El Caso de David Cohen
(II Parte)
En cinco minutos comienza la primera sesión. He elegido para este día ponerme un traje negro y una blusa blanca. Fumo mi cigarrillo rápido mientras observo como su filtro queda marcado de un rojo rubí. Estoy ansiosa, nerviosa tal vez, pero sé que tengo todo a mi favor. Nuestro juez es famoso por haberle otorgado la libertad condicional a John Smith, un reconocido asesino. Mucha gente está en su contra por ese hecho, pero si bien a pesar de su decisión, jamás se supo otra vez de John Smith, hay quienes dicen que se escapó a Argentina y que vive en una cabaña en el sur de Tierra del Fuego. Esto juega a nuestro favor, es un juez justo por llamarle de alguna forma.
David está calmo, sentado a mi lado. Elisa esta detrás mío y veo como se la pasa con sus manos cruzadas, rezando; pareciera que confunde el tribunal con una iglesia. El jurado ya llegó y el juez se está demorando. Converso con David y le cuento los puntos que tocaré, como lo que él tiene que decir. Del otro lado están los abogados de la madre de Jessy, Sara Parker, su abogado es Ted Phillips. No es la primera que me lo cruzo, hemos sido colegas en un pasado cuando trabajamos en el bufete de Dylan Trevor en New York. Lo admito, es un muy buen abogado, pero no es competencia para mí. Y bueno, otro detalle el cual no quiero recordar, es aquel de cual me enamoré en las competencias de Harvard contra Oxford era el mejor de su clase al igual que yo de la mía. Se la pasaba haciendo suspirar a las chicas, pero era mía la atención que quería. En el tiempo juntos en el bufete logró conquistarme con su gran carisma. Salimos tres años pero un día decidí que buscaba algo más y que me bastaba con mi propio título de abogacía. Amenazó con demandarme por daños y perjuicios, pero sabía que era parte de sus delirios por estar resentido por la decisión que había tomado. De a ratos me mira con cierto rencor, pero no le pongo atención. El juez por fin llegó y ahora comienza la sesión.
La sesión duro soló veinte minutos. El juez ha pedido que Jacob Cohen se presente a declarar, la presentación del comportamiento de David cohen en el tiempo que lleva como presidario y también la citación de las maestras de la escuela y su pedagoga…. La sesión fue suspendida por dos días más.
Jacob siempre se negó a declarar, dijo que le avergonzaba lo que su hijo había hecho y que le daba vergüenza el hecho que compartieran el apellido. Razón que me fue dudosa de un padre, me hizo preguntarme acerca de la infancia de David. Entiendo lo difícil Que es aceptar un acto tal. Pero han pasado más de 15 años y no ha sido capaz de ir siquiera una vez a ver su hijo. Tenía muchas incógnitas, preguntas qué hacerme, pero sobre todo qué hacerle.
Por otro lado está Ted que ha vuelto con sus miradas a llevarme a miles de recuerdos. Si bien todo ha quedado en un pasado, su mirada con rencor me mortifica, tal vez he sido muy ruda. Y a decir verdad, lo deje por ambición y egoísmo más que desamor. Toda esta situación me está alterando. Se supone que es el caso que me consagrará, que definirá mi carrera. Pero todos estos personajes no hacen más que quitarme el sueño. Me carcomían la paciencia. Necesitaba saber qué había detrás de esta historia. No era un simple caso más de los muchos que tenido; era el caso que me iba a consagrar. Agarré mi cartera y emprendí mi camino. Viajé dos horas hasta llegar a una casa en el medio de la nada. Golpeé la puerta, y sin preguntar me invitaron a pasar.
Era una hermosa casa; un salón con muebles de color marrón. Toda la casa estaba alfombrada de un hermoso color camel. Había un gran olor a cigarro por todos lados. Jacob Cohen me invitó a tomar un café, pero le agradecí y le di una respuesta negativa. Había polvo y latas de cervezas por todos los rincones. En vez de parecer la casa de un importante empresario, parecía la casa de un forajido el cual había usurpado esa casa para vivir.
Rápidamente comencé con mi rueda de prensa, en donde interrogo toda la vida del padre de mi cliente; de los padres de los padres, y claro, la infancia de David.
Jacob era un hombre amable. Me contó que David era muy sociable de pequeño, que sus maestras le apreciaban, que en la clase era el payaso. Sus amigos lo querían mucho, tenía buenas notas y se destacaba en los deportes. Integrarse a los grupos era la materia más fácil para David.
Le pregunté sobre su relación con sus abuelos, y me contó que David era querido por ellos pero que le era difícil interactuar. Eran dos ancianos, los cuales habían sido parte de la Segunda Guerra Mundial y habían quedado traumados. Solo sabían vigilar lo que hacía David y mezquinarle las cosas. Ante esto, David se frustraba y cada vez se alejaba más y más.
Me habló un rato, conversamos 45 minutos pero de todas aquellas preguntas que le hecho había una que no constataba y era por qué no iba a ver a su hijo. Parecía que lo quería, y que le dolía lo que pasaba. Pero no hizo más que aprovechar la oportunidad e invitarme a salir.
Julieta Yael Gutman
Buenos Aires – Argentina
Revista Dúnamis Año 9 Número 8 Setiembre 2015
Páginas 29-31