                

Revista Dúnamis   Año 11   Número 16   Marzo 2017
                                   Página 25-27

Venganza

Autor:  David Pérez Núñez
             Sto. Domingo – R. Dominicana

Venganza

La venganza tiene a veces un sabor metafísico, íntimo, personal, puede no suceder en tiempo real, pero en tu interior acontece de tal modo que lo puede palpar. Fui desde muy joven un desastre con las matemáticas, no podía establecer conexión, ni asociación con la lógica numérica, por lo que una vez pasé por la amarga experiencia de hacer el ridículo en pleno salón de clase ante una operación bastante simple, el profesor se mofó inmisericordemente de mi torpeza, sudaban mis manos, miraba a mis compañeros de aulas, como si yo estuviera en un escenario, incapaz de articular un discurso, el tiempo que duré sobre esa tarima pareció infinito, al final una niña que se sentaba al lado de mi pupitre se levantó, llegó hasta el pizarrón y resolvió el problema en un minuto, volteé el rostro buscando la cara del profesor y vi en sus facciones la satisfacción de haberme hecho pasar por tan embarazoso momento.
Decía en un principio que la venganza tiene un sabor muy personal y que uno la puede arreglar de tal modo en nuestro interior que solo uno sabe que se realiza. Pues luego de aquel instante yo me retiré a mi asiento, el último de la fila, el profesor consciente de su éxito sobre mí, decidió copiar una tarea en el pizarrón, como no alcanzaba a escribir en lo más alto, tomó una silla y subió todo su pesado cuerpo sobre ella, lo veía casi danzar, ordenar una hilera de números en forma de jeroglíficos algebraicos, yo mientras tanto organizaba mi venganza, miraba sus pies, el frágil pupitre que lo sostenía, entonces en un descuido lo vi resbalar, buscar con su mano velluda una cuerda imaginaria con qué sostenerse, en los breves segundos en que pudo mirar al resto de los alumnos, antes de llegar al suelo, alcanzó a ver mi rostro como se regocijaba al verlo caer, todo esto sucedía en mi interior, nadie más se percataba de esta estrepitosa y ridícula caída, solo yo era dueño de esta venganza, todavía hoy cuando la recuerdo, lo veo rodar, rodar sin fin.

                                

Revista Dúnamis   Año 11   Número 16   Marzo 2017
                                   Página 20

Espejos

Autor:  David Pérez Núñez
             Sto. Domingo – R. Dominicana

Espejos

Caminaba entre espejos opacos, sin brillos, espejos rotos en su mayoría, cuando daba la espalda uno de ellos reía, su carcajada era muy sutil, silenciosa, burlona. De repente volteaba el rostro queriendo atrapar cuál de todos se presentaba indolente a mi espalda, pero callaban, se cerraban ante mis ojos, por lo que volvía a caminar por ese pasillo de espejos hipócrita y entonces escuchaba murmullos, extrañas palabras indescifrable, sabía que sus murmuraciones se referían a mí porque cuando aguzaba el oído hacían silencios, se volvían loza de cementerio. Podía sentir detrás del azogue, mi pasado, intentaba aproximarme al fondo de la imagen que reflejaban las tenue luces, veía una pareja entre los árboles del bosque, mis pupilas se dilataban queriendo ver los contornos de esa pareja, su silueta, era imposible, solo lograba ver una mujer esbelta, dueña del escenario, segura de sí misma. Escuchaba una reclamación o más bien un pedido, no se inmutaba, su corazón era de acero, el hombre que estaba a su lado por la expresión de su cuerpo se sabía que había perdido la batalla, la resignación estaba implícita en su mirada. Trato de ver lo que la imagen borrosa me oculta, siento una sonrisa, que se eleva entre las hojas de los árboles que lo cubren.
Creo, aunque no lo puedo asegurar, que esa risa, esa carcajada que se produce a mi espalda cuando camino en dirección contraria a la de los espejo es la de ella, la de la mujer esbelta oculta detrás del azogue. Se burla, se ríe del hombre que esta junto a ella en el fondo del espejo, no sé qué tiene que ver conmigo esa risa, sin embargo mi figura se refleja en algunos de los espejos rotos de esta casa que me abraza en medio de mi más absoluto destierro.

