Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Página 36
A Krisztina Vádasz
Quiero emborracharme y besarte
pensar que la foto sos realmente vos
que aparece tras algún conjuro burlador.
Pensar que de la foto caen
dos senos agazapados
un cabello galopante
y que salgo como niño en piñata
a recoger hasta el último gramo de tu esencia.
Quiero pensar que si coloco tu foto
junto a la mía no es sortilegio,
que simplemente fluimos
por donde el espacio
nos parta y nos comparta
en aquél agujero
que sólo el amor aclara…
Alexander Anchía Vindas
Barrios del Sur, San José – Costa Rica
Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Página 35
Manejo a casa después que Jacob Cohen me invitó a salir.
Al llegar, fui corriendo a tomarme una ducha, a sacarme el estrés del cuerpo, pero fue ahí, mientras caían las gotas de agua y tocaban mi cuerpo, que la excitación se apoderó de mí. No podía olvidar ese chico de ojos azules y traje de presidiario gris. Había algo tan excitante en las celdas de la cárcel, en todo eso anormal que pasaba entre él y yo.
Las esposas, las rejas, me resultaba una imagen erótica entre los dos que aceleraba mi corazón. Esto se había vuelto personal, ¡él tenía que estar en libertad! Yo debo demostrar mi capacidad como abogada defensora.
Ya faltan solo cinco horas, la sesión empieza a las diez. Jacob Cohen está citado a declarar. La sesión durará alrededor de tres horas o más.
Es hoy que presento toda la patología de David. Es hoy que se demostrará que él merece su libertad; y será de mi mano que saldrá de ese oscuro lugar que lo separa de su madre. Es hoy que todos me querrán entrevistar, contratar, que todos querrán saber de mí y él… él sentirá una gran deuda por mí… y me adorará.
Me preparo frente al espejo. Me pondré mis tacones color beige, una pollera amarrilla y una blusa roja. Hay que tener colores bien llamativos hoy. Me pinto los labios otra vez de un rojo rubí. Me preparo un café y fumo un cigarro.
Ya estoy por salir, mientras la adrenalina me excita y me hace poner aun más ansiosa por llegar a ver a David antes de empezar. Ya estoy aquí, y él también. Estamos solos, nosotros una mesa y dos sillas… Unos ojos grandes de color azul me miran de arriba abajo. Me muerdo los labios mientras estrecho su mano y trato de tranquilizarlo. De repente me da un abrazo de aquellos que asfixian y me susurra al oído: sé que sabes la verdad, que puedes liberarme. ¡Y sé que hoy mi padre declarará!
Ese abrazo no tiene final me pongo aun más roja que mis labios, me está abrazando. Mi corazón está volando. Lo alejo por un momento, lo tomo del cuello, lo miro bien mientras le digo que todo estará bien. Se cruzan nuestras miradas y aunque muero por besarlo me da pena. Aunque lo único que imagino es a los dos sobre la mesa fusionándonos, volviéndonos uno.
Lo abracé otra vez y me despedí. Le dije que solo faltaban unas horas y nos volveríamos a ver. Y es ahí, cuando le doy la espalda, que este me toma y me empieza a besar el cuello. Estoy alucinando entre su abrazo y sus besos. La excitación lleva nuestros corazones a latir a un mismo ritmo La mesa pasa a ser ese escenario que tanto esperaba. Él pone mis manos sobre esta y me abraza por detrás. Me llena de besos la espalda y aunque mi pollera es lo primero que quiere quitar, se contiene y me aprieta junto a él. Sus besos son los mejores. Sus labios saben mejor que la miel. Nuestras caras están manchadas con un rojo rubí. Me tengo que ir, y aunque David no quiere soltarme, es momento que lo haga. Me despido con un abrazo.
No entendí bien que paso ahí. Cómo de la nada llegamos a esos besos tan intensos, pero no me preocupa, es lo que deseé en un principio, cuando lo vi ahí con su traje de presidiario gris, con sus gafas y sus ojos de color azul… y aunque hablamos de un asesino, no puedo evitar sentir esto.
