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Algunos monstruos de la Literatura Bíblica

 

 

Algunos monstruos de la Literatura Bíblica

La Biblia es, sin duda, el libro más leído en el mundo entero. No se trata solamente del libro que transmite la Palabra de Dios y que sirve como manual de vida para los creyentes, sino que es también un muy valioso tesoro histórico y a la vez mítico que ha perdurado a través de innumerables generaciones. Independientemente de cuán cierto sea lo que en la Biblia se dice, no podemos negar que su literatura es exquisita y asombrosamente relevante. La Biblia ha inspirado así mismo grandes obras del cine como La pasión de Cristo (2004), series o docudramas como The Bible (2013) y obras de arte como La última cena de Leonardo da Vinci (1495-1497). Las historias bíblicas van desde guerras sangrientas entre poderosos ejércitos hasta romances prohibidos. Se ha hablado mucho de la vida, pasión y muerte de Jesús, así como también se discute una y otra vez el tema de las profecías apocalípticas. Precisamente en el Apocalipsis o libro de las Revelaciones, se plantea un escenario que es comúnmente visualizado como una ‘batalla cósmica’ donde una serie de personajes, entre ellos, monstruos o bestias, tendrán una participación muy relevante. Primeramente, conviene aclarar que el Apocalipsis está lleno de símbolos y existen múltiples interpretaciones de su mensaje. Este trabajo no pretende entablar una discusión teológica o escatológica. Más bien, el propósito es mirar de cerca a todas estas criaturas, pero en esta ocasión se les prestará especial atención a unas que aparecen en el Antiguo Testamento, como veremos más adelante. Estas bestias legendarias puede que estén ligera –o estrechamente– relacionadas con los monstruos más conocidos de la literatura mítica de todos los tiempos.
Observaremos en la primera parte a las bestias mencionadas en el Antiguo Testamento que son quizás las menos conocidas en este tiempo. El antiguo libro de Job menciona a una bestia llamada “Behemot”, la cual ha planteado una controversial interrogante: ¿Era “Behemot” un dinosaurio? De hecho, el behemot es descrito detalladamente y se entiende en el texto que el mismo fue creado por Dios: 15 He aquí ahora behemot, el cual hice como a ti; Hierba come como buey. 16 He aquí ahora que su fuerza está en sus lomos, Y su vigor en los músculos de su vientre. 17 Su cola mueve como un cedro, Y los nervios de sus muslos están entretejidos. 18 Sus huesos son fuertes como bronce, Y sus miembros como barras de hierro (Job 40: 15-18, Reina Valera Revisada, 1960). En base a los versos citados, se puede concluir que el behemot es un animal vegetariano porque como hierba (v.15) y se trata de una criatura fuerte y robusta (v. 16-18), por lo que se podría pensar que el behemot no es más que un hipopótamo, aunque algunos dicen que se podría tratar de un elefante. Pero se habla en el verso 17 de su cola, siendo comparada con un cedro, es decir, un árbol de tronco grueso y recto. La imagen ubicada en la parte inferior ilustra por qué, de acuerdo a la descripción de la cola, resulta un poco ilógico asociar al behemot con algunos de los animales antes mencionados. Más bien, la figura del behemot se asemejaría más a la de un brontosaurios. Sin embargo, la mayoría de las traducciones de la Biblia (EMN, LT, NBE, NM, RH, BJ y otras) usan la palabra “hipopótamo” en el texto principal o en las notas al pie de la página para identificar a esta criatura de la que habla Dios. No hay manera de llegar a una conclusión total y absoluta de qué era realmete esta bestia descrita en el libro de Job. Lo que resulta interesante es que el behemot ha inspirado incluso las imágenes de algunos monstruos para el mundialmente conocido juego de cartas “Yu-Gi-Oh!”. Por ejemplo, “Behemoth de dos cabezas” o “Behemoth el Rey de todos los animales”.

En esta escena del libro de Job aparece otra bestia llamada “Leviatán” (Job 41:1), quizás más conocida que el behemot, pues es comúnmente visualizada como un monstruo acuático, lo que resulta muy popular en la cultura y especialmente en la literatura mítica. Además, el leviatán es mencionado en varias ocasiones en el Antiguo Testamento: Isaías 27:1, Salmo 74:14 y Salmo 104:26. Según una antigua leyenda, el behemot y el leviatán se enfrentaron en el principio de los tiempos y Dios acabó con ellos antes de que éstos terminaran destruyendo su creación. Otros sugieren que el enfrentamiento será en el Día Final. Gustave Doré realizó un grabado llamado La destrucción de Leviatán, claramente inspirado en la narración de Isaías 27:1: “En ese día, el Señor castigará con su espada, su espada feroz, grande y de gran alcance, Leviatán la serpiente que se desliza, Leviatán la serpiente enrollada; Él destruirá al monstruo del mar”. Esta es precisamente la imagen que se tiene del leviatán. Es decir, este monstruo ha sido calificado como una especie de serpiente marina y forma parte de las innumerables especies marinas mitológicas de todos los tiempos. Tanto el leviatán como el behemot, sirvieron como simbolismos para las conocidas obras de Thomas Hobbes Leviathan (1651) y Behemoth (1960), respectivamente. Estos escritos no tienen nada que ver con monstruos mitólogicos, sino que tratan temas estrictamente políticos y causaron mucha polémica al momento de ser publicados.
En fin, el leviatán y el behemot son solamente algunas de las bestias o monstruos que aparecen en la Biblia. Sería imposible dejar de mencionar a las bestias que aparecen en el libro de Daniel, las cuales representan para los estudiosos de la palabra a distintos imperios y son asociadas a las profecías del Apocalipsis. También econtramos al pez gigante que tragó a Jonás, las langostas de Abbadon, unicornios, ángeles caídos y las bestias de la batalla final. Se recomienda el libro Dictionarie of Deities and Demons in the Bible. Con este trabajo queda claro que la Biblia y sus historias forman parte de aquello que llamamos monstruos de la literatura.

