Monthly Archives: November 2015

Crónicas del Bosque

 

 

Crónicas del Bosque

Se estima que tiempo antes de la existencia de los guaraníes, nuestras tierras fueron habitadas por una civilización que ha dejado muy pocos rastros de su existencia, alcanzando el grado de mito, como la célebre Atlantis. Daremos cuenta de la información que contamos acerca de la cultura que podríamos dar en llamar como de los “gentereí”.

En un tiempo no precisado de la historia, en lo que actualmente se conoce como el litoral argentino, una cultura de peculiares características tuvo su apogeo y extinción, bajo sinuosidades sociales y políticas que en la actualidad nos pueden parecer casi familiares y cotidianas, por lo que no es demasiado arriesgado suponer, que pese a los siglos transcurridos y por más que las evidencias materiales no sean contundentes, tenemos una carga genética o arrastramos signos de quiénes serían nuestros antepasados directos: los gentereí.

A mediados del siglo XX, un antropólogo Alemán, JCR, bosquejó en su cátedra en la universidad de Friburgo, los apuntes de esta civilización hasta ahora desconocida o poco conocida.

“En medio de los humedales sudamericanos, al parecer existió una civilización, o una aldea, que desarrolló una organización social y política muy peculiar y que de acuerdo a los registros existentes, tanto a nivel etnológico como antropológico, no guardó similitudes o correlatividades con las culturas amerindias, conocidas y estudiadas después. Damos cuenta de la misma, mediante el descubrimiento de un papiro que los especialistas se lo adjudican a Platón, en lo que sería el hallazgo de un nuevo diálogo del filósofo que versa acerca de los gobiernos más virtuosos y en donde se mencionan los casos de Atlantis y de los gentereí. Como todos sabemos el primer caso, ha sido históricamente materia de búsqueda e investigación furtiva, más no así esta segunda civilización que habría tenido un vínculo estrecho con Atlantis, transformándose ambas, para Platón en los modelos políticos ideales, perfectos o a imitar. Platón nos cuenta de la siguiente manera la información que posee acerca de los gentereí:

Fedón: Y tú qué crees Sócrates, acerca del mejor gobierno posible, acaso, luego de los mismos ¿no han concluido todos de una forma trágica?

Sócrates: Es que sólo conozco dos.

Fedón: Atlantis y ¿el otro?

Sócrates: Los gentereí.

Fedón: Nunca escuché hablar.

Sócrates: ¿Quieres ahora?

Fedón: Encantado.

Sócrates: Teniendo como virtud máxima el conocer tanto sus límites como sus virtudes, estos hombres de estatura inferior a la promedio y de color del barro próximo al río que habitaban, sabían muy dentro de sí que no necesitaban demasiado esfuerzo como para alimentarse y subsistir, por tal gracia de la naturaleza, que ellos la entendían como una bendición de las divinidades, desarrollaron también una fortaleza interior, que los hacía en circunstancias de peligro, no solo no temerle a la muerte, sino desearla, como tributo o acto sacrificial ante esas deidades.

Fedón: Cobardes para vivir y valientes para morir…

Sócrates: Así lo podríamos decir Fedón, sigo: El mayor deseo de ellos, era el estar bien considerados por el resto de la comunidad, de su aldea, mostrarse con algún atuendo en el que pudieron haber pasado meses de confección incluso, sobretodo en una festividad a principios del estío, una suerte de bacanales, en donde con disfraces, colgando piedras, imitando a las aves con plumas, acompañados de cantos y estertores, desfilaban por toda la aldea, siempre siguiendo esa búsqueda, la aceptación visual, estética y social del otro.

Fedón: Mejor parecer que ser…

Sócrates: Me parece que te estas adelantando unos siglos, pero si lo quieres ver de esa manera Fedón…continúo: Regidos por una organización social muy simple pero no por ella poco efectiva, habían logrado determinar bajo un sistema un poco más complejo de que entendamos tal vez, quiénes participaban de la cosa pública y quiénes no. Si bien no suscribían a un sistema definido o explícito de castas, los gentereí propiamente dichos, eran gobernados, por los “Ahiteba”. Si bien estos eran naturalmente gentereí, cuando asumían el rol de gobernantes, dejaban de serlo e ingresaban en este estadio superior, asimismo con el paso del tiempo, y como muchos “Ahiteba” lograban traspasarse el poder filialmente, no fueron pocos los que, confusa o equívocamente, querían imponer estos parámetros de vínculos sanguíneos, cuando en verdad, se trataba de otra cosa.

Fedón: Más vale cola de león que cabeza de ratón…

Sócrates: No existía en aquella comunidad valor supremo que el de la obediencia que se le debía a los de la clase gobernante, pero una obediencia con parte de admiración, estimulada por la referencia de querer ser parte de la misma, no por la imposición del rigor del terror, sino porque los “Ahiteba” eran como una suerte de semidioses, que desde la mortalidad del común, habían ingresado a tal selecto grupo, para ese afuera, todo se hacía ver como posible, por más que no lo fuera, por eso era decisivo que no estuviese explícito que tal condición podía ser transferida o heredada por vínculos sanguíneos. La única condición como para tener la posibilidad de ser un semidios gobernante, era la de obedecer primero, y desear ser parte luego, por más que en ese mientras tanto se sufrieran las peores injusticias o vejaciones.

Fedón: ¿Engañaron a todos algún tiempo, a algunos todo tiempo pero no a todos durante todo el tiempo?

Sócrates: Al parecer los gentereí habitaban las extensiones de la naturaleza, reinaban en los humedales, también eran conocidos como los del bosque, los Ahiteba se nuclearon en una suerte de castillos o grandes construcciones, en donde bajo grandes pórticos, abrían y cerraban las compuertas de la fortificación, creyéndose los custodios de la aldea, con el derecho de tener la tranquilidad de espíritu de no verse sobresaltados por los rugidos del tiempo o los peligros de las alimañas.

Fedón: ¿Los del bosque no podían ingresar?

Sócrates: Sí claro que sí, pero sólo cuando eran autorizados o llamados a cumplir algún tipo de servicio, de actividad o de tarea. No eran pocos los del bosque, que incluso pasaban más horas dentro del castillo que fuera, al punto que fueron llamados, tanto por unos como otros como “chimbos”. Limpiaban, cocinaban, enseñaban, curaban, contaban, divertían y hasta participaban de grandes comilonas y de orgías de los “Ahiteba”. Siempre volvían al bosque, no tenían dentro de sí, ese permiso para quedarse en otro lugar, tampoco lo deseaban, salvo en caso que desde la gobernancia se decidiera que alguno de ellos fuera parte de la clase gobernante; los chimbos eran muy bien vistos por los gentereí comunes, que escuchaban, sin desear tampoco, como a pasos suyos y en nombre de mejorar las condiciones de vida de ellos, se vivía tan distinto y tan bien.

Fedón: No entiendo cómo tantos podían aceptar vivir de forma tan diferente sin que se suscitaran problemas, ¿no es acaso el sentido de igualdad, o al menos de oportunidades, una característica del ser humano, más allá de la cultura a la que pertenezca?

