Autor: Raul Galache García
Madrid – España
Noche estrellada
Pero lo cierto es que nunca había visto las estrellas.
Había leído munchas veces cómo eran, sí, pero, en realidad, daba por seguro que se trataba de otra fantasía más que se resistía al olvido, como los árboles, la bruma o el viento, otro de aquellos restos pegajosos del viejo mundo, solo palabras a las que su acartonado libro había prestado una imagen que, de tanto recordarla, ya no sabía si provenía del sueño o de lo vivido, si alguna vez aquellas grandes bolas amarillas habían girado en un tapiz tan azul, armonizadas en las espirales del viento nocturno, rimando blancos y azules, como si el solo hecho de la existencia de esa noche estrellada justificara el sufrimiento posterior, la jauría del odio, el estallido de miles de soles en la tierra, el polvo amasando el aire, la muerte de sus padres y la huida bajo la tierra.
La piel se le erizó punzando el viento. Instintivamente, se llevó las manos a los brazos y se los frotó con fuerza. Una palabra se le abrió paso a machetazos desde las fronteras del olvido: “frío”. Tenía frío; por primera vez desde que ella recordaba. Pero no quería moverse. Temía perder el cielo si lo hacía, si lo dejaba huérfano de miradas. Era inconcebible que algo así existiera sin ningún fin, sin el propósito de que fuera contemplado, así que respiró hondo y dejó que su cuerpo se abriera a la noche: el oleaje de la tierra húmeda, los pellizcos del aire, la lluvia titilante de plata. Extendió los brazos y se supo la única persona sobre la faz de la tierra.
Y seguramente lo era.
Bajo sus pies, tampoco quedaba nada. La noche se deshacía en un murmullo de lágrimas.
Se estaba bien allí.
Revista Dúnamis Año 10 Número 13 Abril 2016
Página 8