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Mi Vida

Autor:  Marco Antonio Rueda Becerril
             Xalapa – México

 

MI VIDA

 

Tú eres el libro que leo con pasión por las mañanas, tardes y noches; en cualquier parte: en la cocina, la cama, el sofá, el auto y hasta adormilado. Me gusta acariciar tu portada y contraportada, y oler los perfumes de tus hojas. Mis ojos te desnudan en cada frase, verbo o verso. Y entre susurros placenteros, me cuentas historias fantásticas y dramáticas… de aventuras y románticas. Yo te seguiré leyendo con devoción, porque soy un libro abierto entre tus manos, y tú eres el libro de mi vida.

 

DE LA SERIE: POEMAS PARA NATALIA

 

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 17   Mayo 2017
                                   Página 13

La Promesa

Autor:  Daniel A. Contreras Castro
             Villavicencio – Colombia

 

La Promesa

¡¿Acaso eres tú la desgracia de mi vida?! -le grito a la luna-. Es una noche despejada, repleta de estrellas y con una gran luna llena.
¿Eres tú la que has hecho mi estirpe maldita?, ¿Acaso soy yo el responsable de la enajenación de mis ancestros? -replicaba con gran ira y furor, maldiciendo a los astros-.
De repente, por detrás mío unas manos suaves y cálidas, dulcemente recorren mis hombros hasta estar completamente rodeado por estas, por lo cual, exclamo, ¡dulce muerte!, ¡¿cuál es el motivo de tu visita?!…¿Acaso eres tú la hacedora de todas mis desgracias?, la que ha perseguido mi infame existencia desde mi concepción. Como un susurro suave y tenue se oye: solo yo estaré al final del camino cuando hallas destruido a tus demonios… Sólo no olvides tu promesa.
Entonces, me dejé llevar por su cuerpo, y la recibí entre mis brazos, mientras le respondía, destruiré a todos excepto uno, tú.

                                

Revista Dúnamis   Año 11   Número 17   Mayo 2017
                                   Página 12

Si pudiéramos hablar

Autora:   Stefanía di Leo
                Sicilia – Italia

Si pudiéramos hablar

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Revista Dúnamis   Año 11   Número 17   Mayo 2017
                                   Páginas 9-11

Otoño

Autor:   Jsoe Batazos
              Valencia – Venezuela

Otoño

En el otoño, palidece el alba
y las hojas deslizan lentamente
el suave elixir de su vida ausente
y lagrimea la enramada calva.

Cuando el tenue barniz cubre la malva
se opaca el cielo sin mirar de frente,
por cada arruga añeja ambivalente
una hoja amarillenta, el viento ralba.

El calendario va mudando hojas,
en el otoño hostil, silencios llaman
arrebatando el tiempo al minutero.

El árbol triste, entre las carnes flojas,
Junto al retrato amarillento aclaman
tu última sombra, viejo limonero.
y este… ¿podrían ser estos dos?

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 17   Mayo 2017
                                   Página 8

La ocurrencia de Mundito

Autor:  “Juan Clamor”
             Villa Bisonó – R. Dominicana

 

La ocurrencia de Mundito

            Yo no le creí. Me pareció improbable que a tan temprana edad pudiera tenerse el coraje de concretizar semejante amenaza, y más sabiéndome conocedor de su carácter taciturno y timorato. Así que me limité a aconsejarle que desterrara de su mente el asunto porque era cosa de adultos y dudé hasta el último instante de su determinación para protagonizar el hecho. Por eso, cuando recibí la noticia quise comprobar de inmediato y por cuenta propia la veracidad de lo escuchado en boca de Abelino. Así que salí de casa y tomé la calle  a paso doble en dirección norte, procurando llegar cuanto antes al destacamento policial.