Ya solo faltan cuarenta y cinco minutos. Elisa está aquí, pero Jacob aún no llega. Tengo la certeza que llegará. Ya estamos en la sala. Ted también está aquí pero no me interesa realmente. Me mira como siempre de reojo, pero estoy más ocupada en sostener la mano de David. Empezó el juicio, David está declarando. Ted no deja de ponernos nerviosos, él y su arrogancia. David se ve calmo.
Mi ronda de preguntas ya fue y salí bien parada. Jacob aun no llega, pero sé que llegará. No pensé que David lloraría, lo está haciendo. Pide perdón y dice ser inocente. Esto me es nuevo y aunque siempre dudé de su culpabilidad… se supone que a esta altura yo ya lo sabía, pero aún me faltaban unas piezas para terminar el rompecabezas.
Jacob llegó tarde, lo hemos esperado por un largo rato, pero ya está aquí. Para declarar, para atestiguar, para ayudar a que su hijo obtenga la libertad. Jacob se ve nervioso, tenso, y hasta suda. Ted empezó con sus preguntas.
¿Por qué no estuvo? ¿Acaso fue cómplice? ¿Fue la culpa la que no lo dejaba venir a visitar a su hijo a la cárcel? ¿Cómo es que después de quince años se digna a venir a declarar? ¿Por qué le tomó tanto tiempo? ¿Habrá sido el cargo de conciencia su impedimento? Jacob contestó todas las preguntas de Ted. Pero fue la última la que creó un silencio absoluto en la sala. Jacob dijo que su cargo de conciencia le impedía ir a visitar a su hijo. El saber que él era culpable de todo lo que había pasado.
Julieta Yael Gutman
Buenos Aires – Argentina
Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Páginas 32-34
Una cocodrila —herida de muerte por la escopeta de un cazador—, cavilaba sobre el futuro de su huevo. «¿Qué será de ti mi pobrecillo? ¿Quién verá por tu bien?», le causaba más dolor pensar cómo sería el futuro de su cría sin ella, que la muerte que ya le pesaba en el cuerpo. En eso estaba, cuando llegó a una granja donde vio el nido de una pata y, aprovechando la ausencia de ésta, colocó su huevecillo —que llevaba en la boca—, junto a los otros. La cocodrila se marchó para morir en el pantano.
La pata volvió —y sin darse cuenta del huevo extra— continuó empollando a sus crías. Poco a poco los cascarones se fueron rompiendo y comenzaron a salir los patitos, mas hubo un tanto de conmoción en el momento en que vieron salir al pequeño reptil.
«Es cierto, no se parece a su hermanitos, pero tal vez sea como el patito del cuento de Andersen. Al crecer, seguramente, se convertirá en un cisne», pensó la pata, quien no hizo mayor caso y lo cobijó bajo sus alas como a sus otros hijos.
Los patitos comenzaron a crecer sin mayores problemas, sin embargo, el cocodrilo no, pues no quería comer.
—¿Por qué no te comes el maíz? —preguntó la pata a su hijo renuente.
—Quiero comer carne —respondió el cocodrilo.
—Pero los patos no comen carne —replicó la madre.
—No me importa. ¡Quiero comer carne o prefiero morir de hambre!
Los días pasaron y el cocodrilo mantenía su postura de no probar alimento alguno. La pata, ante aquella situación, se acercó al cocodrilo, extendió una de sus alas y le dijo:
—¡Come!
El cocodrilo le arrancó a su madre tanto un ala como una pata y se las comió. Mas al poco tiempo, la escena volvió a repetirse, el reptil devoró las otras dos extremidades de su madre. La pata sobrevivía de milagro, pues ya no tenía ni alas ni patas, no obstante aún velaba por sus hijos como mejor podía.
El cocodrilo se mantuvo en ayuno durante varios días, al grado de estar a punto de morir de inanición.
—Tengo hambre y no comeré nada que no sea carne —afirmaba el cocodrilo.
La pata, arrastrándose, puso el cuello entre las fauces de su hijo y se despidió:
—Hijo, crece y convierte en un hermoso cisne.
El cocodrilo, como única respuesta, cerró violentamente la boca.
Armando Escandón Muñoz
México D.F. – México
Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Páginas 30-31
Amarte, es prepararme para el cielo,
ser divino farol que luz destella,
resplandeciente, mas que la alta estrella:
¡sol que alumbra la tierra terciopelo!
