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El Cacto

 

EL CACTO

Para Valeria Urrutia,
(Q. E. P. D.).

     Veníamos conociéndonos más o menos desde la primera semana de marzo, poco a poco, como ella misma se había encargado de recomendármelo. Todos los días menos los lunes, alrededor de las cinco y media de la tarde, sofrenaba el sedán al pie de su departamento y echábamos a rodar un cuarto de hora por el gastado y grasiento asfalto. Lo mío era dejarla en el taller y regresar por ella un par de horas después de la medianoche. Aquella tarde, me equivoqué ex profeso y visité su casa. Pero si hoy es lunes, me dijo. Igual nos fuimos a otra parte.

*****

     Orejas nobles, las de ella. Le susurraba cosquillas al oído y su boca partía una sonrisa fresca. Parecía no darse cuenta de nada. Se había abandonado entre mis brazos blandamente y paseaba los ojos por el cielo raso, lascivamente frívola. De cuando en cuando su corazón pegaba un salto, y era como si un cadáver, desesperado, tocara de pronto el ataúd. Tuve que aferrarme a sus hombros para no caer… Cuando terminé de hacerle el amor, ya estaba muerta.

     Hubiera querido opacarme en anteojos negros y desaparecer. Gratitud me detuvo. Quedé plantado, tendido junto al amado hielo, quemándome, volviendo una y otra vez sobre los hechos. Una noche febril deja muchas huellas: prendas desgarradas, zapatos volcados, aretes en estado de orfandad…

     A pesar de mis dudas, decidí ׳denunciar׳ lo sucedido, fingiría ser otra persona. Alguien debió de haber avisado ya a la policía. Respiré con alivio y colgué el teléfono. Al poco rato se estacionó frente a mi casa un auto. Era curioso, sería cosa de nueve o diez de la mañana y los faroles de la calle seguían encendidos. Salí al encuentro de mi arresto casi contento, dispuesto a dejarme llevar sin pronunciar ni pizca. Pero antes de irme dejé abierta la ventana de mi cuarto. Que el Sol se encargue de ventilar la alcoba, me dije, y cerré la puerta con tres vueltas de llave. Durante cuatro meses resistí en silencio, y en el trayecto las especulaciones me dejaron sin piso, oscilando como un fantasma en los interrogatorios. Mi mutismo acabó esta mañana.

     Hay en algunas prenderías unos cofrecillos de madera — pequeños, escurridizos, aparentemente frágiles —. Si el comprador es un pazguato y se llena de asombro, al menor contacto con las manos de este parece que se rajan. En cambio, si uno sabe que no todas las cosas se abren con la yema de los dedos, una palmada basta para accionar la clave y estas alhajeras levantan sus tapas como en un abrazo. Valeria me recordaba mucho a una de estas joyas. Apenas rocé el pabellón de sus orejas con mis dedos, enloqueció. Alegres campanillas repiqueteaban, agitadas por el soplo más leve. Y a medida que mi gusto por ellas aumentaba, se volvían cada vez más exigentes. Si acaso, por tomar un bocado de aire, separaba mis mandíbulas de felino y soltaba mi presa por un instante, ella me sujetaba de la coronilla con ambas manos, incitándome a volver contra la oreja que hacía un tanto mordisqueaba.

     Creo que sus orejas se disolvieron en mi boca; como si hubiera, en exceso de fe, comulgado dos veces. ¡Ja!, con este aire que se estanca en la sala y que parece pimienta, uno ya ni sabe por dónde ir. Esta mañana mientras me baldeaban como a un caballo, me decía entre mí: Cantaré hoy como un jilguero. Demasiada confianza deposité en mi lengua; no bien dejé el banquillo y estiré las piernas, se me borró la cinta y perdí el ovillo de lo que iba a decir.

     He llegado tal vez a idealizarla un poco. Ni la travesura más fina ya no podrá alegrar mi corazón jamás. Al descorrer las cortinas, y al verla entre las sábanas, apagada y sin fuente, sentí tamaña pena que de un puñete hice saltar en añicos el espejo del armario. Destrocé todo cuanto en mi mano cupo. Me sentía un desgraciado, un imbécil parado frente a un árbol caído. ¡Valeria!, le dije, ¡ven aquí!, y dando tumbos me acerqué a la cama y con la ira del que pierde un ser querido apretujé su cabeza contra mi pecho y lloré en silencio. ¡Pero basta!; acabemos con esto de una buena vez.

     De nada serviría defenderme; tengo el pecho poroso y todo lo que digo choca en bruñidas superficies y vuelve a mí. ¿A qué alga o musgo debe aferrarse uno, cuando el agua le supera las comisuras de la boca y la marea sube? Barrotes de mi celda, cerco frío, no se ensañen conmigo ni me compadezcan. Busqué en la aurora una gota de placer, y tuve la fortuna de encontrarla, exultante y pletórica en extremo… Señoras y señores del jurado, cumplí con el deber de un hombre, la mujer que derramó en mi copa el vino aquella noche debía llegar a su destino. Muchos caminos por andar… Ella se fue en carroza de oro al otro mundo; yo me quedé con el recuerdo de este viaje, tesoro, o vidrio, que todo el tiempo me atormenta; mas a su vez, refugio.

