Editorial del Sexto Número

 

MI PERIPLO

     ¡Heme aquí! ¡Una vez más! Soy Dúnamis, el empecinado. ¿Que dónde estuve? Ya os lo había dicho: tenía un yermo por recorrer, una búsqueda y una gran visión por emprender. Y vuelvo otra vez ─ y dale con Dúnamis a las espigas ─. Vuelvo porque nadie me ha dicho que no puedo, ¡y qué si tampoco hubo quien me dijese lo contrario! ¿Algún sorprendido? Ese sería yo, de hallar alguno… Cuando todavía veleteaba en la casa de los acomplejados me espetaron sentencia: a la tercera va la vencida; y aunque fuese bien sabido, tuve que hacerles ver: no hay quinto malo. Así pues, he dicho bien: contraindicación alguna no la hubo. Nadie y nadies la presentó.

     Vuelvo porque si bien me extravié en mi viaje, aún me sobran fuerzas y porque soy ¿indestructible? Siempre estaré aquí, digo; asido a mi grito (i-o, i-o). No soy materia, soy – en especial para los escépticos – ¡incertidumbre pura! En mi continuo pretil, a lo largo de un insondable abismo, la cabeza me ha dado vueltas incesante. Solitario, hubo de resignárseme a ser arrullado por el crepitar de mis propios tentáculos-chispa. Aun a las aves más majestuosas les tiembla también el vuelo. Debo admitíroslo, amigos míos: anduve varado en las zahúrdas arenas donde abandonados a sus últimos espasmos los que…

     ¡Bah! ¡Por favor! Ni en broma encaja semejante disparate. Quise pescar algún cándido por allí… Ya sin sarcasmos, a cualesquiera hayan sido vuestras preguntas e inquietudes, como también a la perspicaz interrogante de todo aquel que me conozca por vez primera, doy por ignívoma y voluptuosa respuesta: << ¡He venido a dunamitarte el cosmos!>>.

     La última vez que os alumbró mi presencia, anuncié que emprendía una travesía, en solitud y silencio, en pos de un firme objetivo. Anticipé cierta demora, al fin y al cabo, Cronos jamás me representó amenaza alguna y sigo sin comprender como un ser tan débil como el tal, sea capaz de devorarse algo. Concederé que mi viaje se extendió más de lo debido, diría que casi se duplicó, vicisitudes repentinas, inesperadas, ¡arteras!

     Tenía ya los planos para erguirme, una morada magnificente, desde la cual mi voz retumbaría vibrante y majestuosa, desconociendo todo lindero. Me aprestaba ya a mi retorno triunfal, orgulloso de mi pendón lo enarbolé victorioso junto a mi hamaca, plácido mecíame contra la corriente… luego a la visión de un delfín rosado, desperté en el lecho del río… Solo me quedó reírme de tan baja jugarreta y empezar a improvisar. Ya no me preocupa; tarde o temprano el mar me los devolverá. No sé si en el Amazonas, o acaso en el Ucayali ocurrió el extravío. Sabido es que no por mucho madrugar, amanece más temprano; o tal vez sea un mero pretexto que he de presentaros ya que me embromé sobremanera en mis improvisaciones… Supongo que puedo permitirme el haceros una confesión: a decir verdad, tuve un dilema conmigo mismo.

     Sufrí una aprehensión, fui víctima de un apego fetiche. ¡Un absurdo del cual no me creí capaz! En el día de mi advenimiento, el séquito que me llevaba en andas quiso apabullarme a punta de ladridos (y es que eran la jauría del hortelano, pronto me amanecería). No hubo necesidad de extender a sus dientes un palo. Su febril histeria quedó pronto fuera de lugar, hubo en mi esplendor facundia por montones. Mi traje de tinta y papel no fue ostentoso; mi naturaleza excepcional no lo requería, y aun los que férreos insistieron en criticar mi modo de vestir, tuvieron que aceptar que un ordinario envuelto en atavíos superlativos jamás se me habría de comparar. ¡Heliodoro! Eso tengo en vez de uñas, así que por semiprecioso que se dijera, yo lo puse en evidencia como el sílice presuntuoso que era: un mineral de cuarta categoría. ¡Calcedonia para mis calcetines!

