Autora: Gina Barrios M.
Ciudad de Guatemala – Guatemala
Ema, Ema y Ema
Estaba tocando la puerta de tu apartamento pero no me abriste. En ese instante mi sexto sentido me sugirió irte a buscar a la casa de tu querida abuela materna. Me subí a mi carro y me transporté a esa casita de color amarillo con puertas de cedro. Miré por la ventana antes de tocar la enorme puerta, ya que no quería despertar a tu dulce abuelita. Abrí la puerta, después de tocar trece veces seguidas. A nadie vi en la sala y comedor principal; preferí ir a tu lugar preferido en casa de tu querida abuela. Escuché unos ruidos extraños en el sótano; la curiosidad y mi sexto sentido me susurraban: abre la puerta. Entonces eso fue lo que hice, hubiera deseado no hacerlo, pero al final lo hice y me arrepentí de lo que vi. Mejor cerré la puerta y subí tan despacio como – mi cuerpo pesado con miedo – podía. Mis amigos lejanos me habían comentado de esto, pero por ser una pobre ilusa, yo, te había creído. Amaba la ilusión de tu engaño, no quería enfrentar que eras un producto de la imaginación. Ansiaba el momento en el que me confesaras que los rumores eran falsos, pero después de todo eres un monstro que vive en el cuerpo de su querida abuelita. ¡Ema!, me llamaste por mi nombre, de esa manera me di cuenta que era la primera vez que me decías así. Ema, mi nombre y el nombre de tú querida abuelita materna, Ema, un acróstico que se repite cada dos oraciones, formando así el nombre de ella y mío que ahora no son más que un encanto tuyo.
Revista Dúnamis Año 10 Número 14 Octubre 2016
Página 16