     Mañana el sol saldrá a la misma hora, y traerá noticias. Los periódicos, que todo lo exageran, halarán de los párpados al pobre transeúnte igual que a un besugo, depositándolo delicadamente delante de su quiosco preferido. En estos tendederos de ropa sucia, mientras unos deshojan los diarios subrepticiamente, otros, sueltan una moneda sobre el mostrador; todos contemplan boquiabiertos la fotografía del monstruo, capturada por la cámara de un fotógrafo agudo, justo cuando el monstruo bostezaba. Este oscuro personaje — La estampa muestra una imagen en blanco y negro y, vista al través de una serie de redes superpuestas, es la radiografía de una fiera corrupia—. Este oscuro… ocupa casi toda la primera plana de todos los diarios. Y debajo, adiposas letras del tamaño del ojo hacen tambalear al lector:

     “CONDENAN A TAXISTA QUE HACÍA ANTICUCHOS CON LAS OREJAS DE SUS VÍCTIMAS”.

 

 

                          Felix Llatas
                       Cutervo – Perú

                     
                                               

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11    Enero 2016
                                   Página 34-36

Un puñal en el costado

 

Un puñal en el costado

Coseché la siembra de mis anhelos y con ella la cizaña
es que cautivó mi alma, aquella bella y noble pueblerina
penetró tan fuerte como penetra el sol que se ensaña
sobre la más linda y fina flor, extendida sobre la encina.

Sonrió con dulces cánticos que embriagaron mi corazón
y selló con broche de oro un amor fuerte enaltecido
tal vez cuerdo estaba en aquella inolvidable ocasión
pero más se alcanza, cuando hay un amor enardecido.

Rompí una buena herencia, rompí una gran tradición
aquellos valores arraigados cayeron a un infinito abismo
tuve una idea fija que se convirtió en una dura obsesión
abrí una vida llena de desdicha, no creía ni en mí mismo.

Forjé ideas que se transformaron en grandes metas
quizás la belleza de la dama fue mi peor enemigo
conquisté un mundo rodeado de inmensas grietas
que crearon una plataforma ,que fue mi mayor castigo.

Entonces lágrimas brotaron como perlas en la mar
de una brillante cadena de oro, sólo quedó un eslabón
mi llanto fue tan fuerte, que no lo podía parar.
creí que era un amor eterno pero solo fue una ilusión.

Cuántos sentimientos afloran cuando se trata de un amor
cuántas interrogantes florecen y no dan respuesta alguna
es que cuando se hiere y se engaña, el amor pierde valor
y bellos recuerdos se esfuman creados bajo una luz de luna.

Un agudo puñal en el costado, atravesó mi corazón
la musa de mis sueños,destrozó mi alma entera
repentinamente se perdió sin ninguna explicación
dejando mi hermosa vida bajo una triste quimera.

Una herida en el costado hizo brotar odio y rencor
sin brotar ni gota de sangre el puñal quitó mi fuerza
abrió paso a la desdicha destruyendo un gran amor
dejando mi vida expuesta y con una tristeza inmersa.

Una hermosa relación acabó siendo una cruel traición
mi costado abierto revasó la más desesperante ira
mi alma raída quiso entonces olvidar aquella canción
los bellos momentos vividos fueron una vil mentira.

Tropiezos y caídas tuve,mas de todas salí airoso
el amor se acabó pero una nueva y fresca flor nació
saturó mi vida de un gran amor fiel y bondadoso
y de nuevo mi noble y orgulloso corazón floreció.

 

 

Héctor R. Arroyo Saborío
   Alajuela – Costa Rica

              

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11   Enero 2016
                                   Páginas 32-33

Noche de Tormenta

 

 

NOCHE DE TORMENTA

 

            Miró el reloj. Las 23:35, sólo le quedaba por realizar el viaje que estaba a punto de empezar y finalizaría su jornada laboral. Pocas veces en su vida había deseado que eso ocurriese. Al principio de manera lejana, pero ahora mucho más cerca, se oía el sonido de los truenos y se vislumbraban los relámpagos de la tormenta que poco a poco se había apoderado de aquella parte de la ciudad. Y es que no le gustaban las tormentas, o mejor dicho, sí que le gustaban pero desde la comodidad y el confort de su casa. Pero cuando uno tiene la responsabilidad de llevar un autobús en las condiciones en las que todo parecía indicar que se iban a producir, no era precisamente lo mejor. Tenía la pinta de que iba a descargar con ganas, posiblemente el limpiaparabrisas apenas serviría para apartar con la suficiente velocidad la lluvia que caería con fuerza y seguramente el alcantarillado sería insuficiente para absorber el caudal de agua que iba a caer. Y sería precisamente en esas calles en las que tendría que circular. Jodida manera de acabar la jornada.