 

  Kenny L. Díaz Ortiz
Carolina – Puerto Rico

               


Revista Dúnamis   Año 10   Número 10    Noviembre 2015
                                  Páginas 16 – 18

Beautiful Losers

 

 

BEAUTIFUL LOSERS

Sacudimos el aire
sacudimos el fuego
sacudimos constelaciones terrestres
con indiferencia adolescente
para al final,
acabar bailando sobre
un viejo disco de Bob Seger.

Tú y yo
forajidos siameses
protegidos por el dios tecnológico
que todo lo ve.
Al asalto,
gobernando trenes inmóviles
y fuertes ocupados
por indios Cheyenne.

Transitamos ciudades fúnebres,
deshonestas y casi sin atmósfera
Cubiertos de laurel
con el blue jean gastado
y la brújula de explorador.

Y todo por conquistar el cosmos
por hacerlo relevante
a los ojos de
un puñado de estatuas de sal.

Todo por perpetuar el ideal
del forajido
sin interrupción
mi amor, ¿te das cuenta?

Lo hicimos
y sin embargo
fracasamos
se encendió la luz y
dejo de caer confeti.

La gente congregada
fue desalojando de a poco
la pista de baile
y
aunque trate de retenerte
un señor de seguridad
nos invito a abandonar el lugar.

Náufragos del sueño
llegamos a la orilla
con tan solo
una canción entre los
dientes:
B-E-A-U-T-I-F-U-L L-O-S-E-R
B-E-A-U-T-I-F-U-L L-O-S-E-R
B-E-A-U-T-I-F-U-L L-O-S-E-R.

 

            Sergi la Nuit
      Barcelona – España

 

 

 

Revista Dúnamis   Año 10   Número 10    Noviembre 2015
                                    Páginas 14-15

El Gran Robo y su Castigo

 

EL GRAN ROBO Y SU CASTIGO

— ¡Alto ahí. ¡No se mueva!, manos arriba, está detenido.
La miré de frente y todo mi cuerpo tembló, no por la pistola con que apuntaba, sino por lo hermosa que era, por su inigualable belleza, y su mirada de infinito. Era indeciblemente bella y esbelta, deleitosa más que Venus, tal vez.
Se trataba de Anna Briones, de veinticinco años de edad. Briones, la joven que llegó a mi pueblo siendo adolescente y a los veinte años se fue a ciudad capital y regresó como teniente. Desconozco las razones por la que entró a la milicia. Sufrí mucho cuando se fue, aunque ella nunca supo que yo moría de amor por ella, pues nunca se lo dije a nadie, y mucho menos al silencio que todo lo vocifera. Solo lo sabía mi triste corazón.
—¿Usted, señorita Briones? ¿qué sucede? Me conoce, sabe que no ando en cosas delictivas en la calle, solo iba pasando, vengo de casa de mi amigo y voy a la mía.
—Cállese —díjome como un disparo— éstas no son horas para que una persona que se dice seria ande vagando.
No perdió tiempo, se acercó para esposarme, con una mano sostenía la pistola, pistola que pensé quitarle, dado que estaba muy cerca de mí y no tenía el dedo puesto en gatillo; pero si eso hacía, luego podría decir que la asalté y le creerían, entonces sería peor para mi. Así que preferí dejarme llevar. Me esposó las manos y me indicó que caminara hacia su casa.
—Es muy tarde, mañana lo entrego al cuartel de la policía.
—¡Pardiéz! —dije algo irritado—. Teniente, ¿me puede decir la verdadera causa por la que me arresta?
—La razón es que se llevó a cabo un gran robo. Un robo que me tiene consternada y casi muerta.
—¿¡Que!? —interrumpí— ¿me está diciendo que soy sospechoso de robo?

—No, no eres sospechoso, tengo la certeza de que usted es el único responsable.
Esas palabras me irritaron en gran manera.
—¿Cree usted que ignoro la ley? para hacer esto le es necesario una orden de arresto, ¿do está?
—No puede haber orden, nadie sabe de ese robo, solo yo.
—Nadie sabe de ese robo, teniente, porque no existe el robo, el robo no existe, —le dije irritado.
—Anna, te juro que si salgo vivo de aquí, haré que te cancelen y que vayas a la cárcel.
—Si sale vivo —me dijo con una pícara sonrisa.
—Nunca te creí capaz de esto, con razón era tan silenciosa.

