Cambio de piel
(Poema al asco)
Hoy desperté y respiré la basura, espesa, asco concentrado,
me sentía parte de toda esta mierda,
encontré que la procedencia de esa exquisita fragancia era
de donde el azufre se funde con el aliento candente de un dragón.
Asimismo, intenté remover una a la vez las zonas ocultas por la sombra de las sábanas,
las cuales parecían más que sábanas, cuero de cebra,
negras en el fondo e ínter espaciadas de blanco,
aún así era incómodo y doloroso.
Encontré el portal acuífero repleto de hongos,
verdes como la flema,
marrones como el fango;
intimidado por eminente descubrimiento,
percibía no solo el color y la forma,
sino que además pude hurgar tan repugnante existencia.
Súbitamente, mi cuerpo comenzó a disolver la concentración de especimenes en fiesta,
para dar paso al metalico chillar desesperante cual insecto al sentir amenazada su vida destruye la armonía para dar paso a la sinfonía del personaje en cuestión.
Como en majestuosa catarata, empezó a caer,
pero con él diez mil, veinte mil, cien mil puñales,
helados como ventiscas entre los glaciares,
corrían desesperados y en una sola dirección,
quedé estoico por un instante,
Pero los puñales volvían a caer sobre mí,
motivo inmediato de semejante exaltación elocuente.
Para no perder la batalla,
tomé el pedazo de colágeno y grasa extraída del cuero de cierto animal indefenso,
para luego acoplarlo a mi tez con extrema delicadeza,
inmediatamente, procedí desde la cabeza a despedazar aquella cubierta negra y gruesa,
compuesta de células muertas, polvo y ácidos orgánicos,
cubierta que por cierto recorría casi todo mi cuerpo,
mas era distinta a la altura de mi pubis,
aquí la capa era alba, densa y elástica como un resorte que cala al dejarlo en libertad,
ésta opuso resistencia,
pero los puñales vencían una y otra vez,
ante lo cual encontraron refugio entre los bosques oscuros,
se dice que es en estos bosques donde se encuentra el causante de la blancura del manantial nocturno,
el que hasta el momento no ha dejado de fluir noche alguna.
No habiendo terminado con la batalla y encontrándome sin defensas,
repentinamente,
la catarata secó,
por lo que aproveche cada instante para vociferar con todas mis fuerzas
que solo quería terminar con lo que había comenzado,
pues la lucha no habría de terminar sin un vencedor gratificado,
Con el deleite de contemplar al contrincante fenecer despellejado.
Max Saldaña Niño
Revista Dúnamis Año 1 Número 2 Julio 2007
. Páginas 12-13