Sócrates: Te pido que pienses, o recrees esto que te narro, desde el lugar en el que estamos, desde todo un sistema en donde todo funcionaba bajo estos principios y en donde todas las variables que puedas imaginarte se ajustaban para el mismo ángulo. Toda la información surgía desde el mismo lugar, se distribuía con los mismos métodos y con los mismos hombres, consabidamente orquestados por los Ahiteba. En medio del humedal tenían un ágora, un espacio, el más grande construido hasta entonces, para representaciones teatrales, para espectáculos y para comunicar las novedades de la aldea, ninguno de los gentereí lo usaba sin quebrantar lo dispuesto previamente por los de la clase gobernante, quienes elegían desde los juglares hasta las vestimentas que estos tenían que usar para comunicar lo que ellos querían que se comunicara.

Fedón: ¿Cómo lograban esa unidad interna ante tanta diferencia notoria? Perdona que sea insistente…

Sócrates: Dispusieron un corte o antinomias que no tenían con ver con su condición social o política, desde lo estético, lo comunicacional y lo deportivo. En esas fiestas tradicionales que te mencione, desfilaban dos ejércitos, en ambos, participaban Ahiteba como gentereí, por tanto, la disputa no se daba entre la clase gobernante y los gobernados, sino entre estos ejércitos creados ad hoc, recreados por intermedio de relatos o de fábulas, por lo general vinculados con el reino de la naturaleza: confrontaciones entre animales, entre cantos de pájaros o sonidos de truenos y de rayos. Otro tanto lograron hacer con los que comunicaban las novedades de la aldea, incentivaban disputas o confrontaciones entre juglares de supuesta fama, que leían los mandatos escritos por la clase gobernante, y en esos mismos libretos supuestamente criticaban el estado de cosas, cuando en verdad lo que hacían era legitimarlo, validarlo a través de la risa, hacerlo más cotidianamente aceptable y tolerable. En el barro de esa disputa de ídolos de lodo, los gentereí pasaban sus días, cuando no amonestados por los dictados de los profetas que también eran parte fundante de los Ahiteba, que azuzaban el posible castigo de los dioses, en caso de que algunos, por alguna extraña razón, osara decir que no al estado de cosas, desobedecer, caminar por la cornisa denunciatoria y vindicativa. Como instancia final de este sistema inercial de control, los curadores, sanadores o chamanes de la salud, tenían la potestad de declararlos insanos a quienes no toleraran lo establecido, para ellos, cada cierto tiempo prudencial, partía un navío, río adentro, llevando a los afectados a tierras desconocidas, como una suerte de exilio obligado o de viaje final, en donde podrían continuar con sus vidas enfermas pero lejos de la aldea en donde las cosas funcionaban tal como lo establecido.

Fedón: ¿Pero qué tipo de gobierno adoptaron?

Sócrates: Esta es otra de las particularidades, si observamos todo esto diremos que eran manejados por una oligarquía, pero no, cada tiempo normado, asistían a elecciones en donde todos tenían la posibilidad de participar, o al menos, así lo decían sus leyes. No existían límites para que se postularan tanto los que vivían adentro o afuera, Ahiteba, Chimbos o gentereí. Por supuesto que esto era una escenificación, una impostación más te diría, la más excelsa. Quiénes se postularan, debían estar avalados, apoyados o acompañados por un ejército o núcleo de hombres de más de 30, inscribirse en una suerte de catálogo, y una corte de jueces, determinaba sí los inscriptos cumplían tanto con el requisito numérico, como también no contar con impugnaciones por parte de curadores, chamánes o profetas, si alguno de estos dictaminaba que en la lista de candidatos aparecía quien atravesara ausencia de salud o mal espiritual la postulación caía automáticamente. El segundo paso era la elección propiamente dicha, en donde convengamos, se postulaban, como vimos, quienes el sistema aprobaba, filtro fino mediante, que a la luz pública no mostraba su poder censor. Si bien todos asistían al voto, mediante el ingreso a un habitáculo especialmente diseñado al costado de la plaza pública, y marcaban con un punto en la lista de candidatos, lo cierto es que para que cada uno de los votantes marcara o hiciera su voto, el método más común como para convencerlos era mediante la entrega de un obsequio o regalo momentos antes del sufragio. El valor del objeto dependía de acuerdo del votante, si al que le tocaba votar necesitaba más elementos para vestimenta o no había tenido una buena cosecha, los candidatos, que por lo general, y como imaginarás, en casi la totalidad de los casos iban por mantener el poder, le obsequiaban lo que este precisaba. Según cuenta uno de los filósofos de los del bosque, del que al parecer han quedado muy pocos registros de sus obras, se ha llegado a prometer a un votante acaudalado y sin necesidades inmediatas el obsequio de que soñaría lo que deseara, pues desde hace tiempo era atormentado por pesadillas de las que no se podía desprender, y el nivel de promesas de los que pretendían mantener el poder llegaba a tal extremo de la señalada promesa.

Fedón: Pero si esta comunidad ha sido tan exitosa para sí, ¿qué ha sucedido con ella?

Sócrates: Esa es otra historia Fedón, más divertida que esta, pero no siempre lo divertido nos lleva a entender, a comprender, a conocer por qué han sucedido las cosas, por ello era imprescindible que conocieras primero esta parte.

 

Francisco Tomás González Cabañas
             Corrientes – Argentina

                                    

Revista Dúnamis   Año 9   Número 8    Setiembre 2015
                                  Páginas19-25

Lobos

 

 

Lobos

     San Francisco: Hermano lobo, ¿por qué nos dejaste?

     Lobo: Pues…

     San Francisco: ¿Acaso nuestros varones te maltrataron?

     Lobo: No.

     San Francisco: ¿Acaso nuestras mujeres?

     Lobo: No.

     San Francisco: ¿Acaso nuestros niños?

     Lobo: No, ninguno de ellos. Todos fueron cordiales corderos.

     San Francisco: Entonces, ¿por qué te fuiste?

     Lobo: Los banqueros me quieren cobrar una tarjeta de crédito que nunca solicité.

     San Francisco: ¡Huye! ¡Huye, hermano lobo! ¡Salva tu alma y tu pellejo!

                               

                   Armando  Escandón Muñoz
                         México D.F. – México

    
                                

Revista Dúnamis   Año 9   Número 8    Setiembre 2015
                                    Página 18

Cuando sea Grande

 

 

CUANDO SEA GRANDE

 

Ernesto Márquez, matón profesional, era temido por su crueldad y sangre fría. Su inteligencia estaba por encima del asesino común y era desconfiado por naturaleza, cualidad que le permitía sobrevivir en su trabajo.

            En su vida cotidiana, se comportaba como un ejemplar padre de familia, y exitoso empresario: tenía una hermosa y abnegada esposa, un hijo y un perro.

            Una tarde llegó temprano a su hogar y vio a su primogénito enfrascado en sus tareas escolares. Se acercó y le acarició con ternura la cabeza y le dijo que estaba orgulloso de que fuera un excelente estudiante, que él sería alguien importante cuando creciera.

            El jovencito volteó y mirándolo a los ojos, inocentemente dijo: “Cuando sea grande, quiero ser como tú”. Ernesto sintió un vuelco en el corazón, y como sabía que era terco y obstinado, y siempre conseguía lo que quería, tuvo la certeza de que el niño también sería asesino a sueldo.