                                

Revista Dúnamis   Año 10   Número 15   Noviembre 2016
                                   Página 21

El señor Káiser

Autor:  David Pérez Núñez
             Sto. Domingo – R. Dominicana

El señor Káiser

Al menos para mí era un escape ir hasta la casa del señor Káiser. Solo yo sabía del placer inmenso que me producían las conversaciones que, de tarde en tarde, sostenía con ese hombre que todos daban por excéntrico. Algunos de mis amigos empezaron a sospechar que había perdido el juicio. Pero yo no había advertido nada raro en él. Hasta el día en que, por primera vez se refirió al poder de las palabras; sin saber cómo, me di cuenta de su pequeña estatura y de lo extraviada que era su mirada. Su rostro resplandeció, me explicó que tenía, en distintos estantes, clasificadas de acuerdo a su tamaño, color, forma y peso, las palabras más diversas, ordenadas por el peligro que conlleva su mal uso. Palabras que inspiran dolor, respeto, amor o desprecio, estaban colocadas en los estantes de acuerdo a sus características particulares. Él era consciente de lo que decía y, del único modo en que yo podía penetrar su mundo inanimado, era dejándome llevar del poder envolvente de las historias que me contaba.

La casa del señor Káiser se levantaba sobre un solar amplio y tupido de malezas, con dos escaleras exteriores en su frente que terminaban en una terraza ancha rodeada de helechos. Hacia el interior, una sala opaca con muebles raídos y cubiertos de polvo vencido por el descuido de los años, se anteponían a tres aposentos con ventanas cegadas a la luz del día. En uno de esos aposentos me señaló, sobre un espacio imaginario, en qué lugar tenía la palabra mentira. La describió de un color anaranjado, arrugada por los bordes, y de una levedad especial. De ese mismo estante tomó entre sus manos, con mucha parsimonia, la palabra ternura. Me la mostró así en el rostro. Le pude ver el azul cielo; tenía la textura, suave y acariciante del lino.

No niego que cada vez mis visitas se hicieron más frecuentes. Solíamos quedarnos a revisar, diccionario en mano, después de un trago de licor o de varias tazas de café, el sentido profundo de algunas palabras que se tenían por inaccesibles.
Los helechos nos salvaban del mundanal ruido de la calle; en esos instantes el tiempo no existía para mí, y mucho menos para el señor Káiser. Vivíamos si se quiere en un remanso de paz. Todo fue así, hasta el día en que me mostró la palabra suicidio. Ese día lo sentí atribulado, incapaz de externar cualquier palabra que no estuviera ligada al desasosiego. Me llevó hasta la habitación donde colgaban, en un estante mucho más alto, palabras que él consideraba de alto riesgo, y señalando con su mano izquierda pidió que le entregara la palabra suicidio. La tomé con mucho cuidado. Era pesada, de un color púrpura, vacía en su interior; pero tenía un misterio que aún hoy no logro descifrar. Pero que al acercarme a él, diría que era como el llamado a un abismo dulce y angelical. Las piernas me temblaron. Sin darme cuenta, ya estaba sobre el techo de la casa del señor Káiser. Miraba desde lo más alto el mundo que se me ofrecía a través de esa palabra. Creo que si no me desprendo a tiempo de su mano hubiese dado un salto al vacío. Desde entonces no he vuelto a visitarlo; sin embargo, en tardes de profunda melancolía, he querido penetrar sigilosamente en la casa del señor Káiser y robarme aquella palabra de color púrpura.

                                

Revista Dúnamis   Año 10   Número 15   Noviembre 2016
                                   Páginas 3-4

Destajo

Autor:  David Pérez Núñez
             Sto. Domingo – R. Dominicana

Destajo

Pediste amarte a destajo
por parcelas, intermitente
sin compromisos
de vez en cuando
con un corazón sin latido
trazaste tus coordenadas
el código con el cual acercarme a ti
y lo he cumplido
Amarré mi alma a las piedras
como Prometeo sufro mi incontinencia
a veces suelto las amarras
te busco entre mis cosas,
violo tramposamente lo pactado
te encuentro entre las faldas
de las montañas,
hacemos el amor, sin tocarnos
bajo un reprimido silencio.

