Una Revolución Monumental

    Corría el Año 2008 y era tan solo un cuento. Nuestra actual conyuntura, empero comienza a otorgarle un tinte profético. ¿Qué habrá sido y que será del “Belga” y sus “amigos”? Así fue como de Jerjes nos llegó el primer paso, aunque pequeño, hacia la expansión. Se nos abrían los lindes de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, hacia la vecina Facultada de Ciencias Sociales de la UNMSM.

 

UNA REVOLUCIÓN MONUMENTAL
 
 
 

Era invierno y Lima se vestía de gris, -¡qué clima tan triste!- A pesar de su tacañería estética, decidía obsequiar minúsculas gotitas de agua, tiñendo levemente las grietas de nuestras destrozadas veredas limeñas. Gotas que a la vez no eran gotas, tan pero tan chiquititas que apenas eran visibles. No mojaban ni alegraban, insípidas e insulsas se iban deslizando por el aire contaminado de Lima la Horrible.

Antonín lamentaba no poder saborear las gotas de manera caudalosa. Se hallaba entonces en medio de la calle con la boca abierta como un poste doblado hacia atrás. Todo el que pasaba veía con cierta simpatía a este jovenzuelo que pocas veces hacía caso a las diferentes  reacciones  de las personas.

-Óyeme hijito, si quieres un poco de agua , te puedo invitar.-Le había dicho cierta vez un anciano de fachas decimonónicas-
-No es necesario señor, quiero de esta garúa, sólo de ésta, pero gracias…

El anciano sólo atino  a irse, sin antes dar una pequeña palmada en la
espalda al muchachito en son de ánimo, o acaso de lástima. Antonín realizaba estas maromas estrambóticas cada tarde que podía durante sus incursiones por las calles de  Lima, que encerraban para él una magia inexplicable.

-¿Antonín?, qué gracioso nombre, oye ¿de dónde es eso ah?

Antonín lanzaba una carcajada y aducía que era una historia difícil de contar, que en resumidas cuentas era producto de los desvaríos de su padre en una noche de etílicas consecuencias.

Antonín nunca llegaba tarde a su cita de todos los días. Con una bolsa de caramelos en la mano, corría como poseído por toda la avenida 28 de Julio, hasta llegar a la avenida Petit Thouars nombre que siempre le causaba risa al decirlo,….¡Petit Thouars, Petit Thouars, Petit Thouars!,. corría hasta llegar al épico Parque de la Reserva, y allí descansaba frente a un gigantesco monumento: Sucre en su caballo en envidiable posición gallarda, levantando su espada en señal de lucha, con el seño ligeramente fruncido. Antonín lo miraba como poseído y luego de suspirar un momento rodeaba el monumento con sumo interés, memorizando hasta el más leve detalle. Cierta vez había encontrado una manchita blanca sobre la cabeza del gran general.

-Qué horror mi general, se le han orinado en la cabeza, estas palomas ya no respetan ni a los héroes…

Sin titubearlo, escalaba el pedestal hasta llegar al propio monumento, y en un acto de temeraria acción trepaba su cuerpo hasta llegar a la cabeza para limpiar las manchas que podía, lanzando escupitajos

-Con un poco de saliva saldrá mi general, no se preocupe, va a quedar bien limpiecito.

Antonín vivía en uno de los distritos más populares de Lima: Huaycán. A diario  debía vender todo tipo de golosinas, ya sea en micros, combis, paraderos, calles, restaurantes. En donde pudiera hacerlo, lo hacía y en donde no, también. A sus 12 años amaba a la vieja Lima, y aunque ésta no había sido muy bondadosa con él, disfrutaba estar en ella, de la cual le había hablado cierto profesor  muchos martes en pleno pasaje Olaya, aquella callecita que estaba frente a la Plaza de Armas, en donde descansaba el monumento de José Olaya , el viejecito no dejaba de mover las manos de manera descontrolada  cada vez que hablaba de Lima, la antigua. Antonín quería mucho a aquel anciano que vivía recordando esas viejas épocas: el presente del anciano, no era sino un continuo pasado sin fin. Antonín gozaba  cada historia, la cual no duraba más de tres cigarrillos que el pequeño vendedor le proveía a cambio de unas monedas.

