Category Archives: Séptimo

El Sexto Día

 

El Sexto Día

 

            Extrañan mis poros aquella garúa veraniega. Sobre mis labios atesta un álgido aire. Es en Febrero la sexta noche. Me empapa la incertidumbre por doquier. Suena el tukutín acusador, una y otra vez… ¡yo no sé qué contestar! Repica incansable, en esta desolación sin confines. Deambulo con pasos sepulcrales, con el andar de un vencido, al través de su yerma resonancia. Ensordecido, me posee, mi lamento. Es una noche interminable aquí en el Templo del Fuego, donde la llama no tiene lumbre.

           A pesar del ímpetu de mis anhelos, el Sábado jamás llegó. No se ha asomado el Día, nunca. Ha sido proscrito, el amanecer. Una sola realidad impera: estoy aquí atrapado y no sé cómo. ¡Jamás lo advertí! Por algún tiempo creí: nada era tan grave, nada podía ser tan grave… Hasta que abierto el oído me vi… sin cesar vagando en redundante frustración.

         Es en Febrero la sexta noche, como lo ha sido siempre desde hace ya cuatro… siete… once insondables años. Mi andar es el de un león enjaulado, el de un alma penitente transitando, sin descanso, este interminable atardecer, aquí en el Templo del Fuego… donde no hay más luz sino lánguidas centellas rojas, diminutas y fugaces. En el fondo de mi recuerdo retumba, imparable, inmisericorde, una y otra vez, el tukutín acosador… ¡yo no sé qué contestar!

        Es hoy, ahora, la misma noche gélida y desolada desde hace siete años. El día próximo nunca llega, no he visto la luz atisbar jamás… ¡ni en fugaz espejismo tan siquiera! Hasta en sueños, esquiva, me ha eludido. ¡Una y otra vez! Así ha sido a lo largo de los reiterantes años de este sepulcral humor. ¡Así ha sido esta noche en mis huesos infiltrada! Oigo los ecos de mi gemir, llegando, volviendo, ¡persiguiendo como yo!, algo fuera de este confin. Hondo, luengo… como este mismo Viernes. Vivo e inagotable retumba, omnipresente, el tukutín acosador… ¡yo no sé qué contestar!

            Repica una y otra vez, en la eternidad de este vacío marchito… Mi andar es por completo el de un difunto, excepto por algo ¡que me arde! muy dentro. Mis ojos apagados no entienden, vagan hacia el lugar del alba, aguardándola expectantes. Siguen anunciándome el Día por venir en muy vivos colores. Mas todo es gris y fatal, aquí en el Templo del Fuego, donde la llama no tiene lumbre.

            Preterido el Sábado, la luz del Día tornose fábula. El corazón no me late, tan solo me atiza eso ¡tan en lo profundo! Miro al través de esa ventana, yerta, sorbente… y me envuelve esa brisa, frígida y devastadora, constriñéndolo todo en mí ¡desde dentro! Tan solo puedo gritar, desaforado, una y otra vez… por si tal vez exista algún hoyo en los muros de esta noche interminable; y nadie puede oír mi voz. Nadie… Va de nuevo el tukutín azorador… yo… ¡yo no sé qué contestar!

           Ya no hay nada en mí… reducido, y no sé a qué. Me aplasta, insaciable, tu maldito tukutín. Mientras escruto, aún aturdido, recoveco por donde escurrirme, comprendo, espantado, que nada escapa a esta noche. Suben hasta mí rugidos e improperios. ¿Son eternos estos linderos? Ofuscado me encojo. ¡No hay por donde salir! Es implacable redundancia. Entrampado en un sin mañana, busco eludir el sonido de este oprobio que aniega todo aquí en el Templo del Fuego, donde la lumbre jamás existió. Se incrustan mis dedos en el suelo. Desde otro mundo muy abajo, distante y ajeno, alarido perfora mi vientre. Las rojas centellas ya no pueden discurrir. En polvo, derrúmbome. Cual nube que se disipa procuro extinguir mi presencia. ¡Futil! Todo lo devora esta noche de verano; y es tan vasto el tiempo aquí que no puedo saber, por donde llegará, el alba. Y ahí está, acosador, acusador, peregne, el aciago tukutín. ¡Yo no tengo con qué contestar!