Estábamos sentados en la sala de la casa, al escuchar mis palabras sonrió y me dijo que era hora de dormir. Y abriendo una puerta me encerró en un cuarto. En el cuarto, luces blancas, una muy buena cama y entre otros adornos, un perfume suave de jazmín, parecía que fue preparado para pasar una romántica noche con alguien especial. Pero de algo estaba seguro; ese alguien -si existía-, no era yo.
Una hora más tarde entró y me esposó al espaldar de la cama. Al parecer sabía que estaba pensando escaparme. Abandonó el cuarto de inmediato. Allí quedé recostado, meditabundo. De repente vi abrirse la puerta, pero nadie entró. Pensé que se preparaba para entrar a cortarme pedazo a pedazos como hacen en las películas, serré los ojos para ver si me dormía y calmar así la furia. Me quedé dormido, y mientras soñaba que me sacaban las uñas con una aguda navaja, algo me libró de la tortura al despertarme. Era ella, la teniente. Estaba vestida como vino al mundo, así era siete veces más bella. Ardiente, se acercó, me besó, me arrancó la ropa. Besó mi boca, mi pecho, mi abdomen, mi todo, quería devorarme. Tenía hambre y sed.
—Suéltame de esto, por favor —le imploré, le grité— y al instante me soltó.
—Yo estaba catorce veces más hambriento y sediento que ella.
—¡Al fin te tengo!, —exclamó, ardiente y voluptuosa.
Nos besamos ardientemente. Dulce su boca más que la miel, y dulce su pecho más que su boca. Realmente, toda ella era dulce.
—Eres mi primer amor… —me dijo— y el ultimo.
—Tu también eres mi primer y mi último amor— le respondí.
Y estremecida me volvió a besar apasionadamente, como una fiera hambrienta.
Después de consumado el acto, me pidió que la excusara por haberme de
llevado de esa forma a su casa, me dijo que había hecho distinto planes y que ese fue el que consideró más eficaz.
—Es que desde adolescente —me dijo— he estado muriendo de amor por ti y tu nunca lo supiste, nunca se lo dije a nadie, nunca me atreví a decírtelo, sufrí mucho por ti cuando me fui a la academia militar. Nunca he puesto los ojos en alguien más que tú.
—Amor —le dije— yo también desde adolescente he estado muriendo de amor por ti y tu nunca lo supiste, nunca se lo dije a nadie, nunca me atreví a decírtelo, sufrí mucho por ti cuando te fuiste a la academia militar, y nunca puse los ojos en nadie más que tú.
—¿Sabes cuál es el gran robo?, —me dijo con una oscura sonrisa en los ojos—. Mi vida, tú robaste mi corazón, mi alma, mi ser, mi todo. Mi corazón tembló al escuchar esas palabras y ver la sinceridad con que la dijo, escuché su alma en su voz. Vi el universo en su mirada.
—De ti a mí no se sabe quién es más ladrón, —le dije sonriendo, mientras que al mismo tiempo la besaba, y lo que no hacía mucho tiempo había terminado, volvía a comenzar de nuevo, pero con más pasión. Era mi turno.
La noche pasó fugaz y no nos dimos cuenta. En momentos así uno pierde la noción del tiempo.

 

             Leugim Sarertnoc
Dajabon, República Dominicana


Revista Dúnamis   Año 10   Número 10    Noviembre 2015
                                    Páginas 11-13

Retorno

 

Retorno

Se tiñó de azul el agua marina.
Bellas visitantes viajan desde lejos.
Una temporada pronto se avecina:
la del gran desove, ¡me quedo perplejo!

Retornan de nuevo llevando su sueño
despejan la arena abriendo su nido
esperan gozosas futuro halagüeño
muchos contratiempos, quizás han vencido.

Nadan que nadan hermosas tortugas
frente a la bella luna con su luz difusa
casi no descansan en la noche oscura
la visita sigue un tanto confusa.

Y bajo su duro y hermoso caparazón
Para todas hay un futuro incierto
entre ellas aparece un gran desazón
muchas retornan en un mar abierto.

¡Fuera aquellos intereses mezquinos!
¡Adelante aquel espíritu de conservación!
vida o muerte, ¿cuál será su destino?
Veamos el mundo con el corazón.

Héctor R. Arroyo Saborío
   Alajuela – Costa Rica

              

Revista Dúnamis   Año 10   Número 10   Noviembre 2015
                                   Página 10

La Danza del Diablo

 

La Danza del Diablo

 

Clareaba la noche con una luna descarada. Pretendía hacerse la fuerte frente a una manada de obscuridades sedientas de ganas de opacarla con sus mantos negros y azulados. Aparecía en una noche tan casual como aquella la fútil sombra del diablo que danzaba entre las demás sombras. ¿Qué hacía allí? Danzaba sin remordimiento sobre la pila de cadáveres que amontonados en una zanja aguardaban perecer con mayor soltura en una más personalizada.

Preguntóse a dónde lo llevaría la búsqueda del alma adecuada que lo suplantaría cuando se jubile. Entonces decidió aventurarse a danzar entre los vivos. Ningún alma podría ser más perfecta que aquella que galopaba alegre a sabiendas de ser acechada por la muerte. Dio a parar en el lugar más bohemio de la ciudad. Entró a un bar de mala muerte esperando encontrar un prototipo de alma inquieta, rebosante de alegrías e historias de maldades y vivezas que contar. Pero el diablo por más que arrasó con todos, aniquilándolos, viendo fluir sus sangres malditas no encontró más que burdas y banales almas carentes de dicha gracia. Dejó tras su paso, un charco de dolor y tortura. Obligadas, estas almas arrebatadas de sus cuerpos, buscaron al diablo para cobrar venganza.

El diablo siguió su camino y a cada lugar que despojaba de vida y felicidad o de sentimientos ingenuos, se sumaban a las vengadoras ánimas una suerte de muchedumbre fantasmal. Para su mala suerte iba amaneciendo y la luna cansada se dejaba ir desapareciendo poco a poco dando paso a la luz. En aquel limbo de transiciones vacías aparecióse aquella bella mujer. Radiante por naturaleza innata que bordeaba la locura de lo libidinoso y la ternura más incandescente. Pero ella, era las dos verdades de un mundo paralelo, ofuscado de lo simple que resultó ser el mundo. Había vivido  mucho para ser tan joven. Miraba como las olas golpeaban la costa mientras descansaba de sus maldades cotidianas, de sus intentos por demostrar que su hermosura tenía diversas y trágicas facetas.

