Recuerdo
Aún recuerdo cuando la conocí por primera vez, quedé cautivado con esos profundos ojos azules. Su sonrisa era tan angelical que hasta el propio Dios sintió regocijo de haber creado un ser tan perfecto. Yo no la merecía, me decía a mí mismo. Cómo es que tuve la suerte de hallar a una mujer como ella, me preguntaba cada mañana al despertarme junto a su lado contemplándola como un artista frente a su obra maestra. Nunca pude comprenderlo, sólo se que nos enamoramos con locura, nos comprometimos y cerramos el círculo con un matrimonio que fue el corolario del más puro de los amores. Ver a su madre llorando de emoción al ver a su princesa escalando el altar vestida de blanco es una imagen que quedó grabada en mi retina e hizo que me sintiera el hombre más dichoso del planeta. Todo parecía un sueño.
Pero, ¿saben? A medida que pasaba el tiempo las cosas fueron cambiando, yo trabajaba muy duro para poderte darle la vida que merecía y a pesar que ella lo sabía, y le alegraba que así fuera, cada vez le era menos suficiente. Yo hacía hasta lo imposible para satisfacer todos sus caprichos, hasta el más baladí, pero en ese esfuerzo se me fueron las horas que hicieron que ella finalmente estuviera cada vez más y más distante de mi. Y así el sueño se fue convirtiendo en pesadilla.
Una noche como hoy, hace exactamente tres meses, cuando conseguí un poco de su amor, concebimos a nuestro primogénito, a mi Sebastián. Ella no sabía cómo ocultármelo y yo, aunque lo intuía, nunca fui capaz de tocar el tema con éxito pues cada vez que lo intentaba terminábamos envueltos en una inagotable discusión que sólo acababa conmigo ebrio en el bar de la esquina, preguntándome en qué había fallado, y ella llorando por los rincones de nuestra casa, lamentándose de su desdicha. Ese fue el inicio del fin.
Para intentar llevar la fiesta en paz dejé que ella continuase con su plan como si nada ocurriese… Sin embargo, nunca se imaginó que su amante, de cuya existencia sabía aunque prefería negármela por salud mental, resultó ser todo un cobarde que, al primer dedo quebrado, acabaría confesándolo todo. Aún recuerdo esa expresión de pánico en su rostro, aullando de dolor y suplicando por su vida… hasta casi sentí lástima por él. Pero como cómplice que era, ya tenía escrita su sentencia de muerte por lo que, luego de cinco días de sesiones de tortura que ejecuté dedicadamente, el tipo se le adelantó en el camino que ella estaba próximo a recorrer. Para evitar sospechas lo persuadí para que le advierta sobre su ausencia. Y funcionó.
La noche de ese quinto día debía ser el día, me dije a mí mismo, así que planifiqué una cena a la que acudió decidida a que esa sería la última vez que me vería la cara. Invertí todo el tiempo y esfuerzo que una ocasión tan especial ameritaba. Preparé su plato favorito y creé el ambiente perfecto para que sea una velada verdaderamente romántica. Después del postre y mientras bailábamos a insistencia mía la que solía ser nuestra canción Isabel cayó al suelo convulsionando producto del veneno que le coloqué en la cena. Tardó unos largos y dolorosos minutos en morir.
Aún recuerdo aquellas últimas palabras en forma de pregunta que desgarraban su garganta en busca de una respuesta que parecía de antemano conocer: ¿Por qué me has hecho esto, Joaquín? Recuerdo también que me arrodillé y ya muy cerca, casi susurrándole al oído, le dije: “el hecho de haberme engañado con un cobarde hasta te lo podría haber perdonado, pero matar a nuestro Sebastián, a mi hijo, para irte con tu amante e iniciar una nueva vida.. Eso es algo que sólo se paga con la muerte”.
I. Fernando Cáceres A.
Lima – Perú
Revista Dúnamis Año 10 Número 10 Noviembre 2015
Páginas 23-24