          Nada se detiene aquí excepto esta misma noche, ominosa noche de verano. Todo prosigue aquí, tal cual la vez primera. Nada puede alterarse; sellado bajo este hedor todo es inmutable. Mis huesos no hallan calor. ¡Es helada esta noche en Febrero, helada! Fricciono sus confines, como tantas otras veces, por si quizás aparezca al fin, el escondite del alba. Solo soy un gélido humor, pestilente, en la vaguedad de esta noche. Sacudido sin descanso por la ondas de este tu sonido. Me bate, me abate, ¡hace conmigo cuanto quieres! Es curiosidad voraz; es injoneo sin descanso; es vorágine inflexible. ¡Es tu despiadado tukutín reventándome el oído!

           En el Templo del Fuego toda incandescencia ha sido extinta. Ni por la razón, ni por compasión se logró disuadir. Todo hálito fue condenado al olvido. Todo pereció a la sexta noche. Cual ávido sabueso, insaciable interpelación; ya no está. Los vestigios de su irrupción siguen aquí impregnados. Se encrispan las llamas, siempre sin lumbre. Se pierden los gritos en la profundidad de este vacío. Solo los rayos de un nuevo día pueden cesar esta devastación. No hay más cacería, la curiosidad no existe más, hace diez años el final acaeció. Mas en este santuario, silente el lamento prosigue, oyendo el tan frívolo tukutín que nunca llega… Es el primer viernes de Febrero, y es de noche. Álzase invicto el tukutín desolador… tú… ¡tú no quieres más mi contestar!

 

                                    Emanuel Silva Bringas
                                              Lima – Perú

 

Declamado por Giann-Poe: https://www.spreaker.com/user/8360404/el-sexto-dia

                                

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Páginas 31-32

De-lirios y Claveles

 

De‐lirios y claveles

Audaz mochica, a bestia en su feroz totora
Su corazón    desea salir    y enardecer su sed
Con un trago de sal.
El Sol, como un sombrero en su cabeza, le da antorcha.
– ¡Hola!, ¡hola!…,
Las olas coquetean con él.

Montado en una cumbre, otro hombre
Poncho de nieve al viento y al galope
– ¡Eco!, ¡eco!…,
Va gritando a voz en cuello.
Y en el monte se destapan los peroles
Qué animal su corazón  qué tolondrón.

Estos dos hombres son  tal vez el mismo loco
Que anduvo por los mares  y por la cordillera
O quién sabe soy yo  de nuevo hablando solo
Cantando ante un espejo, para estas dos orejas.

                                

                          Felix Llatas
                       Cutervo – Perú


                                

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Página 30

El Actor protagónico de una Vida desdichada

 

El actor protagónico de una vida desdichada

No le importaba el paso futuro. Caminaba con la mirada en el piso, oteando una sombra etérea que lo seguía por delante, bajo sus zapatos angustiados con kilómetros encima, miraba aquél reflejo oscuro casi por obligación, porque el panorama era igual o más triste: las caras, los autos, los mendigos, los semáforos fundidos: Todo.

Las luces gráciles y amarillentas que mal mostraban los postes plomizos, eran las que maquinaban la sombra errante. Él la seguía, la seguía a donde sea, a donde lo llevase, con devoción, la seguía hasta el fin del mundo.

Con las manos en los bolsillos, dejó atrás la acera y cruzó hacia la pista de granito, al frío asfalto de aquella avenida, que con una voluntad imperante trató de dejar atrás. Varios automóviles se precipitaron sobre él: bocinazos, chirridos de llantas frenando, insultos. Luz verde, peatón despreocupado, luz roja, conductores con prisa, pensó en una fracción de segundo.