Amarte, es el creer que existe invierno,
seguirte con mis pasos de doncella.
Es lograr en tus labios la centella
que dejará en mi ser, ósculo eterno.
Voy a besar mis lágrimas de orgullo
al disfrutar el néctar de tu boca.
En tus caricias muero, me apabullo.
Tu entrega me da vida, me sofoca
gracias a ti conozco el bravo fuego.
Sumérgeme en tus llamas, te lo ruego.
C. Siomara Henriquez de Goldman
Morazán, Yoro – Honduras
Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Página 29
Arrastrando el tedio y un terrible cansancio, me dirigí al Instituto Francés para América Latina, a donde me mandaron de última hora a cubrir una exposición de pintores jóvenes galos, auspiciado por el sempiterno y encubierto intercambio (colonizador) cultural.
Maldije mi suerte… Siempre me mandaban a cubrir los eventos menos glamorosos, pero esa es la vida del asalariado de las letras. Más dicen que un reportero sin suerte, no es periodista; esperaba que esa noche mi sino mejorara.
En fin, llegué y como llevaba más de doce horas sin probar alimento, busque los bocadillos; ya con la boca llena, me bebí los largos minutos de espera con un asqueroso vino tinto, y me fume el aburrimiento viendo los cuadros. Nadie daba visos de querer iniciar la esperada ceremonia de inauguración, con sus fastidiosos discursos.
Siguiendo unas curvas que dejaban su voluptuosa estela de deseo, mis ojos descubrieron una septuagenaria figura conocida, en una esquina de la galería, casi escondida detrás de una horrorosa escultura metálica. ¡No podía creer que ahí, ignorado por los presentes, estuviese el maestro, sólo con una insulsa copa de vino blanco, mirando impaciente su reloj pulsera!
No lo pensé dos veces y me acerque: las manos me sudaban, estaba sofocado y los nervios intoxicaron mi lengua: la sentía hinchada, y tuve miedo de que mis balbuceos fuesen inconexos y no los entendiera “the master of the words”.
Quebrando mis miedos, lo saludé con afabilidad, y se podría decir que hasta con cierto descaro: Le pregunté si ya había admirado las obras de la muestra plástica francesa, y dijo que ya tendría tiempo, después de que se inaugurara.
Entonces como si se me cayeran accidentalmente las palabras, sutilmente le informé que era periodista y le inquirí si sería amable de contestar algunas preguntas: mil de ellas se amontonaron en mi boca, queriendo salir desaforadas: Un Nobel de Literatura, no era cosa de todos los días.
Las imágenes viajaron a velocidad de la luz y recordé cuando en el bachillerato me hicieron leer su libro de ensayos “El laberinto de la soledad”, y luego accidentalmente me tropecé con el poemario “Libertad bajo palabra”, que incluye los 584 versos del épico monumento literario llamado “Piedra de Sol”, síntesis de la obra paceana. Y qué decir del rompimiento con la estructura formal de la poesía clásica en los poemas que componen “Vuelta”.
En ese momento no me podía distraer con su bibliografía. Siempre he pensado que el periodista que alardea de sus conocimientos frente a la personalidad que van a entrevistar, son verdaderos asnos pretenciosos y petulantes, que incomodan a sus interlocutores.
Octavio Paz parecía feliz, sin que nada le preocupase. La calma chicha de su rostro me dio confianza. Comencé por las preguntas obvias, y las contestó con esa voz casi lenta, algo adelgazada por los años.
Entre risas y un fingido desinterés de mi parte, le pedí su opinión sobre la posibilidad de que hubiese en México otro Nobel de literatura, o si sabía de alguna joven promesas en las letras nacionales. Me contuve de preguntarle su veredicto sobre el mesianismo de los “grupos literarios”, y el pernicioso analfabetismo en el país.
Quizá con un poco de ayuda del Dios Baco, porque no sé cuántas copas de vino había bebido, comenzó a desgranar una serie de dictámenes, mismos que memorice casi religiosamente.
Le escuchaba embelesado, no podía creer que ahí estaba sólo para mí. Más no todo es perfecto en este mundo, y de repente paró intempestivamente de hablar, e hizo una mueca de sorpresa, como si recordase algo importantísimo: pensé que probablemente habría olvidado las llaves en el coche, o algún presente para el embajador parisino.