            Pero de nada servía lamentarse, sólo le quedaba resignarse. Miró por última vez el reloj, cerró las puertas tras comprobar que nadie había subido y arrancó, justo en el preciso momento en el que un relámpago llenaba de luz la oscura noche y cuando las primeras gotas empezaban a caer. Ojalá se hubiese quedado en esas simples gotas, pero fue un espejismo. Apenas había avanzado unos metros cuando, acompañando a otro relámpago y al trueno que le siguió, una autentica tromba de agua caía sobre la ciudad. Lo que se había imaginado no tardó en suceder. La cantidad de lluvia que caía era tal, que los limpiaparabrisas no daban abasto. La visibilidad era casi nula, pero tras comprobar de nuevo la hora decidió que a pesar de todo mantendría la velocidad habitual, era el último viaje del día, bueno mejor dicho de la noche, y lo único que quería era acabar el recorrido, llegar a casa, disfrutar de un buen whisky y pasar un par de horas viendo la televisión. Ese era el plan que le esperaba y al que no estaba dispuesto a renunciar.

            Un nuevo relámpago iluminó, la noche, otro trueno le siguió. A lo lejos se dibujaba la silueta de un rayo rompiendo son su zigzag el cielo. Se santiguó, si había algo en este mundo que le infundía pavor era precisamente, el aparato eléctrico que solía acompañar a las tormentas como aquella. El origen de ese miedo se remontaba a su juventud cuando uno cayó a apenas unos centímetros del lugar en el que se encontraba. La roca chamuscada quedó para siempre como prueba. Nunca podría olvidar aquella experiencia y no deseaba pasar por otra parecida.

            Primera parada. Nadie. Sonríe, con un poco de suerte y gracias al tiempo de perros que hacía, conseguiría acabar la ruta incluso antes de lo previsto. Mejor. De nuevo el sonido de las puertas al cerrarse, acompaña al del trueno y a ambos, escoltándoles en la distancia, les sigue la cegadora luz de otro relámpago que osa romper la oscura noche. De todas formas aquella tormenta estaba fuera de lugar. Parecía salida de una pesadilla. En aquella zona eran habituales, los habitantes se habían acostumbrado a ellas, pero no recordaba ninguna de aquella intensidad, de aquella virulencia. Cada trueno retumbaba con inusitada fuerza, cada relámpago llenaba de un fantasmagórico resplandor la tenebrosa noche y cada rayo, parecía rasgar la atmósfera queriendo romperla, despedazarla. Y finalmente la lluvia caía con tanta intensidad y fuerza que el sonido que producía al golpear el suelo era ensordecedor. ¿Quién en su sano juicio cogería un autobús? Esperaba que nadie, y todo hacía indicar que así sería cuando al llegar a la segunda parada del recorrido constato nuevamente que no había nadie bajo la mampara ni en las cercanías. Esta vez no ralentizó la marcha, ni detuvo el autocar. No era necesario. La sonrisa de su rostro, camuflada con el miedo que sentía, se hizo más franca, más grande.

            Fue justo en ese momento cuando todas las luces se apagaron a la vez, en el preciso instante en el que otro rayo caía, casi con total seguridad, en la central eléctrica. Tan aterradora había sonado aquella explosión que volvió a santiguarse. Ahora lo único que iluminaba las oscuras calles por las que transitaba eran sus faros, aunque siendo sinceros, les costaba atravesar aquella cortina de agua que parecía no acabar nunca. La visibilidad que ofrecían aquellos puntos de luz era turbia, difusa y a pesar de que se había prometido a sí mismo que no reduciría la velocidad, no le quedó más alternativa que hacerlo. Giró hacia la derecha, adentrándose todavía más en la penumbra. Entonces la vió. Con dificultad bien es cierto, pero la ropa blanca que llevaba afortunadamente había servido de faro improvisado. Se detuvo y abrió las puertas. ¿Cómo podía alguien encontrarse en la calle, a aquellas horas, con la que estaba cayendo? Pero allí estaba la respuesta. Una mujer menuda, pálida, más parecía un fantasma que otra cosa.  El pelo negro y largo estaba empapado; la ropa pegada al cuerpo por la lluvia y aquellos ojos, negros, tanto como la misma noche, estaban enmarcados por unas grandes y profundas ojeras. En cuanto pasó la tarjeta por el lector y tomó asiento, casi al fondo del autobús, se santiguó. Ahora deseaba que aquella no fuera la única pasajera, ahora necesitaba el contacto con otras personas, pero volvió a acudir a su mente aquella pregunta: ¿quién en su sano juicio, cogería un autobús en una noche como aquella? Tan sólo el fantasma de aquella mujer, porque sin duda tenía que ser eso, había osado subir.

            Miraba de reojo el espejo retrovisor y aquella espectral imagen de la mujer se resaltaba por encima de todo. Aquel ropaje blanco que llevaba parecía emitir luz propia, la visión que le ofrecía era aterradora. Sin quererlo volvió a santiguarse, su miedo estaba dando paso al pánico y eso no era bueno. Otro relámpago llenando de luz todo, y al mirar de nuevo el espejo retrovisor, el corazón se le acelera: la mujer ha desaparecido. Su respuesta no se hace esperar, pisa a fondo el pedal de freno y a pesar de que la lluvia cubría la calle con varios centímetros, la marca de las ruedas se quedaron grabadas para siempre sobre el asfalto.