Casi por inercia levantó la mirada, abandonando la sombra pasmada que yacía en el suelo. Un automóvil estaba casi sobre él, haciéndose cada vez más gigantesco, más real, más amenazante. Cerró los ojos esperando lo peor, y de inmediato los abrió probándose a sí mismo que podía morir con dignidad. Desde fuera todo ocurrió en sólo un parpadeo. El auto, que era de un rojo intenso, tentó detenerse con la desesperación de alguien sin opciones. Él permaneció atónito, viendo como todo su mundo se tornaba cada vez más claro, atrapado de pronto por un destello sobrecogedor.

Algunos instantes después, la calma pareció volver y la noche fue recuperando su color. Él estaba cegado por los faros del vehículo, que le apuntaban a la cara, entre ceja y ceja; y al mando del volante un sujeto trastocado por los nervios aguardaba a enterarse del desenlace de su acrobacia sobre ruedas. Para entonces, ya toda la gente a varios metros en derredor había concentrado su atención en el incidente estrepitoso que se había perpetrado tan cerca, ante todos, ante cientos de miradas que atisbaban con pavor, con intriga, con miedo, y los más fríos, con entusiasmo. Los faros lo seguían apuntando y, por eso mismo, lo erigían como el actor protagónico de un suceso desdichado; lo apuntaban e iluminaban como en el teatro los reflectores iluminan a la estrella del acto, para que brille aún más.

Con el rostro desencajado, miró para un lado y el otro, tratando de buscar entre el silencio y las miradas que lo seguían alguna explicación, o si quiera un comentario de lo ocurrido. Por último, miró a través del parabrisas del automóvil, descubriendo a un conductor más bien moreno y de cabellos ensortijados, de ojos pardos y bien abiertos, casi pidiendo misericordia, casi abandonados a su suerte.  Dando un respingo, volvió las manos a los bolsillos y viró el cuerpo para seguir su camino, el camino de su sombra, su persecución en todo caso. Con pasos breves pero con presteza, logró terminar de atravesar la avenida, y retomó una acera que lo condujo a una promesa de calles, de gente, de avenidas, y sombra perpetua bajo los pies.

De pronto, como en un rapto abrupto de nueva realidad, casi como en una epifanía, se encontró hollando tenuemente por una calzada majestuosa, por un barrio desconocido y tan bello como para que él pudiese considerarlo lindo después de todo. Era casi perfecto con sus casas chatas y parejas, pintadas de colores alegres, iluminadas ahora por postes de luz blanca, por el cielo de repente despejado y de muchas estrellas, y enaltecido aún más por el gratísimo olor a mar que lo envolvía como una nube acariciando su cuerpo.

Poco a poco se fue enamorando más de lo que observaba, de lo que olía, de lo que escuchaba. Pensaba que se parecía a diciembre, a los únicos días del año donde era feliz por alguna extraña razón. Aunque también podía parecerse a la infancia, a los días en las chacras de Trujillo, donde se podía respirar paz a cada segundo. Era también como volver a escuchar a su abuela cantando, recitando huainos con una voz tan meliflua que lo hacía dormir con una sonrisa en el rostro. O acaso los días felices con Rosa, claro, cuando eran felices, antes de que la muerte los separase y lo dejase lleno de recuerdos, de dudas, remordimiento y rencor.

