Un Cuento Circular

 

Un cuento circular

A Emanuel Silva Bringas


                …catorce máscaras usadas, catorce veces para hablar, para 
               pensar y hasta para amar. Máscaras para impresionar o para 
              decepcionar. No importa, al final, nunca  dejarán de ser 
              máscaras…

El reflejo del anillo balanceado incesantemente sobre mi pulgar me hizo reaccionar…

…alfombras redondas; adornos esféricos (sobre estantes redondos
que bordeaban toda la sala) y hasta la mesa en la que me
encontraba, no escapaba de la simetría circular…

Las mesas obedecían la extrañeza propia del lugar; ya que se encontraban ordenadas en círculos que se encerraban sucesivamente. Yo me hallaba en el círculo final, el último, el más grande, el que circuncribía a los demás; quizá iniciaba el círculo o simplemente lo cerraba.  No me hallo en el lugar en el que me hayo.
Sirvieron la cena, pero ante la redondez incomprensible de lo que parecía ser el  cubierto, decidí ir por una explicación al «garçon». ¿Sería necesario hablar con el «maître»? En aquel momento, reparé que los fideos también eran redondos cubiertos con una salsa roja  que, vistos en conjunto desde arriba, parecían un extraño rubí. Atribuí aquel diseño peculiar a  una extravagancia propia del restaurand y poco después me tropecé con la pos-impresión  de que al encontrarme en un lugar tan circular. Aquella ilusión simplemente me halló: Sí, la visión de aquel extraño rubí porque recuerdo y no puedo dejar de no  pensar que vemos tan sólo lo que nos apetece ver. Pensar que me apetecía un rubí me hizo  esbozar una sonrisa y una mirada perdida, paralelamente, mientras cenaba. Es así como mi mirada convergió con  la figura que se esbozó en el cristal que nos separaba de la calle; una carita andina de la que resaltaban unos ojos que amalgamaban tristeza y melancolía de forma, dolorosamente, sorprendente. Esa mirada inundó todos los vacíos espacios. Mis espacios.
  
La agudeza con la que fijé mis ojos en los suyos  hicieron que se humedecieran por la habitual debilidad que los caracteriza. En aquel momento, la luz y las lágrimas desencadenaron  cierta extensión ondular y la expansión de la luz provocó una borrosidad circunsferencial, no circular, que limitó la capacidad de aumento hasta de un microscopio. Ví detalles tan menores a media milésima de milímetro. Superé los límites de la percepción habitual. Ví organismos sin forma flotando en el aire, ví su movimiento ondulatorio sin una meta común .
Lo que aconteció no se inserta en la posibilidad de ser descrito visualmente, ya que rebasó el plano de la percepción, los colores y  las formas concretas. Sólo puedo describir sensaciones. Sentí latidos. Latidos seriados y de intervalos breves, es decir apenas podía contener el aire pero la alegría de estar en movimiento no me permitía detenerme. Sentí trazarse en mis manos una suavidad familiar.
Entonces, el frío opacó esa sensación. Opacó todo.  Melancolía, después tristeza, se distribuyeron casi uniformente en un plano en el que era inevitable no confundirlas. Inevitable. Y así esta mezcla se hizo más mezcla con la presencia de la impotencia llena de potencia; creando una sensación más fuerte, más desagradable, para ella; no, para él. Era indignación. Era desesperanza. Era…era… irremediablemente era resignación. Todos tan fundidos en y para una misma sensación. Entonces, entonces  y sólo entonces , existirían vacíos perpetuos; Los que nunca se llenarían porque ya habían alcanzado la plenitud de su naturaleza, y su naturaleza consistía en estar huecos.
Asolada por estas sensaciones que me otorgaron la capacidad de sentir de forma particular o quizá única -porque las experiencias aunque sean esbozadas  en terribles sensaciones no dejan de entregarte  la satisfacción de sentir-. Sentir algo nuevo, aunque de esto solo emerja  el atributo de ser desagradable. Entonces percibí, no ví,  imágenes que aparecieron sin un orden fijo. Todas a la vez…Estaba en…Subía sin parar y al mirar hacia abajo de manera instintiva, reconocí unos copos de algodón que transitaban por grupos: Eran ovejas. Recordé haber recordado ese lugar en otro lugar más lúgubre rodeado de viviendas pobrísimas  en donde el hambre superaba al frío, superaba todo , superaba el todo del todo. Una mirada tierna y a la vez esquiva; Una cara demacrada. Era una mujer. Estaba muriendo. De pronto, las trenzas de la mujer se tensaron y sentí miedo de lo que pudiesen hacerme porque ya no eran trenzas. Eran palos que ,con vida propia, se dirigían a mi; Así lo pensé, ya que no podía hallar las caras de los que los dirigían o quizá los palos los dirigían a ellos. Ya no podía ver claramente, porque la ciudad, Lima, se había teñido de rojo para mis ojos y todo gracias a los palos con vida propia. Después, y no luego, ya no sentía dolor. Tan sólo algo tibio, muy tibio, recorrer por mi cara dibujándola, poco a poco, muy despacio. Hasta que quise atrapar esa sensación con mis manos, mis manos pequeñas y jóvenes, pero marchitas. Era sangre. Yo también siento calientes gotas pero no son de sangre. 
 
 
 
 
 
¡Lo juro! quise correr, sólo correr, correr por encima de las alfombras, la circularidad de las mesas, y hasta por encima de las miradas de la gente y de la misma gente  que se encontraba compartiendo conmigo ese espacio, ese espacio terriblemente circular,  para pedirle perdón. ¡Perdón!  por tantos años de indiferencia, de atropellos causados indirecta o inconscientemente.
…y hacer algo por él.
Estaba a punto de… Cuando aquella carita, débilmente esbozada empezó a crecer, crecer y se expandió por  un gran fragmento del vidrio, ¡ahora por casi todo el vidrio que cubría aquel lugar!, ¡Por todos lados! ¡Me rodeaba! ¡Nos rodeaba!
Hasta que miré hacia arriba y…Es cuando entendí…entendí…entendí y acepté que estaba atrapada, atrapada en una esfera de cristal. Atrapada y sin una salida a la vista. La gente que estaba en el lugar no se daba cuenta absolutamente de nada y… aquella carita, más triste que nunca, se alejó lentamente.



                                                                                                                               Circe



Revista Dúnamis   Año 5   Número 4    Septiembre 2011

                                Páginas 14-17

 

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