            El pequeño siguió con sus deberes y una lágrima escurrió por la mejilla del matón, al momento que ponía la pistola cerca de la cabeza del infante. Fue un golpe seco. Observó el cuerpo sin vida, y se dijo que era lo mejor, pues sabía que su hijo al crecer lo habría eliminado, sólo por ser el número uno entre los sicarios.

 

 

Marco Antonio Rueda B.
      Xalapa – México

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 8    Setiembre 2015
                                    Páginas 17

Frente al Río

 

FRENTE AL RÍO 

“Amicus Plato sed magis amica veritas”                                                                                                                        Aristóteles

Hoy como Heráclito
me encuentro frente al río, filosofando.
¡Tantos días perdido y hoy me encuentro!
Filosofando me encuentro y a veces filosofando me pierdo
pero hoy me encuentro…
Han pasado dos décadas
y es ahora que vengo a darme cuenta
que he vivido siempre frente al río.

Se sumerge un terrícola, y otro
primero en el limo, luego en el río, después en el tamo
y después en la nada
y después…, y después de después…
Quieren repetir el acto
empero “nadie se baña dos veces en el mismo río”.

La vida es un día frente al río
una tarde
un crepúsculo
una noche.
Vamos de la nada al río.
A la nada vamos del río,
o tal vez del todo vamos al río
o vamos al todo del río.
¡Siempre hay un “tal vez”!

Hoy
al encontrarme cómo Heráclito frente al río, filosofando
me atrevo a decir como Zenón
que el muy veloz guerrero Aquiles
no le gana la carrera a una tortuga.

Y, si no pueden los semidioses,
¿cómo podrán simples mortales?
van de prisa al futuro
quieren llegar al futuro
y cuando lleguen al futuro
se percatan que al llegar al futuro
han llegado al pasado.

Velozmente
pasan los mortales en el tiempo
y dicen que es el tiempo quien pasa.
A ellos los mata la filosofía,
ella al que no da vida mata.

El tiempo es inalterable
nunca pasa
existirá por siempre,
pasamos nosotros.
El viaje es infinito
cómo infinito el tiempo.
No es posible un viaje infinito en un tiempo finito.

Hoy como si fuera poetafilósofo
me encuentro filosofando frente al río.
¡Sì, me encuentro!

Hoy, cómo si no fuera yo
me dejo dominar por una musa
extraña y misteriosa
cómo yo.

Hoy, que ni soy yo ni filósofo ni mucho menos poeta
me pregunto, ¿quién soy?
y respondo: “quién no soy”
y pregunto, ¿quién no soy?
y la respuesta parece no existir.

La vida es una pregunta
cuya única respuesta es otra pregunta sin respuesta.
¡Cuantos no soy yo, y cuantos no son yo!

Hoy,
al encontrarme cómo el griegoefesio
frente al río, filosofando,
me siento Alquímedes
grito ¡euréka! sietes veces
y salgo corriendo en mis adentros..

El mayor descubrimiento es descubrir
que no hemos descubierto nada.
Ni siquiera esto.

¿Así que la vida es un día frente al río?

y llagará la tarde
y llegará el crepúsculo.
y llegará la noche
y llegará la nada.
Y tal vez con la nada llegue el todo
siempre hay un “tal vez”
¡pardiez!, ya lo dije.

 

                                   

             Leugim Sarertnoc
Dajabon, República Dominicana

             

Revista Dúnamis   Año 9   Número 8    Setiembre 2015
                                    Páginas 14-16

El vecindario “pintoresco” de la postmodernidad

 

El vecindario “pintoresco” de la postmodernidad

 

Como ciudadano inmerso en las señales, ocurrencias de un mundo postmoderno de inicios del siglo XXI, estoy en pleno derecho de quejarme, enojarme o alabar los nuevos vecindarios conformados. Acá la pregunta no es la misma que planteó Shakespeare en una de sus obras,  ¿ser o no ser?, acá el dilema es ser uno mismo o no ser nadie, o quizás ambos, según la conveniencia.

Quizás la norma ética imperante de este tiempo pese a estar solapada es: Disfrutar al máximo, irreverentemente, sosamente y trivialmente. Dejar que la vida lleve al ser humano por donde esta quiere. Pero sea un código de reconocimiento que vivimos en la era de Narciso es la extensión con un efecto big-bang magnánimo de la palabra placer… Si el modernismo y su baluarte Prometeo predicaban que la salvación la otorgaba el conocimiento y sólo a éste debía aspirar el ser humano, pues en él vería su realización plena. Tal parece que el reino de Narciso priva el placer y el comodismo ante cualquier otra premisa, hasta el mismo conocimiento está en función de extender el placer a límites exacerbados. Es así como han proliferado los centros de spa, las salas de masaje terapéutico, la llamada medicina cosmética (cirujanos plásticos, ortodoncistas, cosmetólogos, endodoncistas, y otros profesionales;  al servicio de un mundo plástico) A diferencia de otros tiempos donde privaba la salud a la apariencia estética, muchas personas hoy prefieren enfermarse  hasta morirse de bulimia, o, vivir en una cápsula que impida ponerse feo, como en su momento lo intentó el finado cantante posmoderno Michael Jackson. La pregunta no será ¿si me habré curar de un mal determinado?; sino, ¿cómo me veré después de tal tratamiento? El placer sin restricción ha enajenado al ser humano convirtiéndolo en un zombi de sus propios principios… Se ha cambiado la filosofía y el acto natural de cuestionar, de llevar al pensamiento a su orgasmo más profundo, por un espiritualismo fatuo y amorfo, relajado y a conveniencia. No en vano, están proliferando los cursos de yoga, de taichí, feng-shui y otras espiritualidades que al igual que las religiones tradicionales tienen métodos y alcances establecidos, simplemente donde el enfoque ético no le interesa reconocer a un ser superior, si no que este aspire a un supuesto estado superior de conciencia, que se alcanza simplemente por medio del placer. Al igual que estas espiritualidades; a nivel de textos literarios, no importan ya la calidad ética, el construir un lenguaje, un mundo; si no,  entretenerse en el presente, dado que deben privar: “Paz y Amor” como los hippies.

 La ética a nivel filosófico pareciera ser un tema incómodo, una parte de la filosofía que todos quisieran diluir, desaparecer o evitar. En la postmodernidad se deben impulsar otras corrientes de la filosofía, y una ética flexible, pero que paradójicamente existe en estos espacios perdidos en el limbo.

Ahora los inventos están en función del placer, por ejemplo: como reproducirse, de qué color serán los ojos de mis hijos, como lograr seres humanos “más bellos” bajo conceptos muy subjetivos y antojadizos de belleza, cómo clonar órganos que prolonguen la vida; cómo tener relaciones sexuales sin que se tengan enfermedades o sin que resulte un producto determinado. Evidentemente el concepto de familia está evolucionando hacia un tipo de asociación más abierta y diferente que las primeras familias de las cavernas. Los avances científicos no se detienen, pero a diferencia de la modernidad donde estos eran más democráticos y tenían un sentido de humanismo,  atañían en su momento a todos los campos del saber. Hoy en día están condicionados por lo que produzca placer y aquello que no entre en esa línea es sujeto de marginación, de una inquisición sutil de indiferencia por medio de las élites dominantes, cuyo grupo dogmático suele ser en cada país las llamadas jet-set o avioneta-set o este tipo de farándula que dispone del mundo de acuerdo a su juicio.