Antonín siempre conversaba con todo monumento que veía, como si tuvieran vida, como si tuviera a un héroe o heroína frente a él. Una y otra vez hacía diversas preguntas, aunque nunca obtenía respuesta, le complacía el sólo hacerlas. Así cada día de la semana visitaba un monumento diferente admiraba a todos por igual y sentía lástima a veces no sólo por el estado calamitoso en el que se hallaban -soportando estoicamente todo tipo de evacuaciones gratuitas de diversos transeúntes o las pintas- sino por la tristeza que debían sentir al darse cuenta de que nadie se detenía siquiera a verlos unos instantes. El monumento de Bélgica al Perú era el favorito de Antonín. Aquella posición  aparentemente femenina despertaba comicidad en él. Siempre que lo veía, soltaba carcajadas, a veces incontrolables. La naturaleza de aquel monumento le fascinaba. Ay señor belga, que  lo han parado como a una señorita.

Seguía su incursión por diferentes monumentos de Lima: aquel de Vallejo frente al teatro Segura, aquel otro de Víctor Andrés Belaunde, o el de Miguel Grau. Eran tantos los que visitaba, que a veces se olvidaba de alguno.

-…Discúlpeme señor monumento es que se me fue el tiempo, es que la gente no compra nada, está tan misia como uno…

No siempre era todo alegría, muchas veces derramaba alguna lágrima confiando sus secretos a los enmudecidos objetos. Cuando escapaba de su hogar al no soportar más palizas maternales dormía al pie de algún monumento, si es que antes no era echado violentamente por algún vagabundo desprovisto de un espacio para descansar…

-Salte de acá que este es mi sitio….-le decían-.

-Señor Belga…¿usted siempre estará acá para escucharme no?…¿Señor belga porqué no dice nada?,¿ porque no me responde?

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Diferentes temores embargaban su corazón, miedo a lo que le pudiera pasar en su desamparo, miedo a recibir más golpes, miedo a la vida. Sólo ellos, sus viejos amigos se habían mostrado más bondadosos. Porque si bien es cierto nunca decían nada, tampoco le provocaban daño. Allí estaban, callados, desdibujados por la imaginación de Antonín, como si escucharan cada palabra, en un silencio de sepulcrales magnitudes.

Era una nueva mañana y allí yacía Antonín al pie de su viejo amigo, el belga, sería una mañana muy especial, porque le deparaba mucho de lo que jamás ser alguno en su sano juicio creería posible.

Por una ordenanza municipal, se destruiría ese viejo monumento para remodelar aquel parque -el cual se veía azotado por cierta delincuencia- Además los vagos habían infestado la plaza, El plan del alcalde era crear un parque de titánicas dimensiones, el cual sería la envidia de sus colegas y competidores. Antonín fue apartado por los diferentes obreros que estaban dispuestos a destruir aquello por lo que nadie protestaría.

-¡Belga, belga¡-,no atinaba a decir otra cosa, a pesar de que sus fuerzas eran limitadas por sus minúsculos 12 años, no podían contenerlo al punto que cierta mano depositó en él una cólera empañada de la más brutal fuerza.

-¡Oigan bárbaros no le peguen es sólo un niño!.-había dicho cierta señora.-

Estos hacían caso omiso, hasta que algo detuvo el escándalo provocando el silencio general -Sólo Antonín repetía incesante: “belga”- Al ser soltado fue hacia el monumento y lo abrazó uertemente. No entendió por qué nadie decía nada, por qué todas esas personas veían atónitas aquel monumento, tan sólo lo abrazaba y con él abrazaba todas sus ilusiones todos sus sueños contrastados con una realidad cruel y despiadada. No entendía nada, hasta que una mano muy fría y sumamente rígida tocó su hombro. Miró esa mano y sin creerlo, cayó de espaldas asombrado por lo que veía, el belga había cobrado vida y luchaba por liberar sus pies de aquel duro pedestal. Cada una de sus facciones se entretejían en aquella incesante lid, de la cual salió victorioso. Antonín, no sintió el espanto de todos, sino que su asombro se convirtió en alegría. De un salto volvió a abrazar al belga, éste lo subió sobre sus hombros. Sólo se escuchó una voz en todo ese momento de inusitados e incoherentes aconteceres, y fue la voz del propio belga.

-“Nadie se atreva a tocar a este niño.”

Algunos ya habían corrido despavoridos, otros miraban anonadados la escena entre tierna y espeluznante. Rápidamente se detuvo ante cada uno de los monumentos que veía a su paso, extendía su diestra y en un acto de solemne proceder recibía la mano de seres que como él cobraban la vida que al parecer habían estado guardando en lo mas íntimo de ellos,

-“Gracias a ti es que hemos vuelto  a la vida.”, decían con amor a Antonín. Él no entendía qué había hecho para que eso ocurriera…Ante la mirada insistente de Antonín, Sucre, el cual iba en su gigantesco caballo le dijo,

-“Cada uno de nosotros estaba dormido en un sueño que empezó con nuestra muerte, pero tu dulzura y amor hacia nosotros nos ha despertado, un amor no fingido como el que suelen pregonarnos cuantos aduladores pudieron  sino un amor que fue capaz de vencer las barreras de lo imposible.”

