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Tu Sombra

Autora:  Domnița Neaga 
                Urluiu – Rumania

 

Tu Sombra

Te quiero; después de tanto tiempo
tu amor me abraza como una enfermedad;
un miedo loco
por mis huesos se licua
cuando tengo en mis brazos
tu suave sombra, proyectada
por un rayo lunar.

Mis libros… no los he escrito yo,
sino tú, en aire del eterno verano.
Tus fantasías,
cual laboriosa alumna,
transcribí
mentalmente
con cautivada caligrafía.

Aun te quiero, tras las porciones de siglos transcurridas,
y quiero que lo sepas.
En el tiempo pasado
dejaste una página blanca, luminosa,
que habrá de ser releída jeroglíficamente,
de manera aplicada;
sin final y sin comienzo.

 

Traducción: Eugenia Dumitriu

 

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 17   Julio 2017
                                   Página 16

La mujer de los ojos de sapo

Autor:  “Juan Clamor”
             Villa Bisonó – R. Dominicana

 

La mujer de los ojos de sapo

Ante los gritos desesperados del niño, Tatica salió corriendo al patio. Lo ubicó con la mirada y avanzó hacia él brazos abiertos, envolviendo su cuerpecito de cobre en un abrazo maternal con el que procuró consolarlo. Era la segunda vez en menos de quince minutos que los llantos del pequeño la sustraían de sus quehaceres de rutina. El niño continuó llorando sin responder una jota al insistente interrogatorio de la adulta que trataba de indagar el origen de su histeria. Tatica lo llevó al interior de la vivienda. Como no paraba de llorar, le preparó un poco de leche y se la sirvió en biberón. El niño recibió con satisfacción aquella dádiva de consuelo, lo tomó consigo y se trepó en la cama. Allí, mientras chupaba la tetera, se quedó ligeramente dormido.

Oculta detrás de una palmera, en las proximidades de la vivienda, otra mujer había contemplado las escenas de auxilio. Cuando Tatica entró a la casa por segunda vez con el niño entre sus brazos, la forastera abandonó su posición y se acercó a la casa, pero no se atrevió a saludar ni a anunciar de algún modo su presencia. Era la viva imagen del dolor. Lloraba en silencio, como temerosa de ser oída. El ardiente sol de las once calentaba el entorno, provocando un calor insoportable que obligaba a las gallinas a refugiarse gorjeando en los aleros. La mujer buscó refugio bajo un samán plantado en el patio repleto de arbustos y yerbajos y se escondió allí, a esperar. El instinto maternal la dominaba.

Dando por sentado que el niño dormía, Tatica retornó a la cocina para continuar con sus trajines. La cocina era pequeña, con setos de yaguas atadas a las varas por bejucos y flecos de cabuya. Había en su interior una tinaja de barro, una barbacoa sobre la que descansaban los calderos y una despensa repleta de víveres y algunos enseres. En el centro del perímetro estaba el fogón, con patas y soportes de madera y plataforma de barro. Sobre él descansaban tres piedras y encima de ellas una olla de aluminio ennegrecida de hollín en la que hervía, al influjo del fuego generado por la combustión de la leña, una porción de frijoles que Tatica ablandaba para el almuerzo. Tatica la destapó para inspeccionarla y se percató de que era preciso agregarle un poco de agua. Se acercó a la tinaja y extrajo de ésta una porción del referido líquido. Se disponía a verterlo en la olla cuando escuchó de nuevo los gritos del niño. Apremiada de apuro, echó el agua en el recipiente y lo dejó destapado. “¡Qué muchacho este!”, se dijo en voz alta mientras acudía de nuevo en su auxilio. Cuando la sintió acercarse, el niño paró de llorar. Tatica lo arrulló con ternura mientras percibía extinguirse aquel llanto entre suspiros y resuellos emitidos a intervalos irregulares. El niño posó su cabecita sobre el hombro derecho de la mujer y mantuvo cerrados sus ojitos, en una pose serena que denunciaba su profunda satisfacción por la amorosa asistencia de la dama. Era de cuerpo robusto y no más de dieciocho meses de nacido. Eliseo y Tatica lo habían adoptado directamente de manos de su madre, aquella mujer sufrida a quien la naturaleza le había negado uno de los rasgos femeninos más atractivos. Cierto que su fisonomía no tenía nada que envidiar a otra criatura de su género y especie, pero tenía unos ojos grandes y desorbitados que parecían de sapo. Nadie en Aminilla conoció su procedencia ni la identidad del padre del infante. Se presentó una tarde bebé entre brazos, cuando este apenas contaba con algunos días de vida. Lo traía arropado de pies a cabeza, envuelto en un pañal con el que intentaba protegerlo de las inclemencias del ambiente. Se paró frente a la puerta y saludó en tono quedo y melancólico:

—Adelante, señora —la invitó Eliseo—. ¿En qué podemos servirle?
La mujer vaciló unos instantes antes de trasponer el umbral y ocupar el asiento que Eliseo le ofreció. Colocó el bebé en su regazo y le descubrió el rostro brillante y húmedo. El niño dormía. Tatica entró apresurada desde el patio, intrigada por la presencia de los recién llegados, y posó su mirada en el bebé. La observó con ternura, le echó una bendición y preguntó a la extraña:
—¿Cómo se llama?
—Todavía no sé cómo —respondió la madre.

Tatica se sorprendió. Era la primera vez en su vida que tenía ante sí a un ser humano a quien no podía llamar por su nombre, y tuvo la peculiar curiosidad de imaginarse un mundo en donde nadie lo poseía. Se llenó de pánico. —Póngale Ismael —reaccionó con premura, como para escapar de aquel desagradable entorno imaginario. Claudia no objetó la propuesta y desde aquel entonces el niño se llamó Ismael.

Apenas media hora después, Eliseo y Tatica ya habían indagado lo suficiente como para saber que la madre respondía al nombre de Claudia y que había quedado embarazada de su anterior empleador, un comerciante capitalino formalmente casado y con varios hijos, un maniático sexual que la había obligado a acostarse con él en varias ocasiones y la había amenazado con borrarla del mapa en caso de que se atreviera a delatarlo. Les confesó Claudia que ella había decidido huir al interior para salvar su vida y la del hijo aún antes de que éste naciera y que tenía la esperanza de encontrar a quien darlo en adopción y que en eso andaba y que por casualidad y tal vez hasta por obra divina había ido a parar a Aminilla luego de muchos días de andar errante. Después de escuchar la triste historia, Eliseo y Tatica se miraron mutuamente como en una especie de concertación. Después Eliseo dijo a la extraña:

—Si usted así lo dispone, Claudia, nosotros nos quedamos con el niño; pero con dos condiciones.
Intrigada, Claudia se expresó:
—Díganmelas de una vez, por favor.
—La primera es que debe ser con papeles; quisiéramos evitar posibles inconvenientes en el futuro.
—Comprendo —le dijo—. ¿Y cuál es la segunda?
—Que desaparezca usted y no vuelva más por aquí. El niño jamás debería saber que su verdadera madre es otra y vive.

Claudia no dijo nada. Una ola de sentimientos confusos y contradictorios se elevó desde lo más recóndito de su ser para hacerla sentir la más miserable de todas las madres. En esa impetuosa ola se mezclaba la alegría de poder hallar un hogar para el pequeño con la pena de saberse eventualmente despojada del fruto de su vientre. Ensimismada, atrapada entre ambos sentimientos, permaneció callada por buen rato, imaginando cosas amargas. Eliseo y Tatica la miraban con expectación mientras esperaban su respuesta. Ambos cónyuges llevaban más de siete años juntos. Ansiaban tener un hijo que Dios no le había dado el privilegio de engendrar al hombre ni de concebir a la mujer. Tatica incluso tenía reservado aquel nombre, Ismael, para un eventual fruto masculino de sus entrañas mucho antes de que ella y Eliseo se casaran. De pronto se incorporó Claudia. Había en su cara un aire inconfundible de resolución. Levantó en brazos al infante y lo extendió hacia Tatica mientras decía:

—Tómelo, es suyo.
—No —exclamó Eliseo—. No es así de fácil. Tenemos que hablar con el encargado de la fiscalía. Usted tiene que firmarnos los papeles.
—No importa, don; haré lo que ustedes me pidan con tal de que el niño tenga un hogar.
Y salieron…

Después de casi dos horas de espera consiguieron entrar a la oficina del funcionario, hombre maduro y regordete, con la frente amplia y un brillo estupendo en el cráneo despojado por completo de cabellos. Los recibió con gentileza, les explicó los requisitos legales, que figuraban explícitos en una hoja de papel de oficio escrita a máquina por ambos lados, y los invitó a pasar a una oficina contigua en donde el juez y el abogado de oficio, en audiencia breve, con no más formalidades que la lectura del documento, la toma del juramento y las respuestas positivas de las partes, dieron paso a la firma del acuerdo que dejaba sin hijo a Claudia y con uno como caído del cielo a la pareja.