La sonrisa volvió a sus labios como  un regalo inesperado, como un don que le había sido concedido de pronto, y que él disfrutó tanto como pudo, exacerbando las arrugas de su rostro de bronce, al esculpir un mohín sosegado y risueño. Continuó caminando por aquellas calles, que cada vez eran más precisas a sus recuerdos y buenas memorias, que cada vez se sintonizaban más a los momentos felices de su vida subordinada por momentos tristes. Entonces, repitió entre dientes, en voz bajita y casi como anécdota: Luz verde, peatón despreocupado, luz roja, conductor con prisa, con apuro, algo tendría pendiente. Y luego continuó su camino prometedor, lleno de esperanza y grandezas, sin sentir cansancio alguno. Había olvidado ya la sombra, ni siquiera se había fijado si aún estaba por allí, de pronto no lo guiaba más y así estaba más que bien. El camino se alargaba casi hasta un prometedor infinito y cada paso era más feliz que el anterior.

Las luces que surgían incansables de los faros del automóvil continuaban impertérritas, y habían convocado ahora a una congregación de preocupados, curiosos, y apenados, que lanzaban miradas severas y reprobatorias al sujeto tras el volante, quien dejó que los ojos pardos se le anegasen y ensombreciesen como dos figuras tétricas y miserables a la vez. Delante del auto, y alumbrado como la estrella que brillaba más, el cuerpo inerte del peatón cabizbajo se extendía sobre el frío asfalto, aplastando lo que alguna vez fue una sombra caminante, y, sin embargo, había una tenue sonrisa en su rostro que a los espectadores hacía pensar en un mundo mejor.

 

Lima, 2011

             

Julio Fernández-Meza
          Lima – Perú

                                

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Páginas 26-28

Infinito

 

Infinito

La luna no existe.
La luna es luz.
La luz es tiempo
Y se derrite mientras camina.

Las nubes, manecillas invisibles,
Indispensables motores.

La luna es arte.
La luna es bestia.
Donde la luna termina,
La luna empieza.

La luna no es redonda,
La luna es cuadrada.
La luna es concepto.
La luna es nada.

Y si la luna es nada,
También lo soy yo.

No existimos.

Somos luz.
Somos sombra.

Somos fantasmas
En un plano distante,
Abandonado.

La dimensión de lo infinito nos llama.
Y vamos.

               

Alejandra Medina O’campo
               Lima – Perú

 

                                

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Página 25

Regia Decisión

 

 

Regia decisión

Dos madres ovejas, acompañadas de un corderito, comparecieron ante el león con el siguiente dilema:
Mi señor, ambas vivimos juntas y dimos a luz el mismo día, mas su cordero nació muerto y el mío vivo, pero los cambió…
¡Mentira, mi rey! Su hijo era el muerto y el mío es el vivo.
Y así discutieron, hasta que el león pidió silencio y vertió su veredicto.
¡Guardias! Partan en dos al corderito, rellénenlo de papas y ásenlo. Lo comeré en cuanto esté listo. A las madres, guárdenlas para mañana.
Rey, ¿pero su justicia salomónica? suplicó una de las ovejas.
Soy el rey y aplico la salomónica ley del más fuerte. ¡Tráiganme la salsa!

    
                               

                   Armando  Escandón Muñoz
                         México D.F. – México

    
                                

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Página 24

Dualidad: Miedos y Recuerdos

 

 