Aunque la ética postmoderna pareciera tener como único principio fundamental de predicar el placer al máximo y extenderlo por el universo con el único mandamiento de: Alimentarás tu ego sobre todas las cosas y lo amarás con todas tus fuerzas…, pareciera que existen tres principios fundamentales en esta ética postmoderna que a la postre son prohibiciones intrínsecas que se requieren para extender el placer máximo

Prohibido:

  1. Sorprenderse: Todo aquello que genere a la persona algún: sobresalto, dilema, que requiera pensamiento. Escoger, o descartar son un problema, debido a no permite la comunicación fluida. Tan marginal y genocida era justificar la eliminación de seres humanos por que científicamente se discutía si eran inferiores, como lo es la segregación solapada de algunas etnias o personas que no aportan a la belleza que al fin al cabo es el placer. Y dentro de estas nuevas segregaciones, los intelectuales son marginados, debido a su capacidad de cuestionar, que tratan de que el pensamiento no muera, porque las preguntas mal llamadas “extremas” son extrañas hoy en día. Supuestamente los postmodernos afirman que esas preguntas han llevado al ser humano a matarse unos a otros y lejos de traer beneficios han traído perjuicios, entonces como la sorpresa puede venir de esas élites intelectuales clásicas, mejor ignorarlas, obviarlas o no tomarlas en cuenta.
  2. Disentir: Al que se subleva o esboza un punto de vista diferente, se le mira como un inadaptado social, como alguien que “rompe un equilibrio perfecto”. Para que haya paz y amor se debe bien expresar una opinión diversa acerca de un tema trivial, pero nunca cuestionar o profundizar algo que ponga en peligro al sistema, alguna situación que ponga en evidencia el deterioro, la descomposición de la sociedad. Si bien es cierto, millones de personas continúan muriendo de hambre en el África, muchos se atreven a vaticinar el éxito del  nuevo turismo espacial, el cual dará para múltiples temas de conversación en extensas tertulias, de las altas sociedades de New York, Londres, etc.
  3. Molestarse: Pareciera que el romper la paz que prometen todas estas espiritualidades que están de moda, es algo malo, hoy en día la argumentación detallada, la exposición de puntos de vista, pareciera ser perseguida, ha privado un facilismo a todo, donde por el supuesto de bien de la mayoría, se trata de acallar toda voz discordante; esto también cabe dentro de la barbarie. La paz perpetua que soñó Kant es imposible en un mundo postmoderno, donde cada uno interpreta su realidad de una forma sin analizarla, probablemente el célebre pensador no se hubiera atrevido a proponer su tratado en medio de concepciones tan cambiantes, superficiales y tan individuales… Hoy en día el pensamiento no aspira a la universalidad; si no a la individualidad…

El hombre postmoderno es entonces un zombi, víctima de su propia evasión, donde cualquier asomo de existencialismo muere en el atrio del placer. La cultura de adoración al cuerpo, al individualismo es un placebo para enfrentar la realidad, la imposibilidad de salir de la finitud.

La superficialidad es una consecuencia de esta cultura posmoderna, que aunque nunca como antes la humanidad ha derivado en una serie de temas y aspectos de la vida, nunca como antes han estado divorciados. El individualismo imperante hacen que los tecnócratas vivan en una burbuja donde es imposible intercambiar conocimientos y el sistema humano se ve truncado e imposibilitado de llevarse a cabo.

Si en la edad media el oscurantismo evitaba la capacidad de inventar, por miedo a estructuras religiosas arraigadas. Hoy el ser humano se ha convertido en un autómata cuya capacidad de revelarse o de cambiar el rumbo es minada por su propio freno. En este caso lo que lo minan son esos principios espirituales amorfos, sin una estructura clara. Por ello como autómata, sólo le resta consumir sin juzgar acerca de lo que adquiere.

El “macho posmoderno”, no es el macho prehistórico que extendía su dominio por medio de la fuerza física, tampoco es el macho moderno que ejercía su liderazgo a través de sus capacidades intelectuales. El macho que predomina hoy en día es el que impresiona por sus adquisiciones, por el auto de moda, por el celular de última generación, por la ropa de marca, etc. El machismo hoy en día es reciclado, en la medida que tenga más, tengo más derecho a minar la voluntad de mi nueva posesión, al menos eso se da en los países donde esa costumbre se sigue transmitiendo.

Pero, en este panorama ¿dónde quedan los vecindarios de hoy día?… Me refiero a los vecindarios donde los niños convivían en las calles poco transitadas, parques, o plazas, donde una niña admiraba el perfume de una flor, donde se formaban historias colectivas, incentivadas cuando a un niño se le leía por la noche un cuento en la cama.

 Si la evolución dio origen a la colectividad y a la sociedad, parece ser que el producto de las nuevas sociedades es una clara involución.

Los vecindarios postmodernos son guetos tecnológicos, donde múltiples impersonalidades convergen y ninguna puede tomar una forma clara. Tales estructuras no construyen una sociedad. Cada persona representa un papel a veces cercano y a veces muy distante de su propia realidad, transitorio y efímero. Se han sustituido los medios personalizados de socialización tales como el parque, la plaza, la cancha de futbol del pueblo, el libro; por el PlayStation, por las redes sociales, el messanger, el correo electrónico, etc. Evidentemente esta cultura tiene sus cimientos a partir de los 70s cuando la educación pasó a ser una sierva de la globalización, es así cuando surge en primer término la tecnocracia como manifestación de esta. Al hombre tecnócrata se puede decir no dista mucho de ser llamado “ mercenario del conocimiento”, pues se limita a estudiar para producir, en el fondo Marx tenía razón cuando fundamentaba su manifiesto basado en la motivación económica. Vivimos en un mundo tristemente economicista, que favorece los plásticos antes que los celajes en los cielos.  El tecnócrata poco se maravillaba al ver un amanecer o nacimiento de una flor. Y por ya dos o tres generaciones de tecnócratas,  existen turistas de los llamados “BOBOS” o “DINS” que se maravillan, se impactan al ver algo tan sencillo como la piña a la par de la planta que le dio origen, o de la planta de la papaya, o el tomate que crecen al natural. De la tecnocracia y tal especialización que llevaron a Ortega y Gasset llamar “La Barbarie del Especialismo”, surgieron esos espacios marginados para los amantes de la tecnología.

La humanidad posmoderna parece privilegiar la temporalidad a la permanencia, donde lo efímero, lo pasajero es valorado en función del placer que provea, pero un pensamiento más arriesgado, más a futuro, no es bien visto.

Ensayo

Los vecindarios antiguos le concedían al ser humano defensas naturales contra el universo, agudizaban su sentido  frente a las fuerzas naturales, le protegían más contra el mundo y su propia barbarie. Además, eran un principio elemental de la civilización, cuyo origen del hombre señala la convivencia pacífica y armónica con la gente agradable y la gente poco desagradable. El primer vecindario de un hombre de Cromañón o de Neandertal fue posiblemente una caverna, en ella el grupo resolvía los problemas que un hombre del pasado pudiera tener frente al otro. De esa forma se fueron dando problemas de socialización, que se fueron sofisticando sin perder su esencia hasta finales de la década de los 80s.

