Autor: Rubem Leite
Belo Horizonte – Brasil
¡DENSO, MUY DENSO!
“El timbre seguía sonando, el enmascarado no salía e yo desnudo, dentro de casa, lívido de miedo, sin saber qué hacer. Me acordé de que en la cocina había un machete. Abrí la puerta empuñando de forma amenazadora el cuchillo, pero era una monja vieja quién estaba allí de piel, con aquella cosa negra que ellas usan en la cabeza”.
(FONSECA, 1989).
La tarde está nublada, abochornada, cargada de relámpagos. La ventana está inquieta. El tiempo y la ventana están meramente reflejando a Miranda. La cerveza se acabó, las palomitas de maíz se acabaron, el tabaco se acabó, la película se acabó. Solo le resta dormir para no ver el paso del tiempo. Se acuesta como está, sin los calzoncillos sucios que se había quitado para lavar y que se quedaron esperándole todo lo día en lavabo del baño. Cierra los ojos, su ronquido ronronea y suena el timbre. El hombre lo ignora. Suena otra vez. Se gira a la derecha. Suena una vez más. Abre los ojos. ¡Suena! ¡Se levanta! Abre la puerta. Una vieja monja enseña los ojos, mira al medio-blando-medio-duro de quien acaba de levantarse de la cama, se atraganta, grita y se precipita por el pasillo. Debido al desánimo no sonríe ni se molesta. Va a la nevera y sigue vacía. Vuelve a su cama, cierra los ojos, su ronquido ronronea y suena el timbre. Suena otra vez. Se gira a la izquierda. Suena una vez más. Abre los ojos. ¡Suena! ¡Se levanta! Abre la puerta. Marisa, su vecina, enseña los ojos, mira al medio-blando-medio-duro, se atraganta, sonríe y adentra. Lo que viene a continuación no es difícil de imaginar. Lo que viene después lo digo yo. Ella duerme fatigada, acalorada, sin fuerzas, desgastada, pero sonriendo. Miranda se levanta, va a la cocina y vuelve con su cuchillo de placer. Finalmente el ánimo y, con él, el tener que hacer. ¡Y lo hace! Suena el timbre. Lo ignora. Suena otra vez. Levanta la cabeza. Suena otra vez. Se vuelve hacia el sonido. Suena una vez más. Se lava las manos. ¡Suena! Abre la puerta. De una acusación de exposición indecente a un flagrante de asesinato. Un año después el primer juicio.
¡Me despierto! El día no pasa, me acuesto y me duermo.
La tarde está nublada, abochornada, con pocos relámpagos. La ventana golpea, se abre, golpea. Las dos reflejan su estado de ánimo. No hay nada en la nevera, en los armarios. Duerme para no notar el paso del tiempo. Se acuesta de la misma manera que estuvo durante el día: sucio y desnudo. Cierra los ojos, ronca y suena el timbre. El hombre lo ignora. Suena otra vez. Se gira a la derecha. Suena una vez más. Abre sus ojos. ¡Suena! ¡Se levanta! Abre la puerta. Dueña Muerte, personaje de Mauricio de Souza¹, enseña sus ojos, mira al medio-blando-medio-duro de quién acaba de levantarse de la cama, se atraganta, grita y se precipita por el pasillo. Cierra la puerta y va a la nevera vacía. Entonces vuelve a su cama, cierra los ojos, ronca y suena el timbre. Lo ignora. Suena otra vez. Se gira a la izquierda. Suena una vez más. Abre los ojos. ¡Suena! ¡Se levanta! Abre la puerta. Marisa, la vecina, enseña los ojos, mira al medio-blando-medio-duro, se atraganta, sonríe y entra. Lo que viene después ya lo sabes, incluso su muerte. Mientras ella dormía, tomó su cuchillo, la mató y la descuartizó alegremente con su cuchillo de placer. Suena el timbre. ¡Lo ignora! Suena otra vez. Levanta la cabeza. Suena otra vez. Se vuelve hacía al sonido. Suena una vez más. Se lava las manos. ¡Suena! Abre la puerta. De una acusación de exposición indecente a flagrante por asesinato. Dos años después otro juicio.
¡Me despierto! El día no pasa, me acuesto y me duermo.
La tarde… La ventana… Su estado de ánimo. Todo se acabó. No hay nada. Duerme para no ver el paso del tiempo. Suena el timbre. Se levanta. Abre la puerta. El negro de toga le recuerda a Batman casi haciéndole sonreír. El Desembargador Joaquim Barbosa² enseña los ojos, mira al medio-blando-medio-duro de quién acaba de levantarse de la cama, se atraganta, grita y sale precipitado por el pasillo. Regresa a la cama. El timbre. Marisa enseña los ojos, mira al medio-blando-medio-duro, se atraganta, sonríe, adentra, goza, muere. Suena el timbre. De una acusación de exposición indecente a un flagrante de asesinato. Largo tiempo después el tan esperado juicio.
¡Entonces me despierto! El día no pasa, me acuesto y me duermo.
La tarde… La ventana… El estado de ánimo… ¡La muerte!
Versión castellana de la obra en portugués “Do Pudor ao Flagrante”, de Rubem Leite.
Revisión de Lilian Ferreira
Revista Dúnamis Año 11 Número 18 Julio 2017
Páginas 5-7