Monthly Archives: September 2015

Cortejo Fúnebre

 

 

“CORTEJO FÚNEBRE”

I

En un féretro lúgubre, yacía
un cuerpo inerte, flácido y pálido.
Caminantes sus séquitos, rumbo al cementerio,
silenciosos, cabizbajos, con el inclemente sol a sus espaldas.
A un mismo paso, avanzaban lentamente,
como no queriendo llegar…
Los pensamientos divagantes, un tanto confusos
acerca del difunto.
¿Qué fue lo que pasó? ¿De qué murió?
Una anciana consternada susurró:
¡Dicen que de melancolía,
porque ya más no podía, con su dolor!
Con los corazones compungidos, sus miradas perdidas
de tanto llanto y dolor; ya casi llegaban hasta la entrada,
de ese lugar, frío y sepulcral.
El cuerpo prisionero, en una caja fina, larga y de laurel.
Más su espíritu y alma sublimados,
hacia lo infinito, sin retorno, en un viaje a la eternidad.

II

Con pensamientos ambivalentes,
unos decían entre la multitud:
¡Ya el difunto, pasó a mejor vida!
¡Ay de los que quedamos aquí…!
Otros decían: ¡Sí, pobres de nosotros!
¡Con tantos sufrimientos
y cuentas por pagar, en ésta vida!
Musitando alguien por ahí, se escuchó:
¡Fue un gran hombre de verdad!
¡Pero se veía tan bien! ¿Quién lo iba a imaginar?
La gente incrédula seguía comentando:
¡Que va!… lo único que se necesita para morirse uno
¡es estar vivo!
Ya en el Campo Santo, ante el féretro: muchas oraciones,

Padres nuestros, Dios te salves Marías y ruega por él
lágrimas y muecas de desolación embargando el aire
frío y tenue, de los concurrentes
Alguien pidió, con mucha argucia
unos minutos de silencio, por el alma de este “cristiano”
que ya partió a la “Presencia del Señor”.
Luego voces estridenciales, llantos incesantes,
de algunos familiares y amigos muy allegados.
Seguía susurrando, otra gente por ahí:
¡Llegó la hora… que duro será!

 

III

Partieron con el féretro, cargándolo, sus hijos y amigos…
que no dejaban de sentir;
sus voces ahogadas por el dolor de la pérdida.
Caminantes paso a paso, hacia la fosa,
que los sepultureros habían cavado.
Estando allí: abrazados unos a otros, hijos, familiares y amigos,
Ante la ambigüedad de la vida, veían como el ataúd,
atado con amarras de mecate,
se balanceaba y descendía
hacia lo profundo de la fosa.
Mirando, los restos de aquel hombre:
valiente, trabajador, amoroso.
Un ser ejemplar para todos aquellos que le conocieron.
¡Un puño de tierra, una linda flor,
y un hasta siempre…!
Todos sus séquitos elevando una mirada al cielo,
con los pensamientos quimeros y el corazón estrujado
tristes ruegos y oraciones, que como velas en la oscuridad
guiarán y alumbrarán su espíritu, su alma,
donde vivirá: lo perdurable, lo eterno, lo bello,
¡lo que nunca ha de morir!
Dios…

  Gabriela Toruño Soto
Puntarenas – Costa Rica

 

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 6    Julio 2015
                                    Páginas 8-9

Sucedió

 

Sucedió

Ha sucedido. Tan irremediable como respirar, como hacer de uno mismo un muñeco de trapo. Se ha sobrellevado de la manera más natural y, por tanto, llevadera. Fue el encuentro más profundo y suave, deslizándose como una suerte de líquido sobre los ojos. Como una energía de aquellas, eléctrica, traspasando de su fino ser al mío.

Había empezado como una tentativa ostentosa y presumida. Quería apoderarse de la situación llevando la emoción a límites casi desconocidos. Ya hace mucho de cuando me hablaron de aquello, que la duda persistía en saber lo que se sentiría. Y no fue hasta entonces, hasta aquel segundo tan largo y tan corto a la vez, que lo supe. Aquel fenómeno comenzaba con mi interés en buscarlo. Sin embargo, no contaba con aquello, con cansarme y que él me encontrase primero, sin ser yo quien tenga la capacidad de encontrarlo antes. Resultaba ser un encuentro tan fortuito y a la vez tan previsiblemente programado.