La socialización le permitió al hombre reinventar su propio mundo aunque fuera con aciertos y desaciertos. Por medio de este viejo y antiguo  esquema llamado convivencia. El hombre pasó de una manada a ser constructores de una humanidad como hasta los grandes destructores como: Nerón, Napoleón o Hitler.

¿Qué resultado tendrán los nuevos paradigmas de relaciones basadas en portillos, dispositivos, y conocimiento tecnológico?, ¿cuán aislada podrá estar una persona que  no tiene acceso a estos elementos?

La civilización humana ha avanzado en temas de tecnología, de confort, pero indudablemente en la evolución de las relaciones ha retrocedido, se ha desacelerado o se ha vuelto torpe en construir habilidades sociales que se esperarían de una persona criada  y encerrada en las computadoras.

¿Necesita de otro, un niño enraizado a su computadora? ¿ Qué sentirá?, quien  al salir a la calle tras 15 años de no hacerlo, un ser supuesto a quien manda a pedir las cosas de un supermercado exprés, que paga sus obligaciones vía internet y que simplemente hereda una fortuna y vive aislado del mundo, pero esto no se trata de la ficción. Si algún intelectual de esos de una bohemia profunda, un día en una playa se le ocurriera inventar la postmodernidad, por que había que frenar todos los errores cometidos en el pasado de genocidios, egoísmos, etc…

Lejos de evolucionar, el vecindario de la postmodernidad ha hecho a las personas más cohibidas, desconfiadas, introvertidas, interesadas y se ha perdido la fantasía, la creatividad. Por tanto no es de extrañar que el arte actualmente prive lo inmediato, el facilismo, lo necesario.

Estos guetos tecnológicos fusionan la ética con la estética. Las personas con destrezas suficientemente avanzadas en el campo de la tecnología sueñan con un perfil perfecto, la palabra perfecto no es un calificativo relacionado con la bondad, si no con la conveniencia, pero es aquí donde viene un vacío de no uniformidad: ¿Conveniencia de qué?… y se levanta otro gueto moral, donde lejos de estructurar un valor lógico, como en el pasado más bien deja abierto un abismo o una pared diferente entre cada ser humano. La noción de pasado queda distorsionada, queda muy mediatizada, la memoria da hasta donde lleguen las actualidades en la red.

Muchos profesionales dejan un perfil en sitios de “dating”, donde aparentan verse perfectamente diestros y capaces para el trabajo, muestran una foto donde se ven atractivos, empoderados de su espacio y realizando gestos faciales “neutros” o convenientes, colocan una información precisa. Si nos vamos a los sitios de citas para encontrar pareja en sitios de encuentros, es posible igual ver personas deseables en sus fotos con discursos los suficientemente encendidos, relajados, apasionados, para motivar a otros.

Y si es en espacios de conexión simultánea como los llamados mesanger o las redes sociales, que son el ejemplo más plausible de vecindario posmoderno. Las calles de este barrio están siempre vacías, nunca hay nadie de carne y hueso, nunca hay una persona capaz de ayudar a otra. Habrán sistemas informáticos, dispositivos, pero eso no es compañía, ni aminora la necesidad de compañía. Las personas ciertamente tienen la potestad de poner la ética en función de la estética, y el disfrute; donde en el fondo sigue primando el principio postmodernista de que todo es válido en función del placer que proporcione.

Si otrora, las relaciones “ normales” se generaban en el andén de una estación, en cualquier viaje, en un bar, estadio o teatro, en un parque de juegos o natural, etc. El esquema era el siguiente: Un yo debía de transformarse hacia el tú, para conformar un nosotros. De esa forma para que una relación de cualquier índole surgiera, las dos personas que aceptaban formar parte de esa relación necesitaban, dejar la semilla del yo, para conformar una planta llamada nosotros.

La otredad era natural, era algo inherente al ser humano, la misma figura que conformó y originó el progreso de la raza humana.

Hoy en día en los encierros cibernéticos, ese esquema no necesariamente lo respetan; debido a que perfectamente para construir una relación el yo no necesariamente debe desaparecer para ir hacia un tú. El esquema cibernético permite a las personas estudiarse más y cada persona decide el tipo de relación más “conveniente” con esa posible persona, incluso dichas redes sociales han diseñado una categoría que no se trata ni de un amigo o enemigo se denomina: “amigos que me caen mal”. Es así que un abusador le asigna un rol a su víctima, o un interlocutor le pone al otro el signo de euros o de dólares. Las visiones no necesariamente coinciden en esta asignación que un rol le asigna al otro, la pantalla de la computadora permite eso.

 La computadora ofrece una tentadora posibilidad, la de seguir teniendo el control de la situación, el cibernauta sigue manejando su mundo al igual que Narciso y decido que rol asignarle, cuando hablarle, cuando esconderse de  esa nueva persona y cuando darle “delete”, bloquearla o sencillamente dejar de tenerla como amiga, porque esa persona no me dio o no respondió de la forma correcta a la imagen original en que un “Yo” decodificó. Causó decepción, no era “Mr. o Mrs. Right” y entonces pasa a ser material de desecho. La persona comienza a ser incómoda, cuando traspasa una barrera que ella no sabe que existe.

Pareciera que los vecindarios postmodernos le ajustan bien o que hubiesen sido propiciados por los tecnócratas llamados mercadólogos, ahora la impersonalidad se viste de una encuesta, de un sitio al que se le da “like”, y ese ente que controla el mercado cuenta con varias opiniones para hacer factibles sus productos de un solo tiro.

La otredad se limita a ser una subasta del mercado, una utopía, una constante promesa, un capricho que puede modificarse bajo el vaivén frívolo de la publicidad.

Los que esperan el famoso “ Nuevo Orden Mundial” deberá venir en tiempos de la posmodernidad, de espejos de mercadeo y tecnología que se confabulan para dibujar la fantasía del eterno control, un sistema globalizado maneja las transacciones, indica a las personas por donde deben manejarse e incluso qué, cómo y cuándo comprar.

Algo positivo que tienen estos vecindarios es que ciertamente permiten sacar el verdadero yo de las personas. Es posible…. Particularmente yo lo creo, que sea más fácil con una máquina como máscara que impide ver mis gestos, ojos, u otros ademanes que me delatarían mostrarme tal cuál soy, eso es algo positivo de este proceso ciertamente, es así que la gente introvertida se vuelve muy extrovertida, etc

Hoy más que en otros tiempos se producen vituperios, linchamientos, difamaciones, sin que pase nada, finalmente al dilapidado no se le asesina y el que tira la piedra tiene la posibilidad de evadir su responsabilidad entre el anonimato de la masa tecnológica, entre los hilos o el comentario que una persona más cercana a la comunicación dicta.