Reíase de sus fechorías cuando el diablo la miró con lujuria y amor. Habíase enamorado perdidamente de la joven corrompida. Era ella a quién buscaba y con quien planeaba una vida de desenfrenados excesos y cariños imposibles e inimaginables. Se enamoró con la esperanza en que ella pudiese darle a luz el alma que buscaba.

Acercábase cuando un sinfín de almas enardecidas observaban el objeto de deseo del diablo. La tomaron rápidamente entre todos y despedazaron sus carnes con premura, obsesión y locura. El diablo enfrentóse a todos, cansado logró recuperar cada pedazo de su amor. Cayóse al infierno de rodillas llevándose sus ojos, sus cabellos, y todas las pieles y carnes que quedaron de su ninfa. Intentó fundirla cual espada con el fuego de su desequilibrio y la lava con la que forjaba sus armaduras de batalla. Pero ahí, ella, la ninfa de las maldades siguió siendo un cadáver.

Imploró el diablo; pidió ayuda a los arcángeles, amigos viejos de glorias compartidas, pero frente a la súplica la neutralidad de sus afectos parecía ser inmune a la desesperación infernal. Así, la ninfa de las maldades siguió siendo un cadáver. Pidió ayuda al mismísimo Dios y este le contestó con filosofías que el diablo había dejado de comprender hacía mucho tiempo. En vista de su incomprensión, la ninfa de las maldades, ahí, entre sus brazos, siguió siendo un cadáver.

Empezó a llorar con pena sincera, lágrimas del corazón negro, pero comprendía que no volvería. Ella y sus carnes eran el alma misma que buscaba. Pero había desaparecido. Era polvo finito de aquellos que se pierden para jamás volver. El diablo se hizo más viejo, arrugáronse sus pieles de cuero rojo y sus cuernos, envilecidos de llamas emitidas por los miles de demonios a su disposición, se extinguieron con su mirada obscura. Cayóse, finalmente, en una gran depresión. Y todo el infierno dejó de ser infierno, todos estuvieron de luto. Ya no había fuego, ni lava, ni colores abrasadores. Extinguióse con la pasión del único ser que no debía amar.

                 

Avril Biziak
 Lima-Perú

 

                 

              

Revista Dúnamis   Año 10   Número 10   Noviembre 2015
                                   Páginas 7-9

Una Rosa

 

Una Rosa

Una rosa despiadada
Una rosa despiadada
de clorofila roja sangre
penetra desafiante,
arrebatadora
a mi huerto.

Rosa animal,
inhumana
rosa sin raíz,
ni pétalos
amarga y sin pelambre.

Llega y se instala
donde me duele
con aromas severos
fétidos,
imposibles de inhalar.

Es la rosa inmaculada
vanidosa
sin corazón
hecha por manos vacías
de ternura
rosa estercolero
rosa muerte
rosa sin sexo entre sus pétalos.
rosa sin rostro
rosa caníbal.

vuelve y regresa a tu origen
a la tierra infértil,
de donde parten los seres
abominados por los dioses.

Vuelve al vacío que te arropa
a tu terrorífica condición virginal
de no conocer el placer de la entrega
aléjate, hiena sin manchas

vuelve tus pétalos fríos
al vientre de tu madre tierra
y no regreses
porque las manos que podaron
tu aromática presencia
serán muñones mutilados
tendidos sobre estas páginas
en blanco.

 

 

                 David Pérez Núñez
Sto. Domingo, República Dominicana

 

             

Revista Dúnamis   Año 10   Número 10   Noviembre 2015
                                   Páginas 5-6

Inmersión

 

