Crónica de un amor vacío
Tantas veces que miramos a las personas, y contemplamos en sus rostros la dicha que tienen de haber consolidado una familia, notamos que el tiempo no pasa en vano, y el objetivo trazado por cada uno en sus vidas va marcando el derrotero hacia la felicidad. Sin embargo, la sola – por no decir única – presencia de su ser, mirado al espejo sin encontrar una mano compañera que pueda brindarle cariño, supone la pérdida del ser querido, pero no. Él, a sus tan decrépitos 84 años, se aflige porque aquél ser querido jamás habitó estas cuatro paredes. Solamente su fiel compañero ‘Nico’, un can de cruce de raza lobo es el pequeño consuelo a su tristeza y soledad.
Dice la sabiduría popular que la tristeza verdadera se siente cuando en realidad se ha tocado demasiado fondo, y es que a Nicodemo, la existencia le está pagando con su propia medicina. La vejez en la que se encuentra le juega al gato y al ratón, pues a veces se figura que la tiene en sus brazos, pero por esa extraña razón de la vida suele esfumársele de las manos.
La melancolía del amor en esta época de su senectud le confiere una señal de riesgo, se ha dado cuenta en verdad que la vida es como un caballo salvaje que hay que aprender a cabalgar. Todo lo que hizo en su etapa ‘gloriosa’ de la que idealizó su eterna juventud ha sido relegada al olvido. La añoranza de un amor desvanecido ha venido a instalarse en su alma hasta su muerte dice él, y no existe peor desgracia que la de morir solo, citando un pasaje del texto Memoria de mis putas tristes del Nóbel escritor García Márquez.
Nicodemo fue un valiente y heroico combatiente de la guerra contra el Ecuador en 1941, y a su fama de bizarro le caracterizó siempre su arrogancia para con las féminas. Era un tipo apuesto y razones no le faltaban. Sin embargo, algo peculiar en su personalidad era que se consideraba superior a las mujeres, una tendencia casi a lo misógino. No obstante, a pesar de su carácter pudo darse el lujo de acostarse con distintas mujeres que le placieran en gana, y esto sumado a las bohemias que implicaba las noches de juerga con los compañeros de la milicia.
Las mujeres con las que frecuentemente pasaba los ratos de diversión eran muchachas de la vida, una manera de distraerse de la obligación con la soberanía de la patria. De esta manera, Nicodemo encuentra rasgos semejantes de su vida con la película de Lombardi, adaptación del libro de Vargas Llosa, “Pantaleón y las visitadoras”. Un tipo sumamente ligado a las apetencias sexuales para su propia satisfacción.
Pero como todo ser humano en busca de algo, tal vez la curiosidad le encargó de conocer al que fue su primera y única esposa, motivo por el cual perdió la razón, aunque no fuera por amor sino por soledad. Como todo ser gregario que busca no sentirse solo, la locura apasionada lo envolvió hasta aceptar el desafío de convivir con ella, aunque era poco probable que esa relación pudiera ser fructífera.
Y en realidad nunca lo fue, puesto que quien llevó la peor parte fue la desdichada e infortunada mujer, agobiada de tantos insultos y agravios, un castigo a la ligereza de cohabitar sin conocerse muy bien. Las humillaciones a las que llegó Nicodemo la hicieron hasta llorar. Estas circunstancias fueron el término de esa convivencia, la cual no duró ni un quinquenio.
Entre tanto, su actitud existencialista no le dio tiempo para reflexionar acerca de su fututo, ni qué decir sobre formar una familia, eso no estaba en los planes a largo plazo del singular Nicodemo, más bien lo único que le importaba era tener donde vivir y qué comer cuando una vez le llegue el retiro en el ejército. Asimismo, las personas de su entorno le tenían sin cuidado, no estaba previsto en su agenda, le daba lo mismo si estaban o no a su lado. Esa especie de orgullo absoluto presagiaba un final trágico, pues el particular amor de su ser era el de él mismo. ¿Un narcisista?, habría que comprobarlo, pero en todo caso, este paradigma de amor parecía estar condenado al fracaso.