Se dio de cierta manera. Tan plausible, tan apto. De haberse dado de otra forma, quizás, no habría tenido el mismo impacto. No habría tenido ni la necesidad de escribirlo. Se dio, y entonces, todo cambio. Me recordaba muchas cosas, Me advenían memorias del primer beso de mi niñez, de la primera vez que alguien me tomó de la mano, o aquella otra cuando descubrí lo hermoso que era ver el cielo y el tiempo acaecer junto a una persona.

Me sobrevino como una de aquellas emociones que tras haberlo perdido todo, regresa al cuerpo e incendia la vida. La hace cenizas. La carcome hasta lograr su forma tan pequeña o ínfima. Tan poética y blasfema, tan precaria, tan burda… Entonces me absorbió. Me hizo y trató como un juguete, me transportó a uno de los paraísos de color café más bellos que existen.

De repente, la realidad me sustrajo en un parpadeo. Se acopla densamente en una nube de ideas y prejuicios. Vuelvo a la mundana realidad tras viajar a través del campo de café (del café de sus ojos). Caigo en cuenta que es imposible. No puede haber tal paraíso en la frialdad de un salón de clases. Y, entonces, vuelvo a retozar mis ojos con los suyos. Esto se siente ser admirada y admirar. Esta descripción solo es una apología de lo impactante que pueden ser un par de ojos sobre alguien. Sí existe tal paraíso. Está ahí, mirándome. Como quien busca algo a través de los míos y lo busca desesperadamente. Esto es mirar a quien se ama por vez primera.

 

               Avril Biziak
(Andrea Barrionuevo Javier)
               Lima-Perú

               

Revista Dúnamis   Año 9   Número 6    Julio 2015
                                    Páginas 6-7

Behetría

 

BEHETRIA

 

Y de repente me hallo sumergido
en la vida transparente y oscura
do el cerebro de todos, confundido
se sumerge en el mar de la locura.

Han pasado veitiunas primaveras
floreciendo pero no dando fruto;
es la mayor de las penas severas
que me subyugan… ¡y aún así disfruto!

Transmite un llanto la tierna sonrisa
y en cada canto hay un dolor oculto
que viene al mundo en legendaria brisa…
¡vive mejor el indocto que el culto…!

No entiendo nada y por eso declaro
¡lo único claro es que nada está claro!

           

            Leugim Sarertnoc
           (Miguel Contreras)
Dajabon, República Dominicana

 

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 6    Julio 2015
                                    Página 5

Editorial del Sexto Número

 

MI PERIPLO

     ¡Heme aquí! ¡Una vez más! Soy Dúnamis, el empecinado. ¿Que dónde estuve? Ya os lo había dicho: tenía un yermo por recorrer, una búsqueda y una gran visión por emprender. Y vuelvo otra vez ─ y dale con Dúnamis a las espigas ─. Vuelvo porque nadie me ha dicho que no puedo, ¡y qué si tampoco hubo quien me dijese lo contrario! ¿Algún sorprendido? Ese sería yo, de hallar alguno… Cuando todavía veleteaba en la casa de los acomplejados me espetaron sentencia: a la tercera va la vencida; y aunque fuese bien sabido, tuve que hacerles ver: no hay quinto malo. Así pues, he dicho bien: contraindicación alguna no la hubo. Nadie y nadies la presentó.