DUALIDAD: MIEDOS Y RECUERDOS

Estaba silenciosa la noche, y el cielo carecía de brillo. No había luna, y las gélidas estrellas se habían arropado con gruesas nubes negras. El reloj marcó las onces y estoy sentado en la casa de campo pensando en las viejas historias que me hacía mi abuelo, hace diez años. Historias terroríficas con las cuales impedían que saliera de noche. Hacía mucho tiempo que no visitaba el campo. Los muchachos, quienes fueron mis amigos de infancia, me invitaron a una fiesta en la que se amanecería. Les dije que me quedaría en casa con mis padres hasta la media noche y luego iría para estar con ellos. No conozco el miedo. Es la doce, y con una linterna alumbro el sendero que tránsito. Los grillos entonan un nostálgico canto, y el viento emite un silbido de mal auguro. Inmediatamente crucé el río comencé a escuchar unos pasos algo distante, pero cada minuto más cercanos, pensé que la mente me engañaba, pero no; entonces traté de engañarla a ella pero fue inútil. Llegaron a mi cabeza las viejas historias. Y de repente comencé a sentir que alguien me pisaba los talones. Miré hacia atrás y no vi nada. Mi corazón tembló, y mis pies se pusieron livianos cómo el viento. Emprendí la huida, y al hacerlo dejé de sentir el invisible ser que me perseguía, y me sentí aliviado, aunque no por mucho tiempo, ya que bruscamente me estrellé contra un horrísono ser (el mismo que me perseguía). Era más horrible de lo que me habían narrado, no cabía en la imaginación de nadie. Mis piernas se debilitaron, al oír la mefistofélica y espectral voz que dijo: “a mí nadie se me escapa” Al ver el ademan de sus horribles manos, me desmayé. Al otro día aparecí en la iglesia, sin saber quién me llevó. No tenía un rasguño, pero mi mente aún no coordinaba, y por dos días de mi boca no salieron palabras.

                                   

             Leugim Sarertnoc
            (Miguel Contreras)
Dajabon, República Dominicana

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Página 23

Cuadro Impresionista

 

 

Cuadro Impresionista

En el instante
donde miro
hay un cuadro impresionista,
mil hechos podrán ocurrir
pero no sucederá nada.

Se forma allí….
Las gentes y los perros juegan
con los huesos que pertenecieron a otros,
los jóvenes proclaman
las últimas sílabas del desamparo
y no pasa nada.

Mañana quizás
Otros jóvenes
con cascos de robot,
se repartirán un domo
Hipotecado de hollín y grafitis.

Escribo,
hago correr la tinta
y no pasa nada…
Simplemente el reto
de evitar el infarto…
¿Qué habrá más allá
del consuelo de los dogmas?

¿Qué habrá más allá
de árboles que nacieron
bajo el patrocinio
de frijoles transgénicos?

¿Quiénes habrán de repartirse
el destino de gentes
como cartas de un póquer amañado?

A unos treinta metros bajo tierra
crecerá el cuadro impresionista,
Fermentado de gusanos y lombrices.
Gentes que me miran
se debaten entre existir y soñar
y nunca pasa nada.

 

           Alexander Anchía Vindas
Barrios del Sur, San José – Costa Rica



Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Páginas 21-22

Un Día en el Ciberespacio

 

Un Día en el Ciberespacio

 

Un día cualquiera en el ciberespacio…

Ella: ¡Hola amigo!, ¿cómo has estado?
Él: Bien amiga, y tú, ¿cómo has estado?
Ella: Pues bien, pasando la vida con los problemas de siempre, estudiando en la medida de lo posible ya que este año acabo la carrera y llevando todo con la monotonía que conoces, pero eso sí, extrañándote como no tienes idea.
Él: (Toma un respiro profundo, sintiendo muy en el fondo que Ella no debió decir esas palabras) Ah, caramba.
(Un sepulcral silencio se apodera del clima)
Él: Y dime, ¿ya estás rindiendo las pruebas finales, o aun no?
Ella: Pues la verdad que no sé, entre el trabajo y los problemas se me ha quitado de la cabeza todo el sentido de responsabilidad, pero creo que el miércoles comenzaré los dichosos exámenes finales.
Él: No me parece que andes dejando los estudios de lado, sabes perfectamente que ellos, tarde o temprano, podrán servirte de algo más que tener un simple cartón colgado en tu pared.
Ella: ¡Ay por Dios!, suenas como mi padre.
Él: Es tal vez porque podría ser tu padre.
Ella: ¡Que ganas las tuyas de exagerar! Si apenas tienes 6 años más que yo. Por ejemplo, el idiota de mi enamorado me lleva como 9 años de diferencia, y nadie dice nada. Bueno, en verdad, ex enamorado.
Él: (Un tanto desconcertado por no saber ni que tenía que ver su enamorado aquí ni qué diablos responder) ¿Ex enamorado? Vaya, sí que me he perdido noticias desde que me fui.
Ella: Sí pues, desde que te fuiste y me dejaste sola y abandonada en mi destino. ¡Cruel!
Él: …