            Respira, toma aire, se vuelve a santiguar y vuelve a mirar aquel rectángulo con el corazón acelerado. Tiene que pestañear varias veces para constatar que no sufre visiones: la imagen de la mujer es claramente visible  de nuevo. Sigue en la misma posición, nada ha cambiado. Arranca, dejando, de nuevo, varios centímetros de neumático sobre la carretera. ¿Cuánto tiempo va a permanecer a bordo? Tan enfrascado estaba, y tanto miedo tenía que a punto estuvo de pasarse la siguiente parada. Esta vez sí que se detuvo, con la esperanza de que aquella mujer tal vez no hubiese pulsado el timbre y se bajase allí, pero no lo hizo. Permaneció unos segundos más allí detenido, respirando aceleradamente, intentando calmar un corazón que cada vez se acelera más y más. Finalmente acepta lo evidente, esa será la única compañía de la noche. De nuevo acelera, intentando alejar los malos presagios. No tarda en sentir un escalofrío recorrer todo su cuerpo cuando tras un nuevo relámpago y una rápida mirada furtiva al espejo, constata con terror, que la mujer ha vuelto a desaparecer.

            Esta vez hunde el pie con tanta fuerza en el pedal del freno que a punto está de hacerlo aparecer por el otro lado del chasis. El sudor frío le recorre todo el cuerpo y las oraciones acuden con celeridad a su cerebro. Si fuese capaz de abrir la boca y recitarlas en voz alta, su voz sonaría trémula, bañada con el pánico que ahora rige sus designios. Pero cuando mira de nuevo hacia aquel asiento que en su interior ya había empezado a llamar maldito, todo su cuerpo se estremece. Aquella silueta, que ya estaba empezando a ser familiar, aparece de nuevo con toda claridad. Un pensamiento cruza su mente: hoy es su última noche sobre la tierra y esa mujer es el mensajero de la muerte que viene a reclamarle. Permanece en medio de aquella tormenta, cabizbajo, con los ojos bañados en lágrimas, y las plegarias, que antes tan sólo eran meros pensamientos, se convierten en un torrente de palabras casi sin sentido.

            Otro relámpago. Sin quererlo, casi sin poder evitarlo, miró de reojo hacia el espejo, y su pálido aspecto se volvió aún más macilento, llegando a parecer casi transparente: la mujer se había levantado y se dirigía, con paso lento y vacilante hacia él. Deseó con todas sus fuerzas salir de aquel autobús, pero era imposible, no tenía tiempo material para salir por la puerta delantera que era la que tenía más cerca. Ahora que se fijaba en el rostro de aquel fantasma, porque definitivamente tenía que serlo, constató algo terrible, estaba sangrando. ¿Podía un espectro sangrar? La prueba parecía evidente, estaba delante de él, a apenas unos metros. Se santiguó por enésima vez, se arrodilló mientras repetía una y otra vez con una voz apagada, casi inaudible:

            -Por favor no me mates, por favor no me mates…

            Balanceaba la cabeza hacia atrás y hacia adelante convirtiendo en letanía la frase que no dejaba de repetir. Estaba convencido que había llegado su hora, esta vez sí. En ese preciso instante un relámpago, el mayor hasta ese momento, bañó con una fantasmagórica luminiscencia el autobús. Todo era blanco, de un blanco tan intenso que tuvo que cerrar los ojos. Cuando los abrió estuvo tentado de cerrarlos de nuevo, pero su verdadero deseo era desaparecer. La visión de aquel rostro, afilado, con grandes ojos negros, enormes ojeras y lleno de sangre, parecía surgido del mismísimo infierno.

            -Por favor no me mates…

            Una y otra vez, aquella frase era la única que repetía, era su forma de afrontar la muerte. La respuesta de aquella mujer le sorprendió:

            -¿Matarte? Eso es lo que tendría que hacer. ¿Dónde has aprendido a conducir? Estoy intentando atarme los cordones y no hay forma con tanto frenazo, joder.

   Pepe Ramos
Toledo – España

          

Fragmento de su novela “¿Hay alguien aquí?”
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Revista Dúnamis   Año 10   Número 11    Enero 2016
                                    Páginas 27-31

Soneto de Metal

 

SONETO DE METAL

Quiero hacer un soneto de metal,
una daga tal vez, una saeta,
un soneto que sea más letal
que la falta de musa en el poeta.

Ya no quiero escribir tan natural,
quiero ser más profundo, cual profeta
que conoce el designio celestial,
quiero hacer un soneto de planeta.

Así quiero un soneto, subversivo
cual cicuta que mata lentamente
como quema el amor con fuego vivo.

¡Si me hiciera poeta de repente
para hacer realidad lo subjetivo
lo que siente mi vida, lo que siente!

 

 

             Leugim Sarertnoc
Dajabon, República Dominicana

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11    Enero 2016
                                    Página 26

La mujer de mi sangre

 

La mujer de mi sangre

Estaba allí ensangrentada, ensordecida por su locura, exclamando con gran excitación, ¡Debo matar!, me acerqué a su lado y cuando se percata de que estoy ahí, su mirada dulce -y desquiciada ahora-, se posa en mí, y exclama, ¡eres tú!, ¿Me ayudas?, debo matarlos a todos, de repente un disparo se oyó, cayó entre mis brazos, y lágrimas rodeaban mis mejillas, sin embargo, ella a pesar de no poder ver mi rostro, rodeaba con sus manos la máscara que tenía puesta, y dice, vamos a construir un nuevo mundo entre los dos, ¿no es verdad?, así no tendrás que volver a usar tu mascara y estaremos juntos…cierto que así será…lo prometiste. Mientras sollozaba por sus palabras, otro disparo sonó, y al caer ella, exclamé, ¡Mujer! -con un llanto amargo-, yo destruiré este mundo y lo reconstruiré, quien dispara debe estar dispuesto a ser disparado, esta vez fue tu turno pronto será el mío…Adiós, mujer de mi sangre, mi primer amor…

