El Caso de David Cohen

 

 

El Caso de David Cohen

(III Parte)

 

Manejo a casa después que Jacob Cohen me invitó a salir.
Al llegar, fui corriendo a tomarme una ducha, a sacarme el estrés del cuerpo, pero fue ahí, mientras caían las gotas de agua y tocaban mi cuerpo, que la excitación se apoderó de mí. No podía olvidar ese chico de ojos azules y traje de presidiario gris. Había algo tan excitante en las celdas de la cárcel, en todo eso anormal que pasaba entre él y yo.
Las esposas, las rejas, me resultaba una imagen erótica entre los dos que aceleraba mi corazón. Esto se había vuelto personal, ¡él tenía que estar en libertad! Yo debo demostrar mi capacidad como abogada defensora.

Ya faltan solo cinco horas, la sesión empieza a las diez. Jacob Cohen está citado a declarar. La sesión durará alrededor de tres horas o más.
Es hoy que presento toda la patología de David. Es hoy que se demostrará que él merece su libertad; y será de mi mano que saldrá de ese oscuro lugar que lo separa de su madre. Es hoy que todos me querrán entrevistar, contratar, que todos querrán saber de mí y él… él sentirá una gran deuda por mí… y me adorará.
Me preparo frente al espejo. Me pondré mis tacones color beige, una pollera amarrilla y una blusa roja. Hay que tener colores bien llamativos hoy. Me pinto los labios otra vez de un rojo rubí. Me preparo un café y fumo un cigarro.
Ya estoy por salir, mientras la adrenalina me excita y me hace poner aun más ansiosa por llegar a ver a David antes de empezar. Ya estoy aquí, y él también. Estamos solos, nosotros una mesa y dos sillas… Unos ojos grandes de color azul me miran de arriba abajo. Me muerdo los labios mientras estrecho su mano y trato de tranquilizarlo. De repente me da un abrazo de aquellos que asfixian y me susurra al oído: sé que sabes la verdad, que puedes liberarme. ¡Y sé que hoy mi padre declarará!

Ese abrazo no tiene final me pongo aun más roja que mis labios, me está abrazando. Mi corazón está volando. Lo alejo por un momento, lo tomo del cuello, lo miro bien mientras le digo que todo estará bien. Se cruzan nuestras miradas y aunque muero por besarlo me da pena. Aunque lo único que imagino es a los dos sobre la mesa fusionándonos, volviéndonos uno.
Lo abracé otra vez y me despedí. Le dije que solo faltaban unas horas y nos volveríamos a ver. Y es ahí, cuando le doy la espalda, que este me toma y me empieza a besar el cuello. Estoy alucinando entre su abrazo y sus besos. La excitación lleva nuestros corazones a latir a un mismo ritmo La mesa pasa a ser ese escenario que tanto esperaba. Él pone mis manos sobre esta y me abraza por detrás. Me llena de besos la espalda y aunque mi pollera es lo primero que quiere quitar, se contiene y me aprieta junto a él. Sus besos son los mejores. Sus labios saben mejor que la miel. Nuestras caras están manchadas con un rojo rubí. Me tengo que ir, y aunque David no quiere soltarme, es momento que lo haga. Me despido con un abrazo.

No entendí bien que paso ahí. Cómo de la nada llegamos a esos besos tan intensos, pero no me preocupa, es lo que deseé en un principio, cuando lo vi ahí con su traje de presidiario gris, con sus gafas y sus ojos de color azul… y aunque hablamos de un asesino, no puedo evitar sentir esto.
Ya solo faltan cuarenta y cinco minutos. Elisa está aquí, pero Jacob aún no llega. Tengo la certeza que llegará. Ya estamos en la sala. Ted también está aquí pero no me interesa realmente. Me mira como siempre de reojo, pero estoy más ocupada en sostener la mano de David. Empezó el juicio, David está declarando. Ted no deja de ponernos nerviosos, él y su arrogancia. David se ve calmo.
Mi ronda de preguntas ya fue y salí bien parada. Jacob aun no llega, pero sé que llegará. No pensé que David lloraría, lo está haciendo. Pide perdón y dice ser inocente. Esto me es nuevo y aunque siempre dudé de su culpabilidad… se supone que a esta altura yo ya lo sabía, pero aún me faltaban unas piezas para terminar el rompecabezas.

Jacob llegó tarde, lo hemos esperado por un largo rato, pero ya está aquí. Para declarar, para atestiguar, para ayudar a que su hijo obtenga la libertad. Jacob se ve nervioso, tenso, y hasta suda. Ted empezó con sus preguntas.
¿Por qué no estuvo? ¿Acaso fue cómplice? ¿Fue la culpa la que no lo dejaba venir a visitar a su hijo a la cárcel? ¿Cómo es que después de quince años se digna a venir a declarar? ¿Por qué le tomó tanto tiempo? ¿Habrá sido el cargo de conciencia su impedimento? Jacob contestó todas las preguntas de Ted. Pero fue la última la que creó un silencio absoluto en la sala. Jacob dijo que su cargo de conciencia le impedía ir a visitar a su hijo. El saber que él era culpable de todo lo que había pasado.

                  Julieta Yael Gutman
             Buenos Aires – Argentina

                                    

Revista Dúnamis   Año 10   Número 10    Noviembre 2015
                                  Páginas 32-34

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