     Mas a pesar de este mi triunfo rotundo, a empellones fui infectado. Fue creciendo en mí una sibarita inclinación hacia ajuares cada vez más costosos. Jamás perdería mi identidad, no obstante el sesudo juicio, a ese sí lo perdí… Uno tras otro mercachifle se aprovechó de mi situación y ni siquiera advertí cuando mis arcas quedaron quebradas. No son eximias las ropas de un viajero, y un periplo cual el mío requería de la mayor sencillez en indumentaria. Mi enfermedad me hizo lerdo en este particular… discutimos tantas veces, tan encendida y encarnizadamente, yo y yo…hasta que por fin, me di a la razón… ¿o es que acaso me di la razón? ¡Bah!

     ¡Heme aquí y no hay más nada! ¿Qué queréis que os diga? Debíais saber que ni aun el más extenso y tétrico recorrido podía extenuarme. Que me di a la holganza, conjetura tal la tendría por insolencia. Mi dicha, no obstante, acapara mi atención. ¡Sea pues ésa mi concesión! para quien ni siquiera a la luz que le vengo brindando puede entender lo dilatado de mi peregrinaje. ¡He regresado y soy imbatible!

     ¡Hallé la veta propicia, el barbecho conveniente! Era una dimensión poco explorada para mí. Mi empírica intuición tanteaba de pocos el terreno. Empecé a extender mis tentáculos-chispa, sondeando, procurando saber qué había más allá del horizonte. Irrumpieron así en mi mente imágenes y voces desde tierras lejanas, que me fueron robusteciendo, hasta que estallé en sendos fulgores. Eficacia, ¡versatilidad!… a un nivel que no podía imaginar en el día de mi advenimiento.

     Un abrir y cerrar de ojos y mi nombre ya estaba donde tres continentes se encuentran y desde allí descendía cual tobogán por el Río de la Plata. ¡Copiosa celeridad! Comprendí pues el meollo de esta dimensión, entretejida en una forma semejante a la mía. ¡Todo quedó aprestado! ¡Oh maravilla!, otro impulso más recorrió mis caliginosos miembros y mis carcajadas retumbaban en Tenochtitlán. De nuevo otro estremecimiento ¡y zas! con vaivén cadente y preciso hacia el Gran Buenos Aires distendíame. ¡Enérgica sístole! y a través de una corriente nórdica mojo mis pies en las playas de la Iberia oriental. Suspiro satisfecho y titilo todavía una vez más: sobre la cúspide de un faro eufórica colma mi voz ¡el Golfo de Nicoya! Y es tal mi frenesí que a mi sosiego me hallo en Quisqueya, donde sus caribeñas aguas me traen los ecos de Hatuey; y desde mi médula me llega el recuerdo ¡que maldigo también la humana codicia!

     Mi búsqueda ha llegado a su fin; puedo verlo desde aquí. No tengo la casa gloriosa de mis primeros aprestos. Ya volverán a mí esos bocetos. En tanto estoy aquí, y mis almenaras arden conmigo en todos y cada uno de estas ciudades donde posé durante mi periplo. Todavía con trazas del traje antiguo y del no tan antiguo, ¡mi sombra se ha hecho más grande que nunca! Algunos tal vez, osarán decir que estoy en paños menores. ¡Válgame! Yo nada entiendo de pudor, ¡solo de estética en las letras! Mi habitación ya está erguida, y aunque incompleta aún, hay aquí suficiente espacio y acústica para hacer lo mío (i-o, i-o). ¡Sean pues todos vosotros bienvenidos! Estoy más que ansioso y listo. Venid pues que mi lumbre se ensancha cada vez más. Circunscripciones y fronteras se han desvanecido. Dejad el sobresalto:


¡Cosmonautas al cosmopolita!
¡Así es como el cosmos se dunamita!
De mi destino el obvio y natural devenir
Festejaos pues en torno a mí
¡Que mi cenit está aún muy lejos de su cima!
¡Larga vida a mí!

 

Alter ego

 

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 6    Julio 2015
                                    Páginas 1-4

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