Inmersión

 

Inmersión

El timbre del teléfono no dejaba de sonar. En una enorme habitación a media luz alumbrada, se encontraban dos personas sentadas en medio del desorden de libros y papeles, sin mirarse a los ojos y en espera de que no sucediera nada. De pronto, escucharon unos pasos llenos de pesadez en la escalera. La palidez en sus rostros se hizo visible y aún más cuando escucharon golpes suaves en la puerta. Ambos se quedaron paralizados por un momento hasta que la muchacha pudo articular palabra y preguntar quién se hallaba al otro lado de la puerta. La respuesta tardó en llegar mientras el miedo acrecentaba. De pronto una voz apenas audible respondió:
— ¡Abran ya, chicos, soy yo!
Sin esperar más, abrieron la puerta y salieron del cuarto acompañando a la anciana hasta la planta baja en medio de la oscuridad que cubría los pasillos y la escalera. Una vez estuvieron en la sala, la mujer les señaló una pintura cuarteada.
— ¿Ven esa mancha negra sobre la pintura? — la anciana guardó silencio por alrededor de un minuto sin quitar la vista del cuadro. Luego prosiguió: — Apareció desde que ustedes se atrevieron a desobedecer mis órdenes. ¡Quién sabe lo que pueda ocurrir ahora!… Nuevamente les recomiendo que se mantengan dentro de su habitación y no abran la puerta a nadie, mucho menos después de que suene el cucú.
Ambos jóvenes subieron corriendo la escalera entre tropiezos y caídas hasta entrar a la enorme habitación que se había convertido desde hacía tiempo en su hogar y su prisión.
Apenas cerraron la puerta tras de sí, oyeron el sonido habitual del cucú que les hacía estremecer. Cuando éste calló, el teléfono comenzó a sonar como en un principio, al tiempo que varios golpes detrás de la puerta se hacían presentes. La insistencia de estos, llevó a los jóvenes a acercarse a la puerta y mirar hacia el exterior por un pequeño agujero que había en aquella puerta de madera. Aun con la oscuridad del pasillo, vislumbraron un ojo asomándose al interior, un ojo que los miraba fijamente. Tanto la muchacha como el muchacho cayeron de espaldas por la impresión, de modo que cuando el teléfono dejó de sonar, ellos no se percataron de esto. Con gran sigilo, volvieron a ver por aquel hoyo, pero aquel ojo ya no estaba. Después de esperar varios minutos, abrieron la puerta sin hallar rastro alguno de la persona que hacía tan solo un instante los vigilaba, así que de inmediato, cerraron la puerta. No obstante, ahora se sentía algo distinto en la habitación. El teléfono continuó sonando con la misma intensidad e insistencia de antes. Hartos de esta situación, levantaron el auricular, sin embargo, solamente escucharon una respiración del otro lado de la línea y justo cuando estaban a punto de colgar escucharon una voz entrecortada por la interferencia que decía palabras casi ininteligibles.
Sabían que debían salir de allí lo más pronto posible, no podían continuar con ese estilo de vida, debían luchar por su libertad, aunque era bien sabido por ellos que debían esperar hasta el amanecer para no correr tantos riesgos.
Durante la madrugada, una inquietud mortal les impidió conciliar el sueño, por lo cual se la pasaron recorriendo la habitación desde una esquina hasta la otra. Aunque el cansancio les iba haciendo mella, ellos no lo sentían de ese modo, por lo cual continuaron caminando de un lugar a otro de la habitación hasta que, en determinado momento, coincidieron ambos en el centro de ésta. Fue entonces que un fuerte temblor los derribó, haciéndoles perder el control de sus movimientos y llevándolos en caída libre dentro de un hoyo negro mientras eran succionados, a su vez, por un torrente arremolinado que los conducía lejos de su realidad y de su memoria, a un mundo donde no existía ni la luz ni la oscuridad.

Ana B. Bardales S.
México D.F. – México

 

 

 

Revista Dúnamis   Año 10   Número 10    Noviembre 2015
                                  Páginas 3-4

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