“Una carta desde el más allá”
Introducción:
Seguramente todos hemos cantado alguna vez los temas de “La Oreja de Van Gogh”, popular banda española encabezada en un principio por Amaia Montero, quien en el 2008 fue sustituida por Leire Martínez como vocalista oficial. Sin embargo, poco conocía yo sobre ese tal Van Gogh. No fue sino hasta un día de esos, en los que las ganas de descubrir nuevas historias se apoderan de uno, que finalmente me encontré con la vida de este hombre. Vincent Van Gogh fue un pintor holandés de las décadas finales del siglo XIX, que se caracterizó por un estilo original y sentó sus propias bases sobre el arte de la pintura dentro del marco del impresionismo moderno. A medida que fui conociendo su obra, me fui enamorando de lo que fue la vida privada de este hombre, la cual ha llegado a nosotros a través de libros de historia y numerosas cartas escritas por él, dirigidas mayormente a su hermano menor Théo, con quien tenía una relación algo complicada, pudiendo ser perfectamente analizada desde los ojos de la psicología.
Vincent, al igual que muchos otros pintores, tuvo una vida muy dura. Luchó por años con la pobreza, la soledad y la depresión. Tan trágico fue su paso por este mundo que terminó quitándose la vida a los 37 años. Sería imprudente de mi parte abundar en los hechos que precedieron y sucedieron a ese lamentable suicidio. Lo que sí puedo adelantar es que, como verán a continuación, la mente de Van Gogh confrontaba una serie de conflictos emocionales, partiendo de la pésima relación con su padre, un pastor protestante, y llegando hasta sus fuertes desilusiones amorosas. Espero que el presente escrito les anime a investigar a fondo la vida de este hombre. Recomiendo el trabajo de Eduardo Posada Orihuela titulado “La vida amorosa de Vincent Van Gogh” y el libro Vincent Van Gogh: Últimas cartas desde la locura, que reúne las cartas que el pintor le escribió a su hermano en sus últimos años de vida. En fin, ¡qué les sirva, qué les bendiga, qué les inspire! ¡Y que Van Gogh se encuentre descansando al fin!
3 de mayo de 2015
Mi querido Théo:
Después de tantos años, he decidido escribirte esta carta, pero esta vez no te escribo desde Francia o Bélgica, ni de ninguno de los otros lugares en los que anduve errante, sino desde el más allá. Sí, desde el más allá. No, no sé si se trata del paraíso, del purgatorio o del limbo. Lo que sí sé es que no se trata del infierno. Sí, ya sé que los suicidas van al infierno, o al menos eso enseñaron los predicadores más conservadores del evangelio en nuestra época. Pero, ¿quién podría comprender los misterios de Dios? Ciertamente la teología es una ciencia, por lo cual es incierta como todas las demás. Claro, no pretendo afirmar que me encuentro en la presencia de Dios, pues muchos pecados cometí. Lo sé. Pero estoy aquí, en un lugar mejor. No sé dónde estás tú. A pesar de que te enterraron a mi lado en el pequeño cementerio de Auyers, todo parece indicar que nuestras almas tomaron caminos distintos. Espero que te encuentres en un lugar tan hermoso como este. Ambos sufrimos. Pero afortunadamente alguien, no sé si Dios, se compadeció de mí y me ha permitido habitar en un lugar, que aunque no sé si se trata del paraíso, ciertamente reúne todas las características del mismo. La única diferencia es que aquí no están los mejores cristianos. No, aquí no están aquellos que vivieron un camino de rectitud, casi libre de pecado. Ciertamente aquí solamente hay almas pecadoras. No, definitivamente no es el paraíso. No puedo pretender vivir en un lugar tan santo como el paraíso, siempre destinado a hombres y mujeres de moral intachable. Y yo, ¿quién fui? Un hombre pecador, un hijo desobediente, una vergüenza para la prédica mundial del evangelio. El paraíso es el Salón de la Fama, allí se encuentran los Héroes de la Fe. Y no hablo solamente de personajes bíblicos. Hablo también de nuestro padre. Sin duda alguna, él está allí. No, no emitas objeción alguna. ¿De qué serviría cuestionar a estas alturas? Honrar a nuestros padres ha sido y será siempre el primer mandamiento con promesa. Yo quebranté ese mandamiento. No sé qué opines tú al respecto. Tampoco me interesa saberlo. A estas alturas, ¿para qué cuestionar las acciones de nuestro padre? ¿Para qué pensar si fuimos buenos hijos o no? Buen hijo no fui. Dejémoslo así.
