NOCHE DE PAZ
Arrastrando el tedio y un terrible cansancio, me dirigí al Instituto Francés para América Latina, a donde me mandaron de última hora a cubrir una exposición de pintores jóvenes galos, auspiciado por el sempiterno y encubierto intercambio (colonizador) cultural.
Maldije mi suerte… Siempre me mandaban a cubrir los eventos menos glamorosos, pero esa es la vida del asalariado de las letras. Más dicen que un reportero sin suerte, no es periodista; esperaba que esa noche mi sino mejorara.
En fin, llegué y como llevaba más de doce horas sin probar alimento, busque los bocadillos; ya con la boca llena, me bebí los largos minutos de espera con un asqueroso vino tinto, y me fume el aburrimiento viendo los cuadros. Nadie daba visos de querer iniciar la esperada ceremonia de inauguración, con sus fastidiosos discursos.
Siguiendo unas curvas que dejaban su voluptuosa estela de deseo, mis ojos descubrieron una septuagenaria figura conocida, en una esquina de la galería, casi escondida detrás de una horrorosa escultura metálica. ¡No podía creer que ahí, ignorado por los presentes, estuviese el maestro, sólo con una insulsa copa de vino blanco, mirando impaciente su reloj pulsera!
No lo pensé dos veces y me acerque: las manos me sudaban, estaba sofocado y los nervios intoxicaron mi lengua: la sentía hinchada, y tuve miedo de que mis balbuceos fuesen inconexos y no los entendiera “the master of the words”.
Quebrando mis miedos, lo saludé con afabilidad, y se podría decir que hasta con cierto descaro: Le pregunté si ya había admirado las obras de la muestra plástica francesa, y dijo que ya tendría tiempo, después de que se inaugurara.
Entonces como si se me cayeran accidentalmente las palabras, sutilmente le informé que era periodista y le inquirí si sería amable de contestar algunas preguntas: mil de ellas se amontonaron en mi boca, queriendo salir desaforadas: Un Nobel de Literatura, no era cosa de todos los días.
Las imágenes viajaron a velocidad de la luz y recordé cuando en el bachillerato me hicieron leer su libro de ensayos “El laberinto de la soledad”, y luego accidentalmente me tropecé con el poemario “Libertad bajo palabra”, que incluye los 584 versos del épico monumento literario llamado “Piedra de Sol”, síntesis de la obra paceana. Y qué decir del rompimiento con la estructura formal de la poesía clásica en los poemas que componen “Vuelta”.
En ese momento no me podía distraer con su bibliografía. Siempre he pensado que el periodista que alardea de sus conocimientos frente a la personalidad que van a entrevistar, son verdaderos asnos pretenciosos y petulantes, que incomodan a sus interlocutores.
Octavio Paz parecía feliz, sin que nada le preocupase. La calma chicha de su rostro me dio confianza. Comencé por las preguntas obvias, y las contestó con esa voz casi lenta, algo adelgazada por los años.
Entre risas y un fingido desinterés de mi parte, le pedí su opinión sobre la posibilidad de que hubiese en México otro Nobel de literatura, o si sabía de alguna joven promesas en las letras nacionales. Me contuve de preguntarle su veredicto sobre el mesianismo de los “grupos literarios”, y el pernicioso analfabetismo en el país.
Quizá con un poco de ayuda del Dios Baco, porque no sé cuántas copas de vino había bebido, comenzó a desgranar una serie de dictámenes, mismos que memorice casi religiosamente.
Le escuchaba embelesado, no podía creer que ahí estaba sólo para mí. Más no todo es perfecto en este mundo, y de repente paró intempestivamente de hablar, e hizo una mueca de sorpresa, como si recordase algo importantísimo: pensé que probablemente habría olvidado las llaves en el coche, o algún presente para el embajador parisino.
Se me quedó viendo y dijo: ¿en qué diario me dijiste que trabajabas? Nunca se lo dije, y respondí: En El Universal.
Como si hubiese visto al diablo, cortésmente me mandó a la chingada: ¡Discúlpame!, tengo que buscar a mi esposa, nos tenemos que preparar para la inauguración, ya que somos los invitados de honor… Otro día charlaremos. Llama a mi secretaria y que te agende una cita, y con gusto continuamos con la entrevista.
Con educación estiró la mano para despedirse, la cual estreche ávidamente, porque sabía que de esos dedos habían nacido palabras mágica, e imágenes inmortales. Se escabulló rápidamente, con una agilidad poco usual en las personas de su edad. Tenía la certeza de antemano que esa entrevista nunca se daría, porque el grupo literario que encabezaba Don Octavio, estaba peleado con el grupo al que pertenecía mi menos famoso director de sección cultural.
Me maldije por no recordar ese insulso detalle; le hubiese mentido diciéndole que trabajaba para La Jornada, Le Monde, New York Post o El País, me habría dado más minutos de su tiempo.
Aun así los siguientes días fui una celebridad entre el periodismo cultural. Con las cosas que me dijo armé una exagerada nota, que incluso tuvo llamada de atención en primera plana del diario.
Mis envidiosos colegas de oficio me comentaron, que a ellos también les habían dado la orden de cubrir la exposición, pero que les dio flojera, y como siempre, elaborarían su nota informativa con el boletín de prensa que les mandaría la representación francesa, sobre el tema.
Nunca pensaron que a ella acudiese Don Octavio Paz, error que provocó que fuesen suspendidos una semana sin goce de sueldo, por ser boletineros y dejar pasar una noticia como esa.
Al genial escritor no se le encontraba todos los días, y si ocurría, sería excepcional que tuviese tiempo y ganas de contestar algunas preguntas.
Para concertar una cita con él, primero se tenía que mandar un cuestionario, el cual pasaba inevitablemente por la censura de su amadísima esposa.
Marco Antonio Rueda B.
Xalapa – México
Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Página 26-28