 

                 Daniel A. Contreras Castro
                   Villavicencio – Colombia

             

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11   Enero 2016
                                   Página 25

Star Crack

 

STAR CRACK

 

El capitán Kirk, echó un vistazo por la claraboya, y le ordenó al señor Spock que se apurara con los nachos y las palomitas, sin olvidar las cocacolas, pues el espectáculo estaba por empezar.

Se sentaron en mullidos sillones individuales y contemplaron a través del cristal la primer explosión sobre el planeta, a la que se sucedieron varias más en cadena, hasta volverlo una masa incandescente. Minutos más tarde, lo vieron explotar y ser reducido a nada.

Cada vez que el Capitán Kirk se tomaba un descanso de sus largos viajes interestelares, accionaba la máquina de tiempo del Enterprise, para regresar minutos antes del cataclismo del planeta tierra, y solazarse con su destrucción.

               

        Marco Antonio Rueda B.
               Xalapa – México

    
                                

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11    Enero 2016
                                    Página 24

Áscar

 

Áscar

Con una piara de milicias por rompiente,
hiende en aras de fuego el tifón,
densas nubes el aire dilata en sus venas
las tinieblas en islotes de ébano crucial
truncadas tras esquirlas en cataratas.
Anilla el batallón a la hondonada procelosa
el astro en mares de tinieblas nada,
y el caudillaje del mal anuncia su espanto
y se aglutinan y se oyen en el vientre del bueno,
y ensordece la piara con loca boca de fuego.
Las estrellas acompañan al Áscar dormido ,
rueda el risco al despeñadero y le ahuyenta
el curso del sol en su profana frente,
cual mesnada cadavérica y hundida
ante el triste espejismo que nunca rescinde.
El espeso blindaje que trenzan sus cuerpos,
se embeben de perfumes de albardilla y sangre.
Y lo sostenible y lo insostenible confinan
tras batientes de materia hacia la nada.

 

 

          Fátima G. Farhán Villalobos
                       Ovalle – Chile 

 

 

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11    Enero 2016
                                    Páginas 23

El Lado Cóncavo-Convexo de la Creación Literaria

 

El Lado Cóncavo-Convexo de la Creación Literaria

Como todo adoctrinamiento  el fustigar a un discípulo literario o influir sobre ciertas personas y dirigirlas hacia un lado de una dimensión plana es funesto y lamentable.

Todo arte, no sólo la literatura debe de estar libre de prejuicios; si un creador escribe hacia la derecha o la izquierda eso no será relevante, lo que dejará un legado será la profundidad y coherencia de su pensamiento. La historia no ha estado exenta de prejuicios ideológicos y se han cometido grandes injusticias la más sabida de ellas el no otorgamiento del Nobel a Borges por ser de derechas.

Todo ser humano en algún momento de su vida está más cerca de la derecha o de la izquierda, pues no somos seres lineales, sino cíclicos.  Depende de los influenciadores, del entorno, de con quién se relacione, de qué material se ha nutrido. Cuando estaba en el colegio me hicieron leerme el capital, obra magnánima de Marx, sin embargo no fue hasta años después que valoré ese estudio. Realizar un análisis filosófico de ese texto es una cosa y solicitar un ensayo acerca de Adam Smith y de su influencia al día de hoy lo es. Pero pretender encasillar o dirigir a un artista que escriba perennemente sobre estos temas es coartar, limitar el arte como belleza.

En su momento Gabriel García Márquez dijo que su inclinación a la política constituyó una parte muy importante de su vida como escritor, pero que no resultó ser la única, en la última parte de su existencia  busco viajar a otras dimensiones de las cuales ahora hablaré, demostrando que más que tratarse de un cuadrado pegado en el suelo donde te mueves a la derecha o a la izquierda, la literatura se trata de un mundo multidimensional, donde no se le puede llamar traidor a alguien que pase de la derecha o a la izquierda; o viceversa, el arte no da para estos castigos.  Esta situación debe tomarse como parte de un proceso deconstructivista, de un proceso natural que todo artista necesita realizar y no sólo mudarse hacia  la derecha o hacia la izquierda.

Pese a que en lo personal me considero más cerca de la izquierda que la derecha no soy un fanático político. Si mi pensamiento dirigiera mi cosmovisión ciudadana, debería pensar que la felicidad del ser humano dependa de la economía, ¡qué triste sería mí mundo!. Así lo intentó plasmar en los inicios de la ciencias de la administración Frederick Taylor, quién se atrevió a encasillar al ser humano en una dimensión animal, comparándolo con un burro que necesita un determinado motivante económico; por ejemplo calmar su existencia a punto de bonos y regalías .   Creo que este tipo de pensamiento ha creado los llamados call center donde muchos habitan intentando no convertirse en autómatas. Estas estructuras que han florecido en la posmodernidad han llegado a crear muchos seres enajenados listos para consumirse hasta su propio féretro; o cuantos caprichos imponga el mercado de consumo, de ese modo, los ciudadanos demandan una literatura más light, un estilo de vida light, donde ir a sentarse a ver una película al cine con verdadero sentido es un reto y una secta para pocos.

