La pata y el cocodrilo
Una cocodrila —herida de muerte por la escopeta de un cazador—, cavilaba sobre el futuro de su huevo. «¿Qué será de ti mi pobrecillo? ¿Quién verá por tu bien?», le causaba más dolor pensar cómo sería el futuro de su cría sin ella, que la muerte que ya le pesaba en el cuerpo. En eso estaba, cuando llegó a una granja donde vio el nido de una pata y, aprovechando la ausencia de ésta, colocó su huevecillo —que llevaba en la boca—, junto a los otros. La cocodrila se marchó para morir en el pantano.
La pata volvió —y sin darse cuenta del huevo extra— continuó empollando a sus crías. Poco a poco los cascarones se fueron rompiendo y comenzaron a salir los patitos, mas hubo un tanto de conmoción en el momento en que vieron salir al pequeño reptil.
«Es cierto, no se parece a su hermanitos, pero tal vez sea como el patito del cuento de Andersen. Al crecer, seguramente, se convertirá en un cisne», pensó la pata, quien no hizo mayor caso y lo cobijó bajo sus alas como a sus otros hijos.
Los patitos comenzaron a crecer sin mayores problemas, sin embargo, el cocodrilo no, pues no quería comer.
—¿Por qué no te comes el maíz? —preguntó la pata a su hijo renuente.
—Quiero comer carne —respondió el cocodrilo.
—Pero los patos no comen carne —replicó la madre.
—No me importa. ¡Quiero comer carne o prefiero morir de hambre!
Los días pasaron y el cocodrilo mantenía su postura de no probar alimento alguno. La pata, ante aquella situación, se acercó al cocodrilo, extendió una de sus alas y le dijo:
—¡Come!
El cocodrilo le arrancó a su madre tanto un ala como una pata y se las comió. Mas al poco tiempo, la escena volvió a repetirse, el reptil devoró las otras dos extremidades de su madre. La pata sobrevivía de milagro, pues ya no tenía ni alas ni patas, no obstante aún velaba por sus hijos como mejor podía.
El cocodrilo se mantuvo en ayuno durante varios días, al grado de estar a punto de morir de inanición.
—Tengo hambre y no comeré nada que no sea carne —afirmaba el cocodrilo.
La pata, arrastrándose, puso el cuello entre las fauces de su hijo y se despidió:
—Hijo, crece y convierte en un hermoso cisne.
El cocodrilo, como única respuesta, cerró violentamente la boca.
Armando Escandón Muñoz
México D.F. – México
Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Páginas 30-31