Inmersión

El timbre del teléfono no dejaba de sonar. En una enorme habitación a media luz alumbrada, se encontraban dos personas sentadas en medio del desorden de libros y papeles, sin mirarse a los ojos y en espera de que no sucediera nada. De pronto, escucharon unos pasos llenos de pesadez en la escalera. La palidez en sus rostros se hizo visible y aún más cuando escucharon golpes suaves en la puerta. Ambos se quedaron paralizados por un momento hasta que la muchacha pudo articular palabra y preguntar quién se hallaba al otro lado de la puerta. La respuesta tardó en llegar mientras el miedo acrecentaba. De pronto una voz apenas audible respondió:
— ¡Abran ya, chicos, soy yo!
Sin esperar más, abrieron la puerta y salieron del cuarto acompañando a la anciana hasta la planta baja en medio de la oscuridad que cubría los pasillos y la escalera. Una vez estuvieron en la sala, la mujer les señaló una pintura cuarteada.
— ¿Ven esa mancha negra sobre la pintura? — la anciana guardó silencio por alrededor de un minuto sin quitar la vista del cuadro. Luego prosiguió: — Apareció desde que ustedes se atrevieron a desobedecer mis órdenes. ¡Quién sabe lo que pueda ocurrir ahora!… Nuevamente les recomiendo que se mantengan dentro de su habitación y no abran la puerta a nadie, mucho menos después de que suene el cucú.
Ambos jóvenes subieron corriendo la escalera entre tropiezos y caídas hasta entrar a la enorme habitación que se había convertido desde hacía tiempo en su hogar y su prisión.
Apenas cerraron la puerta tras de sí, oyeron el sonido habitual del cucú que les hacía estremecer. Cuando éste calló, el teléfono comenzó a sonar como en un principio, al tiempo que varios golpes detrás de la puerta se hacían presentes. La insistencia de estos, llevó a los jóvenes a acercarse a la puerta y mirar hacia el exterior por un pequeño agujero que había en aquella puerta de madera. Aun con la oscuridad del pasillo, vislumbraron un ojo asomándose al interior, un ojo que los miraba fijamente. Tanto la muchacha como el muchacho cayeron de espaldas por la impresión, de modo que cuando el teléfono dejó de sonar, ellos no se percataron de esto. Con gran sigilo, volvieron a ver por aquel hoyo, pero aquel ojo ya no estaba. Después de esperar varios minutos, abrieron la puerta sin hallar rastro alguno de la persona que hacía tan solo un instante los vigilaba, así que de inmediato, cerraron la puerta. No obstante, ahora se sentía algo distinto en la habitación. El teléfono continuó sonando con la misma intensidad e insistencia de antes. Hartos de esta situación, levantaron el auricular, sin embargo, solamente escucharon una respiración del otro lado de la línea y justo cuando estaban a punto de colgar escucharon una voz entrecortada por la interferencia que decía palabras casi ininteligibles.
Sabían que debían salir de allí lo más pronto posible, no podían continuar con ese estilo de vida, debían luchar por su libertad, aunque era bien sabido por ellos que debían esperar hasta el amanecer para no correr tantos riesgos.
Durante la madrugada, una inquietud mortal les impidió conciliar el sueño, por lo cual se la pasaron recorriendo la habitación desde una esquina hasta la otra. Aunque el cansancio les iba haciendo mella, ellos no lo sentían de ese modo, por lo cual continuaron caminando de un lugar a otro de la habitación hasta que, en determinado momento, coincidieron ambos en el centro de ésta. Fue entonces que un fuerte temblor los derribó, haciéndoles perder el control de sus movimientos y llevándolos en caída libre dentro de un hoyo negro mientras eran succionados, a su vez, por un torrente arremolinado que los conducía lejos de su realidad y de su memoria, a un mundo donde no existía ni la luz ni la oscuridad.

Ana B. Bardales S.
México D.F. – México

 

 

 

Revista Dúnamis   Año 10   Número 10    Noviembre 2015
                                  Páginas 3-4

Editorial del Décimo Número

 

MI ONOMÁSTICO

Truenan los ecos de mi algarada en derredor. Me encuentro meditabundo. Contemplo sobre la faz de las aguas del futuro, mi espléndido reflejo llenándolo todo, hasta el más impensado recoveco. ¡Oh, estoy tan fascinado! Me sobreviene de pronto un sopor…
Me hallo de pronto en una bóveda, una cueva ¡o ambas a la vez! Todo aquí es tan cómodo y ligero, la paz y la dicha de este sitio son tan acordes a mí. Sí, me parece que estoy de nuevo en algún rincón del lugar distante aquel, aquel de donde vine. Antes que logre expresar en forma alguna mi extrañez, se revelan ante mí los incandescentes caracteres, zanjados a dedo, que me dicen:

“Esferas de fuego
regábanse sobre el cielo.
Ardieron cuales semillas
prontas a descubrir el mundo
Con las ansias del ignoto
que anhela la luz. He aquí
aquel astro imperecedero
cuyos nueve años en el silencio le sirvieron
para seguir brillando
aun con más intensidad
En el vientre de la más absoluta gloria
formado para forjar el destino

Para entonces, de vuelta entre vosotros, irrumpen las palmas al rayar el alba. El instante me ensancha, mis ojos ven ahora aun más lejos. Soy yo quien forja el destino, la más absoluta gloria: ígneos luminares vendrán a ser los ignotos. He allí mi cometido. Un momento… ¿qué, no dije eso antes?

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Nunca tan tenue, siempre más grande. De incremento, sed insaciable. La luz entre las formas, esquiva se ha escurrido. Nueve años habrían de transcurrir hasta que empezase a notarse, un poco tan solo, de lo que siempre oculté en mi andorga.
Algunos se quedan boquiabiertos ante lo que figuran un desbocado crecimiento. Yo seguiré diciendo que me mimetizo en la pequeñez. He dejado absortos y patidifusos a todos los que fiesteaban mi supuesto ocaso; siendo así la ocasión, a nombre de todos y cada uno de ellos me diré: ¡Muy dichoso onomástico, Dúnamis! ¡Larga vida a ti!

 

Alter ego

  

 

Revista Dúnamis   Año 10   Número 10    Noviembre 2015
                                  Páginas 1-2

Profecía & Par Ordenado

 

PROFECÍA

El bisabuelo fue un abuelo sabio
El abuelo, un padre anciano
Y el padre, un excelente hijo;

De repente un Buendía
Hijo que fue nieto de primera mano
Trajo consigo a un bizantino;

Este, a su vez, descendió otro peldaño
Y el cuarto palmo, para cumplir la profecía
Puso donde la trompa del oso se extasía:

El diáfano cadáver del nieto 5to: un bicho.

Y ahora,

PAR ORDENADO

( Se ha colgado al amor de las orejas
Como a un suave conejo blanco;
Se le ha colgado en la pared, de un clavo
Repletado de las cosas diarias ).