            Mientras avanzaba acariciaba la esperanza de que lo que me había contado Abelino no fuera cierto en  absoluto. “Después de todo, la gente casi siempre exagera cuando cuenta”, razoné. Confieso sinceramente que aquel razonamiento me  envolvió en superfluo optimismo y deseo inútil de que el hecho no hubiera acaecido de manera alguna. Pero no fue más que eso, y el tiempo pronto se encargó de trocar la efímera esperanza en crudo desengaño.

            Por aquel entonces Mundito contaba con apenas ocho años de edad. Su padre había muerto cuatro años antes en una riña producto de una acalorada y superflua discusión entre galleros fanáticos. A raíz de aquel suceso se desencadenaron otros hechos de sangre que costaron la vida a varios individuos de ambos sexos y que obligaron a Carmela, madre de Mundito, a recoger sus tereques y a su único hijo y emigrar, yendo  a parar a aquel tranquilo barrio en donde convivíamos en calidad de vecinos. Poco tiempo bastó para que en casa nos encariñáramos con el muchacho. Procuré tratarlo con dignidad y, con el tiempo, me gané su confianza. Mundito era al extremo introvertido, pero no tenía vergüenza de hablarme y me contaba algunas cosas que seguramente a otros no les decía. Como yo no tenía hijos me acostumbré a salir con él de cuando en veces, previo permiso de parte de su madre. Salíamos de pesca, íbamos juntos al béisbol y a otras actividades afines. Eso sí, Mundito siempre me obedeció: “Mundito estese tranquilo: Sí tío. Mundito deje eso ahí: Está bien tío. Mundito ven acá: Ahora voy tío. Mundito vayámonos que ya es tarde: De acuerdo tío…”. Y aunque al principio me incomodaba el que me llamara tío sin que yo lo fuera terminé aceptándolo porque pensé que tal vez así contribuía a conjurar aquel vacío paterno en el que sin dudas se encontraba inmerso su infantil espíritu.

            Andábamos de pesca el día en que me habló del asunto. Habíamos salido mucho antes del nacimiento del sol, cañas en manos, cabezas cubiertas por sendos sombreros de guano y bien abrigados, procurando prevenir un posible resfriado a consecuencia del frío mañanero. Fuimos dichosos ese día porque antes de que nos dieran las diez ya teníamos capturados suficientes ejemplares como para preparar un buen guiso. Así que nos dispusimos a ello y luego de descamar y destripar algo más de media docena de tilapias de regular tamaño cavamos un hueco en tierra firme, en forma de rampa, recolectamos algunos leños e hicimos candela. Hasta ese momento Mundito y yo nos habíamos concentrado en la pesca y no habíamos hablado mucho, por lo que no me había percatado de su alterado estado de ánimo. Solo después de haber colocado el caldero sobre el fuego me di cuenta de que el muchacho no se sentía bien. Lo miré directo a la cara y le ofrecí mi mejor sonrisa de amigo, pero él evadió la mirada, agachó el rostro, se ajustó el sombrerito y procedió a hacer hoyitos en el suelo usando el cuchillo que tenía entre sus manos, todo como para disimular. Y yo, que ya lo conocía bastante, percibí en aquel gesto evasor indicios de una profunda amargura. Así que le cuestioné con el propósito deliberado de conocer el motivo:

            —¿Te pasa algo, Mundito?

Me respondió que no, pero no levantó el rostro. Yo, por supuesto, no le creí; así que insistí:

            —Me parece que no me estás diciendo la verdad, Mundito. ¿Es que te llamé muy temprano esta madrugada? ¿Acaso no dormiste bien?

            —¡Unju! —respondió, con su rostro aún inclinado a tierra.

    Todo quedó ahí por el momento. Esperamos, consumimos nuestras respectivas raciones y volvimos a la faena. Yo sabía muy bien lo mucho que le gustaba al muchacho que saliéramos juntos y estaba completamente seguro de que aquella no era la razón de su evidente tristeza, pero no continué mis averiguaciones hasta que estuvimos en avanzado camino de retorno:

            —Te noto cansadito, Mundito.

            —Sí, un poco.

            —Pero valió la pena venir, ¿no?

            —Sí.

