Autor: Sergi la Nuit
Barcelona – España
EL BLUES DE LA CAMARERA
Sabía que nada podía ir bien cuando Isaac, el actual jefe de sala, me mandó a la barra central para ayudar a estas dos locas, era justo lo que necesitaba. Precisamente hoy, el peor día de mi vida. Mi novio, esta mañana va y me dice que le ha salido una mancha y que quiere hacerse unas analíticas conmigo «Qué majo». Y le he dicho que sí, muy convencida, acordándome de este último verano con esos dos chicos franceses de los que recuerdo, al menos, que uno de ellos manchó mis zapatillas de Dsquared2 al correrse. Por no hablar de la última fiesta en casa de Carlos, con todo el personal del Nuclear muy pasado; terminé con Toni, el recoge vasos canario, ante la atenta mirada de Isaac, el baboso de Isaac. Siempre me ha tenido ganas y por eso, ahora, me putea. Y aunque Toni, por aquellos días, salía con una de mis compañeras de barra, me comió el coño divinamente. Llegados a este punto, Joan, mi novio, se ha sorprendido un poquito cuando, haciendo pucheros, le he dicho:
—Quizás deberíamos pensarlo, ¿tú qué crees, cari?
Ahí ha quedado todo por el momento, en parte porque mi novio es stripper y vete tú a saber… además, estoy convencida de que le hace tan poca gracia como a mí.
Alguien ha escrito en el ascensor de mi casa:
LA VIDA NO SIGUE PASADOS LOS 25.
Me ha hecho reflexionar un momento mientras buscaba en mi iPhone la canción «CUALQUIER OTRA PARTE», de Dorian, que he tarareado hasta llegar aquí.
Mientras preparábamos la barra, Bárbara y yo hemos compartido un porro hablando de la última peli de Leonardo Dicaprio, Bárbara la ha visto y dice que es una mierda.
Después nos ha parecido divertido, dada la situación, pillar un bote de popper.
La última vez que lo hicimos ella acabó vomitando y yo terminé con ese tipo tan… no sé. Al menos, esta noche ha conseguido animarme un segundo.
La barra del privado en la que trabajo es la más tranquila del Nuclear, por esa razón el capullo de Isaac, muy alarmado, me ha enviado a la barra central después de que la subnormal de Patricia y la petarda de su compañera (a la que no aguanto) se hayan cogido un cuelgue monumental. Con los ojos en blanco y resoplando a partes iguales, se han clavado frente a la registradora sin poner ni una sola copa mientras la gente las jaleaba. Isaac (que no es precisamente un héroe, que digamos) no se ha visto con el suficiente valor de separarlas, debido al cuelgue tan fuerte que llevan y a los miles y miles de lunáticos que siguen entrando, sobrepasando el aforo.
Al muy cerdo no se le ha ocurrido otra cosa que de dejarme aquí, sola, con una caja de cartón y algo de cambio, a cargo de todo.
«¡No es justo!», muerdo mi labio inferior al recordarlo.
Atiendo al cliente tres mil doscientos trece con una muy forzada interrogación en el rostro. Ellos ya no tienen cara ni ojos para mí, figuras en relieve a las que gruño cada vez que se acercan a pedir. «¡Denúnciame si te atreves!».
—¿Cuánto es? —pregunta una figura de neón en segundo término.
—¡Oye!, no quiero keta —le digo—. La última vez me jodió entera,
¿sabes de alguien que tenga cristal?
Y parece no entender el día tan malo que llevo; sin duda, el peor de mi vida.
Fragmento de la novela “Esperando Nacer” disponible en:
http://www.luhueditorial.com/libreria/esperando-nacer_144/
Revista Dúnamis Año 10 Número 13 Abril 2016
Páginas 19-20