 

 

                          Felix Llatas
                       Cutervo – Perú

                     
                                               

Revista Dúnamis   Año 9   Número 9    Octubre 2015
                                   Página 32

Crónicas del Bosque

 

 

Aproximaciones argumentales para dar cuenta de la “Atlantis Latinoamericana”

 

El presente ensayo, es un correlato que apunta a buscar cierta verosimilitud, en el texto planteado en el número anterior, intitulado “Crónicas del bosque”, donde se vislumbra la posibilidad teórico-fáctica de la existencia de una cultura precolombina, nunca antes examinada o siquiera indagada como posible.

Sí bien el hallazgo de este diálogo platónico es una gran novedad para el mundo de las ciencias espirituales, lamentablemente, nosotros avocados a la investigación de esta cultura nos quedamos con el deseo de continuar leyendo lo que el filósofo supo acerca de la misma, un tesoro preciado que debe estar en algún papiro oculto en el Mar Muerto o en el Egeo. De todas maneras no es óbice para que continuemos con lo que tenemos hasta el momento, que no es poco. Ni mucho menos nos permita trazar la existencia de estos prohombres que son parte constitutiva de nuestros antepasados.

Podríamos inferir que este sistema organizacional que desarrollaron los gentereí o los del bosque, fueron las bases mismas que desarrolló el feudalismo durante siglos en casi todas las extensiones del globo. De acuerdo a los patrones culturales y políticos reinantes, no se reconocían como un sistema de casta o clanes, sin embargo, estaban bien determinados tres estratos, que extrañamente no se distinguían por hábitos de consumo, por actividades a desarrollar, por privaciones o limitaciones, sino por el lugar, ni siquiera de hábitat general, sino de pernocte. Es decir, los Ahiteba, eran tales, porque dormían dentro de esas construcciones símiles a castillos, y esa es la única característica que abiertamente los hacía tales y los separaba tanto de los chimbos, que eran tales precisamente porque pasaban horas del día dentro de las construcciones o de los castillos y de los gentereí que eran quiénes habitaban y dormían en el bosque, en el descampado, en la intemperie.

Esta diferenciación social por pertenencia de hogar ante la nocturnidad, es toda una novedad en sí misma en relación a todas las culturas hasta ahora estudiadas, pues no hablamos de que ningún habitante tuvieran vedada la participación política, de hecho es hasta llamativamente avanzado el sistema democrático o electoral que desarrollaron; tampoco la participación en festividades, la práctica de cultos, tampoco un conjunto punitivo o sancionatorio especial para quiénes no estuvieran en el manejo del poder. Técnicamente podríamos hablar que el sistema político/social/organizacional, les permitía a todos y cada uno de los habitantes el desarrollo por igual de sus deseos, expectativas o proyectos, dando por sentado por tanto que construyeron una sociedad democrática digna de nuestros tiempos. Sin embargo, la estratificación, que perduró en la nominalidad de las tres clases de habitantes, nos brinda el hiato que hace posible que al recorrer por dentro este sendero, veamos que en verdad, esa clase gobernante (Los Ahiteba, que de acuerdo a ciertos filólogos especializados en lenguas amerindias, podría significar “los puros, los de verdad, los auténticos”) sometió con un poder hipnótico, enmadejo a más no poder, encorsetó al extremo de solo permitir un resquicio de aire, maniato pérfida y perversamente al resto de los habitantes, que sometidos a estos, vivieron durante años y por generaciones, como narcotizados, en un sistema de cosas que explícitamente no prohibía nada, pero que implícitamente sólo dejaba subsistir con la única razón de servir, en una suerte de lacayismo oculto, a quiénes idearon – con la malicia real de las almas más egoístas y con la astucia y genialidad de lo demoníaco – esta cultura que tenemos bajo estudio.

Recurrimos al Psicólogo Social de la Universidad del Zulia (Maracaibo), Orlando B., quién posee un compendio acerca del comportamiento psicológico de culturas precolombinas, tanto en su nivel consciente como del inconsciente colectivo, destacando que así como reprodujimos a eruditos de universidades europeas, también lo hacemos de eméritos formados en casas de altos estudios de Latinoamérica, a los efectos de no caer, en lo que algunos autodenominados “progresistas” dan en llamar el imperialismo cultural de entender o analizar las perspectivas de nuestros antepasados bajo miradas o paradigmas europeizantes o extranjerizantes que desvirtuarían el objetivo del presente estudio.

Expresa el profesor bolivariano: “A lo largo de sesudos años de investigación, pudimos demostrar que en ciertas culturas, muy pocas por cierto, se dio un fenómeno que dimos en llamar Parasitismo, al igual que lo que define la ciencia biológica; proceso por el cual una especie amplía su capacidad de supervivencia utilizando a otras especies para que cubran sus necesidades básicas y vitales, que no tienen por qué referirse necesariamente a cuestiones nutricionales, y pueden cubrir funciones como la dispersión de propágulos o ventajas para la reproducción de la especie parásita; el parasitismo social o que nos convoca, se aviene a las mismas características que el parasitismo general. Medularmente la diferencia consiste en que un subgrupo o clan, ejerce un parasitismo no orgánico, sino más bien cultural o espiritual. Una suerte de enajenación de expectativas, de deseo, de humanidad, un sometimiento subrepticio, camuflado, un colonialismo progresivo y soterrado, que ejercieron en ciertas culturas, un grupo por sobre el resto, generando períodos temporales de aparente calma, pero que finalmente implosionaron llevándose a todos y cada uno de los integrantes de la comunidad, como las marcas que pudieron haber dejado en el paso por el mundo. El caso más paradigmático es el de los llamados “gentereí” en los humedales del confín sur del continente americano. A tal punto llegó la desintegración de esta civilización que durante siglos ni siquiera supimos de la existencia de la misma, recién en los últimos lustros, mediante descubrimientos casi azarosos, tenemos ciertos elementos para reconstruir esta experiencia de la humanidad que, como dijimos, tuvo como una de sus peculiaridades el ejercicio del parasitismo por parte de una clase por sobre el resto de las integrantes de la comunidad. La clase parasitaria denominada “Ahiteba”, colonizó en mente y alma a quiénes no pertenecían al grupo que se identificaba por habitar un determinado lugar en la aldea misma (el lugar geográficamente del centro, más guarecido mediante construcciones de avanzada) y decididamente por ocupar los espacios de poder de la comunidad.