Cuando abandonaron la fiscalía Claudia dio al hijo su último adiós con un tierno beso en la frente y de sus ojos brotaron lágrimas que humedecieron la mejilla izquierda del infante. Después dio media vuelta y se marchó sin despedirse de los adultos. A sus espaldas dejaba una estela opresiva de llanto sin consuelo, y Tatica no pudo evitar expresarle su solidaridad con un poco del suyo.

Fue así como Ismael pasó a formar parte integrante de aquella familia de apenas tres miembros. La mañana en que él lloró de miedo en tres ocasiones, Eliseo estaba ausente. Había salido temprano a sus labores de rigor. Tatica repartía su tiempo entre los preparativos para el almuerzo, la atención a los demás quehaceres del hogar y el cuidado del hijo adoptivo. Volvió a entrar a la vivienda, tomó a Ismael entre sus brazos, se sentó en una de las mecedoras de la sala y empezó a mecerlo, dándole palmaditas en los glúteos. En escasos minutos Ismael quedó plenamente dormido. Entonces Tatica se paró del asiento para ir a acostarlo y, por puro hábito, tiró la mirada hacia afuera por la puerta lateral que daba al patio. Allá, por la vuelta del camino, alcanzó a ver al esposo haciendo ademanes, como conversando con alguien. La curiosidad la indujo a acostar al niño tan pronto como pudo. Necesitaba averiguar con quién conversaba su marido. Salió del dormitorio, se paró en medio de la sala, lanzó otra vez la vista hacia afuera.

Una mujer se perdía entre los matojos que camuflaban el camino.
Eliseo entró con disimulo, procurando no exhibir el desconcierto que lo embargaba. Se notaba agobiado. Tatica lo abordó resuelta y sin rodeos:
—¿Con quién hablabas allá afuera?
—Con nadie.
—¡No me mientas! Vi perfectamente que hablabas con una mujer.
Elíseo inclinó a tierra la cabeza. Estaba acorralado. Comprendió que le sería imposible negar lo sucedido. Exhaló un suspiro, y dijo:
—Era ella.
—¿Quien?
—La mujer de los ojos de sapo.
Tatica lo miró con visos de asombro y luego, con voz firme, cual jefe que emite ante subalterno una explícita orden, le espetó:
—Vete a alcanzarla. Dile que no se atreva a entrar de nuevo a nuestro patio. Háblale claro, Eliseo. Dile que recuerde y respete el trato que hicimos.
Elíseo obedeció como mero soldado. Alcanzó a Claudia más allá del primer recodo. La encontró arrimada al tronco de un árbol, con sus grandes y desorbitados ojos repletos de angustia. Ya junto a ella no encontraba cómo decirle. Claudia lo observó con mirada de cachorro asustado. Eliseo introdujo sus manos en los bolsillos delanteros del pantalón, sacó de ellos unas pocas monedas y, mostrándolas a la mujer, le dijo:
—Tómelas, son para usted. Y no vuelva más por aquí, por favor. Recuerde que hemos hecho un trato.
—No señor, muchas gracias —objetó la mujer—. Y, por favor, perdóneme. Yo solo quería ver a mi hijo aunque fuese una vez más en mi vida.
Y, dando la espalda, continuó el trayecto rumbo a las afueras del poblado. Caminaba despacio, como buey cansado, arrastrando su inusitada carga de dolor. Se perdía ya en el siguiente recodo del camino cuando sonó la voz de Tatica:
—¡Oiga, no vuelva a asustar al muchacho porque si vuelve la mataré!
Pero Claudia no la oía, la ensordecía el dolor.

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 18   Julio 2017
                                   Páginas 10-15

Lunas Tristes

Autora:  Giann-Poesía
               Buenos Aires – Argentina

 

Lunas Tristes

 

 

Penumbra del lago,
refleja lunas tristes
en su espejo de agua
cristal nacarado.
Entronada el alma a un árbol,
plebeya de sueños
se gelida en el pantano.
Dos lunas fueron
en el blancor de su estancia.
Dos lunas apenas
en la compaginación estelar
de las sondeadas noches.
A instantes extremos del limbo,
su alma reposa del cansancio.
Se aferra a la columna de sus piernas
y baja la cabeza gacha
por el desamor…el desconcierto.
Poesía se hace al verla sola
y dibuja en su iris musgo
lunas tristes en ventiscas
que a la flor del llanto la retraen
en la quietud del manso
que no ríe ya, con su blanca sonrisa.
Lunas tristes sobre el lago
y a un metro del suelo
lluvia cae en verdes soles.