Se habla de la diferencia entre la alta y la baja cultura, ciertamente muchos creadores han aspirado muy alto, y se han salido de esa concepción facilista e ideologizante entre derecha o izquierda, si estoy medio punto más cerca de la derecha o de viceversa.  Pero el consumo y los empresarios también tienen su cuota de responsabilidad al crear a un individuo light que se conforma con muy poco y que en la posmodernidad agradece un tipo de literatura facilista donde pueda saciar su curiosidad escasa o presumir de una supuesta intelectualidad que no busca reflexionar las preguntas más fundamentales de la vida, sino que es un instrumento para presumir frente a otros. Ya Vargas Llosa mencionaba esta mentalidad facilona y mediocre en su ensayo La Civilización del Espectáculo, distintos autores coinciden en señalar que estas características de practicidad, facilidad, hedonismo,  son las que marcan el norte de esta época posmodernista.

Pero para continuar con el proceso de gestación literaria, antes de reconocer que la creación literaria es tan sólo un reloj de péndulo, condenada como Sísifo si no a cargar y a tirar la piedra a vagar perennemente entre la izquierda y la derecha, donde quizás se estaría mejor estándose quedito en un supuesto centro utópico. Prefiero creer más en que el ser humano se parece más al que ideó Abraham Maslow en su famosa pirámide que se enseña en todos los cursos básicos de psicología, de administración que concibe al ser humano dentro de un estadio el cual puede variarlo según su autoconciencia y el grado de progreso que sea capaz de alcanzar.

Algo similar sucede en la Creación Literaria, pero no lo concibo desde un punto de vista piramidal encerrado en estadios, pues en el fondo esa visión de Maslow promueve el clasismo aunque sea temporal y un clasismo psicológico, condicionado. La literatura y el arte son los únicos espacios donde no debe haber prejuicios de clases sociales, de religión, raza, tendencias deportivas y también de la política. La política como lo indicó García Márquez es apenas una de las dimensiones que tiene la literatura, quizás por ser el arte de la palabra es más fácil que la literatura asuma un rol político más que las artes visuales, la danza, u otras manifestaciones, pero reducir y que un poeta por ejemplo viva en función de la política es de algún otro modo prostituir su talento.

concavo y convexo 2

Creo que sugerir una multi-dimensión circular para la creación literaria sería lo más aconsejable. A partir de aceptar esa premisa me permitiré detallar cuáles son esas secciones-

La substancial: Así como Maslow coloca en la base de la pirámide, lo que él llama Necesidades Fisiológicas, el escritor no se puede privar de tener que conseguir su sustento, de tener que ingeniárselas, son pocos los escritores que pueden presumir que viven de la literatura, los más afortunados dirán eso, no necesariamente los que viven de la literatura son los mejores. Pero el escritor no puede privarse de esta dimensión, es aquí cuando se da cuenta que es un ser normal, como bien lo dijo Rafael Cadenas cuando le preguntaron si se consideraba un gran poeta, a lo que el célebre poeta respondió: “Tú eres el que me pone ese calificativo de poeta”. Acaso el ser poeta representa tener algún tipo de privilegio, será que el poeta no tiene que hacer fila en el servicio médico o en el banco. Será que al poeta lo eximen de pagar tiquetes de buses o de pagar impuesto de ventas. Ser un escritor y sobre todo hoy en día se es un paria en este mundo loco inmediato, que vive inmerso en la civilización del espectáculo. Pero un escritor no puede privarse de sobrevivir, entonces un escritor lo primero que tiene que hacer es saber ser un sobreviviente si quiere escalar y mostrar algo bueno que salga de él.  En la medida que se las agencie para sobrevivir, para conseguir su sustento, para mantener a los seres afines alrededor de él. Podrá mostrar una dimensión más humana y generar más empatía. ¿Será que el escritor debe vivir como un monje? O sea privarse de tener relaciones, de amistades, de visitar espacios prohibidos o imaginarios, no eso nunca lo debe hacer, es la parte substancial la que ayuda a construir una ética, esta vivencia es parte del ADN de todo escritor  y poder escalar hacia otras secciones. La subsistencia es tan fuerte que puede hacer que un escritor se olvide de su arte en algún momento.

