Autor: Victor Liberato
Sta. Cruz de Mao – R. Dominicana
LAS VOCES
Muertos en la tierra todos ascendimos a lo que creímos era el cielo. Éramos espíritus. Vi gente que pensé no debería estar acá, pero si estábamos juntos. Hombres y mujeres, ancianos y niños. El lugar era inmenso y limpio. Parados en silencio ninguno hablaba con el que estaba a su lado. Una voz femenina decía un nombre y el afortunado levantaba su mano derecha y subía hasta perderse de nuestra vista. No sé decir a qué otro lugar. Aplaudíamos pero no se hacía ruido. Todos teníamos (eso pensé yo) el dibujo de una pequeña espada en la mano derecha. Vi como ascendió cada uno cuando la voz pronunciaba su nombre. Me quedé solo y asustado. Miré a todos lados y ya nadie más estaba. De repente sentí calor en mi espalda. Cuando di la vuelta encontré dos figuras: la de la izquierda llevaba una espada roja y el de la derecha un garrote. Sus ojos eran oscuros y sus bocas estaban sin dientes. Movían sus asquerosas lenguas, no como cuando comemos algo sabroso más bien como cuando sentimos el placer de una maldad. Sus cuerpos calientes hedían a carne podrida. El más fuerte y perverso dijo — éste tonto está tatuado en su antebrazo y no recibió la marca del ascenso.
El otro movía con ansias la espada. Yo no podía hablar y fue cuando recordé aquella vieja advertencia en el libro de levítico: y no deben ponerse marcas de tatuaje. A pesar de no tener cuerpo sentí el hierro enterrarse en mi estómago y el garrotazo en mi cabeza. Entonces la oscuridad me arropó.
Revista Dúnamis Año 11 Número 17 Mayo 2017
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