Lo importante es que estoy en un lugar mejor. Tranquilo, no te escribo para pedirte dinero. No te voy a decir que necesito tales o cuales materiales para mis pinturas. Ya no necesito dinero. ¿Para qué sirve el dinero después de la muerte? Para nada. Te escribo solamente para que sepas que estoy bien. Te preguntarás que por qué ahora. Lo sé. Verás, he sido tan feliz durante todos estos años, que pensé que tú también lo serías. Cómo iba yo a interrumpir tu felicidad. Ya bastantes dolores de cabeza te di en vida. Fui una carga para ti. También lo sé. Pero jamás podría reprocharte nada. Fuiste el mejor de los hermanos. Fuiste mucho más que un hermano. Claro, nuestros secretos jamás serán revelados. Que los mortales se conformen con una historia incierta llena de contradicciones. Aún si se extraviara esta carta, quien la encuentre no encontrará nada. Nada de lo que esas mentes morbosas quisieran saber. Nuestros secretos son nuestros y de nadie más.
El punto es, que, después de tanto tiempo, comencé a sentirme intrigado. Comencé a pensar dónde estarías tú. Comencé a pensar a dónde habías ido a parar después de la muerte. Sí, supe lo de tu muerte. En este lugar hay mensajeros. Algunos están asignados para dar malas noticias y otros para dar las buenas. Los que dan las malas visten de negro y los que dan las buenas visten de blanco. Vino un mensajero vestido de blanco a darme la noticia de tu muerte. Una buena noticia, sin duda, pues quién querría seguir viviendo en un mundo tan enfermo, donde esa enfermedad se riega por todas partes. Es como un cáncer inextirpable. Creo que la verdadera vida empieza con la muerte. En eso concuerdo con Pablo, a quien no he visto por aquí, otra de prueba de que este no es el paraíso. Pablo decía en la carta a los filipenses que el morir es ganancia. A estas alturas iniciar un debate teológico sería absurdo. Vamos, la verdad es que no sé qué es exactamente lo que Pablo quiso decir. Mi experiencia ha sido esta. La muerte ha sido ganancia para mí. Espero que para ti también.
Y de pronto se me ocurrió escribirte. Una carta más. Cuántas te escribí… perdí la cuenta. Pero ahí te va. Te escribo una más. Una más para nuestra increíble historia. Permíteme pedirte perdón. No sé si querías seguir viviendo, aunque lo dudo, pero de todos modos debo pedirte perdón. Siento que abusé de ti. Usé mi condición de hermano mayor para darte órdenes. Pero qué irónico, tú siendo el menor me sostenías. Me sostenías moral y económicamente. Perdóname. Arruiné tu vida y nadie arruinó la mía. En todo caso, el culpable de mi desgracia siempre fui yo. O tal vez a todos los pintores melancólicos nos esperaba el mismo destino fatal. Por cierto, no he visto a ninguno de esos por aquí. No, no me encuentro solo. Hay personas de todas las épocas, es decir, desde antes hasta después de mi. Los personajes más influyentes en la cultura popular están aquí. Me acompaña Ana Jacinta de Sao José, esa hermosa brasilera que conocieron como Doña Beija. También anda por aquí el pintor de la época renacentista, Miguel Ángel. Otro que he visto es un tal Frank Sinatra, dice que fue un cantante y actor muy influyente en el siglo XX. ¿Por qué ellos? No lo sé. Tampoco sé por qué yo. Solo sé que estoy aquí. Eso es lo único que importa.
Sí, todavía pinto. Pero lo hago de modo ocasional. Este lugar es el mejor de los paisajes. No te daré descripciones. No puedo, pues no tengo las palabras para hacerlo. Mi arte se queda corta al lado de las manos del gran artista que diseñó este lugar. No, no es utópico. Aquí se ve de todo. No todos parecen ser felices aquí. Algunos quisieran regresar a la vida para ajustar una que otra cuenta del pasado. Otros quisieran regresar a la tierra reencarnados en una nueva persona. ¡Qué estupidez! Yo prefiero quedarme aquí. Yo ya pagué mi cuota. El verdadero infierno empieza con vivir. Yo no sé si estoy viviendo, solo sé que no estoy sufriendo y eso es lo único que importa. Otros aman ese infierno llamado tierra, o mundo, o vida. No lo sé. Pero es un infierno al cual no quiero regresar. Me quedo aquí. Con mi mejor amiga, la soledad, la que viene cuando todos se van. Le he tomado cariño después de todo. Allá tenía un conflicto con ella. Aquí nos llevamos bien. Sé que mis cuadros se vendieron muy bien después de mi muerte. ¡Qué ironía! Estando muerto es que se obtiene lo tan anhelado en vida. Aunque siempre puse una u otra excusa para no vender mis cuadros. Pero eso ya no importa. Ya no soy aquel pintor. Mi vida ya no es la pintura. Mi vida es este lugar. Estoy aquí y eso es lo único que importa.
En fin, querido hermano, espero que estés bien. Déjame saber de ti tan pronto puedas. Quizá algún día puedas viajar hasta acá para saludarme personalmente. Tenemos mucho de qué hablar.
Tuyo siempre, Vincent.
Kenny L. Díaz Ortiz
Carolina – Puerto Rico
Revista Dúnamis Año 9 Número 9 Octubre 2015
Páginas 3-6