     Vuelvo porque si bien me extravié en mi viaje, aún me sobran fuerzas y porque soy ¿indestructible? Siempre estaré aquí, digo; asido a mi grito (i-o, i-o). No soy materia, soy – en especial para los escépticos – ¡incertidumbre pura! En mi continuo pretil, a lo largo de un insondable abismo, la cabeza me ha dado vueltas incesante. Solitario, hubo de resignárseme a ser arrullado por el crepitar de mis propios tentáculos-chispa. Aun a las aves más majestuosas les tiembla también el vuelo. Debo admitíroslo, amigos míos: anduve varado en las zahúrdas arenas donde abandonados a sus últimos espasmos los que…

     ¡Bah! ¡Por favor! Ni en broma encaja semejante disparate. Quise pescar algún cándido por allí… Ya sin sarcasmos, a cualesquiera hayan sido vuestras preguntas e inquietudes, como también a la perspicaz interrogante de todo aquel que me conozca por vez primera, doy por ignívoma y voluptuosa respuesta: << ¡He venido a dunamitarte el cosmos!>>.

     La última vez que os alumbró mi presencia, anuncié que emprendía una travesía, en solitud y silencio, en pos de un firme objetivo. Anticipé cierta demora, al fin y al cabo, Cronos jamás me representó amenaza alguna y sigo sin comprender como un ser tan débil como el tal, sea capaz de devorarse algo. Concederé que mi viaje se extendió más de lo debido, diría que casi se duplicó, vicisitudes repentinas, inesperadas, ¡arteras!

     Tenía ya los planos para erguirme, una morada magnificente, desde la cual mi voz retumbaría vibrante y majestuosa, desconociendo todo lindero. Me aprestaba ya a mi retorno triunfal, orgulloso de mi pendón lo enarbolé victorioso junto a mi hamaca, plácido mecíame contra la corriente… luego a la visión de un delfín rosado, desperté en el lecho del río… Solo me quedó reírme de tan baja jugarreta y empezar a improvisar. Ya no me preocupa; tarde o temprano el mar me los devolverá. No sé si en el Amazonas, o acaso en el Ucayali ocurrió el extravío. Sabido es que no por mucho madrugar, amanece más temprano; o tal vez sea un mero pretexto que he de presentaros ya que me embromé sobremanera en mis improvisaciones… Supongo que puedo permitirme el haceros una confesión: a decir verdad, tuve un dilema conmigo mismo.

     Sufrí una aprehensión, fui víctima de un apego fetiche. ¡Un absurdo del cual no me creí capaz! En el día de mi advenimiento, el séquito que me llevaba en andas quiso apabullarme a punta de ladridos (y es que eran la jauría del hortelano, pronto me amanecería). No hubo necesidad de extender a sus dientes un palo. Su febril histeria quedó pronto fuera de lugar, hubo en mi esplendor facundia por montones. Mi traje de tinta y papel no fue ostentoso; mi naturaleza excepcional no lo requería, y aun los que férreos insistieron en criticar mi modo de vestir, tuvieron que aceptar que un ordinario envuelto en atavíos superlativos jamás se me habría de comparar. ¡Heliodoro! Eso tengo en vez de uñas, así que por semiprecioso que se dijera, yo lo puse en evidencia como el sílice presuntuoso que era: un mineral de cuarta categoría. ¡Calcedonia para mis calcetines!

     Mas a pesar de este mi triunfo rotundo, a empellones fui infectado. Fue creciendo en mí una sibarita inclinación hacia ajuares cada vez más costosos. Jamás perdería mi identidad, no obstante el sesudo juicio, a ese sí lo perdí… Uno tras otro mercachifle se aprovechó de mi situación y ni siquiera advertí cuando mis arcas quedaron quebradas. No son eximias las ropas de un viajero, y un periplo cual el mío requería de la mayor sencillez en indumentaria. Mi enfermedad me hizo lerdo en este particular… discutimos tantas veces, tan encendida y encarnizadamente, yo y yo…hasta que por fin, me di a la razón… ¿o es que acaso me di la razón? ¡Bah!

     ¡Heme aquí y no hay más nada! ¿Qué queréis que os diga? Debíais saber que ni aun el más extenso y tétrico recorrido podía extenuarme. Que me di a la holganza, conjetura tal la tendría por insolencia. Mi dicha, no obstante, acapara mi atención. ¡Sea pues ésa mi concesión! para quien ni siquiera a la luz que le vengo brindando puede entender lo dilatado de mi peregrinaje. ¡He regresado y soy imbatible!