Las víctimas del ejercicio parasitario, unos denominados chimbos y otros gentereí (De acuerdo a los filólogos la acepción podría significar gente baja, gente ordinaria, gente común o gentuza) eran la máscara o la pantalla que sus victimarios necesitaban para ejercer los mandos de la comunidad sin ningún tipo de empacho o de excusa ante lo que claramente era no ya una posición dominante sino un lazo vejatorio e inhumano. El grado de deterioro en la autoestima de estos sujetos que se referenciaban de acuerdo al lugar donde dormían (los chimbos trabajaban en los hogares de los pudientes, pernoctando fuera de los dominios), lo podemos suponer en grado superlativo.  Por tanto no sería antojadizo arriesgar como hipótesis que este sistema devino de una base de sustentación social esclavista. El origen tuvo que haber sido naturalmente el de una cultura, como las de la época en cuestión, que mediante la sujeción por la fuerza, establecieron un sistema férreo y clásico de esclavitud. Lo peculiar es que en el transcurso del tiempo, desarrollaron un cambio de coerción desde los esclavistas hacia los esclavos. Podríamos inferir, que hasta los liberaron físicamente y los anoticiaron de que serían libres, condicionándolos en espíritu, alma y cultura. Será un misterio el develar como pudieron arribar a este grado de abstracción planificado y maniqueo, pero es indudable que surgieron del origen esclavista y en cierto período los dominantes cambiaron los grilletes o el lazo con los que manejaban a sus esclavos por la palabra y la sugestión. El desarrollo de la inteligencia política alcanzada por los Ahiteba debería ser materia de estudio aparte, pues, a diferencia de lo que se acostumbraba, al haber generado una identidad de grupo y tener la noción de los  “otros” no los atacaron, separaron o señalaron como si fuesen sus enemigos, al contrario, los contuvieron y los hicieron útiles a sus intereses sectoriales. Creyéndose superiores, no dudaron en asimilarlos, en hacerlos parte, en incluso orquestarles todo un sistema de vida que supuestamente los trataba en posibilidades a todos con las mismas chances. Los podríamos definir como unos grandes impostores o los mejores en el desarrollo de una cultura en donde el valor primordial ejecutado fue el de la hipocresía. En estos dos extremos, de los dominantes y los dominados, de sus auto-consideraciones o de la puesta en valor de su autoestima como grupos, se puede entender la mancomunión de intereses que los hizo viables como sociedad por un buen tramo del curso de la historia.

De acuerdo a manifestaciones que fueron recogidas y asimiladas por la cultura guaraní (la que absorbió indudablemente elementos sustanciales de estos sucesores suyos y que ameritaría otra investigación) hubo de existir una clara muestra de lo que acabamos de señalar mediante la relación que generaron con los denominados intelectuales u hombres de la cultura. Los gentereí poseían una alta estima, daban un valor superlativo a la suma de años, al alcance de la ancianidad. Sí bien esto es una particularidad de las culturas antiguas (siempre el perdurar con el paso del tiempo, ha sido como una referencia ante la condición sempiterna del hombre, ante lo ineluctable de su finitud el logro de permanecer en ese transcurrir en el tiempo), en este caso quienes eran representantes de una tercera generación, es decir alcanzaban el abuelazgo, decididamente eran consultados recurrentemente y por lo general, más allá de que tuviesen o no capacidad o trayectoria en el mundo de la cultura (como generadores de expresión mediante un instrumento o la palabra) los depositaban en esta suerte de gueto que les daba un lugar en la sociedad, en ese intersticio, patrimonio de los chimbos, a mitad de camino, o de lugar en verdad, entre los dominantes y dominados. Como vimos, los chimbos eran los siervos, que prestaban toda clase de servicios y a cambio de ello, recibían como premio, el permanecer unas horas en los lugares magnificentes de los Ahiteba, en sus castillos, en sus círculos de actividades tan distinguidas y limitadas para el resto, de quiénes gobernaban a esos otros con el hipnótico poder de la sugestión. La funcionalidad de los hombres de la cultura, fue decisiva y determinante para el desarrollo de ese poder hipnótico. El ropaje que le brindaban a esos ancianos que no tenían, en la mayoría de los casos, nada más interesante que ofrecer que su proximidad con la muerte, no era producto de la casuística (más adelante incluso utilizada por los jesuitas para dominar a los guaraníes) sino más bien la acción premeditada para la dominación.