La Social: Esta es posiblemente en la que podamos incluir la ideología, cuando un escritor decide prestar su voz a la causa de la humanidad, entonces será acá donde a veces el viento deberá moverlo a la derecha o a la izquierda, de acuerdo a una coyuntura social, hechos determinados, visiones, amistades y afinidades. Lo que muchos intentan absolutizar es apenas una parte de lo que un escritor puede hacer y ciertamente cuando el escritor de forma ética, no mercenaria, de forma auténtica y con pureza decide prestar una causa, si esta se levanta con una parte substancial auténtica, meritoria, posiblemente su voz llegue muy lejos. En mi país hubo un escritor llamado Carlos Luis Fallas que construyó este modelo, logró influir desde su propio ejemplo, logró subsistir y evolucionar a una parte social y construirse un círculo con un determinado número de seguidores, de modo que su prosa venía desde los mitos, anhelos vividos, imaginarios y compartidos, me abstendré decir su inclinación. En el caso de Fallas mostró una coherencia de pensamiento y nadie podría decirle mercenario. Entre la derecha y la izquierda podría hallarse el verdadero sujeto, aquél que es o no es altruista, aquél que se proyecta simplemente al participar en una lectura o recital, o el que se presta a otras actividades de la sociedad. Tampoco esta dimensión se circunscribe a la derecha o a la izquierda, cuando un escritor construye un movimiento literario o un círculo aporta de igual modo a la sociedad. Esta faceta es después de la propia obra del escritor la más visible de todas, pues acá éste define y construye las relaciones con todos los  grupos sociales posibles.

La intimista: Esta es una faceta espiritual y como no deseo ponerle algún epíteto que huela a religión, prefiero decir que en esta parte el escritor construye sus pilares espirituales que darán sustento a su obre. Un escritor aunque se llame Ateo es espiritual, el ser humano es un ser espiritual, cree en el sistema, en la ética, en la familia en su cónyuge, que se yo. Es en esta dimensión cuando el escritor echará a mano elementos de que algunos elementos que para  nadie más o  muy pocos serán intrascendentes, pero para el creador serán fundamentales. Sólo cuando esta dimensión se torna mística y ese misticismo de querer enseñar, mostrar a otros alcanza una versión más alta y más sublime que la simple intimidad. Cuando se habla de misticismo entiéndase no es un evento religioso, si bien la parte metafísica o mística es más fácil apreciarla cuando se tiene fe en algún Poder Superior como dice Al Anón o en el caso de la concepción occidental se nombra  a Dios. Esta dimensión suele estar muy lejos de los prejuicios con los que comencé esta discusión de izquierda o de derecha y es que si se acepta la acción de alguna o más deidades, el creador caerá en conciencia de qué esa o esas deidades están libres de esos prejuicios y que Dios o los Dioses lo son para todos los seres y no para unos pocos. Esta dimensión suele alcanzarse cuando se tiene algún tipo de madurez y por lo general llegan a ella también muchos creadores que se elevan desde la parte social al darse cuenta de que las ideologías no cambian al mundo, o su acción dentro de ellas.

Todo escritor que pretenda trascender debe extraer lo mejor de las dimensiones substancial e intimista, ya que le conceden una visión diferente, la substancial lo  humanizará al ver lo difícil de la vida que se mueve en más de una dirección entre derechas o izquierdas, se hace más finito. Mientras que en la intimista se hace trascendente o busca allende de su limitación. Particularmente creo que existe una dimensión metafísica indiferentemente de la fe o visión que se profese.

Estas secciones en un escritor son sutiles y cíclicas convirtiéndose en un verdadero lado Concavo-Convexo, se regresa o se va hacia lo social, se alcanza o se modifica lo íntimo y se puede caer en la subsistencia en algún momento, subir y regresar. En estas dimensiones se llega al vacío y se sale de él. La relación con el vacío la  hacen tornarse interesante y fascinante, plasmándola en una   creación literaria más profunda y desgarradora. Esa situación inevitable y cíclica que hacen que un creador  que transite y regrese a esas dimensiones logre trascender, pero con cada relación el individuo o creador no regresará ni producirá igual. Al ser experiencias que atañen a un creador, cada una de  ellas desembocará en una nueva persona y en un creador distinto, de modo que a lo largo de su vida un creador tendrá diferentes yos o versiones de sí mismo.

 

           Alexander Anchía Vindas
Barrios del Sur, San José – Costa Rica 

 

 

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11    Enero 2016
                                    Páginas 17-22

Destello

 

 

DESTELLO

Con potencia incandescente
surges de rincón oscuro
rasgas telarañas de ojos fríos
yertos

Removiendo colores
luz de amaneceres
al pasar haces presente
y viven.

Con tu horizonte brillante
regando pétalos de brisa
praderas acallan tus pasos,
llegas

Mis ansias aún no te perciben
sin embargo, magnetismo indeleble
presunto mirar ausente,
tiemblo
.                                          ¡y atacas!

Yertos-viven
llegas-tiemblo
atacas.

           

Luz Elena Salazar Martínez
         Navojoa – México

 

                 

             

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11   Enero 2016
                                   Páginas 16

Ángela Play, la más puta de todas

 

 

Ángela Play, la más puta de todas

 

Yo tenía para entonces diecisiete años, estrenaba por mi cuenta el primer burdel en mi vida, así conocí a Ángela Play una madrugada en el burdel de Herminia. Esa madrugada, con una falda corta que le hacían lucir sus hermosas piernas, Ángela Play bailaba una salsa con un salero embriagador, se adueñaba de la pista; tenía una fuerza interior de yegua salvaje. Yo la miraba arrobado como un jinete que todavía no había montado, y mucho menos cabalgado un pony; era desafiante, provocadora, irreverente si se quiere. Los clientes se disputaban su compañía todas las noches; quien lograba tenerla como su acompañante era digno de elogio y envidia, porque ella con su presencia inundaba y abarcaba todo el escenario; su vestido se ceñía a su cuerpo mostrando una sensualidad que nos hacía recordar a Raquel Welch.