     ¡Hallé la veta propicia, el barbecho conveniente! Era una dimensión poco explorada para mí. Mi empírica intuición tanteaba de pocos el terreno. Empecé a extender mis tentáculos-chispa, sondeando, procurando saber qué había más allá del horizonte. Irrumpieron así en mi mente imágenes y voces desde tierras lejanas, que me fueron robusteciendo, hasta que estallé en sendos fulgores. Eficacia, ¡versatilidad!… a un nivel que no podía imaginar en el día de mi advenimiento.

     Un abrir y cerrar de ojos y mi nombre ya estaba donde tres continentes se encuentran y desde allí descendía cual tobogán por el Río de la Plata. ¡Copiosa celeridad! Comprendí pues el meollo de esta dimensión, entretejida en una forma semejante a la mía. ¡Todo quedó aprestado! ¡Oh maravilla!, otro impulso más recorrió mis caliginosos miembros y mis carcajadas retumbaban en Tenochtitlán. De nuevo otro estremecimiento ¡y zas! con vaivén cadente y preciso hacia el Gran Buenos Aires distendíame. ¡Enérgica sístole! y a través de una corriente nórdica mojo mis pies en las playas de la Iberia oriental. Suspiro satisfecho y titilo todavía una vez más: sobre la cúspide de un faro eufórica colma mi voz ¡el Golfo de Nicoya! Y es tal mi frenesí que a mi sosiego me hallo en Quisqueya, donde sus caribeñas aguas me traen los ecos de Hatuey; y desde mi médula me llega el recuerdo ¡que maldigo también la humana codicia!

     Mi búsqueda ha llegado a su fin; puedo verlo desde aquí. No tengo la casa gloriosa de mis primeros aprestos. Ya volverán a mí esos bocetos. En tanto estoy aquí, y mis almenaras arden conmigo en todos y cada uno de estas ciudades donde posé durante mi periplo. Todavía con trazas del traje antiguo y del no tan antiguo, ¡mi sombra se ha hecho más grande que nunca! Algunos tal vez, osarán decir que estoy en paños menores. ¡Válgame! Yo nada entiendo de pudor, ¡solo de estética en las letras! Mi habitación ya está erguida, y aunque incompleta aún, hay aquí suficiente espacio y acústica para hacer lo mío (i-o, i-o). ¡Sean pues todos vosotros bienvenidos! Estoy más que ansioso y listo. Venid pues que mi lumbre se ensancha cada vez más. Circunscripciones y fronteras se han desvanecido. Dejad el sobresalto:


¡Cosmonautas al cosmopolita!
¡Así es como el cosmos se dunamita!
De mi destino el obvio y natural devenir
Festejaos pues en torno a mí
¡Que mi cenit está aún muy lejos de su cima!
¡Larga vida a mí!

 

Alter ego

 

 

Revista Dúnamis   Año 9   Número 6    Julio 2015
                                    Páginas 1-4

Seleccionados (2da Parte)

 

NUEVOS AUTORES A PUBLICAR

 

Hoy lanzamos nuestro sitio web: www.dunamitarte.com en el cual estaremos haciendo la publicación digital del sexto y séptimo número de Dúnamis y los subsiguientes.
A fin de mes estará lista la publicación impresa de nuestro octavo número.

Hacemos de conocimiento público la lista de autores seleccionados durante las últimas semanas de nuestra sexta convocatoria:

 

        –  Luz Elena Salazar Martinez  (Navojoa – México)        


        – Rodrigo Sebastian Verdugo Pizarro (Santiago de Chile)


        – Virginia Barrios Meléndez  (Guatemala – Guatemala)


        – Lázaro C. López Bautista (Merida, Yucatán – México)


       – Hector Ricardo Arroyo Saborío (Alajuela – Costa Rica)


       – David Antonio Perez Nuñez (Santo Domingo – R. Dominicana)


       – Jorge Luis Del Villar Badillo  (Nogales Sonora – Mexico)


       –  Kenny L. Díaz Ortiz  (Carolina – Puerto Rico)


       –  Ana Bardales    (México D.F.)