Se me quedó viendo y dijo: ¿en qué diario me dijiste que trabajabas? Nunca se lo dije, y respondí: En El Universal.
Como si hubiese visto al diablo, cortésmente me mandó a la chingada: ¡Discúlpame!, tengo que buscar a mi esposa, nos tenemos que preparar para la inauguración, ya que somos los invitados de honor… Otro día charlaremos. Llama a mi secretaria y que te agende una cita, y con gusto continuamos con la entrevista.
Con educación estiró la mano para despedirse, la cual estreche ávidamente, porque sabía que de esos dedos habían nacido palabras mágica, e imágenes inmortales. Se escabulló rápidamente, con una agilidad poco usual en las personas de su edad. Tenía la certeza de antemano que esa entrevista nunca se daría, porque el grupo literario que encabezaba Don Octavio, estaba peleado con el grupo al que pertenecía mi menos famoso director de sección cultural.
Me maldije por no recordar ese insulso detalle; le hubiese mentido diciéndole que trabajaba para La Jornada, Le Monde, New York Post o El País, me habría dado más minutos de su tiempo.
Aun así los siguientes días fui una celebridad entre el periodismo cultural. Con las cosas que me dijo armé una exagerada nota, que incluso tuvo llamada de atención en primera plana del diario.
Mis envidiosos colegas de oficio me comentaron, que a ellos también les habían dado la orden de cubrir la exposición, pero que les dio flojera, y como siempre, elaborarían su nota informativa con el boletín de prensa que les mandaría la representación francesa, sobre el tema.
Nunca pensaron que a ella acudiese Don Octavio Paz, error que provocó que fuesen suspendidos una semana sin goce de sueldo, por ser boletineros y dejar pasar una noticia como esa.
Al genial escritor no se le encontraba todos los días, y si ocurría, sería excepcional que tuviese tiempo y ganas de contestar algunas preguntas.
Para concertar una cita con él, primero se tenía que mandar un cuestionario, el cual pasaba inevitablemente por la censura de su amadísima esposa.
Marco Antonio Rueda B.
Xalapa – México
Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Página 26-28
Llueve hombres de arena por las calles.
Besos con sabor a embarcaciones
a paredes que detienen los años
a labios que se rompen
y miradas que se ahogan
a sexo oculto entre sábanas y sombras.
Silvia se alarga esperando.
La boca húmeda.
Los senos descubiertos.
El muelle estira sus dedos desolados de naves y sudores
de mujeres que esperan
pintadas de yodo
la vela del barco que quema el horizonte.
Se pasea del muelle al Hamburgo
y llueve lágrimas de sal por las aceras
mujeres de papel en la humedad de los caños
y el trigo de los barcos
es pálido recuerdo de mástiles y velas.
Llueve tendidamente
por la playa
y no termina de llover
en los labios trasnochados de Silvia.
Victor Manuel Jiménez Méndez
Puntarenas, Costa Rica
Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Página 25
Aún recuerdo cuando la conocí por primera vez, quedé cautivado con esos profundos ojos azules. Su sonrisa era tan angelical que hasta el propio Dios sintió regocijo de haber creado un ser tan perfecto. Yo no la merecía, me decía a mí mismo. Cómo es que tuve la suerte de hallar a una mujer como ella, me preguntaba cada mañana al despertarme junto a su lado contemplándola como un artista frente a su obra maestra. Nunca pude comprenderlo, sólo se que nos enamoramos con locura, nos comprometimos y cerramos el círculo con un matrimonio que fue el corolario del más puro de los amores. Ver a su madre llorando de emoción al ver a su princesa escalando el altar vestida de blanco es una imagen que quedó grabada en mi retina e hizo que me sintiera el hombre más dichoso del planeta. Todo parecía un sueño.
Pero, ¿saben? A medida que pasaba el tiempo las cosas fueron cambiando, yo trabajaba muy duro para poderte darle la vida que merecía y a pesar que ella lo sabía, y le alegraba que así fuera, cada vez le era menos suficiente. Yo hacía hasta lo imposible para satisfacer todos sus caprichos, hasta el más baladí, pero en ese esfuerzo se me fueron las horas que hicieron que ella finalmente estuviera cada vez más y más distante de mi. Y así el sueño se fue convirtiendo en pesadilla.