Pero volviendo a los perfiles, es también una oportunidad para mostrarme lo más lejano posible a mi propia personalidad. Por ejemplo a manera de historia rápida, si fuese un pordiosero ignorante, digno de lástima, pero se manejar una computadora, me busco la foto de un modelo, me busco frases célebres, sin necesidad de reconocer los derechos del autor, escribo unas cuantas cosas más y puedo constituirme en una persona atractiva para socializar en este vecindario, en el fondo es una situación buena, porque al menos me permite socializar en un espacio donde no me juzgarán, pero en otras instancias, se puede también engañar y utilizar esto para algún crimen.

De homo sapiens, se pasó al homo economicus, y luego al homo tecnológicus, quien en una reunión familiar aprovecha, para revisar el móvil con todas sus aplicaciones, entonces esa es su pequeña comunidad antes que su propia familia, su pequeño mundo. El homo tecnológicus ha reducido el mundo a chips, a un ciberespacio pequeño de unos cuantos centímetros de largo por otros tantos de ancho. En ese pequeño espacio pretende colocar el universo entero.

El homo tecnológicus está en contra de las leyes naturales  en las que se apuesta por la teoría del big-bang; es decir, la creencia en que un universo que se expande y tiende hacerse cada vez más grande. En contra parte este bicho tecnologizado en la posmodernidad, pretende tener el universo en un chip, ahora los sueños y las utopías tienen que ver con Tecnología, ¿me pregunto será la tecnología en este caso otro tipo de barbarie?…

Este homo tecnológicus, es un autómata, espera que la tecnología solucione sus existencialismos, sus preguntas que por sí mismo se rehúsa a desmenuzar. Entonces los pensadores en la posmodernidad, los intelectuales y los humanistas, ¿serán en este mundo tecnificado razas en peligro de extinción?

Después de haber vivido tantos atropellos y situaciones incómodas, limitadoras del pensamiento y del sentimiento, después de haber sido rebasado por la realidad; creo que me atreveré a esbozar algunas conclusiones a esta pequeña reflexión:

Las relaciones en la posmodernidad son muy desechables tanto por la duración de los vecindarios como por tener principios fácilmente mutantes. Si cada vez el concepto viejo de matrimonio heredado de la tradición judeo-cristiana es cada día más efímero, donde los más exitosos alcanzan entre diez y quince años de convivencia, la tecnología en la posmodernidad ha denominado la amistad como “conveniente, temporal y desechable”, conceptos que se ajustan ya deporsí a sus principios filosóficos fundamentales: mientras nos sintamos bien, mientras no me incomodes, bienvenido a mi vecindario.

Cada vez esos vecindarios son más laberínticos y sofisticados, ahora están adecuados a que las personas los porten ya no en sus ordenadores, si no en sus móviles, por ello están diseñados para alcanzar más rapidez e inmediatez, de modo que, la persona se convierte en un portavoz de rumores y de chismes inmediatos. Esa posibilidad es enajenadora de la capacidad de discriminar mensajes.  Se convierte en un “clickeador” y su decisión más importante se limita a diseñar, agregarle colores y un ambiente particular donde moverse en un plano muy esencial.

En el vecindario de la posmodernidad, el ser humano está perdiendo a pasos agigantados su convocatoria social, su capacidad de asociarse con otros seres humanos, en definitiva pierde su capacidad de ser social, tanto defendida en el plano psicológico.

El vecindario posmoderno no posee capacidad de asombro, nada es lo suficientemente grave, un hecho no es lo suficientemente importante o impactante, un hecho no es lo suficientemente prescindible..

En el espacio posmoderno virtual  aparentemente existe una democracia todos son aceptados: el ratón de biblioteca, el criminal, el linchador, el psicópata, el reprimido, el inocente, el dulce, él sociable y todos son éticamente aceptables; pero igual priva el más bonito, el más popular, el más adulador, el más interesante, el más hablador y los principios superficiales y ambiguos a los que evoca la posmodernidad

El vecindario posmoderno de una red social, tiende a unificar. Si bien es cierto se puede expresar, linchar y desbocar las opiniones, si existe una tendencia pronunciada de repetir una conducta que disguste al resto de los cibernautas, o se termina abandonando el vecindario o los vecinos te abandonan. Por ello aparentemente es democrático, pero en el fondo tiene una tolerancia muy baja, cada vecindario tendrá su propio nivel de tolerancia.

Finalmente se debe decir que es casi imposible en la segunda década del siglo XXI no contar con un vecindario posmodernista, pero creo que la importancia que constituye este para la vida de cada persona, está en función de la importancia que esta persona le dé a ese vecindario. En mi caso prefiero apuntar en la vieja agenda o libreta los teléfonos de las personas que son importantes para mi vida, mandar postales por correo, asistir a un bar y entablar conversaciones con la persona de al lado de la barra.

 

 

           Alexander Anchía Vindas
Barrios del Sur, San José – Costa Rica

 

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 8    Setiembre 2015
                                    Páginas 3-13

Octavo Editorial

 

 

MIS REMERAS

 

Por noches enteras mis ojos han estado fijos en el firmamento; yo nunca duermo. No conozco el descanso. Mi razón de ser, mi meta suprema, impregnada a lo largo de mi médula, me lo impide. El cosmos será dunamitado; amor me mueve. ¡Amor capaz de trastocar los astros!

            Aun así, he soñado, noches enteras, días sin fin. Y mis sueños no son todavía cosa que os incumba, excepto uno… fue una tarde, en el año de mi advenimiento, en mis sueños comulgué con mi lugar de origen y pude oír palabras que solo al presente comprendo: Hay ciertas semillas, algo inusuales, que no germinan en días o semanas. Hay ciertas semillas que requieren de nueve y hasta once años para poder brotar…

Con curiosidad desconcertada, más de una vez me han preguntado: ¿Quo vadis, Dunamis? Pues voy hacia mí mismo. Soy la curva y la flecha, y además soy el blanco. Mío es el vórtice donde confluyen sustantivo y deseo; y mía es la mano que tensa el arco. Muchos trataron de llegar al centro de mí sin haber llegado a sus propias orillas siquiera. Hicieron viajes, merodearon por lugares remotos, y por demás exóticos, pero pasaron de largo de ellos mismos. En cambio, Yo vivo con la vista en mí – no existe panorama más adictivo. ¿Que quién soy? Soy y seguiré siendo quien soy. ¡Muchedumbre! ¿Qué cuáles son mis pretensiones en esta dimensión natural? ¡Pues preñarla con mis genes! ¿Qué porqué dunamitar el cosmos? ¡Qué porqué no! Mil y un veces puedo hacerlo, aptitud me sobra. ¡Ah! ¡Sabed que el talento es combustión constante! Por eso quizá resulte difícil a algunos comprender por qué parezco andar todo el tiempo desbocado. Tantas ganas de ser, reprimidas, aquí, allá, ¡en todas partes! Mis tentáculos-chispa traen hasta mí voces… Tengo que acelerar la marcha, ¡hace tanta falta mi triunfo!

Así que al mar azucé con mi grito: i-o, i-o; y así los horcones voy trocando por fulgencia. Falta empero harto camino por recorrer. Propágase mi voz cual incendio; desátase en mí el fluir, cual torrente de exquisita savia: son los que sí comprenden mi lenguaje, los que pueden ver al través de mí. ¡Influjo que tanto añoré en mis días de cautiverio!, todos los días, a decir verdad, desde que llegué a esta dimensión natural.

