El sapo y las luciérnagas
Un sapo, al ver el cielo cubierto de titilantes estrellas, pensó: “Esas luciérnagas deben ser exquisitas, lástima que se encuentren tan lejos”.
Gobernado por la tentación, el sapo decidió consultar a la víbora —quien gozaba de fama de astuta—, sobre cómo obrar para poder alimentarse con las luciérnagas celestes.
«Necesitas una lengua larga, muy larga, tan larga que llegue al cielo», dijo la víbora.
«¿Y cómo logro tener una lengua larga?», preguntó el sapo.
«Habla mal de los demás. Créeme, yo sé de eso», respondió el reptil, mostrando su alargada lengua.
Así, el sapo inventó diversos rumores sobre sus conocidos: “Las hormigas van a realizar una huelga y consolidar un sindicato”; “El camaleón no cambia de color, se tiñe con pintura Vinci”; “La zorra no es zorra, es fiel”; etcétera.
El sapo siguió esparciendo rumores con la esperanza de que su lengua creciera. No obstante, lo que creció fue la molestia de sus conocidos, quienes una noche en que el sapo se hallaba absorto, saboreándose las luciérnagas celestes, le sorprendieron y le apresaron. Tras realizarle un juicio sumario —por los varios cargos de difamación—, se le condenó a morir ahorcado con su propia lengua.
Apenas expiró el sapo, la víbora se acercó sonando su cascabel y, de un sólo trago, engulló el cuerpo del anfibio.
Armando Escandón Muñoz
México D.F. – México
Revista Dúnamis Año 9 Número 6 Julio 2015
Página 12