Ella: Claro pues, te deshiciste de tus obligaciones y huiste de mí.
Él: En verdad no entiendo por qué me dices eso, además, no entiendo qué tiene que ver el hecho de que me haya ido con el tema de tu pareja o ex pareja, no sé.
Ella: Tiene mucho que ver querido, la última vez que nos encontramos, aquel día en que me recogiste después de haber estado con él pasando un tedioso día, me dijiste que, entre otras cosas, huías de la ciudad y de su gente… y pues, yo soy parte de la gente, ¿o no?
Él: Graciosita eres.
Ella: No más un poquito.
Él: Bueno, bueno cambiando de tema… ¿cómo está tu familia?
Ella: Bien, pero… ¿no te interesa saber por qué estoy sola?
Él: No.
Ella: ¡Atorrante! ¿Tanto te ha cambiado ese nuevo mundo el sentimiento hacia mí?
Él: (No ha cambiado absolutamente nada, te sigo queriendo con la misma intensidad que antes, no lo sientes, ¿acaso no te das cuenta, maldita sea?) Probablemente. Todo cambia “querida”, la vida es en sí un movimiento constante de hechos y creo firmemente que lo que no funcionó en su momento, no va a funcionar nunca. Además, no entiendo por qué es que tienes que volver sobre ese tema que ya estaba cerrado, mira cuánto tiempo ha pasado ya.
Ella: ¡No lo sé! Me siento sola, ya no es lo mismo sin ti.
Él: (Intentando por todos los medios de no mandarla a la porra léase, a la mierda) Pues sola no estás, tienes a tu familia, a tus amigos y amigas del instituto, no sé, tanta gente que conoces.
Ella: Pero… pero yo solo pienso en ti. No sabes cuánto extraño nuestras charlas y esas caminatas por el parque en donde nos besábamos a escondidas, haciendo de lo prohibido un reto.
Él: (El estupor es inminente) Si pues, buenos tiempos, buenas charlas, no hay forma de negarlo…
Ella: Si, y las veces que venias por mí, desde tan lejos solo para verme…
Él: (No aguantando más) ¿Se puede saber sinceramente por qué has venido con este tema?
Ella: ¡Porque te extraño!
Él: (Ofuscado) ¡Vaya entonces que esperaste tiempo para entender que te quería de verdad! Sin embargo, lamento decirte que ya es tarde.
Ella: ¿Por qué?
Él: Por dos motivos: el primero porque no pienso regresar a la ciudad nunca más y segundo porque estoy viviendo con mi novia, una mujer maravillosa que me ama de verdad y no se anda con juegos de niña engreída.
Ella: (con la ironía que la caracteriza) ¡Felicitaciones! Pero sé con toda certeza que no durarás más de un año con ella contando desde el final de esta conversación.
Él: Ja, ja, ja… ¿Qué? ¿Ahora eres pitonisa?
Ella: (Con la confianza igual de grande que su ego sentenció) No, soy la dueña de lo que tú ya no puedes entregarle a nadie más: tu corazón.
Él: (ahí tienes razón, me jodiste) Es lo que siempre admiré de ti, tu buen sentido del humor… En fin, es tarde y tengo que irme, las obligaciones de un futuro esposo no esperan. Fue un gusto el volver a hablar contigo… y no te preocupes que te mandaré los partes de mi boda.
Ella: Corrección querido, de nuestra boda.
Él: (con lágrimas brotando de sus ojos, no sabiendo si son de alegría o nostalgia, tristeza o frustración, o quizá todo junto) Adiós.
Ella: Yo diría hasta pronto…

 

I. Fernando Cáceres A.
          Lima – Perú



Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Páginas 18-20

En Alas del Tiempo

 

 

    EN ALAS DEL TIEMPO

Para José Alberto Agüero Soto

Como gotas de lluvia en alas del tiempo,
una a una caen en un solo pensamiento.
Llora tu alma,
ansias de ese amor que entre penumbras,
día a día va muriendo sin darse cuenta…
de cómo y por qué pasó

Tu alma entrega tus bondades
abriendo el corazón,
entre cardos, espinos y suspiros,
sueños, risas, llantos,
vives emociones, alegrías y sin sabores.

