El Incrédulo y el Muerto

Autor:  Leugim Sarertnoc 
             Dajabon – R. Dominicana

 

EL INCRÉDULO Y EL MUERTO

 

“Uno menos en el mundo, y uno más en el cementerio”. Estas fueron las primeras palabras de Luis al llegar a mi casa, el viernes trece del mes pasado. Luis es mi amigo desde que yo llegué a Dajabón a los treces años de edad. Crecimos juntos. Todos los días nos reuníamos para jugar canicas y otros juegos de adolescencia.
–Pobre muerto –continuó hablando, mientras se acomodada sobre el tronco de pera, derribado por la tormenta del mes pasado, en el patio ulterior de la casa, donde casi todas las noches nos reuníamos a hablar de cuanto se nos ocurría.
Yo estaba sentado frente a él, escuchando con gesto filosófico.
– ¿Y tú crees, Luis, que Ramón realmente está muerto? –Pues, claro que está muerto, ni modo que esté vivo.
Respondió sin pensarlo dos veces, mientras dejaba escapar una burlesca sonrisa.
—No, Luis, todo depende de lo que se entienda por muerte y por vida. Creemos que vida es existencia y que muerte es inexistencia. Empero yo no lo veo así. La palabra griega para muerte es tánatos cuyo significado es separación. Si muerte es separación, entonces vida es cercanía, unión, estar. Lo existente está muerto por cuanto está separado de la eternidad, con la cual solo nos unimos al morir, que es en realidad vivir.
Yo creo, Luis, que la vida es un profundo sueño del que solo despertamos al morir. Como dijo Calderón de la Barca: “la vida es sueño”. Creo que cuando morimos es que realmente nacemos al más allá, lo eterno; y empezamos a vivir a plenitud.
–Tú con tus alegorías, Miguel. Yo pienso en qué será de Ramón ahora que está muerto, ¿recuerdas que fue él quien envenenó a todos los perros del sector.
–Claro que, Luis, nunca lo olvidaré; recuerdas que mi querido Terry también fue víctima de aquel funesto perricidio; albergo la esperanza en que mi travieso Terry habrá congregado a todos los perros envenenados para darle la bienvenida a Ramón en el más allá.
–No creo que Terry pueda hacer eso, pero me gustaría le dieran esa bienvenida a Ramón.
–Sí, Luis, muy buena bienvenida –le dije sonriendo.
–Sabes algo Miguel, tú dices que los muertos salen; yo creo en el más allá, pero no en esas famosas apariciones; eso en cuentos suena muy bien. Pero solo es cuento y nada más.
–No te preocupes Luis, lo comprobarás tú mismo cuando esta noche Ramón te haya salido.
– ¡Bah!, no se te cumplirán tus deseos; eso no es posible. Y no le conviene a muerto aparecérseme, porque lo mato, Miguel, te juro que lo mato.
Mientras dijo esto rió a carcajadas hasta que mis palabras atravesaron su risa así como un relámpago atraviesa el oscuro tendal del cielo:
–No, Luis; eso que acabas de decir si es realmente imposible. Creo que los muertos mueren, pero, ¿que tú mates uno? No, no lo creo posible.
Luis quedó en silencio, al parecer convencido de que estaba equivocado.
Muchas veces habíamos hablado de este tema. Pero esta noche era distinta a todas las anteriores. Cuando dejábamos de hablar, un silencio sepulcral invadía nuestra tranquilidad; los grillos que siempre cantaban ya no lo hacían; sabíamos que había aire porque podíamos respirar, pero este no era perceptible; la copa de los árboles no se movían; la luz mortecina de los faroles cada segundo palidecía más.
Todo presagiaba infortunio. Esa noche algo malo acontecería; podía sentirlo. Ramón era malo, malo, muy malo, y ya lo teníamos por experiencia: siempre que alguien malo moría, algo malo pasaba. Algo ocurriría esa noche, yo estaba seguro.
Esa noche fue cuando más hablamos sobre la muerte, y de cosas que habían pasado con personajes misteriosos. Hasta llegué a contar “El corazón delator” y “El gato negro” Edgar Allan Poe.
La tensión había aumentado infinitamente, y por un momento me sentí héroe al ver que pude influir en Luis, quien haciendo gran esfuerzo en demostrar que no sentía miedo, reveló todo lo contrario, como casi siempre sucede con todas las personas.
Y Luis seguía frente a mí. Sus ojos negros estaban fijos mí; se ponía la mano en la cabeza y escuchaba en silencio. El diálogo iniciado por él ahora parecía un monólogo donde solo yo hablaba. Bajó la cabeza como tratando de soslayar mis palabras, y no dijo nada. ¿Qué le sucedía? Sencillo: para llegar a su casa tendría que pasar por el cementerio.