Como se ha observado en otras investigaciones acerca de esta cultura que nos ocupa, una de sus festividades más importantes era un baile de disfraces y máscaras, con cantos y bailes incluidos, que reproducían o imitaban a animales o fenómenos de la naturaleza. La otra, que se daba incluso en lapsos próximos de tiempo, era una suerte de concurso de una cantata o estilo musical que los identificaba. Bajo este ritmo, que lo generaban con instrumentos de viento y con expresiones de sus intérpretes que podían incluir gritos o voceos amatorios o desafiantes, aglutinaban a muchos integrantes de la cultura e incluso de visitantes de otros lugares. Estos dos hitos o festividades, como todas, manejadas, organizadas y controladas por los Ahiteba, fueron consagradas como los hechos culturales en sí mismos. Cualquier otra actividad que refiriera a expresiones del alma, mediante la palabra o instrumentos que no tengan que ver con lo señalado, no eran consideradas acciones culturales e incluso quiénes hubiesen tenido la infeliz idea de desarrollarlas, seguramente hubieron de ser censurados y perseguidos. Los ancianos designados como hombres de la cultura, tenían como tarea el sacralizar estos hitos, incrementar las proezas que se podían alcanzar mediante el participar en las mismas, narrar en todo momento y lugar, las bondades de las mismas y señorear en tal sitial de la expresión del alma, que de acuerdo a los dominantes, eran solo patrimonio de estos ancianos que hablaban, escribían y pintaban lo que el poder les exigía que hicieran pues le debían lo que eran a quiénes manejaban no sólo los elementos concretos del poder público sino también las cuestiones abstractas de un pueblo enajenado en sus perspectivas, posibilidades y deseos culturales y espirituales. Estos perros del Hortelano o Cancerberos, fueron los precursores de los intelectuales del feudalismo, que no se distinguían de los siervos comunes o de las criadas que limpiaban las heces, más que por el servicio de divertimento que prestaban, pues la reafirmación de la colonización que ejercían no eran percibidos por estos seres, en la mayoría de los casos, carentes de talento, inteligencia, creatividad y gracia. Cumplimentaban su rol, porque así les habían asignado, sin posibilidad, ni deseo de realizar qué con sus vidas de acuerdo a los dictados de una libertad auténtica proveniente de la esencia del alma. Se estima que de los gentereí que fidedignamente hubiesen querido desarrollar una actividad cultural, entendida en su sentido lato, además de enfrentarse a la indiferencia y a la persecución por parte de estos mediocres enraizados por los dominantes, tuvieron que desarrollar una suerte de camuflaje o de acción que pasase inadvertida para el presente en el que les toco nacer y desarrollarse. No se descarta que en años venideros las investigaciones para conocer algo más de esta cultura sorprendente, pueda deparar novedades ingentes en relación a uno de los grupos, sin dudas más afectados, por el desarrollo de esta forma de vida social y política sumamente clasista, elitista y limitante para quiénes no fuesen funcionales a los amos y señores del poder.

Como toda historia no oficial, no comprobable, o que venturosamente puede pertenecer al reinado de la imaginación, de acuerdo a quiénes relatan la existencia de esta peculiar cultura, la misma hubo de terminar, de implosionar, en virtud a una terrible guerra intestina que se desató en un momento dado, por circunstancias desconocidas, pero que podemos suponer arraigadas en las profundas divisorias en la sociedad misma, la versión más fuerte (increíblemente de los pocos relatos existentes que dan cuenta de esta cultura difieren en cómo terminó sus días) señala que el desarrollo cultural del sector más acomodado, encontró una forma de adivinación del futuro, una suerte de oraculismo infalible, el descubrimiento exacto de los hechos que inevitablemente sucederían. Se vieron tras siglos imposibilitados de borrar sus huellas en la humanidad, observaron incluso, nuestro tiempo actual, en donde mediante la tecnología uno puede comunicarse sin tener nada que decir, seguir existiendo en la red, pese a estar físicamente muerto, destruir un texto interponiéndole sonidos, ruido, o vinculaciones con la excusa de crear un neologismo, una subclase de literaturidad, recrear sensaciones, mediante interfaces y considerar que son más auténticas que las verdaderas, pero lo más triste para ellos es que en tal episodio se vieron esclavos de sus propias acciones y omisiones, cayeron en cuenta que todo lo que realizaban sería analizado, una y otra vez, por motores de búsqueda, por expertos en generalidades abyectas, se sintieron banalizados y enajenados en sus convicciones más profundas. Decidieron proyectar este futuro nefasto para sus consideraciones. Todo el pueblo o la comunidad estuvo ese día, que fue el último para ellos, que cumplieron con ese objetivo de no ser presa de la repetición o reiteración estupidizante de las cosas. Su legado fue el dudar de que hayan existido, nos dejaron como testimonio una lección invalorable, ir en la búsqueda de estos antepasados, no mediante nuestros medios tecnológicos, o de nuestras excusas inventadas para no preguntarnos lo trascendente de la vida, sino que develemos las palpitaciones de nuestro corazón, que desguacemos los temores de nuestras pesadillas más funestas, que nos desprendamos de las ficciones mentales a las que nos aferramos para salir del presidio de la incertidumbre, haciendo esto, los encontramos, nos encontramos. Porque al vivir estas sensaciones tan intensas, somos lo único que jamás podremos modificar ni nosotros, ni lo que creemos, que es un vanidoso conjunto de vocablos que se articulan en frases, oraciones, párrafos e historias, y las mejores, o las más cercanas a nuestra esencia, no están frente a una pantalla, sino en la boca de un corazón exultante, o en la mano de un prodigio que relate con ferocidad mental lo sucedido, haya ocurrido o no, pues como vimos, o sentimos, eso hace tiempo ha dejado de tener importancia.

Francisco Tomás González Cabañas
             Corrientes – Argentina

                                    

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 9    Octubre 2015
                                  Páginas 25-31