            —¿Sabes?, te he notado triste todo el día. Tú no eres así, Mundito. ¿Me puedes decir lo que te pasa? Mira que somos algo más que amigos, ¿no?

Mundito escucha, calla y piensa. Camina diez, veinte, tal vez treinta pasos. Al fin decide romper el silencio:

            —Anoche volvió ese hombre a casa, tío.

            —¿Cuál hombre, Mundito, cuál hombre?

            —Uno que va allá de vez en cuando.

            —¡Ah!, no sabía yo eso, muchacho. ¿Y quién es él?

            — No sé. Yo ni la cara se la he visto.

            —¡Vaya! ¿Y cómo sabes que es un hombre?

            —Pues porque sí. Lo oigo hablar con mamá. Hablan bajito, como para que yo no los oiga. Pero yo sí los oigo porque mi cama está cerca. Siempre llega tarde por la noche el tipo ese. A veces oigo a mamá quejarse. Yo creo que él le da golpe, tío. Pero usted verá; una  de estas noches lo agarro mansito y lo destripo como a pollo.

            Fue en aquel momento cuando me ocupé en explicarle que eso era cosa de adultos, que no le diera mente, que si su madre no pedía auxilio o decía algo no era menester preocuparse y que eso no era asunto de niños. El pareció comprender. Llegamos al barrio, nos despedimos amablemente y cada cual a su destino. Pasaron los días y las cosas siguieron su curso normal. Tuvimos varios contactos, pero sin tocar el tema. Creí que Mundito había entendido bastante bien mis explicaciones y aceptado mis sugerencias, pero en cada cabeza hay un mundo y, al parecer, el mundo existente dentro de su infantil cabeza continuó girando en torno a su declarado propósito.

            Aquella mañana, Abelino arribó a casa con su aspaviento y más temprano de lo acostumbrado. Estaba visiblemente alterado, como alguien que recién ha observado una escena de terror. Se sentó en el travesaño de la galería, se llevó ambas manos a la cabeza, pronunció un “¡santo Dios bendito!” y con voz alterada y cara de aturdido, me dijo:

            —¡Carajo Mélido,  anoche malogró Mundito a Bartolo!

            —¿Qué dice usted, Abelino?

            —Lo que oyó, Mélido. Anoche le echaron las tripas afuera al vale. Y yo tanto que le dije que tuviera cuenta, que ese muchachito, así tan callaito, me daba mala espina.

            —¿Y cómo supo usted eso tan temprano, Abelino?

            —Anoche mismo lo llevaron al hospital. Usted sabe que mi hija Pamela es enfermera. Ella atendió con el doctor al herido. Tuvieron que darle más puntos que a una atarraya en remiendo. El cantó quien fue, de inmediato.

            —¿Y qué sabe usted del muchacho, Abelino?

            —Dicen que lo tienen allá, en el cuartel.

            Me decidí a comprobarlo. Marché hacia el destacamento con aquella sincera esperanza enclavada en mi pecho. Caminé sin pausa, aun cuando hube de saludar de palabras a alguno que otro amigo o conocido que iba encontrando en el trayecto. Recuerdo que aquella mañana los bomberos tocaron sirena a destiempo, como para anunciar tragedia. Aquel agudo ruido disparó mis nervios y aceleró mis pasos. A pesar del frescor mañanero llegué al cuartel empapado y agobiado por el esfuerzo. No tuve que preguntar por él. Lo tenían sentado en una silla en la antesala, fuera de celda, escoltado por un miembro de la uniformada. Me reconoció de lejos, le topó en el antebrazo derecho al policía y le dijo algo que no alcancé a escuchar, al tiempo que me señalaba. El agente me ordenó por señas que me acercara y yo le obedecí con ganas mientras intentaba preparar algo qué decir, pero Mundito me ahorró el trabajo al preguntarme:

            —Dígame, tío, ¿es verdad que sigue vivo el hombre?

            —Sí hijo,  está vivo,  por suerte.