 

   

Revista Dúnamis   Año 11   Número 18  Julio 2017
                                   Página 9

Alma Sangrante

Autor:   Jsoe Batazos
              Valencia – Venezuela

 

ALMA SANGRANTE

Los ladrones de lunas oscurecen mis miedos
y me escondo en el cráter donde yace mi escombro
que agoniza y espera la palmada en el hombro
que restaure mis fuerzas, mi esperanza y denuedos.

Mi locura y mis quejas paralizan mis dedos,
solo sienten alivios cuando al Whisky lo nombro,
y me libra su néctar del silencio y asombro
de mi oscura morada con recuerdos, sin credos.

En el cráter me hundo, como el hielo en mi vaso,
sin que logren mis manos aferrarse a su boca.
¡Si me lanzan la cuerda, yo me empino en la roca!

Renacer del escombro y olvidar mi fracaso,
solo puedo lograrlo si me auxilia el viajante
que perciba los gritos desde mi alma sangrante.

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 18   Julio 2017
                                   Página 8

¡Denso, muy denso!

Autor:  Rubem Leite
             Belo Horizonte – Brasil

 

¡DENSO, MUY DENSO!

 

“El timbre seguía sonando, el enmascarado no salía e yo desnudo, dentro de casa, lívido de miedo, sin saber qué hacer. Me acordé de que en la cocina había un machete. Abrí la puerta empuñando de forma amenazadora el cuchillo, pero era una monja vieja quién estaba allí de piel, con aquella cosa negra que ellas usan en la cabeza”.
(FONSECA, 1989).

 

La tarde está nublada, abochornada, cargada de relámpagos. La ventana está inquieta. El tiempo y la ventana están meramente reflejando a Miranda. La cerveza se acabó, las palomitas de maíz se acabaron, el tabaco se acabó, la película se acabó. Solo le resta dormir para no ver el paso del tiempo. Se acuesta como está, sin los calzoncillos sucios que se había quitado para lavar y que se quedaron esperándole todo lo día en lavabo del baño. Cierra los ojos, su ronquido ronronea y suena el timbre. El hombre lo ignora. Suena otra vez. Se gira a la derecha. Suena una vez más. Abre los ojos. ¡Suena! ¡Se levanta! Abre la puerta. Una vieja monja enseña los ojos, mira al medio-blando-medio-duro de quien acaba de levantarse de la cama, se atraganta, grita y se precipita por el pasillo. Debido al desánimo no sonríe ni se molesta. Va a la nevera y sigue vacía. Vuelve a su cama, cierra los ojos, su ronquido ronronea y suena el timbre. Suena otra vez. Se gira a la izquierda. Suena una vez más. Abre los ojos. ¡Suena! ¡Se levanta! Abre la puerta. Marisa, su vecina, enseña los ojos, mira al medio-blando-medio-duro, se atraganta, sonríe y adentra. Lo que viene a continuación no es difícil de imaginar. Lo que viene después lo digo yo. Ella duerme fatigada, acalorada, sin fuerzas, desgastada, pero sonriendo. Miranda se levanta, va a la cocina y vuelve con su cuchillo de placer. Finalmente el ánimo y, con él, el tener que hacer. ¡Y lo hace! Suena el timbre. Lo ignora. Suena otra vez. Levanta la cabeza. Suena otra vez. Se vuelve hacia el sonido. Suena una vez más. Se lava las manos. ¡Suena! Abre la puerta. De una acusación de exposición indecente a un flagrante de asesinato. Un año después el primer juicio.
¡Me despierto! El día no pasa, me acuesto y me duermo.
La tarde está nublada, abochornada, con pocos relámpagos. La ventana golpea, se abre, golpea. Las dos reflejan su estado de ánimo. No hay nada en la nevera, en los armarios. Duerme para no notar el paso del tiempo. Se acuesta de la misma manera que estuvo durante el día: sucio y desnudo. Cierra los ojos, ronca y suena el timbre. El hombre lo ignora. Suena otra vez. Se gira a la derecha. Suena una vez más. Abre sus ojos. ¡Suena! ¡Se levanta! Abre la puerta. Dueña Muerte, personaje de Mauricio de Souza¹, enseña sus ojos, mira al medio-blando-medio-duro de quién acaba de levantarse de la cama, se atraganta, grita y se precipita por el pasillo. Cierra la puerta y va a la nevera vacía. Entonces vuelve a su cama, cierra los ojos, ronca y suena el timbre. Lo ignora. Suena otra vez. Se gira a la izquierda. Suena una vez más. Abre los ojos. ¡Suena! ¡Se levanta! Abre la puerta. Marisa, la vecina, enseña los ojos, mira al medio-blando-medio-duro, se atraganta, sonríe y entra. Lo que viene después ya lo sabes, incluso su muerte. Mientras ella dormía, tomó su cuchillo, la mató y la descuartizó alegremente con su cuchillo de placer. Suena el timbre. ¡Lo ignora! Suena otra vez. Levanta la cabeza. Suena otra vez. Se vuelve hacía al sonido. Suena una vez más. Se lava las manos. ¡Suena! Abre la puerta. De una acusación de exposición indecente a flagrante por asesinato. Dos años después otro juicio.