El Llamado

 

 

                              EL LLAMADO

 A los prisioneros de Letras

 

Detén ya ese vomictivo girar en círculos viciosos.
Te conjuro que dejes de orbitar el vacío,
encamínate lejos de aquel vórtice del sinsentido
en el que te has entrampado.
¿Qué mórbido placer
te mantiene en este universo
de sueños siempre pospuestos?

Eres tú quien guarda sellada
esa pútrida mazmorrra.
Cesa de estar hendido a oscuras
forjando tus propios grillos.
¡Sal de este hechizo depravado!
y ve por ti mismo que eres tú
quien tira de tus cadenas.

Pasas la vida anhelando que llegue
tu gran día,
¡el colmo!
constante deshaces lo hecho
¿eres acaso mujer de Odiseo?
Pues ante el atavío siempre incompleto
en amarga insatisfacción protestas.

Préstame oído borracho,
exorciza el agua ardiente de la zozobra
¡deja ya de tanto amarrar el macho!
¡Enferma ver coexistir tu deseo
con el empeño de arrugar!
¿A qué le temes tanto?
¿es que hay algo qué temer?
No es fuente de fluir una pluma asustadiza,
es más bien sentencia de cautividad.
¿Tiene miedo tu corazón de sus propios latidos?

¡Quién sabe si acaso
estarás constriñendo más potencial
del que vives admirando!
y envidiando…

Encuentra de una vez la respuesta.
Pregona el decreto
ábrase la celda
Ponte en libertad.

En el desierto de tu silencio
anhelas oportunidades
siendo tú mismo quien ha osado
ningunear tu habilidad.
¡Jamás estás satisfecho!
¡OLVIDA A LOS GRANDES!

Olvídalos…

Existe tú tan solo,
tu pluma no entiende de ellos;
a ti solo te conoce
y vive para ti.
Sal de bajo la sombra de los que antes de ti fueron.
No fue para esto que ellos resplandecieron.
Tampoco fue con tu actitud
amilanándose así,
que se consiguieron el lugar que contemplas
con incrédulo estupor,
siendo que lo codicias tam-bién
para ti.

Basta de dudas y tanta cautela,
son los miramientos el credo del timorato.
¡Más reflexión de la debida
se torna sinsentido!
Escribe tan solo, ¡produce!

Basta de tanto aplaudir noche y día.
Ese es oficio del que no puede.
¡A ti te hierve el talento en la sangre!
y eso es todo al fin.
Esa es la prueba de que vives.

¡Suéltate así!
trepa fuera del calabozo del absurdo.
Suprime la censura
que es fuera del papel.
¡Da a luz primero!
Produce tan solo, ¡escribe!
Más de esto no hay.

Abandona los miedos.
Vuelvan al vórtice vano al que pertenecen.
Tú eres propio en cambio de ese influjo
que te satura el pecho a estallar
con un abrasador y trepidante deseo:
Uno solo,
discurrir.

No entiendas razones para reprimirte.
¡No las hay!
Escribe tan solo, ¡crea!

Existan por tu pluma
las maravillas de este siglo.
El presente no se irá sin consagrar sus propios grandes.

¡Discurre!
¡No te retengas!
Es esa la verdadera insolencia.
¡Discurre!
No detengas la pluma
la Gran Tradición a la que rindes culto
no se dará abasto con el ayer.

No hay obra maestra que haya desconocido,
el tránsito por la imperfección más honda
y los senderos accidentados de la tosquedad.
Asume con entereza las falencias,
lejos esté de ti semejante inmadurez.
La perfección es esquiva.
No actúes como si lo hubieses olvidado
¡sabe que solo los incansables se llegan a ella!

Cuando logras una pieza al fin,
te censuras sobremanera,
te es poca cosa lo mejor de ti.
Basta ya de mediciones impertinentes:
¡Eres tú!
tu propia medida
¡Eres tú!
a quien has de superar

Produce tan solo, ¡escribe!