Bien entrado los años setentas desde la dictadura militar, pasando por Belaúnde, García, hasta llegar a la dictadura de Fujimori y la transición democrática de Paniagua y Toledo, la situación de Nicodemo se vio acostumbrada a la desidia, dedicándose particularmente al cobro de su pensión militar para derrocharla en bares y mujeres de cantina. A más de medio siglo de su existencia, se había convertido en esa especie de ‘viejo verde’, un Don Juan entrado en años mayores al cual la fama de mujeriego le sonreía.
Siendo conciente que una casa comprada era más rentable que una alquilada, Nicodemo consiguió un modesto departamento, aunque con la ayuda de sus familiares, que siempre le enviaban escritos para preguntar de su salud y saber como estaba, mas él nunca respondía a las cartas. El pequeño departamento se ubicaba en la azotea de un edificio, si bien aquello no significaba que sería el encargado del cuidado de la ropa que se tendía en la azotea, pues pudo resultar beneficioso para él si se tiene en cuenta que el encargado del cuidado de la azotea estaba exento de los recibos de agua y luz.
Fue entonces que Nicodemo vio aceptable la idea de vivir en ese lugar, pues no tenía la responsabilidad de mantener a nadie. Al estar sólo, se sentía independiente de hacer lo que quería, sin preocuparse del paso del tiempo. El solitario viejo se resistía a sentirse anciano, aunque la edad y la vida bohemia le empezaron a pasar factura.
Es así que entre sus sesenta y setentas, la idea de ‘colgar los botines’ con respecto a las mujeres fue afianzándose, pues empezó a darse cuenta que “ya no estaba para esos trotes”. La angustia del cuerpo arrugado y decrépito hizo de él una persona más consecuente con sus actos. Comenzó a frecuentar a sus familiares y amigos, que lo visitaban de vez en cuando a la azotea a pasar unos buenos ratos, claro está que el licor siempre lo acompañaba, como hasta ahora lo manifiesta y soy testigo de ello.
Los parientes y amigos sin embargo no notaban la soledad en la que se encontraba, pues Nicodemo era habilidoso en el arte de aparentar emociones a pesar que ellos lo visitaban en los días festivos como la navidad, el año nuevo y por supuesto su cumpleaños. Quienes más paraban con él fueron los perros: un bóxer en los ochentas, un cruce de buldog en los noventa llamado ‘Vago’ y actualmente ‘Nico’, el lobito a quien Nicodemo le profesa un gran cariño.
Ahora la edad de la nostalgia se incrustó en el corazón de Nicodemo, no ha existido Amor alguno en su vida que le otorgue la protección que necesita, tan solo el aprecio y afecto que le brindan los vecinos por su veterana edad, él a veces lo considera como si le tuvieran lástima, pero prefiere quedarse callado. Los parientes ya no lo visitan con frecuencia y el miedo a la muerte no se asoma como algo que lo atormente, sino más bien todo lo contrario, desea una vez por todas irse de este mundo, ya sea al cielo o al infierno, o tal vez al purgatorio.
Y cuando hablamos de Amor, nos referimos a ese sentimiento complejo que alcanza la plenitud entre seres humanos, esa plenitud que Nicodemo no ha podido descubrir. Ese deseo de compartir con el ser querido los momentos inolvidables de la vida. Las amantes se esfumaron y no existe la evocación de un instante que inspire una sonrisa. Hoy reflexiona y se da cuenta que los golpes de la vida le atestaron de manera espiritual. Es conciente de que se merece lo que tiene por haber sido lo que fue.
Por de pronto, la ansiedad desesperada no enloquece a Nicodemo, aunque esta soledad radical de un sin amor crea en él una atmósfera melancólica y enturbiadora. Por eso busca formas de pasar el tiempo jugando a las cartas (sobre todo el solitario), viendo la televisión o encariñando a Nico. A veces se la pasa sentado en el muro de la cabaña del perro, un muro que podría llamarse de los lamentos, porque suele estar buen tiempo en ese sitio. Aquel muro de los lamentos permanentes en la que Nicodemo espera que la morada de los muertos toque su puerta para llevárselo.
Miguel E. Coloma H.
Lima – Perú
Revista Dúnamis Año 9 Número 6 Julio 2015
Páginas 24-27