Yo era solo uno más de los admiradores de Ángela Play. Asistía al burdel los fines de semana a escondidas de mis padres; recuerdo que mi papá tenía un pantalón de lino blanco, que me ponía a espaldas de él, causando una grata impresión entre las prostitutas. Ángela Play se mostraba indiferente a mi presencia, yo era un muchacho torpe, incapaz de abordarla con la destreza y el arrojo que ameritaba un corcel como ella; sin embargo, observando y aprendiendo cómo algunos de los asiduos visitantes eran exitosos con las más exigentes de las damas del negocio, logré lidiar con las menos arrogantes y pretenciosas. Juego que me fue preparando poco a poco para poder enfrentarme a la estrella de la casa.

Comprendí el valor de la indiferencia, lo importante del buen tacto, de la discreción, el no alardear de los atributos, saber llegar al café y tomar la mesa más discreta, y obligar desde ese ángulo que hasta ti, fueran a ver quién se escondía en tan oscuro lugar; dejé que entre ellas se encargaran de contar y recrear los buenos momentos que vivieron conmigo, creándoles envidia a las que no habían pasado por mis manos. Fue todo un aprendizaje antes de echar vuelo; no adelanté un solo paso hasta que decidí abordar a mi presa.

Fue una noche lluviosa y sin estrellas, el negocio estaba muy frío, la música que colocaban era un tanto amarga y sin brillo, la pista estaba sola y triste; esa noche entré al café ya maduro, dueño de mí mismo, con la experiencia acumulada de noches donde maniaté y dominé los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, con la destreza del mejor torero.

Ángela Play estaba reclinada en el mostrador del bar, tenía frente a ella un trago de licor; me acerqué lo más que pude. Ella con una salida que casi me desarma por completo, me dijo:

— ¿Cómo te va, novato?

Si hubiera dado una repuesta ofensiva, le habría dado la razón a tan infeliz elogio. Me contuve, saqué lo mejor de mí; puse a prueba los meses en que estuve esperando este momento y, con la mayor indiferencia, le respondí:

—Aquí, tranquilo, esperando a una veterana como tú.

Mi salida le causó una risa instantánea y fue por primera vez que pude detenerme a ver tan de cerca unos dientes blancos casi perfectos. Luego, y sin quitarme de encima el sobrenombre con el cual me bautizó, me dijo:

—Novato, siempre te he observado a distancia; eres muy callado y hasta tímido, me da curiosidad. Déjame hacerte una pregunta: ¿sabes bailar? Era el modo con que ella se colocaba por encima de mí. Su arte con los hombres era primero llevarlo a una situación de aprieto, pero tuve la suerte de tener un hermano mayor que era un artista a la hora de tomar una pareja en sus manos, ya sea para bailar un cadencioso merengue, como para enfrascarse en la más explosiva de las salsas.

Por lo que ensayé una ligera sonrisa y le respondí:

—Depende.
Al parecer no esperaba una salida de este tipo de alguien a quien ella entendía que podía acorralar desde un principio.

— ¿De qué depende? —preguntó.

— De qué tan buena sea mi acompañante —dije.

No sé de dónde me salían las palabras; pero, como un ajedrecista novato pudiera para poner en aprietos a Bobby Fischer.
Así coloque yo a Ángela Play en nuestro primer encuentro. Mientras manteníamos ese diálogo de espadachines. Al fondo la música completaba el decorado de nuestros diálogos, hasta que colocaron una salsa de Ismael
Rivera. Sin muchas vueltas, Ángela Play me invitó a bailar. La pista era un gran círculo de mosaicos de distintos colores. Unos rayos de luz roja, azul y amarillo se intercambiaban sobre los cuerpos de los bailadores. Cuando una pareja dominaba el ambiente, los demás, en una especie de reconocimiento abandonaban la pista; no había espacio para la distracción, todos sabían cuando una sola pareja llenaba el cometido.

Le agarré la cintura consciente de que montaba una yegua encabritada. Ella sintió en el enganche que el jinete sabía hacia donde iba. El reconocimiento de los cuerpos fue espontáneo. La salsa corría por nosotros como un
arroyito camino al desfiladero. Nos acercábamos los rostros, casi hasta beber el aroma del uno en los labios del otro, los parroquianos dejaron para luego lo que les entretenía. Miraban ensimismados el espectáculo, no querían
que luego otros les contaran.

Por momentos, no éramos dos cuerpos, sino uno envuelto en el otro; en un solo paso cadencioso, sin ocultar su asombro, Ángela Play me preguntó:
— ¿Así eres en todo?

Cuando lo dijo, la alejé de mi cuerpo, la volví a recoger con más fuerza, llevé mi boca a su oído, y le dije.

—En algunas cosas… mejor.

Soltó una risotada, y supo en ese preciso instante que acababa de firmar un contrato, sin garante, consciente de que quienes lo suscribieron estaban uno frente al otro, y solo les quedaba ejecutar las huellas que estamparon.

 

 

                 David Pérez Núñez
Sto. Domingo, República Dominicana

 

             

Revista Dúnamis   Año 10   Número 11   Enero 2016
                                   Páginas 13-15