¡Me despierto! El día no pasa, me acuesto y me duermo.
La tarde… La ventana… Su estado de ánimo. Todo se acabó. No hay nada. Duerme para no ver el paso del tiempo. Suena el timbre. Se levanta. Abre la puerta. El negro de toga le recuerda a Batman casi haciéndole sonreír. El Desembargador Joaquim Barbosa² enseña los ojos, mira al medio-blando-medio-duro de quién acaba de levantarse de la cama, se atraganta, grita y sale precipitado por el pasillo. Regresa a la cama. El timbre. Marisa enseña los ojos, mira al medio-blando-medio-duro, se atraganta, sonríe, adentra, goza, muere. Suena el timbre. De una acusación de exposición indecente a un flagrante de asesinato. Largo tiempo después el tan esperado juicio.
¡Entonces me despierto! El día no pasa, me acuesto y me duermo.
La tarde… La ventana… El estado de ánimo… ¡La muerte!

Versión castellana de la obra en portugués “Do Pudor ao Flagrante”, de Rubem Leite. 
Revisión de Lilian Ferreira 

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 18   Julio 2017
                                   Páginas 5-7

De círculos de azúcar

Autora:  Beatriz Rastaldo
                Cañada de Gómez – Argentina

 

De círculos de azúcar

 

El espejo con su círculos de azúcar
refleja mi piel y sus secretos.
Escribo un beso en su estática pregunta.
Desde lejos las veredas sucias abren una puerta.
Yo salgo. El espejo es la puerta de mi casa.
Deambulo
el otoño nocturno.
Sola desafío las sombras y el peligro.
Voy recordando que en la clase de la tarde
trabajamos texturas.
Áspero.
Suave.
Frío.
Tibio.
Recuerdo que en la clase de la tarde
trabajamos el humor
y la risa rompió los cristales
de un día a contramano.
El alba me guía ,camino de regreso.
Vislumbro mi casa. La puerta que el espejo
ha dejado abierta/esperándome.
Al entrar cierro el espejo
y al reflejarme, asombrada, casi sonrojada…
me enfrento a la cruda realidad.
El camino recorrido, lo hice
Sin ropa… y sin paraguas.

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 18   Julio 2017
                                   Página 4

Editorial del Décimo Octavo Número

 

 

Común denominador

El término común denominador es usado en matemática y si intentamos explicar con palabras lo numérico, se dirá que es encontrar un sustento, o un sustrato común que pueda unificar todas las propuestas. Se trata de homogenizar las propuestas que se detallan en este caso en nuestro número décimo octavo.

Las propuestas de este número son muy disímiles, las hay desde clásicos sonetos, poemas en verso libre, versos muy cortos, micro-relatos. Entonces en el fondo y en la forma lo que llaman: lo Dionisiaco y lo Apolíneo, vemos difícil establecer un común denominador del número décimo octavo.

Tampoco podemos decir que todos los autores son recurrentes, porque gracias a la literatura, nuestro número convoca sorpresas agradables de nuevos autores que se nos unen y cuyas propuestas refrescan el repertorio ordinario de Dúnamis.

A lo mejor podríamos sugerir como común denominador algún factor circunstancial y no literario; me atrevería a decir que nuestros autores están en una Caja de Música, suelen ser autores no muy conocidos en sus lugares de procedencia, no se dedican por completo a la literatura y que al abrir la Caja de Música su magia se hará presente, por ello estimado lector, no cierre la caja, vea un poco y lea la variedad de estos autores poco conocidos, pero de gran calidad que en este número lo deleitarán sonando la orquesta en el momento que usted continúe la lectura sabia y serena.