Si rindes a mi voz tu hesitar
transcurrirá el tiempo y sin notarlo,
te encontrarás armonizando
con el resto de aquel legado
que tanto te ha sobrecogido.
Un paso a la vez, hermano mío
se cubre y recorre así toda distancia.
Entiende de una vez
que para poder sobresalir
¡es menester primero haber salido!

No es la luz un lujo, muchacho,
es más bien la penumbra del encierro
la habitación para ti más inapropiada.

 

Emanuel Silva Bringas
 
 
 
Revista Dúnamis   Año 5   Número 5    Octubre 2011
                                         Página 29-32

El Último Beso

 

El último beso



Eran las seis y media de la tarde, la congestión en la avenida principal de aquel distrito era, como de costumbre, un caos, los agentes de tránsito intentaban poner orden con denodados esfuerzos en aquella ciudad donde ese caos era justamente el pan de cada día, ese caos que devoraba a todos esos ciudadanos que debían llevar a cabo sus labores cotidianas, tratando de poder hacer una vida digna, ganar un sueldo con el cual vivir y poder mantener a sus familias. “Es para tener un mejor futuro” – comentan algunos, “¿qué se puede hacer, maestro?” – rezongan otros, “hay que darle nomas al trabajo, sino cómo…” finalizan, resignados.
Mientras se dirigía como de costumbre hacia su casa, ubicada a treinta minutos de su oficina, pensando en uno que otro tema banal, su celular vibró, al igual que su corazón, cuando vio el nombre de ella en ese mensaje que decía: “ya estoy al fin sola, te espero en el parque detrás de tu casa.” Él, detuvo por un momento su marcha, y pensó en lo mucho que había esperado ese mensaje, y sabía también que eso podría tener un doble significado, una respuesta a la pregunta que le había planteado la última vez que se encontraron en aquel mismo parque y en donde dejó claro que no iba a seguir con el juego que ella le había propuesto unos meses atrás, “te pido simplemente que tomes una decisión, no quiero presionarte, pero sabes bien que alguien puede salir dañado, así que hasta que no tomes una decisión, no te quiero volver a ver” – recuerda que fueron sus palabras. “Llego en treinta minutos, espérame por favor”, respondió el mensaje, y enrumbó nuevamente su camino pero esta vez con un destino distinto.
Joaquín, un joven abogado egresado de una de las más prestigiosas universidades del país, trabajaba en aquel bufete de abogados sanisidrino en donde ejercía la profesión que tan dignamente estudió durante seis largos años, junto a esos compañeros de aula que jamás podría olvidar y que le enseñaron tanto dentro como fuera de las aulas de clase. Era un tipo espigado, de cabellos ondeados y de rostro ovalado, en donde se hallaban esos ojos color café que había heredado de su abuelo, de quien también heredó el nombre. Él era de aquellos muchachos extrovertidos, siempre presto a llevar el caso más complicado, aquel que nadie quería tener, ya sea porque no “tenía solución”, o porque simplemente demandaba demasiado esfuerzo y las dichosas horas extras impagas – como en todo centro de labores de ese país tan pintoresco en el cual le tocó nacer. Era además muy dedicado al arte, sobretodo a la pintura, solía organizar talleres  para compartir con sus mates las últimas creaciones que pudieran habérseles ocurrido en la semana, o criticar de manera positiva – y otras veces no tan positiva, los últimos trabajos presentados en las galerías de arte de la ciudad. Era pues, un joven con relativo éxito en todo lo que hacía, pero como no siempre se puede tener todo lo que se quiere, existía un ámbito antagónico en su vida, en el que se sentía sumamente desdichado por esa bendita timidez específica que le acompañó siempre: el amor.