No entiendo nada de lo que pasa, pero ¡que bien que al fin puedan ablar!”.-dijo Antonín-.

-“Ahora hacia dónde?.-preguntó Ramón Castilla.

-“Sigamos a Antonín”.

¿Y las personas que solían andar por las calles?. Allí estaban: aunque era temprano, tumultos enteros rodearon los monumentos y murmuraban todo tipo de cosas, desde maldiciones hasta oraciones pensando que se acercaba el fin del mundo.

-“Todos ustedes que nos escuchan, hemos despertado porque no deseamos ser más una imagen muerta frente a sus ojos. Tenemos vida en la medida en que ustedes nos la propinen, durante décadas hemos dormido y sólo este niño ha sido capaz  de dotarnos de fuerzas suficientes para despertar”-había dicho uno de ellos-.

El séquito de monumentos conforme avanzaban las horas se hacía más consistente. Todo tipo de filósofos, estudiosos, héroes, y demás figuras significativas caminaban por las diferentes calles de la vieja Lima.

Muchos de ellos olían a nauseabundas formas debido a las evacuaciones de cientos de transeúntes quienes poca importancia daban a los olvidados monumentos. Poco a poco sobrepasaban los 40 y seguían creciendo.

Sin embargo el ser humano no puede soportar aquello que no desea entender. Diferentes piedras comenzaron a caer de algunos que temían por sus vidas, Don José de San Martín replicó entonces

“¡Ya no respetáis a vuestro liberador siquiera!, cómo es posible que así agradecierais mi duro esfuerzo por este continente”.

A lo que Bolívar respondía a su vez,

-“Óigame usted no liberó nada de no ser por mí esto seguiría siendo una colonia.”

Antes de que dijera algo unas balas de incesante rapidez golpearon contra los fríos cuerpos  a  lo que siguieron todo tipo de objetos que poco a poco destruían estos seres de magnífico porte. El belga protegió a Antonín contra su pecho y lo abrazó cuanto sus duras extremidades le permitían. Todos los monumentos rodearon al belga en acción de proteger a Antonín de las ráfagas y piedras que caían sin cesar, estos repetían diferentes frases que en vida dijeron, desde poesías hasta arengas de combate mientras iban formando diferentes círculos alrededor del belga.

-“Gracias a ti pude soñar con ser libre por unos instantes, tú me diste la fuerza para despertar de mi sueño…” -dijo de manera entrecortada en belga-

-Belga, no …belga no..no fue mi intención decirle señorita..belga no se muera..

No obstante era inútil,  poco a poco todo fenecía a su alrededor. Antonín lloraba intentando zafarse y así detener la carnicería monumental, pero era imposible. Al cabo de una hora habían destruido todo y donde habían seres de vivo accionar sólo quedaban rocas y escasos pedazos sin forma.. Antonín fue sacado de entre los escombros, completamente intacto. Al día siguiente ya no quedaba en pie en toda Lima un sólo monumento. Todos habían sido destruidos, por  un miedo generalizado, a que cobraran vida nuevamente,

Pedestales arruinados desolaban una ciudad  que ya no poseía hombres a los cuales admirar. Antonín aún pasea por las calles el día de hoy extrañando mucho el conversar con aquellos quienes tan atentamente lo oyeron, Antonín recordó diariamente hasta el día de su muerte las palabras del belga, convencido de que si unos seres inertes de roca y metal podían nacer a la vida con un poco de amor, unos seres vivos de carne y hueso como nosotros, con un poco de amor serían capaces de lo imposible…pero así es el ser humano, un extraño espécimen que se niega a sí mismo todos los días de su vida….

“¿Belga, me oyes?, ¿me oyes?, ¿donde estás belga?…¿belga?”.

Errante caminó por el resto de sus días Antonín sin nada que decir ni nada que hacer, llamado por unos vagabundo, loco por otros, nadie jamás volvió a saber su nombre.

 

                                                                    Jerjes Loayza Javier
 
 
 

Revista Dúnamis   Año 2   Número 3    Mayo 2008
.                                 Páginas 11-18

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