El Círculo
Allí estaba aquella sala, amplia, aparentaba no tener confines. Poseía un ambiente raro, húmedo, silencioso… como un desierto azulado de ensueño. Era la imagen de la eternidad, así se había pretendido. Por cierto había paredes aunque pareciesen horizontes. Dos relojes tan solo revelaban el artificio. Lado a lado habían sido colocados, el uno tenía el brillo del cobre marcando las 9:15; en tanto el otro, el del estaño marcando 3:30. Lo que en ello está oculto, nadie lo ha de saber. Era un hermoso vacío, cubierto por el color ceniza del piso, a pesar de los sujetos en mantos de grana, sentados al medio. Eso me recordaba el olor de la pólvora, los padecimientos de multitudes que iban forjando mi más anhelado sueño. Una meditación placentera…
Cuando los encapuchados habían llegado, discutían. Les presté atención, encontrando interesante el asunto. Ahora en cambio hablaban de cosas más acordes con la ocasión. Se preguntaban sobre el rumbo que tomarían ahora sus vidas. También se inquietaban por los que aún no llegaban. Su gran expectativa era verse al fin juntos, conocerse en persona, lo que habían de hacer; y desde luego, lo que más comezón provocaba en sus almas: si verían o no el rostro de Nimrod.
Pasaron las horas y ya casi todos estaban allí. Una masa roja, parecíase un tapiz. No se cansaban las lenguas de hablar, ni los oídos de oír. Casi ninguno notaba la falta de tres tan solo, tres tan solo… y aquel momento cúspide estaría completo. La llegada de “Horacio”, “Wasabi” y “Cuatéhmoc” anunciaría el éxito definitivo de la operación más ambiciosa y arriesgada que hubiésemos ejecutado en toda nuestra trayectoria.
Apareció luego el mentado trío, acercándose anonadado al gentío. Al ser advertida su presencia, se hizo silencio. Dos hombres se acercaron a ellos. Eran los de aquella conversación. Se presentaron a los recién llegados, “Asama” del cuerno de África y “Wukung”, un cantonés venido de la misma región. “Horacio” hizo la introducción, para dar en seguida las excusas por la demasiada demora, relatando los contratiempos que sufrieron.
Todo el que lo oyó quedó atónito. Según decía, la caravana en que eran transportados fue atacada por el Primer Mundo. No tuvieron oportunidad de escapar y habrían sido aniquilados de no haberse presentado un fenómeno inexplicable. Se tornaron en este punto muy engorrosas sus palabras. Se daba razón de una luminosidad muy extraña que se desplazaba en tierra. No pudo culminar su relato, ya que diversas opiniones empezaron a brotar alrededor. La mayoría cuestionaba lo dicho. Sobreabundaron los argumentos desde los más ociosos hasta los más sapientes. Cuando el escarnio empezó a asomar, “Asama” hizo callar a todos.
– Yo también – dijo – he visto cosa semejante a lo que estos hombres mencionan. Fue en circunstancias muy distintas. No peligraba mi vida, no había peligro alguno. No había lugar para el miedo. Ocurrió en un punto distante del que ellos presentan. También descarta mi experiencia la alucinación colectiva, iban muchos conmigo y fui el único en ver tal cosa. Mi propio compañero aquí presente discutía sobre esto conmigo, antes que todos ustedes llegaran. Él ha callado, como yo, mientras se multiplicaban las palabras en torno a este relato; al cual yo no llamaría fascinante, sino enigmático. La razón de nuestro silencio ha sido esa… El mundo ha cambiado mucho. Recuerden, ilustres, que tras la masacre nuclear hecha en el Asia Meridional, en el primer año de la Guerra Kamikaze, comenzaron a esparcirse por las costas de todo el Índico diversas historias, cada cual más inverosímil que la otra, mas todas ellas con algo en común… Año y medio más tarde el mundo comprobaba con horror que las profundidades del océano habían ocultado por siglos a esas bestias casi indestructibles… Debo pues, suponer que estamos en el deber de…
Entonces hubo silencio, un silencio muy distinto. Observaban todos de una manera… inefable al hombre en vestimenta de gris claro y algo brillante. Un rostro severo mas algo joven. Se habían llenado de respeto ante tal presencia, aunque se hablaba en distintas lenguas de la percepción de una gran maldad reprimida en él. También se preguntaban si éste sería Nimrod…
Quien estaba ante ellos era yo. Sonreí por un momento, barrí con una mirada todo el lugar y me llené de una satisfacción añorada. Con tono solemne y evocador di rienda suelta a mis memorias:
– Veinte años han pasado desde el terrorífico bombardeo en las Antillas. Hace veinte años desde nuestra célebre respuesta que destruyó la Florida. Desde aquella gloria no vimos más otra… hasta estos días. Lo que comenzó como una guerra se tornó pronto en la más cobarde de las persecuciones. Militarmente, no volvimos a ser amenaza para el Primer Mundo. Entonces empezó el éxodo, nos ocultamos donde no pudiera alcanzar su vista, ni aun con sus más sofisticados aparatos. Entonces prosiguieron los planes ya conocidos de todos nosotros, y hemos llegado al fin a la etapa culminante. El triunfo está más que cerca. Ante ustedes Nueva Alejandría, cual arca de Noé, la cuna de una nueva humanidad. No… mejor todavía, cual Diluvio que acabará con la sociedad como la conocemos… Quizás es esto muy diferente de lo que muchos esperaban. Habrán juzgado tal vez, que esto era una sala de espera. Equívoco… es éste el centro, ¡desde el cual llevaremos la última etapa, y la victoria definitiva, de nuestra Guerra Kamikaze!
Estalló el lugar en rugidos. Fue un deleite que extrañaba. Tardaron mucho en callar. Después, uno de ellos preguntó, asustadizo:
– ¿Es usted…?
– No, – interrumpí – yo soy el Vicario, su Vicario. Solo dejará ver su rostro el día en que todas las naciones unidas se rindan a él. Por ahora, tenemos mucho trabajo. Al fin el Primer Mundo está sintiendo los efectos de nuestro desquiciado método de lucha. Están pidiendo la paz… lo cual no hace más que revelar lo degradada que está la cultura de los que se autoproclaman “civilización”. Ni siquiera son capaces de ver lo absurdo de sus palabras. No les daremos la paz. No somos nosotros quienes la retenemos. Ellos nos entregarán la paz que nos quitaron hace ya siglos, la arrebataremos de sus manos. Es éste el momento cumbre para las funciones de ustedes los intelectuales, los letrados que están haciendo reflotar lo que el Primer Mundo estuvo cerca de destruir: el alma de la humanidad. Ya no trabajarán más por regiones, ni mucho menos como individuos. Los alias desaparecerán de toda producción. En los próximos días serán organizados para que trabajen como una sola mente y no se oiga más en las naciones los discursos de “Asama”, “Qetzal” o “Wasabi”. Habrá una sola voz, un solo autor, el Consejo de Nueva Alejandría. El ente que moldeará la nueva cultura, o mejor dicho, culminará su proceso de resurrección, el cual se inició aun antes de esta Guerra.
Dicho esto di media vuelta y me retiré…
Revista Dúnamis Año 1 Número 2 Julio 2007
Páginas 17-19