Durante el trayecto, no dejó de pensar en aquella muestra en la galería de arte de su entrañable amigo Ramiro, en donde la conoció, y menos aún pudo dejar de pensar en esos ojos que lo conquistaron, negros como las noches de invierno en el septentrión, y esa sonrisa que podía domar a cualquier fiera, incluso a la más salvaje, incluso a él.
Llegó en el tiempo pactado, y ella lo recibió con una sonrisa y un beso en la mejilla, señal para él de que la suerte estaba echada. “Hola, llegaste justo a tiempo, estaba por irme” – le dijo ella, más coqueta nunca, “pero si te dije que llegaba en treinta minutos y cumplí, mira tu celular si quieres” – respondió él aun atontado por esa sonrisa tan angelical. “Lo sé bobo, te estaba bromeando, nada se te puede decir a ti, ¿no?” – replicó ella con un puchero en el rostro, y agregó “bueno, tenemos una conversación pendiente, ¿cierto?, entonces… ¿a dónde vamos?”. “Vamos a mi departamento si gustas, pero antes necesito que esta conversación se torne algo más especial, acompáñame al supermercado para comprar algo de tomar” – dijo el con cierto aire de melancolía, como sabiendo que ese era el final de la historia que había comenzado de una manera turbulenta exactamente hace seis meses. “Está bien, vamos” – sentenció ella, y se dirigieron hacia el supermercado que se encontraba a tan solo cinco minutos de allí, comprando un vino de la más fina cosecha que pudo encontrar.
En el camino, ambos guardaron silencio, él por la timidez que sentía cada vez que estaba a su lado, ella porque al parecer aguardaba a que todo estuviese listo para poder decir lo que tenía que decir. Llegaron al departamento en el tiempo previsto, tomaron el ascensor que daba directamente hacia la sala de ese moderno pero modesto y acogedor departamento del piso ocho, en donde ellos habían pasado noches apasionadas e intensas, de lujuria y amor. Ese lugar que era tan de ambos…
“Han pasado dos semanas desde la última vez que conversamos”, le dijo Joaquín mirándola tímidamente, con cierto temor de saber, casi de antemano, la respuesta que tanto esperaba, para bien o para mal. “Olvídate de eso por favor, pasemos este momento como si fuera el último, hazme el amor, poséeme, hazme olvidar que soy de otro” – repetía ella mientras se despojaba de sus prendas. “No, ¡detente! Necesitamos hablar de…” – dijo él, pero no alcanzó a concluir la frase cuando quedó perplejo al ver ese cuerpo desnudo, perfecto, de formas rutilantes y con esa fragancia que tanto la caracterizaba, fresca como los campos suizos en época de primavera y suave como la brisa matutina que acariciaba su rostro y le hacía recordar tanto a ella. Entonces él sucumbió a sus encantos y cumplió al pie de la letra todo lo que ella le pidió, su voz incontestable hizo de él un simple sirviente de esa diosa, su diosa.


Cuando aquel encuentro intimo culminó y mientras ambos se encontraban exhaustos y desnudos sobre la cama, única testigo de esos momentos tan íntimos que vivieron, él, en la infinita ternura que ella le provocaba, le dijo dulcemente al oído: “te siento tan mía, no podría vivir sin ti, ¿lo sabías? Te amo y no me importa nada”. “Nadie me hace más feliz que tu Joaquín, sino no me arriesgaría a que alguien se enterara de lo nuestro…” – dijo ella, quien acababa de encender un cigarrillo que había tomado momentos antes de la mesa de noche, “…pero esto ya no puede seguir, en tres semanas parto hacia los Estados Unidos con él para casarnos allá… espero que sepas comprender y que algún día puedas perdonarme”. Estas últimas palabras entraron como una filosa daga al corazón de Joaquín y serían paradójicamente éstas las que retumbarían en su cabeza por el resto de su vida. “No te preocupes, no tengo nada que perdonarte” – dijo él, con la voz quebrada por el silencioso llanto.
Esa noche concluyó con un silencio fúnebre que se apoderó del departamento, el cual aún guardaba la fragancia de aquel encuentro. Ella se despidió de él con un beso tierno en la frente, él la abrazó y con lágrimas en los ojos le deseo lo mejor, luego la acompañó hasta el ascensor en donde le robó el último beso, el de despedida, el más triste de su vida, y, finalmente, la vio partir.
El tiempo pasó, y Joaquín se convirtió en socio principal de una de las firmas más importantes del país, llegó a tener todo lo que cualquier mortal envidiaría: un auto de lujo, una casa grande en donde tenía un taller de pintura y en el cual dedicaba infinitas horas en retratar la imagen que aun guardaba de ella en su memoria… tenía pues, una gran fama y una vida exitosa, pero infeliz.