Una noche como hoy, hace exactamente tres meses, cuando conseguí un poco de su amor, concebimos a nuestro primogénito, a mi Sebastián. Ella no sabía cómo ocultármelo y yo, aunque lo intuía, nunca fui capaz de tocar el tema con éxito pues cada vez que lo intentaba terminábamos envueltos en una inagotable discusión que sólo acababa conmigo ebrio en el bar de la esquina, preguntándome en qué había fallado, y ella llorando por los rincones de nuestra casa, lamentándose de su desdicha. Ese fue el inicio del fin.
Para intentar llevar la fiesta en paz dejé que ella continuase con su plan como si nada ocurriese… Sin embargo, nunca se imaginó que su amante, de cuya existencia sabía aunque prefería negármela por salud mental, resultó ser todo un cobarde que, al primer dedo quebrado, acabaría confesándolo todo. Aún recuerdo esa expresión de pánico en su rostro, aullando de dolor y suplicando por su vida… hasta casi sentí lástima por él. Pero como cómplice que era, ya tenía escrita su sentencia de muerte por lo que, luego de cinco días de sesiones de tortura que ejecuté dedicadamente, el tipo se le adelantó en el camino que ella estaba próximo a recorrer. Para evitar sospechas lo persuadí para que le advierta sobre su ausencia. Y funcionó.
La noche de ese quinto día debía ser el día, me dije a mí mismo, así que planifiqué una cena a la que acudió decidida a que esa sería la última vez que me vería la cara. Invertí todo el tiempo y esfuerzo que una ocasión tan especial ameritaba. Preparé su plato favorito y creé el ambiente perfecto para que sea una velada verdaderamente romántica. Después del postre y mientras bailábamos a insistencia mía la que solía ser nuestra canción Isabel cayó al suelo convulsionando producto del veneno que le coloqué en la cena. Tardó unos largos y dolorosos minutos en morir.
Aún recuerdo aquellas últimas palabras en forma de pregunta que desgarraban su garganta en busca de una respuesta que parecía de antemano conocer: ¿Por qué me has hecho esto, Joaquín? Recuerdo también que me arrodillé y ya muy cerca, casi susurrándole al oído, le dije: “el hecho de haberme engañado con un cobarde hasta te lo podría haber perdonado, pero matar a nuestro Sebastián, a mi hijo, para irte con tu amante e iniciar una nueva vida.. Eso es algo que sólo se paga con la muerte”.
I. Fernando Cáceres A.
Lima – Perú
Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Páginas 23-24
Nube gris, que le ha atrapado
como ave de mal agüero
su espíritu aventurero
ahora sufre aprisionado
y se encuentra agazapado
sin vislumbrar un destello;
quisiera que todo aquello
fuera un mal sueño de antaño
que ya no le hiciera daño
para emerger en lo bello.
Luz Elena Salazar Martínez
Navojoa – México
Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Página 22
Respiro profundamente
en la quietud de una noche
oscura, fría y lluviosa.
Me abrazo a la ilusión:
El día llegará pronto
¡Te he de conocer!
En el sonido de la brisa
en las caídas de las gotas
que se precipitan una a una
entonando bellas notas.
Asoma tu voz
como vaso de agua
que apaga la sed de amor.
Eres incansable melodía
que aquieta lo que dentro llevo
y en espera, mi alma ansiosa
con cuerpo de mujer
está…
Busco en la tormenta de esta noche
revoltosa, aferrada a mi almohada
agitada por el sonido
acelerado del corazón;
tenerte en cada palpito,
en mi musa inspiración,
con los destellos del amor.
¡Cuánta alegría siento hoy!
al saber lo que la vida
en este día me regalará
en respuesta a mi oración.
Miro, una y otra vez tu fotografía
y busco en ella descubrir
lo que en tus ojos anhela tu corazón.
A lo lejos
en continua telepatía, te atraigo
acortando el tiempo y la distancia
invitándote en una noche mágica
a que dos corazones encuentren
un sincero y verdadero amor.
Solos, tú y yo.
Gabriela Toruño Soto
Puntarenas – Costa Rica
Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Páginas 20-21