Mi cántaro está muy lejos de llenarse; aun así me siento rebosante. Mis almenaras se han izado repentinas y altas, como un puño de fuego, cual orondo pendón que soy. Mis letras, ya lo sabéis, entran ahora dondequiera. Voy, vuelvo, aviéntome y brinco, ora aquí y de pronto allá. Cuantas más y mejores las plumas se baten las alas con mayor vigor. Miro hacia arriba y contemplo mi rostro – cenit es baldosa donde asiento mis pies –; oteo el valle y veo vuestras bien dispuestas cabezas, moteadas, desfilando en grey al calor del sol.

Mi hambre por las alturas es insaciable. El tramado de mis plumas es atracción innata. En un sentir unívoco, agítanse estas a mi compás, cadentes, candentes, volcamos tempestad. ¡Soy imperecedero!

 

 

Alter ego

 

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 8    Setiembre 2015
                                    Páginas 1-2

El Sexto Día

 

El Sexto Día

 

            Extrañan mis poros aquella garúa veraniega. Sobre mis labios atesta un álgido aire. Es en Febrero la sexta noche. Me empapa la incertidumbre por doquier. Suena el tukutín acusador, una y otra vez… ¡yo no sé qué contestar! Repica incansable, en esta desolación sin confines. Deambulo con pasos sepulcrales, con el andar de un vencido, al través de su yerma resonancia. Ensordecido, me posee, mi lamento. Es una noche interminable aquí en el Templo del Fuego, donde la llama no tiene lumbre.

           A pesar del ímpetu de mis anhelos, el Sábado jamás llegó. No se ha asomado el Día, nunca. Ha sido proscrito, el amanecer. Una sola realidad impera: estoy aquí atrapado y no sé cómo. ¡Jamás lo advertí! Por algún tiempo creí: nada era tan grave, nada podía ser tan grave… Hasta que abierto el oído me vi… sin cesar vagando en redundante frustración.

         Es en Febrero la sexta noche, como lo ha sido siempre desde hace ya cuatro… siete… once insondables años. Mi andar es el de un león enjaulado, el de un alma penitente transitando, sin descanso, este interminable atardecer, aquí en el Templo del Fuego… donde no hay más luz sino lánguidas centellas rojas, diminutas y fugaces. En el fondo de mi recuerdo retumba, imparable, inmisericorde, una y otra vez, el tukutín acosador… ¡yo no sé qué contestar!

        Es hoy, ahora, la misma noche gélida y desolada desde hace siete años. El día próximo nunca llega, no he visto la luz atisbar jamás… ¡ni en fugaz espejismo tan siquiera! Hasta en sueños, esquiva, me ha eludido. ¡Una y otra vez! Así ha sido a lo largo de los reiterantes años de este sepulcral humor. ¡Así ha sido esta noche en mis huesos infiltrada! Oigo los ecos de mi gemir, llegando, volviendo, ¡persiguiendo como yo!, algo fuera de este confin. Hondo, luengo… como este mismo Viernes. Vivo e inagotable retumba, omnipresente, el tukutín acosador… ¡yo no sé qué contestar!

            Repica una y otra vez, en la eternidad de este vacío marchito… Mi andar es por completo el de un difunto, excepto por algo ¡que me arde! muy dentro. Mis ojos apagados no entienden, vagan hacia el lugar del alba, aguardándola expectantes. Siguen anunciándome el Día por venir en muy vivos colores. Mas todo es gris y fatal, aquí en el Templo del Fuego, donde la llama no tiene lumbre.

            Preterido el Sábado, la luz del Día tornose fábula. El corazón no me late, tan solo me atiza eso ¡tan en lo profundo! Miro al través de esa ventana, yerta, sorbente… y me envuelve esa brisa, frígida y devastadora, constriñéndolo todo en mí ¡desde dentro! Tan solo puedo gritar, desaforado, una y otra vez… por si tal vez exista algún hoyo en los muros de esta noche interminable; y nadie puede oír mi voz. Nadie… Va de nuevo el tukutín azorador… yo… ¡yo no sé qué contestar!

           Ya no hay nada en mí… reducido, y no sé a qué. Me aplasta, insaciable, tu maldito tukutín. Mientras escruto, aún aturdido, recoveco por donde escurrirme, comprendo, espantado, que nada escapa a esta noche. Suben hasta mí rugidos e improperios. ¿Son eternos estos linderos? Ofuscado me encojo. ¡No hay por donde salir! Es implacable redundancia. Entrampado en un sin mañana, busco eludir el sonido de este oprobio que aniega todo aquí en el Templo del Fuego, donde la lumbre jamás existió. Se incrustan mis dedos en el suelo. Desde otro mundo muy abajo, distante y ajeno, alarido perfora mi vientre. Las rojas centellas ya no pueden discurrir. En polvo, derrúmbome. Cual nube que se disipa procuro extinguir mi presencia. ¡Futil! Todo lo devora esta noche de verano; y es tan vasto el tiempo aquí que no puedo saber, por donde llegará, el alba. Y ahí está, acosador, acusador, peregne, el aciago tukutín. ¡Yo no tengo con qué contestar!

          Nada se detiene aquí excepto esta misma noche, ominosa noche de verano. Todo prosigue aquí, tal cual la vez primera. Nada puede alterarse; sellado bajo este hedor todo es inmutable. Mis huesos no hallan calor. ¡Es helada esta noche en Febrero, helada! Fricciono sus confines, como tantas otras veces, por si quizás aparezca al fin, el escondite del alba. Solo soy un gélido humor, pestilente, en la vaguedad de esta noche. Sacudido sin descanso por la ondas de este tu sonido. Me bate, me abate, ¡hace conmigo cuanto quieres! Es curiosidad voraz; es injoneo sin descanso; es vorágine inflexible. ¡Es tu despiadado tukutín reventándome el oído!

           En el Templo del Fuego toda incandescencia ha sido extinta. Ni por la razón, ni por compasión se logró disuadir. Todo hálito fue condenado al olvido. Todo pereció a la sexta noche. Cual ávido sabueso, insaciable interpelación; ya no está. Los vestigios de su irrupción siguen aquí impregnados. Se encrispan las llamas, siempre sin lumbre. Se pierden los gritos en la profundidad de este vacío. Solo los rayos de un nuevo día pueden cesar esta devastación. No hay más cacería, la curiosidad no existe más, hace diez años el final acaeció. Mas en este santuario, silente el lamento prosigue, oyendo el tan frívolo tukutín que nunca llega… Es el primer viernes de Febrero, y es de noche. Álzase invicto el tukutín desolador… tú… ¡tú no quieres más mi contestar!

 

                                    Emanuel Silva Bringas
                                              Lima – Perú

 

Declamado por Giann-Poe: https://www.spreaker.com/user/8360404/el-sexto-dia

                                

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Páginas 31-32

De-lirios y Claveles

 

De‐lirios y claveles

Audaz mochica, a bestia en su feroz totora
Su corazón    desea salir    y enardecer su sed
Con un trago de sal.
El Sol, como un sombrero en su cabeza, le da antorcha.
– ¡Hola!, ¡hola!…,
Las olas coquetean con él.