 

Es así que todas las noches cuando llega del trabajo, se sienta en su escritorio y observa en el bar que mandó a hacer el vino comprado que jamás tomó junto a la única mujer que amó con locura, y siente que, a pesar de todo, no pudo olvidarla. De ella no supo más, fue la decisión que tomó aquella noche y que mantiene firme hasta el día de hoy. Él, por causa de su noble corazón nunca le deseó mal a nadie y ella no podía ser la excepción, a pesar que probablemente se lo merecía, a pesar que ella no lo eligió y a pesar de que, cayendo en cuenta de todo lo sucedido, ella simplemente le mintió.
 



Israel Cáceres Arroyo




Revista Dúnamis   Año 5   Número 5    Octubre 2011
                                Página 24-28




Exequias

 

EXEQUIAS

(4-7-11)
El hijo de mi madre ha muerto.
No se escucha un solo gemir.
El hijo de mi madre ha muerto.
No hay nadie que sea infeliz.
El hijo de mi madre ha muerto.
Nadie lo ha visto partir.
 
Es algo nunca antes visto el frenesí del danzante. Cántico que sus labios rocían, no se ha oído jamás. Es un júbilo que traspasa la imaginación y los mundos. Perplejidad y estupor del luto; la ira del lamento y la aflicción. ¿Quién es este demente, capaz de desafíar todo entendimiento en este páramo? ¿Qué es este poder, ese ímpetu, que lo mueve en pasos desaforados que nadie puede interpretar?
 
El hijo de mi madre ha muerto.
Se ha ido tan repentino.
Quitado fue de entre su casa.
¡Nadie lo vio al partir!
 
Bate así los brazos alzados, rascando los cielos todos. Sus pies repican sobre tierra sellada. Liberta su voz un grito desaforado, un nombre no conocido. Ha tornádose un espectáculo. ¡Celebración! Se ha levantado un ambiente de fiesta. Se ha derramado un torrente de risa. No encuentra lugar la inhibición. ¡El carcajeo gobierna el aire!
 
El hijo de mi madre ha muerto
alguien más ha bajado
a llenar sobre la cárcava
la más extrema ovación.
 
Fuerte luz sobremanera. Irrumpe el compás de los tambores. ¡Gloria ignota es! Surca el parecido entrambos; ¡iguales en desenfreno y locura! Es aun más asombrosa la presencia de este otro. Arden sus ojos con la llenura de la satisfacción, largo fue su anhelo ¡e implacable su persecución! Tanto se parecen el uno al otro, ¡es idéntico su danzar! Paso a paso fluyen en un mismo festejo. Tanto se han sumido en luz y estridencia; son como uno solo. No se sabe más quién es quién. Debe ser uno del otro el reflejo, como si hubiese aquí, ¡un espejo sobrenatural!
 
El hijo de mi madre ha muerto
su funeral no es sino
regocijo celestial.
 
Han desatado una fragancia impertérrita. En vueltas y saltos han proclamado una pasión. El alboroto de su baile ha establecido un dominio. El aroma de su corazones uno mismo es. Empiezan a reconocer y someterse los espectadores. Ya nada resulta irracional. El amor que los estrecha hasta fundirlos, manifiesto se ha hecho ya, como una enseña en el crepúsculo. No existe modo en que este pueda, dejar de ser reverenciado. Tangible se ha hecho su realidad, ¡pesa sobre esta tierra que los ve amarse! Va avanzando, va cubriendo, ¡todo en derredor!
 
El hijo de mi madre ha muerto.
Sobre mi tumba un reino ha nacido,
no existe paz mayor
que la de mi descanso.
 

 

Emanuel Silva Bringas

 

 

Revista Dúnamis   Año 5   Número 5    Octubre 2011
                                Página 22-23