***

Finalmente, Luis habló, y puesto de pies dijo:
–Bueno, Miguel, ya son casi la 12:00 y tengo que irme. Que duermas bien. Nos vemos mañana.
–De acuerdo Luis, mañana nos vemos. Y ten cuidado con Ramón –dije adrede, mientras le veía partir.
Me quedé mirándole hasta que desapareció de mi vista.
En esa calle, en el fondo, se veía el cementerio, y al verlo, el terror aumentaba más en Luis. Por segundos sus piernas temblaron, mas con un pequeño esfuerzo mental pudo estabilizarse y seguir adelante. Después de esto no había caminado mucho, cuando fijando la vista hacia el final de la calle, visualizó un personaje vestido de blanco caminando hacia él. En esa calle, como en muchas otras, las lámparas eléctricas no funcionaban, estaban averiadas; en el cielo no había luna, ni estrellas.
El personaje avanzaba hacia Luis. El corazón de Luis palpitaba cada vez más rápido, los pelos se le erizaron, las piernas se le debilitaron, su mente no coordinaba. Y el personaje se acercaba más y más. Luis deseaba correr, pero por el momento era incapaz.
“Me quedaré aquí, parado —se dijo— hasta que ese maldito muerto pase”.
Y se paró a un lado de la calle, sin quitarle la vista de encima al muerto.
Cada segundo Luis se ponía más nervioso. Cuando el personaje estaba lejos, Luis albergaba la lejana esperanza de que no se tratara de Ramón, sino de un pariente suyo, que, como era costumbre en el pueblo, se había vestido de blanco para dar los últimos adioses al difunto. Pero ahora que el muerto estaba frente él, Luis estaba claro de que no era ningún pariente, se trataba del mismísimo Ramón. El mismo rostro, con única diferencia, que ahora en lugar de ojos, tenía dos huecos profundos, en el fondo de los cuales se veía el mismo infierno.

No lo podía creer, en su estado, cualquier cosa podría estar pasando. Se tocó la cara con las manos, como tratando de comprobar que no estaba durmiendo. Su mente gritaba tan fuerte, que por un momento creyó despertaría el vecindario: verdaderamente es Ramón, –gritaba su mente desesperada– ¡me ha salido Ramón! Sus pies que antes habían permanecido como estatuas de plomo, ahora se sentían ágiles como plumas. ¡Y para qué dejar que se acercara más, si ya sabía que era Ramón¡. Emprendió la huida, rápido como un relámpago. Ramón también se precipitó detrás de él. Luis no sentía sus pasos, no se sentía, no supo más de él. El muerto y Luis corrían tan veloces, que pasáronle por el lado a un grupo de personas que iban para no sé dónde, y no les pudieron ver. Tres vueltas le dieron al cementerio sin que el muerto pudiera alcanzar al vivo. Luis no encontraba el camino a casa y al encontrarlo se sintió reconfortado. Siguió veloz hacia su casa y el muerto tras él.

Luis llegó a su casa. Por suerte halló la puerta abierta, y pasó como un rayo hacia la habitación, cayendo de golpe sobre su cama, pues a la velocidad que iba, a cualquiera le hubiese sido difícil parar. Sudaba a cantaros.

La madre de Luis, entró de prisa a la habitación:
–Pero, muchacho ¿qué te ha pasado? –dijo sorprendida al ver la condición en que estaba su hijo.
Luis se puso de pie e intentó explicarle, pero no le salieron palabras. Acto seguido se desmayó.

Esa fue, quizás, la peor noche de Luis.

Al otro día, temprano. Quería que Luis me contara como le había ido con Ramón. Porque yo sabía que esa noche algo sucedería, lo podía sentir, todo lo presagiaba. Al llegar me pidieron que pasara de inmediato. Ya Luis estaba mucho mejor, pero no había querido hablar con nadie de su experiencia. Al verme marchó hacia mí, y señalándome un instante con su índice me dijo:
–Si en verdad eres mi amigo, jamás me hable de muerte ni de muertos. – y procedió a contármelo todo:
–Ya lo creo Miguel, ya lo creo: los muertos salen, sí, y con mucha vida que salen.
Los vecinos y familiares que se habían reunido, lo escuchaban sorprendidos. Luis no paraba de hablar, por lo que me vi obligado a interrumpirle y decirle amarrándole fijamente:
–Luis, realmente, los muertos no salen, cuando alguien muere su cuerpo va al sepulcro, el espíritu va a Dios que lo dio y el alma va al lugar que eligió mientras estuvo en este mundo, ya sea el paraíso o el lugar de tormento; esos supuestos muertos que le salen a los vivos son espíritus demoníacos que, tomando la imagen de personas que han muerto, salen a hacer maldades.

Diciendo esto me paré del mueble en que estaba sentado y me despedí. Y mientras iba a casa pensaba en el raro episodio de un muerto corriendo detrás de un vivo, dándole vuelta al cementerio, a la 12 de la noche.

Lectura en la voz de Giann-poe: https://www.spreaker.com/user/8360404/el-incredulo-y-el-muerto

Revista Dúnamis   Año 10   Número 14   Octubre 2016
                                   Páginas 9-13

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