                                

Revista Dúnamis   Año 10   Número 14   Octubre 2016
                                   Página 17

Perder la racionalidad

Autor:  David Pérez Núñez
             Sto. Domingo – R. Dominicana

Perder la racionalidad

Tengo unas ganas enormes
de ser cursi,
de perder la racionalidad
hacer del cuadrado algo curvo
mandar a Friedrich Wilhelm Nietzsche
al carajo
Celebrar la lluvia
tocar unos dedos sobre una mesa
en un café
leerle un poema, a la de más tierna sonrisa
Hoy quiero volar sin alas
colgar mi corazón en cada asta
buscar lo simple
los besos dados en los andenes
Hoy me siento armónico
como quien escucha una pieza de Jazz
sosegado, en paz
después de hacer el amor.

                                

Revista Dúnamis   Año 10   Número 14   Octubre 2016
                                   Página 2

Dentro de esta casa

Autor:  David Pérez Núñez
             Sto. Domingo – R. Dominicana

Dentro de esta casa

Dentro de esa casa hay un silencio
Que perturba
Una inmovilidad absorta
Nada es, nada existe
Los cuadros permanecen cerrado
En su marco, las figuras petrificadas
En su dolor
Cuando aguza el oído
Se oyen los gemidos de otros tiempos
El tintinar de las cucharas
El ruido de un tren que cruza por el centro
de la sala
Llevan pájaros alegres, Cornetillas,
serpentinas que se abren y cierran
La casa se mueve de su centro a la periferia
Los objetos que la habitan no tienen gravedad
Flotan en las memorias
Entre esas verdes paredes
Una niña canta
Encerrada
Vestida a la antigua
Ella determina la inclinación de los afectos
Todos quieren adularla
Ser figuras de ceras a sus pies
Por eso el silencio
Por eso el dolor.

                                

Revista Dúnamis   Año 10   Número 13   Abril 2016
                                   Página 21

Ven mujer, juega a ser Dios

Autor:  David Pérez Núñez
             Sto. Domingo – R. Dominicana

Ven mujer, juega a ser Dios

Ven mujer, juega a ser Dios
invéntame, hazme de nuevo
cúbreme de cielo
saca de mi las sales de mar en mis ojos
desliza por mis arroyos tus barcos de papel
haz magia sobre mis labios, sella con los tuyos
los míos
vuélvete árbol, raíz, espesura de bosque
selva poblada de bestias feroces
dame la noche con todos sus misterios
ordena el cosmos
este desordenado universo en que vivo
llega hasta lo mas intimo
Sé almuerzo, jabón en mi pileta
vicario olor narcótico entre mis dedos
mujer que penetra en mi cama
dulce criatura soñada despierto
baja del olimpo, de las alturas
y reinventame
porque este que soy
es incompleto desde que te conozco.

 

                                

Revista Dúnamis   Año 10   Número 12   Febrero 2016
                                   Páginas 32

Ángela Play, la más puta de todas

 

 

Ángela Play, la más puta de todas

 

Yo tenía para entonces diecisiete años, estrenaba por mi cuenta el primer burdel en mi vida, así conocí a Ángela Play una madrugada en el burdel de Herminia. Esa madrugada, con una falda corta que le hacían lucir sus hermosas piernas, Ángela Play bailaba una salsa con un salero embriagador, se adueñaba de la pista; tenía una fuerza interior de yegua salvaje. Yo la miraba arrobado como un jinete que todavía no había montado, y mucho menos cabalgado un pony; era desafiante, provocadora, irreverente si se quiere. Los clientes se disputaban su compañía todas las noches; quien lograba tenerla como su acompañante era digno de elogio y envidia, porque ella con su presencia inundaba y abarcaba todo el escenario; su vestido se ceñía a su cuerpo mostrando una sensualidad que nos hacía recordar a Raquel Welch.

Yo era solo uno más de los admiradores de Ángela Play. Asistía al burdel los fines de semana a escondidas de mis padres; recuerdo que mi papá tenía un pantalón de lino blanco, que me ponía a espaldas de él, causando una grata impresión entre las prostitutas. Ángela Play se mostraba indiferente a mi presencia, yo era un muchacho torpe, incapaz de abordarla con la destreza y el arrojo que ameritaba un corcel como ella; sin embargo, observando y aprendiendo cómo algunos de los asiduos visitantes eran exitosos con las más exigentes de las damas del negocio, logré lidiar con las menos arrogantes y pretenciosas. Juego que me fue preparando poco a poco para poder enfrentarme a la estrella de la casa.