Rubem Leite, utiliza una ágil narración muy interesante y juega con dos tipos de narradores, el omnisciente y el protagonista. No adelanto líneas suyas, porque sería restarle emoción, es un relato que mantiene la emoción desde el inicio hasta el final.

“Jsoe Batazos” nos trae un poema a lo moderno, lo hace diferente su visión intimista y desarrolla un sentimiento desde el inicio hasta el final, cumple con la rima y métrica de un soneto.

Me encanta la propuesta en Prosa Poética de Beatriz Rastaldo, sobre todo a esos poetas que juegan con la ambigüedad de algún modo y Rastaldo lo hace con la indefinición de géneros, subrayo esta imagen de uno de sus poemas: Círculos de Azúcar, donde un espejo ya no volverá a tener el mismo significado: “Escribo un beso en su estática pregunta”.

Sin duda Libanny Pérez es una gratísima sorpresa, con pocas palabras construye universos y expande la poesía al infinito. Sería muy feo colocar algo en este prólogo de su poesía breve pero certera, sin duda estos poemas hacen que la gente se vuelva a enamorar de la poesía, por ello es un sacrilegio colocar acá un verso, invito al lector a leerla.

El soneto de “Miguel Starusk” es diferente al anterior comentado, este es más descriptivo, con un enfoque más externo; a pesar de la estructura rígida del soneto, hace malabares con las palabras:

 “¡Y los versos atacan! Van subiendo a mi mano
una música triste de baldía ilusión”

En el caso de Fátima Farhan, ella cultiva muy exitosamente el versolibrismo y va conduciendo al autor a su propósito, en su poema cuenta una historia interesante:

“Fui gemela que dilató relieve en penumbra,
un arenal desquiciado en el circunvolar del fuego,
al que vierte su copa donde profeso escaldar el caos”

De “Juan Clamor” nos llega un texto narrativo cuidadosamente trabajado, este es más sobrio, más pausado que el de Rubem, pero sus descripciones grandilocuentes nos invitan a tomar una taza de café y comenzar a leer: “En el centro del perímetro estaba el fogón, con patas y soportes de madera y plataforma de barro. Sobre él descansaban tres piedras y encima de ellas una olla de aluminio ennegrecida de hollín en la que hervía, al influjo del fuego generado por la combustión de la leña, una porción de frijoles que Tatica ablandaba para el almuerzo”.

Otra gratísima sorpresa viene de Luz Elena Salazar, un texto de género indefinido, utiliza la causalidad como método para imprimir ritmo, pero de lo coloquial inventa todo un mundo, de un momento construye de una percepción una historia, si el Haiku  resume un instante Luz Elena lo expande con naturalidad.

David Pérez nos propone un relato corto basado en un monólogo interior, narración pura, emoción de principio a fin, si bien es cierto no hace cambios de giro en su relato, no es necesario pues lo que cuenta es una emoción, lo ubicaría entre el género relato y el mini género confesional, pero ninguna palabra sobra y es indispensable.

Ana Bardales nos recuerda al maestro latinoamericano del cuento Horacio Quiroga, se enfoca en un sentimiento de sobrevivencia y al lector se le pone la piel de gallina: “Con la respiración entrecortada y sintiéndose casi desfallecer, vio que el rastro de aquel hombre se perdía tras la cascada, así que se adentró en el túnel creado por la propia naturaleza”.

Nuestro poeta decano, Felix Llatas, reaparece mostrando ahora una faceta desconocida, abriendo a su vez el paso a un género hasta ahora ausente en esta revista de creación literaria. Su propuesta es un monólogo con rasgos de universalidad, es ambiguo pero interesante, un salto a la dramaturgia con todo el estilo que caracteriza a este autor.

En el caso de “Giann-poesía”, nos muestra una poesía intimista descriptiva igual en verso blanco, pero que de alguna forma nos recuerda al modernismo:

“Penumbra del lago,
refleja lunas tristes
en su espejo de agua
cristal nacarado.
Entronada el alma a un árbol,
plebeya de sueños
se gelida en el pantano.”

Para concluir y ante tanta variedad de propuestas, lo que me queda es dar gracias de que en literatura no sea posible probar un Común Denominador, o sea este una utopía en la poesía.

         
                  

           Alexander Anchía Vindas
                  Consejo Editorial

 

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 18    Julio 2017
                                    Páginas 1-3