            —¡Qué cosas! Y yo que pensaba que mamá ya iba a dormir tranquila.

No pude continuar el diálogo. Coloqué mi diestra sobre su destocada cabecita, acaricié su despeinada cabellera y lloré.

                                

Revista Dúnamis   Año 11   Número 17   Mayo 2017
                                   Páginas 4-7

El Poeta

Autor:  “Miguel Starusk”
             Montería – Colombia

 

EL POETA

Se afirma que el poeta nunca miente,
que es un sabio hacedor de verso y rima,
que carga en sus espaldas el poniente
y su verbo no mata ni lastima.
Se afirma que el poeta es obediente
y si le piden escalar la cima
de la luna, al instante escalará;
¡y se dice que siempre vivirá!

El poeta moldea fantasía
y convierte en crepúsculo la bruma;
va tejiendo de a poco su poesía*
con la rosa, la lluvia o con la pluma.
Él nunca sabe si oscurece el día
o si naufraga el cielo, y, luego, exhuma
esa luz quebrantada del calvario.
¡El poeta tan sólo escribe a diario!

¡Pero vaya que el verso siempre engaña!,
y el poeta se enfrenta al desconcierto;
a veces duda y escribir lo daña,
y a veces ruge su dolor incierto
en la tinta letal de la guadaña.
El que escribe poemas vive muerto
porque deja la vida en el papel
y el dolor de una herida entre la piel.

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 17   Mayo 2017
                                   Página 3

Círculo

Autor:  Leugim Sarertnoc 
             Dajabon – R. Dominicana

 

CÍRCULO

No sabe el cabalista de su suerte
ni del río que fluye por la herida
que los años causaron a la vida
para llenarla de silencio y muerte.

Cual navío que boga al mar profundo,
impredecible y triste como un muerto
sin esperanza de volver al puerto,
así vagan los hombres por el mundo.

El ave montaraz y el hombre humano
volverán, sin saberlo, a su pasado
de soliloquio eterno donde el hado
ya no podrá tocarlo con su mano.

Todo vuelve al lugar de donde vino,
sin extraviar el místico camino.

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 17   Mayo 2017
                                   Página 2

Editorial del Décimo Séptimo Número

 

MI NACIENTE

 

            Heme aquí, perpetua lumbrera. Cuando los mortales despiertan, barcazas para navegar el firmamento no me hacen falta. Mi nacimiento es el ocaso, y hacia mi saliente me extiendo imparable. Al tocarla, no me queda más sino volver a nacer. Trasgresor me dicen; solo soy un círculo vicioso de mí mismo. Los haces de mi presencia llegan cada vez más lejos. No hay cueva ni gruta gutural que pueda escapar de mis tentáculos incandescentes y su fuerza trepidante.

       Despunto en Quisqueya, albor me fija por güey en lontananza; arráigome con vigor escalante, y con cada palpitar las aguas caribeñas se me tornan mares europeos y a la inversa. Sobre las ondas tirrenas mi presencia centella. ¡Eureka! Espejos ustorios que hubiesen consumido el mundo, de haber contado con mi brillo: mis cantos insulares truenan también en Sicilia. Mi arribo acaeció cerca a las frías aguas limeñas, ahora me distiendo hasta el Belo Horizonte, siempre hacia mi naciente. Truenan mis remeras al batir, buscando avistar las aguas atlánticas, atisbo un Novo Lima, ¡círculos y círculos! Estoy ebrio en mi propia savia. ¡I-o; i-o! No veo poniente, no existen confines fuera de mí. Mi extensión hacia oriente es eterna, nada detiene a mi lumbre en su persecución. Soy fulgor que jamás se oculta; soy día inacabable. Letra a letra, poco a poco, mi llama se habrá prendido en todo, mi calor tendrá a todos a henchidos al límite. No les quedará pues otro camino: Eternidad, será dunamitado el cosmos.

 

Alter ego

 

 

Revista Dúnamis   Año 11   Número 17   Mayo 2017
                                   Página 1