Comprendí el valor de la indiferencia, lo importante del buen tacto, de la discreción, el no alardear de los atributos, saber llegar al café y tomar la mesa más discreta, y obligar desde ese ángulo que hasta ti, fueran a ver quién se escondía en tan oscuro lugar; dejé que entre ellas se encargaran de contar y recrear los buenos momentos que vivieron conmigo, creándoles envidia a las que no habían pasado por mis manos. Fue todo un aprendizaje antes de echar vuelo; no adelanté un solo paso hasta que decidí abordar a mi presa.

Fue una noche lluviosa y sin estrellas, el negocio estaba muy frío, la música que colocaban era un tanto amarga y sin brillo, la pista estaba sola y triste; esa noche entré al café ya maduro, dueño de mí mismo, con la experiencia acumulada de noches donde maniaté y dominé los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, con la destreza del mejor torero.

Ángela Play estaba reclinada en el mostrador del bar, tenía frente a ella un trago de licor; me acerqué lo más que pude. Ella con una salida que casi me desarma por completo, me dijo:

— ¿Cómo te va, novato?

Si hubiera dado una repuesta ofensiva, le habría dado la razón a tan infeliz elogio. Me contuve, saqué lo mejor de mí; puse a prueba los meses en que estuve esperando este momento y, con la mayor indiferencia, le respondí:

—Aquí, tranquilo, esperando a una veterana como tú.

Mi salida le causó una risa instantánea y fue por primera vez que pude detenerme a ver tan de cerca unos dientes blancos casi perfectos. Luego, y sin quitarme de encima el sobrenombre con el cual me bautizó, me dijo:

—Novato, siempre te he observado a distancia; eres muy callado y hasta tímido, me da curiosidad. Déjame hacerte una pregunta: ¿sabes bailar? Era el modo con que ella se colocaba por encima de mí. Su arte con los hombres era primero llevarlo a una situación de aprieto, pero tuve la suerte de tener un hermano mayor que era un artista a la hora de tomar una pareja en sus manos, ya sea para bailar un cadencioso merengue, como para enfrascarse en la más explosiva de las salsas.

Por lo que ensayé una ligera sonrisa y le respondí:

—Depende.
Al parecer no esperaba una salida de este tipo de alguien a quien ella entendía que podía acorralar desde un principio.

— ¿De qué depende? —preguntó.

— De qué tan buena sea mi acompañante —dije.

No sé de dónde me salían las palabras; pero, como un ajedrecista novato pudiera para poner en aprietos a Bobby Fischer.
Así coloque yo a Ángela Play en nuestro primer encuentro. Mientras manteníamos ese diálogo de espadachines. Al fondo la música completaba el decorado de nuestros diálogos, hasta que colocaron una salsa de Ismael
Rivera. Sin muchas vueltas, Ángela Play me invitó a bailar. La pista era un gran círculo de mosaicos de distintos colores. Unos rayos de luz roja, azul y amarillo se intercambiaban sobre los cuerpos de los bailadores. Cuando una pareja dominaba el ambiente, los demás, en una especie de reconocimiento abandonaban la pista; no había espacio para la distracción, todos sabían cuando una sola pareja llenaba el cometido.

Le agarré la cintura consciente de que montaba una yegua encabritada. Ella sintió en el enganche que el jinete sabía hacia donde iba. El reconocimiento de los cuerpos fue espontáneo. La salsa corría por nosotros como un
arroyito camino al desfiladero. Nos acercábamos los rostros, casi hasta beber el aroma del uno en los labios del otro, los parroquianos dejaron para luego lo que les entretenía. Miraban ensimismados el espectáculo, no querían
que luego otros les contaran.

Por momentos, no éramos dos cuerpos, sino uno envuelto en el otro; en un solo paso cadencioso, sin ocultar su asombro, Ángela Play me preguntó:
— ¿Así eres en todo?

Cuando lo dijo, la alejé de mi cuerpo, la volví a recoger con más fuerza, llevé mi boca a su oído, y le dije.

—En algunas cosas… mejor.

Soltó una risotada, y supo en ese preciso instante que acababa de firmar un contrato, sin garante, consciente de que quienes lo suscribieron estaban uno frente al otro, y solo les quedaba ejecutar las huellas que estamparon.

 

 

                 David Pérez Núñez
Sto. Domingo, República Dominicana

 

             

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11   Enero 2016
                                   Páginas 13-15