Montado en una cumbre, otro hombre
Poncho de nieve al viento y al galope
– ¡Eco!, ¡eco!…,
Va gritando a voz en cuello.
Y en el monte se destapan los peroles
Qué animal su corazón  qué tolondrón.

Estos dos hombres son  tal vez el mismo loco
Que anduvo por los mares  y por la cordillera
O quién sabe soy yo  de nuevo hablando solo
Cantando ante un espejo, para estas dos orejas.

                                

                          Felix Llatas
                       Cutervo – Perú


                                

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Página 30

El Actor protagónico de una Vida desdichada

 

El actor protagónico de una vida desdichada

No le importaba el paso futuro. Caminaba con la mirada en el piso, oteando una sombra etérea que lo seguía por delante, bajo sus zapatos angustiados con kilómetros encima, miraba aquél reflejo oscuro casi por obligación, porque el panorama era igual o más triste: las caras, los autos, los mendigos, los semáforos fundidos: Todo.

Las luces gráciles y amarillentas que mal mostraban los postes plomizos, eran las que maquinaban la sombra errante. Él la seguía, la seguía a donde sea, a donde lo llevase, con devoción, la seguía hasta el fin del mundo.

Con las manos en los bolsillos, dejó atrás la acera y cruzó hacia la pista de granito, al frío asfalto de aquella avenida, que con una voluntad imperante trató de dejar atrás. Varios automóviles se precipitaron sobre él: bocinazos, chirridos de llantas frenando, insultos. Luz verde, peatón despreocupado, luz roja, conductores con prisa, pensó en una fracción de segundo.

Casi por inercia levantó la mirada, abandonando la sombra pasmada que yacía en el suelo. Un automóvil estaba casi sobre él, haciéndose cada vez más gigantesco, más real, más amenazante. Cerró los ojos esperando lo peor, y de inmediato los abrió probándose a sí mismo que podía morir con dignidad. Desde fuera todo ocurrió en sólo un parpadeo. El auto, que era de un rojo intenso, tentó detenerse con la desesperación de alguien sin opciones. Él permaneció atónito, viendo como todo su mundo se tornaba cada vez más claro, atrapado de pronto por un destello sobrecogedor.

Algunos instantes después, la calma pareció volver y la noche fue recuperando su color. Él estaba cegado por los faros del vehículo, que le apuntaban a la cara, entre ceja y ceja; y al mando del volante un sujeto trastocado por los nervios aguardaba a enterarse del desenlace de su acrobacia sobre ruedas. Para entonces, ya toda la gente a varios metros en derredor había concentrado su atención en el incidente estrepitoso que se había perpetrado tan cerca, ante todos, ante cientos de miradas que atisbaban con pavor, con intriga, con miedo, y los más fríos, con entusiasmo. Los faros lo seguían apuntando y, por eso mismo, lo erigían como el actor protagónico de un suceso desdichado; lo apuntaban e iluminaban como en el teatro los reflectores iluminan a la estrella del acto, para que brille aún más.

Con el rostro desencajado, miró para un lado y el otro, tratando de buscar entre el silencio y las miradas que lo seguían alguna explicación, o si quiera un comentario de lo ocurrido. Por último, miró a través del parabrisas del automóvil, descubriendo a un conductor más bien moreno y de cabellos ensortijados, de ojos pardos y bien abiertos, casi pidiendo misericordia, casi abandonados a su suerte.  Dando un respingo, volvió las manos a los bolsillos y viró el cuerpo para seguir su camino, el camino de su sombra, su persecución en todo caso. Con pasos breves pero con presteza, logró terminar de atravesar la avenida, y retomó una acera que lo condujo a una promesa de calles, de gente, de avenidas, y sombra perpetua bajo los pies.

De pronto, como en un rapto abrupto de nueva realidad, casi como en una epifanía, se encontró hollando tenuemente por una calzada majestuosa, por un barrio desconocido y tan bello como para que él pudiese considerarlo lindo después de todo. Era casi perfecto con sus casas chatas y parejas, pintadas de colores alegres, iluminadas ahora por postes de luz blanca, por el cielo de repente despejado y de muchas estrellas, y enaltecido aún más por el gratísimo olor a mar que lo envolvía como una nube acariciando su cuerpo.

Poco a poco se fue enamorando más de lo que observaba, de lo que olía, de lo que escuchaba. Pensaba que se parecía a diciembre, a los únicos días del año donde era feliz por alguna extraña razón. Aunque también podía parecerse a la infancia, a los días en las chacras de Trujillo, donde se podía respirar paz a cada segundo. Era también como volver a escuchar a su abuela cantando, recitando huainos con una voz tan meliflua que lo hacía dormir con una sonrisa en el rostro. O acaso los días felices con Rosa, claro, cuando eran felices, antes de que la muerte los separase y lo dejase lleno de recuerdos, de dudas, remordimiento y rencor.

La sonrisa volvió a sus labios como  un regalo inesperado, como un don que le había sido concedido de pronto, y que él disfrutó tanto como pudo, exacerbando las arrugas de su rostro de bronce, al esculpir un mohín sosegado y risueño. Continuó caminando por aquellas calles, que cada vez eran más precisas a sus recuerdos y buenas memorias, que cada vez se sintonizaban más a los momentos felices de su vida subordinada por momentos tristes. Entonces, repitió entre dientes, en voz bajita y casi como anécdota: Luz verde, peatón despreocupado, luz roja, conductor con prisa, con apuro, algo tendría pendiente. Y luego continuó su camino prometedor, lleno de esperanza y grandezas, sin sentir cansancio alguno. Había olvidado ya la sombra, ni siquiera se había fijado si aún estaba por allí, de pronto no lo guiaba más y así estaba más que bien. El camino se alargaba casi hasta un prometedor infinito y cada paso era más feliz que el anterior.

Las luces que surgían incansables de los faros del automóvil continuaban impertérritas, y habían convocado ahora a una congregación de preocupados, curiosos, y apenados, que lanzaban miradas severas y reprobatorias al sujeto tras el volante, quien dejó que los ojos pardos se le anegasen y ensombreciesen como dos figuras tétricas y miserables a la vez. Delante del auto, y alumbrado como la estrella que brillaba más, el cuerpo inerte del peatón cabizbajo se extendía sobre el frío asfalto, aplastando lo que alguna vez fue una sombra caminante, y, sin embargo, había una tenue sonrisa en su rostro que a los espectadores hacía pensar en un mundo mejor.

 

Lima, 2011

             

Julio Fernández-Meza
          Lima – Perú

                                

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Páginas 26-28

Infinito

 

Infinito

La luna no existe.
La luna es luz.
La luz es tiempo
Y se derrite mientras camina.

Las nubes, manecillas invisibles,
Indispensables motores.

La luna es arte.
La luna es bestia.
Donde la luna termina,
La luna empieza.

La luna no es redonda,
La luna es cuadrada.
La luna es concepto.
La luna es nada.

Y si la luna es nada,
También lo soy yo.

No existimos.

Somos luz.
Somos sombra.

Somos fantasmas
En un plano distante,
Abandonado.

La dimensión de lo infinito nos llama.
Y vamos.

               

Alejandra Medina O’campo
               Lima – Perú

 

                                

Revista Dúnamis   Año 9   Número 7    Agosto 2015
                                    Página 25