Por un amor sin entrega
el alma llora de dolor.
Miras al cielo y clama
y el corazón implora a ese ser…
por el cual constante, luchas
en la quietud, adentro.

Hombre que amas con intensidad,
aunque te hieran una y otra vez más.
Entre laberintos camina tu alma,
vida que serpentea entre un jardín
de lindos sentimientos; a la espera de un final feliz.
¿Corazón porque lloras?
¿Corazón por qué sufres?

Por una mujer que no valora:
tus esfuerzos, tus bondades, tus caricias,
tus suspiros, tus besos y esa entrega.

Hombre que amas sin límites
más allá del ocaso en un atardecer…
viendo la lluvia caer como al amanecer,
saliendo el sol que va alumbrando,
como faro al anochecer.

Con la presencia de ese ser: “Ser Supremo”,
¡que día a día está presente en el caminar por ésta vida!
¿Corazón por qué lloras?
¿Corazón por qué sufres?

Hombre que no se doblega ante el dolor
por aquel, aquel amor:
que entre risas, alegrías, y llantos,
ansía en una mueca de dolor…

A ese gran amor.                     

                                   

  Gabriela Toruño Soto
Puntarenas – Costa Rica

                             

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Páginas 16-17

El Amante

 

EL AMANTE

 

Nunca antes una mujer me había llamado tanto la atención. Pretendí que no era cierto, pero antes de que me diera cuenta me encontré regresando sobre mis pasos hasta que estuve de nuevo frente a ella. Había algo en su rostro, algo que me sedujo, algo como el silencioso reflejo de una pena. No supe por qué se encontraba allí. No anduve hurgando en su interior para saber razones.

Sin poder resistir el trazo suave con que dejaba que el frío le ganara el cuerpo, la subí a mi auto. Nos dirigimos rumbo a mi casa y durante el trayecto su peso se recostó contra mi hombro.

Sus ojos color miel permanecieron fijos en algún lugar del techo mientras preparé la cena. Le conté del barrio donde nací, de mis estudios —tan inútiles como mis sueños— y también de mi gusto por coleccionar latas de cerveza. Le mostré mi última adquisición: un envase traído del Asia. Le conté los detalles con tanto entusiasmo que hice variados ademanes hasta que mis dedos le acariciaron el rostro y le obligaron una sonrisa.

Cautivo de sus labios, la besé. Apreté su cuerpo contra el mío hasta que sus pezones endurecidos se clavaron en mi pecho. Terminé haciéndole el amor furiosamente, como un lobo encadenado y sin consuelo.

A la madrugada, ellos nos interrumpieron el descanso. Fue horrible. Los policías patearon la puerta y traían sus armas en la mano. Quise detenerlos pero era tarde. Sabían mi nombre y al parecer alguien me había visto cuando la subí a ella al auto. Me tiraron al suelo y me amenazaron. Afirmaron que ella estaba muerta. La miré nuevamente y volví a sentir que era bella como un ángel.

—Los ángeles no mueren, sólo duermen profundamente —grité entristecido, sabiendo que no entenderían.

Cuando tomaron su cuerpo para subirlo a una ambulancia me alteré y me golpearon.

Han pasado los años y no la olvido. No puedo entender qué pasó. Era la primera vez que me ocurría una cosa así en todos los años que trabajé en la morgue.

                                    

                        Miguel E. Coloma H.
                               Lima – Perú

       
                               

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Página 15